Elegía rebelde de enero

Las fiestas que faltan son tajos en la carne de los tiempos. Nuestra carne en salazón, ahumada por generaciones, siempre ritualizada, repartida, es ahora conglomerado cárnico bajo cero. A la espera, en el mejor caso, de un consumo nervioso y soez al pie mismo de la heladera.

Los abrazos y caricias que no están son siegas tempranas, ¡ay!, de la cosecha comunal de estío. Ese verano que antes siempre retornaba porque era esperado, ansiado, preñado en madrugadas lúbricas de deseo colectivo. Pero ahora, la piel hecha hambre despide chispas informáticas como yéndose a apagar dentro de un rato.

¿Y será pues que debamos poner cornamenta vencida en tierra para dejarnos extinguir, devenir fósil, quejido? Pues yo digo que no, que descansemos y que después, honremos más que nunca el torrente de revolución que nos recorre el cuerpo por dentro. Batir la sangre como se pueda hasta que escampe. Arrimar la sangre al fuego, y templadita, ponerla en común, que nos la beban, que la bebamos rica en la verbena mental que da el amarnos.

El elixir de la vitalidad está en nuestro poder aún. Es eso lo que nos pelean. No llevamos solo líquido inerte y azúcar en las venas. Todavía podemos decidir los términos del sacrificio. Ante qué dioses vamos a declamar los glóbulos en verso. Frente a qué altares vamos a tejer nuestras canciones de plasma y hierro. Que languidezcan ellos, que lo que es a mí, me hierve la sangre y la voy a seguir meneando, como un culo, como una verdad eterna en acto solar de rebeldía.

(La imagen es de aquí, creo: https://wall.alphacoders.com/big.php?i=290275&lang=Spanish)

La insoportable levedad de Ramiro

De joven andaba yo con un gachó muy majete al que le parecía que, en comparación, él era como leve, ligero, campechano y dichoso, mientras que yo era «pesada», siempre con problemas, peleas, inseguridades, necesidad (pero estaba buena, entonces no importaba). Vivíamos lejos aún de conocer palabras como explotación patriarcal, cultura androcentrista, desigual espacio existencial de género, diferenciales de poder, etc. Pero algo percibíamos, algo no era normal, algo no era «igual» pese a que no reprodujésemos estructuras de relación tradicionales.

Oye, qué simpaticotes estos ilustrados hombres igualitarios que comprenden que vivir en igualdad es mejor para todo el mundo. No nos obligan a estar con ellos, no nos llevan de los pelos de un lado a otro, no  hacen machiruladas. Ellos flotan inocentemente en la cultura, con sus partidos de fútbol, sus cervecitas con amigos, sus jobis, sus ratitos de pornete en el teléfono. Tan a gustito.

Nosotras ahí, sin embargo, con la brasa: que si no sé qué de activismo, que si relaciones de poder en todas partes, que si deconstrucción del conocimiento, que si ahora la carga mental, que si ahora la psicóloga de pareja, llantos, dramas de amigas, compresas a escondidas. Buf.  Qué leves son y qué pesadas nosotras. O qué gran cinismo, malditos canallas.

Si una persona no se pone a trabajar activa, consciente y profundamente el sexismo/racismo/clasismo* que lleva encarnados, las ideologías discriminatorias no se esfuman solas. Las seguimos acarreando y se reproducen como la mala hierba. Zumbamos dentro de una cultura completa patrocinada por los medios de comunicación y el desproporcionado sector del comercio que promueven formas de vida basadas en la dominación de los hombres blancos sobre el resto, del Norte sobre el Sur Global, etc. Pero ellos, ay, no lo ven desde su atalaya. El privilegio tiene la propiedad de ser invisible para su dueño y de que quien lo tiene pero lo niega sea escuchado, mientras que quienes no lo poseen y lo señalan hacen muecas inaudibles desde la cuneta. 

Yo no creo que haya solución a un nivel de personas concretas. No van a ver más allá. La desfachatez es infinita cuando de aferrarse a un privilegio se trata. Sospecho que si una persona no da síntomas de empatía y movilización tras unas primeras invitaciones, ya es que nunca lo hará. Mirad el partido franquista, erre que erre en su convicción moral de que el país es su cortijo y todos y todo somos suyos para jugar. Mirad todos esos padres y profesores tramposos, que basan la relación con la infancia en mantener la distancia jerárquica y hacerse espacio existencial para campar impunes con sus desvergüenzas al aire, a costa de personas vulnerables silenciadas.

Si no has cambiado todavía, ya no vas a cambiar, mezquino. Pero oye esto: tu hegemonía de poderío hueco, reyezuelo infame, tiene los días contados. Tu historia de conquistas, espadas y atalayas se acabará con tu sangre. Soy pesada, sí, cargo el peso que caerá  aplastando tu triste corona de alumnio frío, tu ingrávida complacencia.

 

 

 

No por casualidad la Ciencia vino a sustituir a la Iglesia en la Europa del Renacimiento como organismo de producción de Verdad

No hay estudios científicos que prueben que masturbarse no produce ceguera.

No hay estudios científicos que prueben que con la dignidad de los seres no debe especularse en el mercado.

No hay estudios científicos que prueben que es la cultura lo que nos hace mal, que las pastillas y la arrogancia médica empeoran nuestra enfermedad.

No hay estudios científicos que prueben que las violencias y los abusos están interrelacionados y se sostienen mutuamente en un tejido social discriminador jerarquizado.

No hay estudios científicos que prueben que estamos todas desgajadas y sangramos y hacemos sangrar. Que nos organizamos en una línea creciente de vulnerabilidad para usarnos unas a otras.

Ninguna evidencia de que os necesito crudamente.

Y sin embargo, nada más obvio.

Malhabitamos una deslumbrante oscuridad.

Otra ciencia es posible, otro vivir.

 

El privilegio sumo

Dolía como si te estuviesen partiendo en dos. Era una potente fuerza centrípeta que nacía en algún punto de tu espalda y se expandía rasgando tejidos, centrando el pulso. Dolor no era la palabra adecuada. Era otra cosa, era… era una experiencia de fuera de este mundo, no puede ser explicada con palabras falologocéntricas. Sin embargo, tú sabías muy bien lo que necesitabas para poder soportarlo. Necesitabas dejarte llevar por la inmensa energía que emanaba de ti misma como un ciclón. Para ello había que neutralizar las distracciones, los estímulos. No luz, no sonido, no presencias. Solo tu cuerpo, un espacio húmedo, un cérvix abriéndose como si fuera un esfínter. Nadie caga en una sala de hospital, a la vista de todos. ¿Por qué tenías que abrirte tú de coño delante de tantos transeúntes? ¿Por qué esas luces incisivas, esa invasión de cientifismo y disciplinamiento en lo más tierno de tu blanda entraña? Tú solo querías parir en paz. Y sin embargo, en el mejor hospital del mejor país del mundo para ser madre, no te dejaron parir en paz. Parir en tu cuerpo. Te lo sacaron, a tu hijo, de tu cuerpo.

 
Los primeros días tras el parto que te robaron fueron borrosos, pálpito perezoso entumecido, tiempo dado de sí como la goma de una braga vieja. Aparecieron gentes dispuestas a cumplir su agenda. Arrasaban mediante artilugios de silicona médica con la película protectora de tu subjetividad lacerada. Cada cual a lo suyo. Pim, pam. Efi-ciencia. Plastiquillos en las tetas. Shup. Shup. Bomba hidráulica de leche. El bebé estaba contigo y aun así estaba lejos, allá a lo lejos, lo veías mirarte con ojillos interrogantes, contrariados.

