Brujesas y princesujas

¿Por qué todas las niñas quieren ser princesas? ¿Por qué nadie se disfraza ya de bruja? ¿Qué esconde el término caza de brujas? ¿Por qué hordas de evangélicos recibieron en Brasil a Judith Butler con gritos de bruja, bruja?

Érase un sinnúmero de veces, en la polvorienta mentalidad patriarcal que arrastramos y revitalizamos a cada generación (y no parece que de esta la vayamos a aniquilar), cuando nacemos y nos ponen el sello de «mujer», recibimos a través de la cultura unas fronteras al cuerpo, unas opciones limitadas de formas de ser. Estos modelos de mujer se transmiten sucesivamente a través de representaciones icónicas y narrativas que contienen personajes reconocibles y recurrentes: los arquetipos culturales. Virgen/puta. Princesa/bruja(hada). Esposa/querida. Señora/criada. Son fantasmas de sentido y norma que recorren todas las producciones culturales y las enlazan, así sean narrativas (textos en cualquier formato), arte, producción de objetos, imaginería, moda, etc.

El folclore y la psicología son madre e hija. Y el padre en esa fecundación sería el mundo material que nos rodea. Por eso me preocupa tanto que la ropa de H&M (entre otros muchos elementos salidos del señorío estado-corporaciones que nos gobierna), se empeñe en segregarnos por género y de hacer que todas las niñas (quieran) sean princesas.  No me cabe duda de que debemos empoderarnos también en lo simbólico si queremos que el empeño feminista se asiente sobre bases sólidas y perdurables. Es cierto que no nos cuentan ni contamos cuentos de hadas, que ya no hay criaturillas del bosque poblando nuestras noches en torno a la hoguera; sin embargo, el cine comercial, las series de televisión… la industria de la narrativa audiosivisual, en fin, bebe de las arca(da)s disney y alimenta a su vez el resto de imaginario cultural que nos empapa y atraviesa, que nos materna (pues nos des/legitima, nos da una razón para vivir y nos enlaza con nuestros congéneres): revistas, youtubers, cantantes de moda, tiendas de ropa, etc.

De entre el mogollón de diosas y diosillas grecorromanas (que ya son menos y menos potentes que sus antecesoras estruscas, anatolias, mesopotámicas, etc.), la primera cultura eurocristiana reduce los arquetipos (el espectro de funciones sociales) de las mujeres a dos: la vasija inmaculada (que ni folla ni pare)/la puta más callada que una tal. (El evangelio es un hirsuto paroxismo de lo macho-gay.) Esas son las guías en torno a las que el carácter y los cuerpos de las mujeres debían acorazarse para existir en sociedad, para poder ser leídas.Y, a decir verdad, no hemos avanzado gran cosa desde entonces.

En los cuentos folclóricos que nos han llegado (que de un rico cultivo popular fueron mutilados, disecados y empolvados por hombres bien de clase alta para que se les parecieran), los arquetipos se mantienen y se reproducen hasta el infinito/actual. Desde los hermanos Grimm hasta Britney Spears. Desde Andersen a Amancio Ortega. La idea profunda, de base, no cambia, es la misma. Las posibilidades no se nos amplían.

En nuestra cultura, la mujer aceptable es denominada princesa. Es aquella de la que se habla. Es una aristócrata, es decir, tiene una posición social (y una serie de posesiones) que mantener (cuestión clave). Es una, es individual y nunca tiene amigas ni por supuesto madre. Se sitúa por encima de lo concupiscente y lo material, por encima de su propio cuerpo. La princesa se escribe como una víctima que necesita ser protegida y a la que se hace daño; como un objeto, premio que se entrega/recibe y que debe ser bello de acuerdo a los cánones del momento. La princesa ocupa poco, no posee subjetividad, temperamento ni movimiento, siquiera. Está encerrada en el torreón-falo aristocrático a la espera de que el caballero con lanza-falo burguesa venga a rescatarla. Belleza-Bershka, matrimonio, procreación, (más trabajo de cuidados, quizás, aunque este suele esconderse), son sus cárceles. No tiene más poder que sus argucias «femeninas». Está sola y sin arraigo. Su cuerpecito mermado acarrea el peso de la moralidad del momento. No es una persona, es un estuche.

