Perdona, una pregunta

¿Por qué aparcar el coche si coges el volante con la misma delicadeza con la que coges pechos?

¿En qué sentido decirte «hasta luego» si cuando te ríes parece que capitulas y que todo lo serio de antes era namás una broma?

¿Para qué separarme de ti si en tu lengua hay una palabra que significa «acariciarle el pelo con amor a tu amante»?

¿Con que finalidad ponerme de pie si todo lo que hacemos y es vital lo hacemos tumbados?

¿Por qué salir de mi casa si las personas que encontraré fuera no fruncen el ceño con tu frente ni (se ad)miran con tus enormes ojos?

¿Y tú sabes por qué debo ser una ciudadana de bien, si las caricias en el pecho te hacen llorar y sudar, y por lo demás tienes un sabor a mar que ni las ostras de la lonja ni los erizos ni nadie?

¿Cómo ponerme a limpiar si nosotros estábamos tan sucios?

¿Para qué planear el menú semanal si mi cuerpo solo pide chocolate y vino y todo lo que salga de tus manos-cocina generosa?

Mira, ¿y a santo de qué debo ir a la compra si tú hablas de Epicuro y de cuevas y afinas guitarras y te echas un poquiño de canela en el café?

¿Pa qué trabajar y poner notas si en tus gestos de placer se resume la cruda vulnerabilidad de la especie, que es el opuesto a la evaluación, al número y a la medida?

¿Qué objetivos cumplir esta semana si en los orgasmos contigo caben civilizaciones, bibliotecas, mitologías enteras, más el olvido eterno de todas ellas?

¿Por qué forzarlo y tratar de pensar y priorizar si tengo toda la sangre irrigándome los labios y al cerebro no me llega ni una gota?

(Si el lunes hiciera justicia a su nombre, me dejarían ser una lunática cachonda en paz. Joder, qué timo más gigantesco de cultura.)

Consumo cuidado

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que, a poder ser,
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Interesades,
razón aquí,
háganme la cola
respetando los dos metros de seguridad entre individuos.

Fragmento de Isla Ternura

Desmontando al Homo Economicus. Postales desde Isla Ternura

Belén Martín & Enara I. Domínguez

ISBN: 978-84-12-14435-2

A la venta por 17 euros en librerías del estado español (si no lo tienen, puedes pedir que lo pidan, así difundimos 🙂 También hacemos venta directa (con 6 euros de incremento por el envío, total 23 euros). Si te apetece, contáctanos en desmontando_he@riseup.net

Una ilustración de @lulumka para el libro

«Érase una vez una mañana de invierno en Isla Ternura. El mar está en calma, su inmensa superficie ondulada como de tierra azul es barrida por el aire frío hacia un lado, hacia el otro lado, hacia un lado, hacia el otro lado. Se oyen apenas rumores de los cantos profundos de los peces. Las colinas nevadas tornasolan sobre capas de cielos difusos, añiles, anaranjados.


En la playa larga, dos pequeñas viajeras abrigadas en monos espaciales se preparan para abordar la nave. Con ritmo y diligencia van preparando sus aparejos, los víveres y la pequeña biblioteca de campaña que va dejando caer letras a la arena poco a poco. La situación es grave. Por eso, las viajeras del espacio van a cumplir una misión que su poblado les ha encomendado. Se trata de un encargo crucial: salvar el nombre de las habitantes de su isla, que ha caído en las garras de una terrible maldición.

Hace ya algún tiempo, las criaturas de Isla Ternura se levantaron una mañana cualquiera, pero no encontraron la luz espumosa que las solía acompañar al amanecer. Había algo de opaco, inerte, arenoso en el cielo de aquel día infausto. ¿Qué es esto? ¿Cómo ha podido ocurrir? ¿Hemos sido encantadas? —se preguntaban unas a otras reunidas de urgencia en la plaza. Enseguida echaron a rodar habladurías sobre los legendarios filósofos, unos malvados seres de los que se decía que mataban con sus lenguas venenosas bajo elegantes ropajes blanquinegros.


Pasaban largas las horas de su pena honda, y las criaturas de Isla Ternura iban comprendiendo la magnitud de la tragedia: se habían quedado colgadas en un cielo gris-informática, indiferente, mortuorio: ya no había
astros ahí arriba, ya no había sol, ni luna, ni estrellas ni planetas ni constelaciones. Solo una luz difusa de origen desconocido se expandía perezosa sin baile ni descanso. Y es que sin astros, en Isla Ternura ya no había días ni noches, y por tanto, ya no había canciones que cantar ni historias que contar, porque no se sabía cuándo hacerlo. Tampoco había ya estaciones, la sequedad lúbrica del verano, ni la concentración fértil del invierno. No había ya castañas, fresones ni turrón. También se habían quedado sin poesía porque no podían ver la luna, y no hacían nunca nada nuevo porque no había un sol que encontrar en la mañana al levantarse.