 

En casa fue todo algo mejor. Tu espacio empezó a funcionar como un cultivo, los renglones y las imágenes de los libros-invocación fermentaban y te llevaban consigo al interior de su embrujo. El bebé tenía unos contornos más claros que tus manos le iban poco a poco dibujando. Solos los dos, como las únicas dos criaturas con importancia en este mundo-culo. Piel. Piel. Piel. Calor, humanimalidad, contacto. Bebé calentito y dulce, mamá está aquí para ti y está contenta. Te deseo, bebé, solo quiero estar aquí, ahora y así, y estar/ser, contigo. Aviones de guerra nos sobrevuelan y violan el latido intemporal de tu primer puerperio. Los gritos llegan desde todos los rincones: periódicos, nuevas tecnologías, viejas tecnologías, personas ¿cercanas?, seres ¿queridos?… Mensajes en rostro humano o de cristal licuado que te hablan de muerte, de posesión, de acumulación, de lo inerte, de lo opaco. Mensajes de lo contrario que tú
representas. En el momento de vulnerabilidad más tierna es preciso defenderse de lo todo. Lo totalitario. Y qué hacer cuando te late la vida en el vientre en un mundo de vida acorralada.

 

Todo te escuece y da placer al mismo tiempo. Comienzas a ver las cosas claras pero no sabes bien qué hacer con ello. Comprendes que un día fuiste tan rasgadoramente hermosa y espeluznantemente vulnerable como Bebé pero a ti tus padres te entregaron a los charlatanes de la tribu. Que no te amaron cuando más digna de amor fuiste. Cuando eras solo amor, y nada más que amor pedías. Crees que vas a enloquecer de dolor que te expande, de tristeza eufórica. Tienes mucho que hacer, tienes que reescribir tu biografía desde el mero principio, desde el día en que tu propia madre fue al hospital a pedir que le sacaran al bebé porque ya era el día que le habían dicho que le tocaba.

 
Tienes que hacer un registro escrito y riguroso de todas las violencias que han ejercido contra ti. Qué hacer con tanta humanidad en las manos. Pareces ser la única que conoce el secreto. Te late el útero y lo sientes. ¿Les ocurre lo mismo a las demás? ¿Quién más sabe esto que sé yo ahora? ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo encontrar a otra que me acoja? Quiero leer todos los libros de poesía del mundo, rasgarlos, licuarlos, llenarlos de sangre y hacer un escuadrón de ministerios que eduquen a cien mil criaturas que funden una ciudad nueva desde la alegría la comunalidad la libido la piel la carne la flor el agua la luna, madre. La luna. Madre. Madre. Piel. Qué voy a hacer con las amenazas. Tendré que suicidarme si persisten. ¿Tendré que suicidar al bebé también, entonces? Soy un manantial de vida fresca y clara pero todo a mi alrededor acumula polvo y ratas.

 

—¿Qué te pasa, Carlos? Tienes mala cara. ¿Ha pasado algo malo en el trabajo?— Le mirabas sorbiendo el agua. (La lactancia da mucha sed.)
—Tampoco te costaría tanto tener la casa ordenada, ¿no? Vamos, que estás aquí todo el día…

En los ojos de tu compañero veías cómo el vaso cruzaba el aire a la velocidad de las guerras. Como una granada de mano, el vidrio estalló contra el armario y mil burbujas prismáticas florecieron en el aire por un instante, antes de caer al suelo como una lluvia de artillería.

— ¡Loca! ¿¡Que no te has dado cuenta que eres madre y le puedes hacer daño al bebé!?

El privilegio sumo es que tu perspectiva crezca engorde se hinche y ocupe tanto que llene una cultura entera, donde no quepa ningún relato más que aquel que cuenta lo que tu cuerpo vive.

Taxidermia y canibalismo

 

Vivimos tiempos de canibalismo burocratizado.

Nos estamos comiendo unos a otros la cara interna de los órganos del cuerpo. Roemos poco a poco la carne que está a la sombra y dejamos solo la cáscara vacía de lo que una vez fue un músculo, una nariz, un hígado. El latido de lo orgánico no es sino un efecto acústico y luminoso. La impresión de que la sangre corre se consigue con unas gráficas en 3D. Parecemos personas vivas, pero nuestra corporalidad tiene la consistencia de un lámpara de papel de globo.

Y a más vulnerabilidad, más ternura. Más tierno el bocado, quiero decir.

Nos negamos en nuestra esencia hasta vaciarnos por dentro, como se hace con los animales que se van a disecar. Nos lavamos químicamente el espacio que queda más allá del envés de la piel y aplicamos bórax, sales, alcoholes, para producir la asepsia. Una vez desvitalizados al máximo, procedemos a la taxidermia propiamente dicha. Nos rellenamos con el poliuretano, la escayola o la fibra de vidrio que nos harán parecernos a la única imagen asignada en que la culturanda (cultura+propaganda) nos permitirá ser visibles y aceptables en sociedad.

Ls niñs. Qué ls estamos haciendo. Rompemos vínculos primales sin conocer realmente las consecuencias de esto, vendemos, manipulamos, juzgamos, maltratamos, exponemos personitas como si fueran trofeos. Las adquirimos como complementos de moda para no resistirnos al mandato social (ahora que hay tanta información y vías de comunicación disponibles y podríamos construir juntas las resistencias). Y no solo queremos «tener un hijo» que nos complete socialmente como un outfit, sino que además es que «quiero algo mío», que para eso ha avanzado tanto la técnica. Espeluznante la falta de horizontes éticos de nuestra subjetividad clientista.

Ejercemos como mapadres desde lo antiautoritario, desde la reacción. Y sin embargo, nos comportamos de forma increíblemente autoritaria, pero en versión edulcorada, lo que es mucho más difícil de afrontar para las sufridas personas en formación que dependen de nosotres. Nuestra envolvente es más agresiva que la de los padres y madres autoritarios de antes. Antes quedaba la opción de rebelarse. ¿Qué les queda ahora?

Así es como estamos tratando a la infancia. Analícese qué opciones (de esa mentada elección personal por la que se supone que todo lo hacemos) existen para cada uno de los aspectos de la vida de ls niñs para poder crecer como seres autónomos, sanos, íntegros y capaces de desenvolverse más allá del espacio social mercado-

  • Te llevo hasta los siete años en carrito, para que no decidas cómo te mueves ni adónde. Desde que naciste, has pasado de hecho la mayor parte de tu tiempo de vida en el interior de artilugios (en diversas formas y calidades de plástico) concebidos para coartar tu movimiento en libertad y tu propio ritmo.
  • Te coloco pantallas delante para comer, para entretenerte, mientras te baño… para que no seas dueño/a de tu atención. Para que no molestes, en fin, para que no seas, para que no experimentes;  te vuelves un mero medio para que yo alcance mis objetivos de rendimiento identitario mapaterno (por ejemplo, que comas). Te convierto en una muñeca de trapo que puedo accionar cómodamente. Eres mi furby, mi tamagochi.
  • Te comparo con estándares externos y valoro el nivel de aceptabilidad de tu organismo y tu actuación. Desde tu peso al nacer hasta tus resultados académicos, día tras día, año tras año. Eres objeto de la comparación y el escrutinio constante. No-hay-escapatoria-ni-descanso.
  • Te expongo sin defensa posible al mercado y sus artimañas, en las tiendas, en las pantallas. Caes en las redes de la publicidad. Después, me hago el sacrificado cuando tengo que comprarte lo que tú quieres. (Obtengo placer oculto en verme como artífice de la satisfacción de tus caprichos).
  • Te pregunto diez millones de veces al día qué quieres. Ha de quedarte claro que aquí lo importante es la demanda, para que yo pueda performar como entidad a cargo de actualizar la oferta.
  • Te cargo con mis problemas emocionales, espero de ti que sepas gestionarlos. Estoy llena/o de culpa. Perdóname. Concédeme el perdón. De ti depende.
  • Te pido permiso para hablar con mis amigas o dedicarme a algo que no seas tú en un momento dado, ¡como si tú tuvieras que ponerme los límites a mí!
  • Te critico todo lo que puedo ante terceros, también delante de ti.
  • Tienes un programa constantemente repleto de actividades y jornadas llenas de desplazamientos. ¿Quedarnos en casa? ¿Quién querría eso? No te permito aburrirte, que para algo soy una buena mapadre.
  • No te expongo a materiales de la naturaleza ni herramientas básicas humanas, sino que te doy directamente alta tecnología, para que no entiendas nada, para que no sepas relacionarte con el mundo que te rodea si no es por mediación ajena.
  • Te hago vivir en un cuarto hasta arriba de objetos de plástico diseñados y fabricados por adultos que no conocemos, que no te conocen. No te dejo fluir con el espacio, crear, participar de la vida siendo su coautor/a.
  • Te impongo desde muy bebé horas de imágenes y narrativas audiovisuales que supongo que te gustan. No estudio los posibles efectos que la imposición de mundos fantaseados por adultos (que no son tu mundo) pueda tener en el desarrollo de tu propia imaginación y tu relación con tu entorno. No estudio los efectos políticos de la pasividad aprendida.
  • Asumo que como eres (leída como) una niña, tienes que ser sometida al programa socializador rosa. Dejo que cualquier persona, aunque no tengamos vínculo emocional con ella, te trate de forma que se refuerce el aprendizaje de tu único rol posible en sociedad: la princesa
  • Asumo que como eres (leído como) un niño, tienes que ser sometido al programa socializador azul/verde militar. Dejo que cualquier persona, aunque no tengamos vínculo emocional con ella, te trate de forma que se refuerce el aprendizaje de tu único rol posible en sociedad: el guerrero/líder sin escrúpulos
  • Asumo que mientras dure tu infancia, tus gustos quedan abarcados en el menú infantil de las franquicias y la miríada de objetos de dudosa catadura moral que ofrecen las jugueterías modernas con el fin de entretener y «educar».
  • Te jodo la salud (el equilibrio hormonal) a base de un derroche incesante de azúcar y procesados.