La mujer no aceptable es denominada bruja. Y eso es todo lo que significa bruja: mujer inaceptable. Por ejemplo, inaceptable en su defensa de la comunalidad y del saber colectivo (léase, por diosa, a Federici) frente a los proyectos protopatriarcocapitalistas del medioevo. En general representa lo que la sociedad reprime, oculta e ignora de las mujeres. Por eso no tiene hombre, y no habita la ciudad sino en los márgenes. Puede ser oscura, sucia, vieja, regordeta, racializada… Su ropa no tiene protagonismo porque no es un personaje que deba aparecer. Su presencia es una  amenaza que se utiliza para generar temor. Su nombre devalúa, asusta, debe ser ocultado.

La palabra bruja tiene origen desconocido, quizás prerromano, o tal vez tenga que ver con brewery, con poción, bebida, o con volar. (Princesa viene de príncipe que sencillamente quiere decir en latín «el primero»). Lo bruja toma formas diversas a lo largo y ancho de la orbe y de los siglos, pero ampliamente se puede entender como lo femenino que se sale de la norma (por eso vuela, en movimiento ascensional), que no acepta la moral vigente (asociación demoníaca, herejía, apostasía), que revela su concupiscencia (maneja la escoba, alcahuetea), tiene poder sobre los cuerpos (control de la reproducción), aplica las fuerzas de la naturaleza en la salud (pociones mágicas) y tiene un conocimiento profundo de la lengua y su poder (maleficios, conjuros, agüeros). La bruja está en manada (aquelarre) y no se puede conocer a simple vista, no está colonizada por el conocimiento patriarcal (nocturnidad, misterio, clarividencia, oráculo). La bruja emerge con lo tejido (parcas), lo líquido (puchero), lo verbal (invocaciones). Las fronteras entre lo vivo y lo muerto no están claras en ella. Por eso, la bruja es el no-sistema, es la no-razón, es lo no-lineal, es lo no-reducible a fórmulas, funciones, ni siquiera a palabras.

Cuando nos deshojamos el cuerpo de princesismos reviven las diosas antiguas, surge la bruja. Nos expandimos, volamos, miramos a nuestro deseo a los ojos. Encontramos todas las formas de ser que nos fueron robadas. ¿Cómo nos llevamos con ella? ¿Qué dice, en qué lengua? ¿Quién la entiende, con quién quiere pasar tiempo, a quién no soporta? Vuelven a nosotras los calderos, los tejidos, las amigas, el susurro del bosque. Los corazones se convierten en una bomba muscular que palpita y huele a sangre.

Debemos romper las cadenas que desde voces muertas se les imponen a nuestros cuerpos. Ha llegado el momento de tomar conciencia y repartirnos las cartas a nosotras mismas con los ojos bien abiertos. Volvámonos brujesas, princesujas. O vayamos descartando a la princesa, y que de su tierno cadáver nazcan mil flores que alimenten a nuestra cuadrilla de hechiceras.

 

Imagen: http://www.thaliatook.com/index.php

 

 

Enseguida le dieron una pastilla

Habían matado a su hermana

A su hija

Porque se olvidaron de hacer no sé qué pruebas

Entonces

enseguida

le dieron una pastilla.

Ni siquiera le permitieron dar el grito

El grito desgarrador

El que rompe el silencio con su vibración letal

El que hace que ya nada sea como era antes

Seguirían muriendo.

Espacio Embarazo

Si tuviera dinero y relevancia… crearía un espacio para trabajar con mujeres embarazadas. Podría ser físico, virtual o ambas cosas. Sería rojo, lila, marrón… ¿cómo te imaginas un útero por dentro? Cálido, de materia elástica y maleable, muros gruesos y textura abrazante, protectora.

Sería un espacio para disparar discursos y amasar vivencias juntas. Un rincón seguro para estar, ser, compartir, acurrucarse y crecer. Atalaya para conjurar violencias y prado fértil para fundar macondos desde cuerpas vulnerables.

En nuestro espacio hilaríamos experiencias de preñez. Antes, durante, después. El embarazo es como una puerta al psicoanálisis natural, se abren muchas cajitas olvidadas en los pliegues del cuerpo y hay que trabajar con ellas para que su contenido no calcifique y haga daño. Dentro de la carne se nos oxidan anzuelos de un maternaje mal curado, de todas las ofensas que la comunidad nos hace cada día por no ser hombres, de nuestra construcción contradictoria como mujeres. Hay que sacar el hierro corrupto que se nos clava y sanar al aire y en colectiva.

