Rebeca surge de una madre rebanada que le dice, según nace, que ahora debe ser buena para quedar bien con la familia. Ante todo, siempre, quedemos bien. Para presentársela a la abuela en el paridero, a Rebeca le tapan con coloretes y pote los chorretones y rojeces del parto. Y así crece, Rebeca, lanzada a la fría estepa con un manto de pintura blanca (para exteriores y techos) como su única prenda de abrigo. Ay, qué vida la de Rebeca desmadrada. Cuánto dolor-amasijo macerado en silencio y aullido ventral. Gallinejas laceradas, niña sacrificada en el altar de la clase. Chiquilla linda, cabra loca, siempre leyendo, pasando páginas-andén, sumerge en ellas la cabeza por si llega un tren que la saque de esta vida de humana miseria, y tecnológica gloria.
La infancia de Rebeca huele a gasolinera, a nuevo y a freidora enfriando. Y suena como chisporroteo de tacones en el asfalto-condena de un pedorro madrid gris.
Cuando Rebeca puede, se va de casa. Cuando le alcanza, se va de españa. Buscarendijas. Revientacentros. El caso, ante todo, es irse, y no quedarse, ni bien ni mal, movimiento iterativo de fuga en cada gesto, en el backstage de cada idea, de cada beso, de cada caña y pasión. El desmadre, siempre, como único atanor, u horno de alquimia.
Pasan los años de a poco, y Rebeca pues… va y se enmadra. El desdesmadre que trae el maternar se vuelve (se tiene que volver) tierra de arraigo para ella, para criatura, para todo lo que tiene que ser levantado en un suelo hostil si se quieren sostener, proteger, las v(ulnerab)i(li)da(de)s. Rebeca busca afanosa y va juntando cuentas, cualquier materia vale, para el telar en que ir paciente y trabajosamente elaborando un enmadrarse desde lo que había sido cruda y vilmente desmadrado de raíz. El tapiz no cubrirá las siete leguas que le quedan, pero Rebeca sana, culito de rana, ya va sanando.