Y es que resulta que esto de ser mapadre iba de eso, de ser yo algo. Allá te las apañes tú, criatura, con el espacio que eso te deja.

Esencia de mujer, esencia del capital

Desde algunos discursos feministas, se acusa a otros de mostrarse «esencialistas» respecto a la identidad de las mujeres, de aferrarse a ella y no permitir que el género reviente convenientemente como le correspondería al feminismo en la fase avanzada (y mistificada) del movimiento que estamos viviendo ahora. Igual que cuando se acusa al feminismo de «moralista», hay que ver si el insulto se sostiene cuando lo miramos de cerca, y además seguir el dedo de quien acusa hasta llegar al brazo teórico que lo mueve, para ver qué intereses respalda en realidad ese acto de presunta difamación.

Los hombres y las mujeres son dos categorías artificiales, culturalmente construidas, sobre un continuo de realidades hormonales, genitales, corporales, psicológicas y socioafectivas que tienen más de caleidoscopio sexual (García Dauder) que de realidad naturalmente dicotómica. Separar la lectura social de las posibilidades de expresión de la sexualidad humana en tan solo dos opciones es una violencia, que responde a intereses socioeconómicos obsoletos y que debe ser sin duda contravenida. Desde este punto de vista, el objetivo del movimiento feminista entiendo que es, en consecuencia, la abolición del sistema sexo/género como agresión segregadora que sirve para legitimar la explotación de una de las dos categorías de lo binario (la posición social femenina) por parte de la masculina reinante, que queda a su vez sujeta por la estructura y es orientada por la pedagogía sistémica a fines de explotación, guerra, y dominio de los seres subsumidos.

Han sido ya varios los momentos del feminismo en que se han producido cismas entre teóricas y activistas que querían priorizar lo urgente y quienes consideraban más útil dedicarse a lo importante (en términos de Sendón de León). Visto así, es fácil encontrar las dicotomías clásicas como igualdad/diferencia o abolicionismo/regulacionismo (aparte de forzadas y falaces en ocasiones) como un continuo de luchas en que cada estrategia política se orienta, o bien a resolver el problema de forma inmediata, o a contribuir a más largo plazo con vistas al objetivo final. Ambas posturas deberían poder dialogar si la actitud vital de base es la misma.

Por otro lado, la cuestión de las identidades. Debemos siempre sospechar de ese concepto (que lo carga el diablo) y pensar si somos «algo» como «identidad de salida», en origen, como cualidad inmanente de nuestra sustancia, o si cuando abanderamos la identidad de «mujer» lo hacemos como «identidad de llegada», es decir, como aquella forma en que somos entendidas. Identidad que no reside a nivel de las letras que forman el texto que somos (y que no es idéntico sino a sí mismo y por tanto carece de relaciones de identidad) sino en la forma en que las estructuras sociales permiten leernos, en los usos interpretativos del entorno. O sea: si muchas de las que tenemos úteros hacemos activismo desde un «mujeres» porque así nos clasifican en sociedad, y a sabiendas de las limitaciones del término, no es porque representemos una cualidad esencial del mismo ni porque este se acabe en nosotras, sino porque la palabra nos permite otorgarle valor colectivo y político a nuestra problemática común. Porque sin él somos masa informe y desagregada.

Es una lucha urgente la del activismo trans por la plena habitabilidad de la vida de las personas que transitan entre géneros. Las discriminaciones y opresión contra la gente trans deben ser, además, desafiadas desde el feminismo, como movimiento que aboga por la alegría de la diversidad frente al fascismo del Uno poderoso y fagocitador.

Sin embargo, aparte de la riqueza que aporta el enfoque transfeminista a la batalla por la diversidad de cuerpos, narrativas y realidades, no debe perderse de vista el enfoque de género para leer la cultura, las famosas gafas moradas de que el feminismo nos proveyó en otras etapas. Avancemos integrando, diría, no quemando los campos al pasar.

Las vulvas, los úteros, los ciclos menstruales, los embarazos, los partos… suceden en cuerpos vulnerabilizados y muy frecuentemente vulnerados por la cultura misógina y sus mercenarios. De ahí que el significante «mujer» deba, sin duda, cuestionarse por todas partes y criticarse desde todas las perspectivas (aunque sin ir demasiado rápido y asumiendo que todavía tiene el valor político de generar identificación y potencial de lucha, véase sino el 8M). Sin embargo, hay una trampa: poner en solfa el término «mujer» y su extensión no es razón para silenciar, de nuevo, cuerpos vulnerables y sus realidades. Vincular, sumar, crecer por las dimensiones de lo trans no puede significar invisibilizar coños ni escatimar maternidades.

Un espacio transfeminista no puede vetar la ginecología autogestiva en nombre de querer evitar un supuesto «esencialismo», porque eso es (re)silenciar coños. Y la liberación no puede ser a cara o cruz, o tú o yo (y gano yo), la liberación tenemos que inventarla juntas para una nueva realidad que nos acoja, por fin, a todas.

Es cínico acusar a las enfermas de endometriosis de transfóbicas por reproducir la idea de «mujer» en sus discursos porque si no se hace, queda borrado (otra vez) el sesgo de género de la medicina patriarcal, que el feminismo ha evidenciado y que es la razón por la que esas personas sufren, y luchan.

No se nos puede obligar a hablar de «persona embarazada» en lugar de «mujer» porque sin el entramado de violencias misóginas que impregna la sociedad no se puede entender la violencia obstétrica y perinatal, y por tanto nos dejaría (de nuevo) indefensas .

Los úteros en su dimensión carnal y simbólica son expoliados económica y culturalmente por sistema. La lógica económica depredadora que habitamos basa su éxito en naturalizar la gratuidad de la reproducción social. Por ello desvaloriza simbólicamente a sus responsables (lo que previamente ha construido como posición social femenina) para perpetuar el engranaje de la dominación. Y es que esos úteros cuyo peso político revindicamos resultan venir in-corporados en personas. Y estas personas a veces conciben, gestan y paren. Y cuando lo hacen, llegan al mundo otras personas, que dependen física y psíquicamente del cuerpo, la presencia y el cuidado de quienes las parieron. (Lo cual se me podrá discutir con meras opiniones, pero no hay evidencia de que las personas nacidas puedan desarrollarse plenamente saludables psíquicamente si se resquebraja el vínculo con el cuerpo del que provienen; de hecho, véanse a Leboyer, Odent, Olza, etc. para estudios que muestran lo contrario.)