Podríamos tener psicólogas, sociólogas, asistentes sociales, artivistas, pedagogas, escritoras, dulas, matronas, abuelas, nomadres… Haríamos redacción conjunta, collages, campañas de prensa, asambleas, cursos de masaje, talleres de ternura, mesas camilla. Nos cuidaríamos. Emprenderíamos la revolución de los afectos.

Cuando me quedé embarazada, las mujeres de mi entorno enloquecieron dándome normas higiénico-nutricionales y hablándome de cosas que comprar e historias de malos tragos reproductivos. Yo lo pasé mal durante preñez, parto y puerperio porque hubo algo que a nadie se le ocurrió darme: amor. Cariño, cuidado, contención. De mujer. Habría necesitado. Duele. No hay.

Que no me tomo un café contigo, coño

Venga, mujer, es solo un café. Qué te cuesta.

No nos lamen el oído con esto solo cuando de satisfacer el ego de hombres se trata, sino que a menudo nos vemos obligadas por las circunstancias a invertir nuestros recursos en personas que a la postre nos hacen daño. Es Lo Normal pasar tiempo con gente que no nos trae el bien.

Pero ¿y no será menos costoso al final exponerse a las consecuencias de no hacer Lo Normal que ver nuestro tiempo, dinero y energía invertidos en lacerarnos?

La violencia simbólica campa a sus anchas por nuestras relaciones con nosotras mismas y las otras personas. Y la estamos de hecho alimentando (1) si no nos dedicamos a rebuscarla en los recovecos donde la Normalidad se agazapa y (2) si cuando la reconocemos no nos plantamos ante ella.

Últimamente en esos cafés Normales con gente Normal he oído perlas como:

 

«Y el niño se puso a llorar en la vacuna. No lo entiendo, mi niña no lloró, y se supone que él debe ser el fuerte»

«Claro, dices eso porque a ti tu novio te ayuda con la casa, qué suertuda, no te jode»

«Llevar a tus hijos con zapatillas de esparto a la boda es una grandísima falta de respeto a los novios»

«Ah, que es marroquí. Es que a ti quién te manda»

«Estoy fatal. Hace una semana que no me hace caso ningún hombre»

 

No. Basta, Será Lo Normal pero nada de esto es lo aceptable. Reivindico para mí mi tiempo y mis recursos para ponerlos en lo que me expande la conciencia y a buen recaudo de situaciones que me acuchillan la sororidad.

Que no me tomo un café contigo, coño. Que mi tiempo es mío.

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Miermana

Miermana teje conmigo. Miermana escucha, a miermana escucho. Juntas creamos ficciones rudimentarias que nos reconfortan y nos incluyen. Cada palabra es lucha, es plataforma, es cuerpo nuestro y es amor.

Con miermana cocino, como, paseo, bailo, grito, me quejo, tonteo, comparto, riño, busco, lloro, planeo. Ella y yo somos uvas jugosas de un racimo al que veneramos por racimo. Por ser de todas. Por sernos todas. Todos.

Llámalo feminismo, llámalo dignidad, hermandad. No me importa cómo lo llames. Solo ven, por favor, acurrúcate, teje conmigo.Trae té caliente de ciruela, yo tengo dulces de caja de lata antigua y un montón de madejas para hilar contigo.

Niña, mi niña

En cuanto llegué a la comida de Navidad, me pediste que te acompañara al baño. Por los lunares rojos de tu carita blanca supe que habías llorado mucho. Las legañas de máscara indicaban que finalmente habías salido la noche anterior. Entramos en el váter del restaurante y te derrumbaste. Solo decías que te querías morir y al hacerlo cada vez me matabas. Porque es que yo te quiero mucho, niña, mi niña, por eso te estoy escribiendo hoy.

Por lo visto saliste aunque no tenías ganas porque no habías apagado el teléfono a tiempo. Te insistieron y pese a que no te lo pedía el cuerpo —habías estado en una guardia de doce horas y en un viaje de cuatro el día anterior, saliste. Como estabas agotada, el alcohol que bebiste te subió muy rápido, y por eso te cogiste una cogorza cachonda en que hubieses podido triscar a chocho suelto con cualquiera de los presentes. Picoteaste aquí y allá, besoteaste a uno, a la otra, tus hormonas de verbena y tus labios de carnaval. Feliz Navidad. A este me lo subo. Coño, y qué hace aquí mi ex. Ah, pues su primo no está mal, qué monada.Ven que te muerdo la boca, moreno.