La situación se estaba volviendo insostenible. Nada tenía sentido bajo un cielo monótono e idéntico, siempre igual, siempre detenido y en suspenso. Las plantas se marchitaron y dejaron de dar fruto, las personas chiquitas no jugaban ya, muchas mayores se sintieron deprimidas y se acurrucaban entre las piedras a morigerar un poco. Y así, al final, se dieron cuenta: cuando la maldición llevaba ya mucho tiempo instalada en Isla Ternura, sus habitantas comprendieron que ya nadie se moría, porque tampoco vivían. Entonces, naturalmente, dejaron de darse nombre unas a otras, y pasaron a comunicarse con murmullos indiferentes. ¿Para qué nombrarse, cuando se es siempre igual, cuando se es lo mismo bajo un cielo mudo y estático, cuando no hay nada que decirse?»

El museo de los cuidados I

Sean bienvenidas y bienvenidos al museo de los cuidados. Ya se habrán dado cuenta de que en nuestro museo, las paredes no son blancas ni de colores pastel. De hecho es que el blanco nuclear aparece solo en la exposición temporal que pueden visitar en nuestro sótano, llamada «artefactos industriales de ¿cuidado?». Allí se han expuesto antigüedades como pañales/dodotis, pañuelos desechables/clínex, compresas, tampones/tampax, toallitas húmedas, chupetes, papel higiénico, crema de cuerpo/body butter y otras reliquias de la era postindustrial que, gracias a las elaboradas condiciones ambientales del museo, todavía conservan intacta su carga de colorantes y olores químicos para poder ser percibidos por nuestras/os visitantes. Al ser la exposición de tipo multimedia y multisensorial, como todas las salas del museo, allí podrán sentir en un simulador cómo la lejía del tampón es absorbida por las membranas de su vagina inflamada y menstruante, o la sensación de llevar sus genitales envueltos en plástico y orines durante años, los más tiernos de su vida. Al final de la exposición temporal, se exhibe una colección de fotografías de la artista María José Garrocha, en la que los detritus del cuidado corporal posindustrial irrumpen en paisajes del urbano decadente. Una compresa de plástico sangrada entre jeringuillas a punto de ser atropellada por un tren de cercanías en la periferia es una de mis imágenes favoritas.

Y bien, lo primero que les llamará la atención del museo, como decía, es que las paredes de las salas de la exposición permanente lucen colores atípicos y fluctuantes como rosados, rojos, varios castaños, el lila, incluso, anaranjados, tonalidades de piel, de tierra, de pulpas de la fruta. Hay incluso amarillos en varios grados, desde el suave amarillo ictericia al amarillo intenso pis del amanecer. Y un abanico de grises: gris resaca, el gris plata de la cana y el opaco gris deberes, entre otros muchos. Les recomendamos que durante su visita mantengan sus sentidos a resguardo y, para no perderse, se sumerjan solamente en las experiencias que consideren asequibles para su condición física actual. Este museo no es apto para escrupulosos, cobardes ni posthumanos.

Comenzamos nuestra visita en el primer piso. Aquí se reflejan todos los cuidados que tienen que ver con la infancia y el hogar. Su piel reconocerá enseguida el aumento de la temperatura ambiente. No se priven y prueben de las distintas tetas dispuestas en el corredor de la derecha y que les transportarán al mundo de la fusión total con lo madre mientras van incorporando nuevos sabores a su paladar. Envuélvanse en las muselinas y déjense fajar por un rato. Si están preparados para una experiencia radical, sean porteados en fular y arrastrados en los carros gigantes del fondo de la sala. La cola comienza aquí. Esta otra cola es para el simulador de caricias. Con distintos artefactos de terciopelo y peluche en fibras naturales hemos conseguido reproducir las sensaciones corporales que siguen a una caricia humana auténtica. Al final de la sala, si se ponen los auriculares, escucharán diferentes sonidos como una genuina cena de nochebuena (quédense hasta el final si gustan de sensaciones límite), las insistencias de una madre que no quiere que su retoño pase frío, etc. En diferentes puntos pueden degustar platos diversos, meriendas y desayunos. También se les hará poner calcetinitos, bufandas y lavarse los dientes y las orejas, quedan avisadas/os.

La visita continúa en el segundo piso. Permítanme una pausa para beber un poco de agua.