No conozco a ninguna feminista que esté contenta con el papel que le ha reservado el patriarcado en ninguna de sus fases. Todas cuestionan, en mayor o menor profundidad, las construcciones sociales en torno al género que dilapidan las posibilidades de una vida completa, apacible y en salud psicosocial para todo el mundo. No abogan por ninguna «esencia de mujer». Tampoco conozco (yo) a feministas que no acepten la realidad de que hay mujeres con pene, con testículos, con traje de masculinidad, sin útero, sin vulva, sin menstruación, sin vivencia social de la feminidad, etc.

Conviene no olvidar que puesto que todas las personas somos nacidas de mujer, la «madre», más allá de la impronta, el vínculo y el cuidado primal, comprende una dimensión psicológica que tiene que ver con el arraigo, con la pertenencia al cuerpo del que venimos y, por extensión, al grupo humano que nos acoge. La leída-como-madre (potencial)/persona con útero/mujer representa, por tanto, valores contrarios al capital en esta su fase apocalíptica. El neoliberalismo nos separa, nos desterritorializa, nos desarraiga. Defender a la madre entrañal es una postura política que desafía la lógica disgregadora de cuerpos de los señores capitalistas a cuyo son, querides, estamos todes bailando. Y cuyos intereses se nos cuelan en los discursos sin darnos cuenta.

Por eso, porque la maternidad es socialmente asociada con la identidad (de llegada) «mujer», porque debemos tejer nuevos lenguajes pero siendo siempre responsables y conocedoras de los efectos performativos y perlocutivos reales (no los soñados) que generamos con ellos en la interacción, porque reinventar el género (lo urgente) no debe impedirnos desafiarlo (lo importante), ni recrearlo debe hacernos olvidar lo que conocemos sobre su funcionamiento letal, creo que debemos dejar de usar el «esencialismo» como insulto entre feministas. De entrada porque qué narices es eso, y porque a quién resulta que estamos haciéndole el juego, si borramos los úteros; si en nombre de la igualdad y la libertad tenemos la suma desfachatez de alquilarlos, y poner nada menos que a personas pequeñitas a la venta por catálogo.

Un norte global hirviendo de capitalismo cognitivo. Universidades produciendo sofisticados discursos sobre géneros licuados. Identidades que se sectorializan y exigen respeto a la individualidad abanderada. El cuerpo es un arcaísmo esencialista. Mientras, un sur global que revienta en cuerpos sin nombre alimentando la parte trasera de la máquina. Carne a la venta, seleccionada en exclusiva para usted, lista para ser importada cuando su deseo se pose sobre ella.

Vivan les trans. Vivan los úteros. Viva el uso político de la palabra «mujeres» cuando nos sirva para revelarnos. Basta ya de dominio, de confundirnos, de discurso vacíos que adormecen, de explotación.

#HaciaLaHuelgaFeminista en con/senso

‘Consenso’ viene del latìn COM (común, compañía, juntås) en adición a SENSO, que significa ‘sentido’. ‘Sentido’, a su vez, puede querer decir tres cosas: (1) «emoción, sensación, lo que se siente» (como en me he sentido muy bien al oírte);  (2) «hacia dónde se va» (la caravana iba en sentido contrario a las demás) y (3) «significado, concepto» (no comprendo el sentido de este texto). El  ‘consenso’ sería, entonces, (1) la emoción que se vive colectivamente, que palpita en muchas personas a la vez; (2) la dirección que lleva un grupo en su caminar; (3) el valor que un conjunto de hablantes le da a algo.

La huelga para el 8M que el movimiento feminista está organizando en el estado español nace desde lo sentido en común, o el con/senso, por estas tres mismas razones:

  • Desde una mayor o menor fluidez en la articulación de lo que sucede, por qué sucede y cómo desafiarlo, desde diferentes edades, procedencias, bagajes socioeconómicos, géneros, etc., el clamor de la gente en contra de la injusticia y la violencia por razón de género está creciendo. Hay una emoción compartida, un deseo colectivo de vida en paz y comunidad que ruge desde las entrañas del sistema y que se hace cada vez más audible de piel afuera.
  • Las cuerpas vulnerables escribimos cascadas de textos; hacemos activismo de muchas formas diferentes, en muchos espacios y desde lugares diversos; nos la jugamos cada día, a cada paso, tratando de hacer las cosas de maneras conscientemente políticas que planten cara a la opresiva normalidad imperante. Todas vamos en la misma dirección: rasgar el silencio letal que el androcentrismo impone a las experiencias que vivimos, a nuestras necesidades y exigencias de descolonizar la vida y el mundo. Queremos desafiar la narrativa en que solo la vida del Sujeto Mayoritario blanco, varón, burgués y adulto merece ser sostenida y su voz la única legitimada. Queremos un sistema que asegure las condiciones materiales y discursivas para que todas las vidas/ las vidas de todås merezcan la alegría ser vividas.
  • Estamos resignificando el concepto tradicional androcéntrico de huelga obrera. Lo okupamos y lo transformamos a la medida de nuestras opresiones. La huelga del 8M se articula muy conscientemente en los cuatro ejes estudios/laboral/cuidados/consumo para que desde las intersecciones pluriversales que habitamos se pueda afrontar la jornada como un empoderamiento colectivo y una reivindicación de los aportes de las mujeres a la vida de cada día, que son silenciados, invisibilizados, ensordecidos por el poder y el culturo hegemónicos. El sentido reapropiado de «huelga» en feminista está en proceso abierto de elaboración colectiva, no es un producto terminado ni preteorizado (mucho menos partidista) sino un poema político, un texto colectivo buscándole los tres pies a la realidad, un solo pálpito percutiendo en muchas cajas torácicas, aunque aún no hayamos dado con las palabras falologocéntricamente correctas para expresarlo.

 

No obstante, no todås estamos cuidando este precioso y admirable con/senso, esta criatura de todås. Hay reacciones, hay disenso en ¿propias filas?. Hay, por ejemplo, colectivos que reclaman que las mujeres del logo no encarnen valores culturales o subjetividades propias de cada una. Es cierto que la estilización de la imagen no hace justicia a todas las intersecciones desde las que luchamos, pero no es menos verdadero que su valor icónico es claro en tres sentidos: mujeres (melenas largas)/ variadas (peinados distintos)/ unidas (brazos enganchados).

Personalmente, no encuentro necesario que en una imagen que debe ser simple para poder reproducirla mucho y en muchos espacios quede reflejada explícitamente toda esa variedad nuestra, que ya digo que está apuntada simbólicamente. En cuanto a colectivos que reclaman no haber sido invitados a la organización estatal, deberíamos quizás repensar la inclusividad como algo que se ejerce, no algo de lo que se es sujeta paciente.

La organización de la huelga es desde el principio un proceso abierto a la que una, con o sin grupo previo, se une si quiere y se pone a currar y punto. Personalmente, me parece más honesta esta apertura generalizada que la búsqueda intencionada de colectivos equis o hache para marcar casillas de currículo interseccional. Así y todo, es muy positivo que se expresen críticas desde muchos puntos a los mensajes sociales que la huelga envía, y deben ser escuchadas para que la transformación, por amasarse desde más manos, dé frutos que nos satisfagan a más personas en más sitios.

Pero también se han escrito críticas que no son tan deseables y que, a mi modo de ver, no han sido escritas desde la honestidad y el compromiso con el interés colectivo como para merecer ser tenidas en cuenta. Me estoy refiriendo al uso que Lidia Falcón le ha dado a su columna en Público esta semana y al patriarcalísimo artículo con que nos ha azotado laHaine, de Rubén González, como ejemplo de disensos destructores desde ¿dentro?