Por la mañana, mensajes intermitentes en la pantalla. Del pollo con el que dormiste: me lo pasé muy bien, eres muy dulce, me gustaría verte de nuevo. Y de aquel ex pesado que te encontraste: eres una puta, me das asco, ¿por qué no te mueres?, ¿de verdad tenías que hacerlo?, ojalá no te hubiera conocido.

Y tú, niña, mi niña, bebiste de sus palabras, te las tragaste con ansias, las dejaste bajar hasta el estómago, donde se te formó un ejército nazi de soldados alineados con el fusil apuntándote a las tripas. Nada contaba ya: ni el chaval simpaticote que conociste y que te volverías a merendar, ni la comida de navidad, ni la familia, ni yo, ni tú misma. Solo sus palabras asesinas. Por eso tú en aquel baño me repetías con tu mentón de flan de huevo que te querías morir, que no aguantabas lo que habías hecho. Que él tenía razón.

Hoy tengo algo que contarte, mi niña. Un cuento en el que tú eres tu cuerpo, tus pensamientos y tu afectividad. Y en el que aunque tienes mucho que decir en cómo se conforman, también están inevitablemente atravesados, tu cuerpo, tus ideas y tus afectos, por discursos, percepciones y movimientos que te pre-existen y/o que también están fuera de ti. Por ejemplo, las ideas que tenemos están consustancialmente unidas a la lengua en que las expresamos. Ese código está hecho por muchas manos y muchas bocas a lo largo de una enorme cantidad de tiempo (desde que empezase a hablar la primera humana o el primer humano, imagínate), y hay estructuras de poder operando en él: se privilegian unas formas respecto a otras, hay quien se arroga el derecho de decir qué está bien dicho y qué no, etc.

Cuando tú expresas una idea, ella genera un espacio físico y sonoro en tu cuerpo y también afecta a la realidad en la que te mueves, conformándola. Pues bien, esas ideas pueden venirte de las entrañas o bien serte ajenas o incluso nocivas y que tú las implantes al dejar de escuchar las vibraciones que se generan en tu válvula de bienestar. Si manejas ideas que te son hostiles, las dejas anidar en tu cuerpo y las repites, no solo estarás creando espacios enemigos en tu propia tierra, que eres tú misma, lo que generará guerras intestinas, sino que estarás generando una realidad en la que el papel que se te impone (y por ende el de las otras chicas) implica actuar en contra de tus propios intereses, de tu propia naturaleza.

¿Esas ideas venenosas cuáles son? Es el trabajo que tienes que hacer, mi niña. Repasa los actos de aquel día y el contenido de tus pensamientos, ¿qué ideas te resuenan con dulzura, van en consonancia con tus necesidades?, ¿cuáles, por el contrario te hacen daño, vienen de fuera y colonizan tu amor propio hasta hacer que te quieras morir? Te puedo ayudar: pon en una columna los actos e ideas que están dirigidos a satisfacer necesidades y ¿necesidades? de otros y en otra los que vienen a cubrir lo que tú necesitas. ¿Sorprendida? Y ahora pregunto: ¿quién es la máxima responsable sobre el planeta de cubrir las necesidades de tu organismo y hacerlas prevalecer sobre consideraciones de otra índole? Ah, ¿que es que te han dicho que ya llegará otra persona de gónada cilíndrica a solucionar tus necesidades y que hasta entonces te dediques solo a buscar a dicho agente de bienestar? Vaya idea ajena tan rara, ¿no? ¿Igual tiene más sentido que te cuides tú?

Este cuento en el que tú pasas de víctima a jefa de la misión, tiene diversas moralejas. Que el abrazo de la hermana puede hacer mucha más falta que el del varón, a veces. Que todo eso que te hace daño (guardia de doce horas-móvil que no cesa de sonar-insultos de tu ex, etc.) no tiene por qué ser así, ha sido construido por quienes están interesados en que funcionen así las cosas, y ya hay muchas espaldas empujando para derrumbarlo. Que te cuides, coño, que te quieras, que vales tu peso en mimos y en caricias porque eres preciosa, niña, mi niña.