Artículo de primera necesidad

20:26 ¿Hola?

 

20:46 Buenas

 

20:46 Necesito tu ayuda. Esta noche.

 

20:48 ¿Qué necesitas?

 

20:48 Que vengas. Solo estoy yo, y la criatura que duerme.

 

20:50 Depende de donde vivas y de qué sea. Había pensado acostarme ya.

 

20:51. Vale. Olvídalo. 

 

20.53 Bueno. ¿Pero no te vas a sentir mal?

 

20.54 No, no me voy a sentir mal porque he hecho lo que sentía, que era llamarte. ¿Y tú? ¿No te vas a sentir mal?

 

20.56 No, no te preocupes.

 

21:00 No me preocupo. Tengo problemas peores, como finalizar una relación abusiva teniendo una criatura en un país extranjero. 

 

21:02 Ah, claro. Pues espero que te sientas mejor. Dime si puedo hacer algo.

 

21:03 Ya te lo he dicho. Pero no quieres ayudarme.

 

21:07 Es que estoy muy cansado. ¿Me perdonas?

 

21:15 Necesitaba verte. Necesitaba presencia, piel esta noche. No dejo de pensar en ti desde aquel día y no sé por qué. Quizás porque me diste un poquito de atención y buen trato en un momento en que ya me había convencido íntimamente de que no merecía tales, que no eran para mí. Han sido muchos años en que me han hecho creer insuficiente, inadecuada, indigna. 

 

21:35 No quiero que estés mal.

 

21:37 Olvídate. Hagamos como que no te he escrito nunca. Volvamos a ser compas de trabajo nada más. Es mi culpa por estar al acecho de oportunidades para tener contacto contigo. En un momento muy triste y complicado de mi vida, me das mucha alegría, pero al mismo tiempo relacionarse contigo es difícil, y confuso. Ya está, ya no más. 

 

21:37 Es que no soy una persona muy social. Y estoy muy centrado en sobrevivir en el trabajo.

 

21:41 Olvidémoslo todo. Soy yo la que ha complicado las cosas con sus necesidades. Sería todo mucho más fácil si no les hiciera caso. ¿Te imaginas? Ser una mujer adecuada, que se olvida de lo que su cuerpo le pide. Me esforzaré.

 

21:45 Bueno. ¿Entonces vas a estar bien?

 

21:45 Claro. Eres tan amable. Buenas noches.

 

21:47 ¡Buenas noches! Y si necesitas algo, ¡avísame!

Ritual

Te dispones a invocar al espíritu, a la diosa, a los geniecillos de bien para que nutran tu flujo sanguíneo en este nuevo día que tienes la suerte de recibir. Estás agradecida por ser y por importar. Lo celebras acostándote relajada en la capa de materia compostable que te enraíza. Bajas al cuerpo.

Preparas un entorno religioso para honrarlo: todos los detalles han sido cuidadosamente supervisados. Cuentas con una cálida cocina que evoca en hierro o barro cocido las despensas y hogares en que fuimos especie antaño. Quizás estés al aire libre en un banco de caliza o azulejo. Tal vez tu templo sea de arena o de jirones de memoria e ilusión entrelazados.

Huele a pan y a agua caliente. Puede que también a tomillo o a limón. Te lavas la cara, lavas la mente, y con este gesto aceptas e incluso juras dejarte guiar solamente por los sentidos e impresiones materiales del cuerpo sagrado que te has vuelto.

Hay un silencio armónico y cotidiano o música material, hecha por cuerpos. La temperatura es ligera, espiritualmente fresca. Por eso, la rebeca de punto te abraza con sus mil manos tejidas en regazo maternal.

Los instrumentos y ofrendas para la liturgia palpitan sobre el mostrador o cualquier otra superficie plana que te sirva como altar del sacrificio. Acallas la mirada por un instante y te concentras en el hechizo que está a punto de suceder en tu cuerpo que ya es caldero de magia y bien.

Ahora sí, que dé comienzo la eucaristía.

Elementos

Unas sonrisas de tomate benditas con un reguero de aceite de olivas nuestras. El tomate, fruto de otros, significa en azteca algo así como «agua abundante», y nos nutre con el color de nuestra sangre y la tersura erótica imparable de una pasión de agosto.

Unas rodajas de pepino, todo orgánico y con piel. Pepino ya se decía en griego antiguo y significaba «que se digiere bien». Nos nutre desde su agua limpia, su purificación ascética de los órganos de la digestión. Quizás también acuda a la fiesta su hermano melón, que significa, también en griego, «maduro». Otra opción es la sandía, palabra árabe que refiere al Sind, Pakistán, de donde también procedía el marino Simbad.