Las invitaciones a construir la huelga desde un año antes, desde abajo, desde todas, son un hecho que compromete a quienes no habiéndose involucrado en ningún punto de este camino pretenden ahora derrumbar lo sudado por otras frentes. ¿Por qué el Partido Feminista no ha estado ahí en los cimientos, creando huelga?, le preguntaría a Falcón.

El artículo de esta histórica feminista abunda en desinformación y datos falsos. No es verdad que el Paro Internacional venga de EEUU. Tampoco ha sido solamente iniciado por Argentina, sino también por Polonia. Respecto a que afirme que la huelga en el estado español es precipitada, cuando ya digo que lleva un año gestándose, no sé si considerarlo erróneo o directamente malévolo. El texto abunda en paternalismos, insultos sin base que logran el efecto de invisibilizar el ingente trabajo que se ha realizado entre muchas para poner en marcha la acción: la huelga no se ha analizado y ponderado lo suficiente; hay que utilizar el arma de la huelga con racionalidad y sensatez; hay que saber que la huelga exige unos trámites administrativos y laborales; es imprescindible que aquellos grupos feministas que han lanzado la huelga de 24 horas conozcan los requisitos legales, etc. 

A Falcón le molesta que el Manifiesto se haya escrito entre muchas y sin partidos, y desde un tremendo anacoluto, así lo expresa: «el manifiesto que se ha difundido, producto al parecer del consenso entre muchos grupos feministas, peca de impreciso, con más literatura que exposición y análisis como hace el de Izquierda Unida, cuya trayectoria de lucha y veteranía adquirida durante tantos años y tanto sufrimiento se demuestra en los datos que maneja, el análisis materialista de la situación de la mujer y la exigencia de lograr respuestas y programas de actuación concretos, de acuerdo con la vieja máxima leninista de realizar el análisis concreto de la realidad concreta«. Si a la autora de este artículo le importa el movimiento feminista español en su amplitud y no lo identifica con una sola persona, la propia, debería justificar y argumanter lo afirmado largamente, con citas y referencias a ambos textos. De otra manera, estaría únicamente haciendo ruido, voceando que el manifiesto colectivo no vale porque no lo ha hecho ella.

Las acusaciones van creciendo en gravedad según avanza el artículo: «Porque sin situarnos en la realidad española de hoy, sin conocer las condiciones materiales en que viven, o sobreviven las mujeres, no podemos difundir consignas de luchas irrealizables que o no se cumplirán, con el desprestigio de quienes tan irresponsablemente las lanzaron, o causarán problemas y decepciones que alejarán a la mayoría femenina del Movimiento Feminista». Lidia Falcón, ¿cientos de mujeres feministas de calle, de academia, de la prensa y de los partidos, locales y migradas, jóvenes y mayores no conocemos la realidad española de hoy?

Me parece innecesario seguir abundando en la evidencia de la mala actitud de Falcón frente a las demás feministas españolas: su falta de creatividad a la hora de interpretar la huelga de cuidados, su desconfianza incondicional de los varones (de los que sin embargo según ella hemos de depender, vía todos los sindicatos para legitimarnos en nuestra convocatoria de huelga de un día), su alarmismo, su distanciamiento rabioso.

Todas tenemos opiniones formadas a nivel individual sobre asuntos que atañen al feminismo, sin embargo no podemos emprender luchas sociales si pretendemos que sean proyecciones de nuestra mentalidad personal en todos sus detalles. Lidia Falcón debería haber comprendido que hay momentos y espacios para el avance y la expresión individuales y otros en que el camino personal ha de hacerse a un lado para permitir que lo colectivo, que es mucho más pesado de mover, pueda dar un paso hacia adelante. Lidia Falcón debería haber puesto su columna a disposición de la plataforma estatal de organización de la huelga, en lugar de abofetearnos desde la ira por que no se estén haciendo las cosas desde la óptica que ella misma representa.

El artículo de Rubén González le remata a una la sensibilidad ya atropellada por el embate de Falcón. De entrada, ¿acaso este hombre no ha comprendido nada? ¿No sabe de patriarcado, de androcentrismo, de opresión cultural de las mujeres? ¿No ve que lo que su papel en esta historia es c:a:l:l:a:r:s:e, hacerse a un lado, dejar el espacio para que otras voces puedan ser escuchadas?

El texto abunda en demagogia. ¿Quiénes son «las feministas», Rubén, y por qué dices que están en contra del trabajo de sus propias comisiones? No se entiende. ¿Tus madres, abuelas, comparadas y camaradas son tu rebaño, Rubén, acuden a las manifestaciones a tu mandato? En cuanto al resto del artículo, si se desenmaraña con dolor el entramado dialéctico plagado de sofismas y silogismos postizos, se llega a algo así como a una acusación confusa de entre podemitismo y apropiación del feminismo por parte de las mujeres (!).

Si tu reclamación, si lo único que sacas en claro de todo esto es tu derecho a declararte feminista y a ser protagonista de esta lucha, entonces eres tan patriarcal, González, como el que la odia, y de hecho eres un enemigo peor, porque estás infiltrado en nuestras filas. Cállate, hazte a un lado, que nos haces perder el tiempo, y ponte a pensar ¿desde cuándo hay que invitar al patrón a la huelga para legitimarla?

Privilegios de saliva y aire

Días de activismos planetarios, días de brazos cogidos, unas de otras, formando un muro humano contra la barbarie del macho dominador ampliada hasta el extremo a través de un capitalismo exterminador e impune. Días, entonces, de revisarselosprivis y acercarse a las compañeras hilando honesta y responsablemente desde la posición de una.

Cuáles son entonces las características que mi discurso y prácticas arrastran que pueden ser agresivas en detrimento de las demás cuerpas vulnerables. Ya erigió un examen de conciencia sincero y sólido la necesaria Coral Herrera en su blog, que sin embargo me dejó pensando si el uso de derechos y privilegios como expresiones sinónimas no estaba confundiendo algo el asunto.

A mí modo de ver, los derechos son todos aquellos factores de la realidad social que son susceptibles de ser suprimidos a través del poder y/o de la violencia y que hacen posible el bienestar social de los seres. Es deseable que los derechos se garanticen para todas las criaturas.

Sin embargo, los privilegios son un ejercicio cultural asentado de violencia sistemática en lo simbólico por el que unos seres oprimen, expolian o silencian a otros. Obviamente, no es deseable que sean para todo el mundo, y de hecho su extensión infinita provocaría la barbarie máxima.

Los derechos conllevan obligaciones, la primera de ellas, la de ser mantenidos con esfuerzo, consenso y ecuanimidad social. Los privilegios, por su parte, son la no-obligación por antonomasia, la transferencia de las obligaciones propias a las espaldas de quien queda virtualmente oprimidå en el acto de imposición de poder que el privilegio requiere para surgir efecto. Los derechos son muchos hombros arrimados, los privilegios son un puño reventando un labio en sangre.

Considero que una vida sin violencia, la educación y el acceso al conocimiento y práctica sanitarias no son privilegios sino derechos humanos básicos. No se ejerce violencia sobre otra persona ni se la expolia por vivir en un entorno más pacífico que ella. (Pese que a nivel del sistema económico la pazguerra consumista del norte global se nutra del expolio violento de natura y vidas en el sur del mundo). Otra cosa es que algunos derechos desigualmente repartidos puedan ser utilizados contra alguien y convertirse así en privilegios. Por ejemplo, si una está muy leída y formada y usa esta ventaja contra la compañera que no lo está, en lugar de buscar un espacio de comunicación asequible para ambas, está creando un privilegio maligno de una situación que a priori no tiene por qué serlo.

¿Cómo se construyen los privilegios? Diréis que lo soluciono todo hablando de lengua, pero, para mí, son como el elefante inmenso atado al poste con una cadenita de plata. La montaña de músculo y pesado hueso no levanta la pata para arrancar su leve atadura porque no entra en su cabeza que pueda hacerlo. Suena crudo, pero si millones de personas se juegan la dignidad y los jurdeles metiendo en las urnas listas con nombres de ladronas, si consienten en someterse a un poder prepolítico, de casta señorial, es porque no saben que no hace falta que un señorito la posea para que el terruño reproduzca la simiente. Creen que están arando la hacienda, pero no, lo que están arando es la tierra. Las gallinas sin corral también ponen huevos. Las diferencias en el discurso son diferencias en la realidad.

El privilegio es primeramente palabra: una masa de vibración, aire y saliva, una voluta de cerebro que se arrastra por el espacio neumático entre la piel privada del cuerpo y la piel común de la cultura compartida. Los privilegios se construyen en la comunicación, en las relaciones, tienen mucho de lingüístico y performativo, y son un cáncer que tenemos el deber moral de desafiar con nuestras actuaciones del día.

Hace poco una compañera asistía a una entrevista de trabajo en que un subdirector del centro la amenazaba con que en caso de no cumplir con unos objetivos trimestrales, iba a ser inmediatamente despedida del puesto. Ella es nueva en el país y no sabe que la legislación laboral de la región no permitiría tal cosa; además, al no no conocer el entorno tampoco sabe que ese hombre tiene problemas de megalomanía y la empresa está descontenta con su actitud y tratando de deshacerse de él. El tipejo no tiene prácticamente poder alguno, pero se marcó tal órdago que generó el inmediato efecto del acogotamiento total en mi amiga, arrastrada por el mango de un bastón invisible a la posición de elemento inferior en una relación desigual binaria que quedaba instituida con la pronunciación de la frase.

El privilegio se crea y mantiene en las interacciones, crece si no se lo mira de frente como un maguito de Oz y estalla en todas direcciones, sórdido globo de agua, cuando se aplica una punta de alfiler sobre cualquier punto de su superficie. Se concreta en las siguientes praxis, entre otras muchas:

Privilegio de elegir las formas, condiciones y tiempos de la comunicación y, si es posible, alojarla en terreno propio

¿Nunca has oído a un familiar enojado exclamar: ir yo a verla, pero estás loca, ¡que venga ella!? Es uno de los privis favoritos del entorno familiar, pero se ve también en entrevistas en la oficina del jefe, en general cuando una es convocada a una reunión a un lugar y en un sitio concretos; cuando esx amante no coge el teléfono y solo es ellx quien se pone en contacto, etc.

Privilegio de no dar explicaciones, de no asumir responsabilidad sobre lo dicho o hecho

A nivel masivo se ve en la clase política que roba y nunca devuelve y el empresariado que usurpa la naturaleza y las vidas con total impunidad. Pero también en el día a día, con las violencias cotidianas de criantes a hijås, por ejemplo: cuando seas padre, comerás huevos…

Se ve también en jefes y encargados que no tiemblan al informar de que no han hecho algo que debían hacer, y que te perjudica. Es lo coloquialmente conocido como la caradura.

Privilegio de ser cuidadå pero no cuidar a la otra persona

En una organización antropológica residual que todavía está vigente se ve a madres, esposas, hermanas, sirvientas… ocupadas en el bienestar material y afectivo de los machos de la especie, mientras estos no consideran que los cuidados deban ser naturalmente recíprocos.

Privilegio de imponer el punto de vista propio como el único válido y que la maniobra quede incontestada

Las explicaciones son cosas de la chiquillería, las mujeres, lås empleadås. Que si yo quería, pensaba o creía. Que si tengo la regla. Que si hoy estoy así o asá. Nunca he oído a mi padre tratar de explicar cómo se siente, porque lo que él siente, cómo su cuerpo privilegiado vivencia el momento, es lo que va a marcar la pauta para todås los demás. ¿Que desafías su autoridad? ¡Diantre de niño! Caprichoso, puta, pedante, flipao, loca.

Privilegio de no ver la necesidad ni la integridad ajenas, de cosificar o despedazar a otras personas

Aquí entra la utilización colonialista en la cultura de las voces que no han sido incorporadas desde su subjetividad propia; la apropiación cultural; las generalizaciones; el egoísmo patológico… qué me estás contando; es tu problema, no el mío; no me importa cómo lo hagas, pero lo necesito para mañana.

Para ejercer privilegios hay que privar a otras personas de lo que les corresponde. Por ello son la causa infravalorada de la desigualdad social. Seguiremos tricotando sobre esto, de momento, creo que es urgente que dejemos de usar la palabra inocentemente como en «tengo el privilegio de estar aquí esta noche…» para decir «el honor» (o «es un regalo estar aquí con vosotras», como diría la socia).

La violencia del privilegio se ve en las violencias coloniales del eje global norte-sur. ¿Por qué no puede Europa tratar humanamente a la gente refugiada, a las criaturas refugiadas? Porque sería un cuestionar el privilegio y su identidad, esencialmente colonial y sangrienta, quedaría en entredicho.

Violencia del privilegio construido es la que se ejerce en el eje binario hombre-mujer. ¿Por qué tantos varones razonables no se suben al carro de criticar la estructura de género? Porque les da miedo perder los privilegios del trono que esta cultura les reserva, reyezuelos de la creación. Por eso muchos admiten ya la diversidad sexual (su derecho a amar a otros hombres), el acceso de las mujeres al empleo y el sueldo, (se deshacen de la responsabilidad de traer el sueldo alimenticio a casa), nuestra irrupción en puestos de responsabilidad (pues las que llegan hacen bonito-igualitario y son mujeres que no subvierten el orden patriarcal vigente)… y así se nos dejan caer otros derechos que mantienen inalterada la lógica del privilegio sobre la que están bailando los machos de la especie.

El secuestro de la función nutricia

Nos han robado la alimentación. Nos han separado de la fuente de vida. Nos han dejado huérfanås de lo que nos nutría para vivir. Éramos seres, éramos naturaleza, equilibrio, pero nos han escatimado el contacto energizante con nuestra sustancia, con la matriz… con la madre.

Comíamos lo que palpitaba, en lo que fluía la vida, lo que nutría. Para seguir latiendo, para vivir. Pero la industrialización furibunda normaliza el secuestro de la función nutricia en cada acto de consumo de no-comida que tan panchas realizamos a diario. Silenciamos el latido que bombea salud, que conecta con el entorno y con el resto de seres, que pide abastecimiento desde lo vivo: leche humana, comida hecha con manos y con calor, alimento orgánico, ecología alimentaria. De pan de masa madre en horno de leña a pan de molde impregnado en conservantes en bolsa de plástico. Nos dan muerte por vida.

En lugar de agua, nos han hecho creer que debemos beber mezclas infames de líquidos con glucosa y otros venenos químicos, que quitan la salud, que impiden el equilibrio. En lugar de legumbres, verduras, pescados, etc., nos han hecho creer que es deseable comer procesados industriales de carnes y azúcares, hormonas sintética untadas de aceite de palma y envueltas en plástico.

Es juego sucio que las leyes permitan hacer campañas en que se asocie alimentarse de lo muerto, lo inerte, lo artificial con imágenes de éxito social para que nuestros espíritus en desamparo se identifiquen y muerdan el anzuelo del consumismo inconsciente y debilitador. Es desolador que la infancia crezca con plástico en la boca todo el tiempo, a través del que se les meten  mezclas cuestionables cocinadas masivamente y calentadas con ondas electromagnéticas.

En nombre no sé de qué liberación de nuestro tiempo, nos escatimamos la ecología de las cocinas, donde la reproducción de la vida se produce con la lógica cíclica del bienestar, el aprovechamiento. Ya no cocinamos lo que hay en la zona y en la temporada sino lo que (nos dice la moda y la publicidad que) queremos. Nos parece normal que el desayuno salga de envases y no de la tierra, del fuego, de las manos. (¿Conoces aún casas donde en la comida más importante del día se coma vitalidad, y no producto desnaturalizado?)