El pimiento es otro rehén colonial, viene de América, pero su nombre es latino y tiene que ver con «pigmento». Con unas rodajas de pimiento hacemos las inscripciones ceremoniales, y quizá escribamos «se vive», o un extracto precioso de poema corporal encarnizado.

La aceituna (árabe) u oliva (griego) es mensaje que gime desde las profundidades del gran tiempo. La pulpa densa y compacta de su fruto y su palabra trae misterios fundamentales de lo profundo de las raíces del árbol del bien.

En ocasiones, queso blanco de a orillas del mar Egeo. Su nombre viene del latín, y tiene que ver con el fermento, el suero, la levadura. El alma del queso en nuestra entraña catalizará la alquimia, ayudará a poner en marcha los procesos de la fascinación.

Comerás el pan, flor de la civilización, cumbre. Quiere decir «comida, protección» y en su esencia arrastra la memoria de mil dolores del agua, la tierra arada por ejércitos de manos rugosas, la verdad que vocifera el aire en los campos vulnerables del cereal por la tarde. Y sal. Palabra viejísima, como los huesos o como las piedras.

Quizás prefieras bizcocho, cocido dos veces, como la sombra que se cuela en tu cuarto para asegurarse dos veces que estás bien tapada por las sábanas y mantas. Alimento lleno de madre: leche, huevos, levadura, el dulce aliento del cuidado en flor.

Buenos días.

Manual de usuarias

Enhorabuena por haber adquirido el dispositivo «Cuerpo». Le agradecemos la confianza depositada y le deseamos una grata experiencia de usuaria.

– De buena mañana, no abra los ojos. Quédese limpia y nonata sobre el colchón o embalaje y dispóngase a latir. Escuche los pálpitos de su dispositivo «Cuerpo» durante un buen rato. Siéntalos en sus diversas partes. Tome nota mental de lo que le susurran.

– Evoque encinas, olivos, manglares o un pinar. Recorra con su mente las posibilidades vitales que encierra el bosque. Imagine enredaderas salvajes tomando las ruinas de un centro comercial de periferia.

– Haga uso de su sentido del equilibrio y sus conocimientos geográficos y anatómicos. Siéntase donde está. Véase en la galaxia, la Tierra, el continente, la localidad, la casa. A continuación, levante el tenue velo de la piel y obsérvese por dentro. No olvide dedicarle un guiño cariñoso a sus órganos preferidos.

– Respire el cuarto, el día, el olor de las personas que están cerca. Proclámese poeta, guerrera de luz, hechicera, activista o cualquier otra cosa que le sirva para seguir latiendo y conspirando bonito en estos barrizales que habitamos conjuntamente.

– Ya está lista para abrir los ojos. Hágalo y a continuación regálese música. O escriba. O lea a gentes de bien. O dese un gusto. Emprenda cualquier actividad que le conecte con la esencia sacrosanta de su salud holística y colectiva.

– El resto del día: juegue, coma rico, hable por las orejas o calle hasta quedarse afónica, corra por placer, toque mucho, palpite a saco, trabaje poco, ocupe las manos en algo que haga que la vida merezca la alegría ser vivida. Y nunca olvide que todo, todo, hasta cagar, es político. Y poético.

Largo día en candidez

¿Tú también eras socia del Club Moulinex a los ocho años? El carné se pedía por correo, recuerda, en un sobre pequeño y amarillo, a franquear en destino, con la compra de un electrodoméstico de la gama. Y es que aquella navidad te habías pedido una tostadora blanca. Te parecía que en las casas donde había amor también había tostadas de pan de molde recién hechas, que se untaban lentamente, unas personas para otras, con varias capas de la cremosa sustancia misma de la vida. Te disgustaban ya entonces los desayunos a destiempo y en privado que salían de cajas estridentes con que nos rompía y rompe la industria transnacional no-alimentaria.

¿También llevabas con orgullo el carné del videoclub en la cartera? Ay, qué días aquellos, qué glorioso cuando abrieron un blockbuster al cabo de la calle tras el cierre de nuestro videoclub, regentado por un señor guapo con bigote. Y qué gusto releer ahí tu nombre completito, al lado de un símbolo, bajo un emblema cualquiera. Tu nombre, ¡tú!, formando parte de algo más grande, aunque fuese una fotocopia en color plastificada con burbujas, motas y algún pelillo asqueroso, evocando ventajas exclusivas para socios.