Con la función nutricia, antes consolidada psicológicamente en el mito de la madre, nos la han robado también a ella. Indudablemente, era necesario arrancar el destino de las mujeres del hierro dicotómico de la virgen/puta. O madresposa o fulana. Sin embargo, no es que «nos liberásemos» de los hogares, como las feministas de la emancipación preconizaban, es que nos han secuestrado el conocimiento ecológico y lógico de lo que mantenernos vivas y sanas significa. Toda criatura humana debe saber procurarse bienestar físico y psíquico, a sí misma y a sus congéneres, para vivir una vida que merezca ser vivida.

Se va claramente en la moda de las malas madres, una peligrosa narrativa en que se acalla la crítica a través de la demanda de «no producir culpabilidad» en las madres individuales. ¿Un reclamo humanista de autocuidado y liberación? No, nunca es feminismo real aquello que «beneficia» a las mujeres pero perjudica a seres aún más vulnerabilizados que ellas. No hacer sentir culpable a las madres se está usando como eufemismo para «descargar la responsabilidad de ls consumidors acrítics».

Se les está dando mucho azúcar a las criaturas, diariamente, se les está dando veneno. Es fácil comprar envases de colores llamativos y sabores saturados que suelen «gustar». Pero es que si lo haces sin pensar, estás obligando a la infancia a acatar los dictados de una industria que-no-tiene-límites-en-sus-constantes-agresiones-a-la-vida. No, los gobiernos tampoco nos protegen. Ni los medios. Aun así, la información está ahí para quien la busque. Se está apagando la vida en el planeta a causa de la acumulación del poder capitalista en manos irresponsables.

Quienes deciden se han propuesto desalimentarnos desde la cuna hasta la tumba. Quieren que comamos su basura. Y la comemos con gusto, de momento. Hacer pan en casa (o comprárselo a alguien, en la cocina que no se meta quien no guste) es un acto verdaderamente revolucionario en estos tiempos.

Es el momento de darle más espacio en nuestras vidas a la autogestión y soberanía alimentaria, revalorizando la leche humana y protegiendo el consumo crítico, ecológico, de proximidad, sin envases, sin químicos, sin conservantes, sin transporte, sin muerte. Trabajar por la salud del cuerpo físico y social es una revolución, está en marcha, y no hay más opción que unirse a ella. O eso o seguir enfermando a nuestros cuerpos, nuestras crías y nuestro maltrecho ecosistema.  O  nutrición crítica desindustralizada y feminista o barbarie.

La coraza y el corsé

A veces me hincho y se diría que me voy a desbordar, bien por el tetamen, bien por la vejiga, así que necesito hacer uso de los baños de los optimistamente llamados «centros comerciales» (aunque yo no sería tan amable en su denominación). Cuando me toca acudir a uno de estos templos modernos del sacrificio personal, —que no sé muy bien con qué fenómeno de modelos civilizatorios anteriores podrían formar analogía, la verdad—, me siento a observar, e imágenes clarividentes sobre el género acuden a borbotones a mí.

El género es una mentalidad que concretamos y multiplicamos a través de las actitudes, las relaciones y el consumo. La realidad es que no creemos en él (si nos ponen delante el desglose contractual de lo que implica ser mujer u hombre en esta sociedad no lo firmamos ni de broma), sino que lo reproducimos y perpetuamos por dos razones inconscientes:

  • Porque creemos que la gente de alrededor (de quienes esperamos y necesitamos amor y reconocimiento) así lo espera
  • Porque tememos que si no asumimos los mandatos de nuestro género se nos castigue de la misma forma que nosotrås mismås sancionamos a quienes osan no rendirle tributo al suyo (esas críticas, esos cotilleos, esas mofas, esos motes).

 

Pero qué es el género

No me siento satisfecha con la expresión roles de género o estereotipos de género. Me parecen demasiado suaves. El rol parece que puede una tomarlo y dejarlo, que sea un papel, una actuación limitada, acotada en el espacio y el tiempo. Por su parte, el estereotipo se entiende como una tontería, algo que una cree sin haberlo investigado previamente y que por tanto es erróneo, pero como si no fuese especialmente importante, como una minucia inocente, como una tortilla de patata, una boina francesa o un chiste de Lepe, ¿me explico?

Pero no. El género es una violencia estructural horrenda de dimensiones ingentes que inflige una devastación incalculable sobre las personas. En nuestros cuerpecitos tiernos se imponen a hierro los modelos de socialización separados por sexo, y no podemos escapar de ellos si no es con un gran sacrificio y asumiendo un salto mortal a lo desconocido.

Nuestras psiques no son misterios insondables (gran mentira patriarcal): son, si queréis, equipos informáticos en los que se instalan sistemas operativos específicos de los que no se puede luego escapar, porque incluso para desinstalarlos, tienes que vértelas con ellos. Son La Forma en que el equipo funciona, el código en que se expresa. Si te ponen el Windows 98, todo lo haces a través del Windows 98, piensas, ves, comprendes lo que sientes a través del Windows 98, y no podrás soñar con llegar a funcionar con el XP y dejar de ser lastrada por un sistema operativo tan antiguo porque la cultura en la que vives silencia, acalla otras formas de operar como si no existieran o no fueran siquiera posibles. (Joder, se nota que no he vuelto a hablar ni a pensar en sistemas operativos desde que tuve clases de informática en la escuela. ¿Qué venía después del XP?)

La división en géneros fue una construcción antropológica que ha perdido su razón de ser en la vida moderna; es, por tanto, un esfuerzo residual que no genera bienestar, no es práctico y no hace sino contradecir las necesidades que, como especie, tenemos en este momento de la historia.  Pero hay personas que se benefician de la seguridad que les presta lo previsible del sistema, y se aferran a él temerosas de cuestionarlo. Mientras gente que (crea que) salga beneficiada con el patriarcado siga teniendo poder, habrá que seguir dando batalla para ponerlo en solfa.

Hay algunas instituciones culturales especialmente esforzadas en la construcción de los géneros-que-son-violencia-y-son-fascismo-casposo. Suelen pasar por normales pero a estas alturas deberíamos tenerlas ya bien caladas y boicotearlas sin descanso. Por ejemplo, las revistas «del corazón», ¿tienen alguna otra función, aparte de crear con agresividad modelos unívocos para hombres y mujeres, castigar «impertinencias» y rendirle tributo al poder —puro mandato conservador de género en papel glossy—?  Otros serían los colegios católicos, segregados o no; el fútbol comercial y toda la exageración performativa que despliega; las bodas; las iglesias; las jugueterías rosiazules; las peluquerías; la publicidad y las tiendas de ropa; las películas de Hollywood, etc. Por lo demás, hacemos género a cada paso, en cada acción, actitud, relación y acto de consumo, lo que tiene su reverso esperanzador: podemos en efecto des-hacer género a cada paso también.

Allí sentada en un puff enorme bajo la escalera mecánica del centro comercial, visualizo esos roles, modelos, trajes de género como si fueran herrajes impuestos a fuego en la fragua humeante de la máquina patriarconeoliberal. Para los hombres: coraza, espada y plataforma. Para las mujeres: corsé, jaula-espejo y escoba. Piénsese además que ya la división hombre/mujer en sí misma es un acero lingüístico que no está permitiendo imaginar variaciones, indefinición, la libertad de expresarse como unå quiera que sea.

 

La coraza y el corsé

La violenta cultura patriarcal hiere la carne blandita de los niños con los siguientes mandatos:

1. La coraza: Represión de las emociones y de la empatía con otros seres y entornos. El latido queda cubierto, sustituido por hierro valdío. Se esculpe así el dios, el héroe, el falo dirigente que no muestra debilidad ni preocupación por el cuidado de la vida, pese a que este lo sostenga. Se eliminan el cuerpo y sus trabajos, las tripas, la conexión libidinal, el espítitu: solo queda una supuesta racionalidad desde la que debe juzgarse todo y un interés que debe mover el mundo y todas las acciones. Control, fuerza, límite, frontera, separación, son sus insignias.

2. La espada: ¿Y qué emprende en su tiempo libre ese ser descorazonado? Acciones encaminadas a mostrar violencia y vigor, a rondar una muerte-muerte en potencia. Una muerte que no es el reverso de la vida, no es cíclica, no es natural. Es una muerte que sirve a un poder, es un sacrificio al falo. Por eso la sangre que brota de las heridas de muerte puede y debe ser mostrada en todas las pantallas pero la sangre-vida de la mentruación debe ocultarse. La espada es asisimo apropiación, extracción, expolio, beneficio.

3.La plataforma: Todo lo anterior ofrece al hombre El Poder de disponer de los cuerpos subordinados (criaturas, mujeres, gente racializada, etc.) y la naturaleza. Aquí estarían los actos directivos, la imposibilidad de cuestionarse a través del diálogo sincero y genuino con otrås y la costumbre de dar órdenes, de explicarle al resto cómo son las cosas, de mandar, de ser obedecido. Lo que se ha dado en llamar caballerosidad y protección no son sino la prerrogativa mafiosa de decidir quién mantendrá su integridad y cómo. De El Poder viene El Privilegio, el de no tener que encargarse, por ejemplo, y de ahí la inacción, la vaguería de muchos.

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Esta cultura de la violencia y la desigualdad se ensaña particularmente con la vida de las niñas, género que se construye como subordinado al anterior, a través de:

1. El corsé, como imagen personal totalmente intervenida y alejada de lo natural y lo cómodo. No podemos ser vistas sino ofrecemos la imagen que se nos impone: el pelo manipulado en su forma y su color; las caras pintadas para ocultar y homogeneizar; la moda de parecerse a una muñeca porno, los afeitados y depilaciones, etc. Luego, para performar la debilidad y la sumisión, el bolso que ocupa las manos, los tacones y otros artilugios que no permiten moverse… y, para más inri, las fortunas que se dilapidan en artefactos y procesos (depilación, «tratamientos de belleza y bienestar», etc.) como una forma de control económico.

2. La jaula-espejo. ¿No os ha pasado que hacéis algo mínimamente arriesgado e inmediatamente os ponéis mentalmente en el lugar de quien os mira, os veis haciéndolo? Es la mirada del patriarca bíblico sentado en un trono de piedra, el androcentrismo cultural, el ojo entrenado en ver desde la subjetividad masculina hegemónica y la vigilancia de los mandatos de género a través de toneladas de horas y espacios cubiertos de productos culturales patriarcales a que somos expuestas.  Vivimos rodeadas de un espejo circular que nos encierra. Es una casa, es el cuidado del espacio privado para nosotrås y lås otrås, pero en soledad y siempre observadas por las brigadas voluntarias de la policía del género (el mito de la suegra, el de la amiga envidiosa), tuteladas por ls experts,

3. La escoba es el elemento que simboliza la limpieza que estamos abocadas a realizar, no solo literalmente, en las legiones de madresposas que limpian gratis la jaula o las migrantes que lo hacen por un salario irrisorio, sino que también nos encargamos de recoger y pagar los platos rotos. La masculinidad-hulk deja a su paso muchas heridas que hay que coser. La forma violenta en que el patriarcado nos trata a todås nos deja rotås, sin un hálito de vida latente y colectiva en el que acurrucarnos. Por decirlo claramente: se espera de nosotras que estemos disponibles para curarle al guerrero las heridas que se ha hecho mientras trataba de medirse con otros vikingos kamikaze (pues su reconocimiento personal le viene de que le acepten los otros hombres en su club de masculinidad) en el empeño de mostrarse separado, distinto, de aquello que nosotras representamos,  de «lo mujer». Es decir: es tarea de mujeres limpiar el culo que se acaba de literamente cagar en las mujeres.

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En estas brechas de cuidado ecológico que generamos las mujeres florecen los vínculos, el arraigo, que también forman parte de nuestra misión de género. Cuidarse, atenderse, recordarse, hacerse regalos, organizar todas las precondiciones y la gestión mental necesaria para que la reproducción de la vida se produzca en condiciones mínimamente sanitaria.

Pero no hablaré de la maternidad nutricia, ese antiguo modelo, la parte nutricional de la dicotomía virgen/puta porque tengo la sospecha de que quienes tienen el poder ya han decidido que al igual que la producción de las fábricas occidentales se ha ido a Asia, la función de la nutrición, el alimento, debe serle retirado a las mujeres para que quede privatizado por las compañías alimentarias… (Ahora llamadas «corporaciones»: el cuerpo y su lógica del bienestar se vacía de sentido, deja de existir, y le cede su cáscara semántica al artefacto humano que realmente está en el centro hoy día: las empresas y su lógica del beneficio.)

 

Vivimos en sociedades muy conservadoras

Basta observar la ropa que le gente lleva en esta sociedad contemporánea de conservadurismo exacerbado para aprender el valor básico del género: ellos se visten igual para reconocerse como miembros del club del poder, y van cómodos porque lo tienen; nosotras, sin embargo, nos vestimos parecido, pero siempre diferentes, para poder así competir y desencontrarnos en las doscientas florituras con que conseguir ser vistas a la vez que sumergirnos en la indefinición con las otras. Luego, la infancia. Ellos de azul, ellas de rosa. Ah, y ellas también pueden ir a veces de azul, como la princesa de Frozen, pero ellos nunca, nunca, pueden poseer ni usar artículos de color rosa, porque el género masculino es un grado que no debe ponerse en peligro de reducción a lo inferior. Es decir, no hablamos de un mundo dual, dicotómico: hablamos de un mundo binario de subordinación, sumisión y negación de las potencias y experiencias de las mujeres.

Es también interesante cómo hoy día está resultando más aceptable la transición entre géneros que performar los que hay de forma distinta. Incluso a veces a los hombres en determinados momentos y situaciones les es permitido experimentar bajando la escalera, a ver qué hay ahí, pero no a nosotras, o nos castigarán.  Así de vigentes y violentas son las construcciones de lo masculino y lo femenino. Avanzamos en la aceptación de las personas trans, vamos tolerando las lágrimas de los hombres, pero no los sobacos peludos de mujer. También hay espacio para esas pocas mujeres-hombre privilegiadas del poder político y empresarial, y para el mito neoliberal  de la mujer-diosa-hindú-de-los-mil-brazos, cuyo «empoderamiento» en términos de poder adquisitivo no redunda nunca en el poder de decir o de representar el mundo desde una perspectiva distinta.

 

Lo que hay de aprovechable en cada género

Para hacer una revolución real y permanente, para salvar lo poco que pueda ser rescatado, debemos hacer trabajo con las mentalidades. No se gana nada llamándole machista a la gente, hay que ir muuucho más allá: hay que poner a las personas frente a sus creencias implantadas para que las cuestione y se reapropie de su vitalidad y, sobre todo, hay que poner en marcha proyectos y acciones que muestren la realidad y la efectividad de las alternativas que pueden existir. Y eso se hace en las mil oportunidades de revocar el género obtuso y reemplazarlo por la creatividad que cada día nos depara. Hay que liberar las pulsiones, la emoción, las conexiones interdependientes, hacernos leves y volar lejos de los herrajes del género asesino.

Para ello propongo asumir lo que hay de aprovechable  en cada constructo de género para que lo adquiramos todås:

  • Mujeres: Tejer el arraigo. Hacer de la indefinición, colectivo; del servicio, autocuidado y apoyo mutuo.
  • Hombres: Hacer del orgullo dignidad; de la honra, pundonor. Enunciar desde la asertividad liberadora.

Continuará…