Una cartera con muchos carnés, llevabas siempre, en los ochenta-noventa (o quizás hasta hace poco). Te calmaba saber que estabas en cosas, que eras cosas. Socia, lectora, consumidora. Ser socia era ser mucho cuando en todos los demás aspectos de tu vida de prepúber, o eras una barriguitas de manual, o no cabías en el mundo de Los Otros, lo que imaginabas amelocotonado, cálido y proliferante.

Pero tu peso era muy grande como para llevarte sola. Aunque niña, no había más piel disponible para ti que la extensión interminable y cruda de la tuya. No había más abrazo o comunidad que el zumbido nervioso de un estúpido televisor. Bueno, y rosquillas empapadas en productos conservantes (que serían posteriormente prohibidos por el ministerio de sanidad y consumo), de eso también había.

Por la noche, shhh, silencio. Puerta contundente, marrón, lamparones, y tictac durante minutos largos. Gotelé, sordidez acústica, el zumbido de TV1. Tienen prisa los mayores por mirar a fantasmas tecnológicos. Para ti, un vacío neumático y el recuento sicótico de tus carnés. Menos mal que conseguiste aquel flexo y la estantería. Y que podías seguir siendo convocada en aquellos carnés largos que contaban otras vidas más felices: tus libros. Ahí vivías otro rato, te salvabas de un frío en expansión acechando tu tierno siquismo en florecilla.

Largo día pasaste en candidez, de abundancia de cosas, de carencia total de humano y colectivo.  ¿Acaso tú también? ¿Acaso yo?

La entrevista

Me desdoblo, me veo y considero entrevistarme para saber algo más de mi misma. Una fría madrugada en vísperas del Samhain o año nuevo celta, comiendo copos de avena con leche de avena frente al ordenador, me pregunto unas cosas y me respondo otras. Este es el resultado.

P: ¿Cómo te llamas?

R: ¡Buenas! En realidad no me llamo mucho, me evito bastante y solo me tomo algo conmigo misma si me encuentro de casualidad por ahí y surge el plan espontáneamente.

P: Pero ¿quién eres?

R: La verdad es que siento un intenso desapego por mi nombre, apellido, procedencia, religión, nacionalidad, clase social y gran parte de mi biografía. De hecho, invierto grandes reservas de energía en desechar su influencia sobre el decurso de mis días. Lo que desde luego no soy es todo eso que me hace visible de una cierta manera en el tablero de juego del capitalismo apocalíptico.

P: Vale. A qué te dedicas, pues.

R: A tratar desesperadamente de vincularme. Esto hace que impartir lengua, dar la teta, irrumpir en colectivos, alimentar precariamente este espacio alunizado o escribir a pachas sean algunas de mis actividades cotidianas.

P: ¿Y qué es lo que escribes?

R: Fogonazos, inspiraciones mínimas y a veces rarunas hasta el hartazgo. Claraboyas de lucidez que se me abren dentro del cuerpo mientras friego, tras la visita de Onana o viendo a mi cría jugar.

P: ¿Playa Medusa?

R: Playa es lugar, espacio de resistencia que se abre y abraza. Es otra vida posible. Medusa es criatura abisal. Recoge información de la profundidad y la trae a flote. Playa Medusa es un rincón de la Isla Ternura donde cuerpos vulnerables nos sacamos a colación y, cuidándonos, hacemos por salvarnos. Por salvarte.

P: ¿Cuál es tu técnica?

R: Encontrarme dentro del cavernoso cuerpo nodos de materia estancada que pueden ser diluidos a través de la relenguación de sus hebras. Abrir las pastillas y las nueces para ver qué tienen dentro. Localizar los puntos del dolor y darles nombres nuevos que permitan conjurarlo. Entusiasmarme. Darle algún uso liberador a la lengua tratando de hacer que la delación de sus lógicas intestinas la haga correr como el agua caliente que abre la flor del té de jazmín por entre los vericuetos del fascistocapitalista bigotudo que todos llevamos dentro.

P: ¿Tienes hijos, decías?

R: Tengo libros, miro árboles y estoy criando.

P: Eres, efectivamente, raruna.

R: Menos mal. «Raro» tenía que ver con «escaso». No querría tener que vérmelas con otra tipa como esta.

Oración por un cuerpo

Descansa. Descansa, vida.

Fuera los elásticos, las cremalleras, los corchetes, los nudos y los botones. No hay nada que contener ni nada que mantener oculto. Estás en casa. Habitas cuerpo. El aire sabio y limpio de los relatos antiguos está danzando, justo ahora, para ti. Necesitas almohadas, almohadones, las sábanas frescas y limpias o ya suaves y templadas, abrazadoras.

Fuera los libros, los mandos, las llaves, malditas sean las pantallas. Las formas geométricas de los objetos van desapareciendo. Fluye la materia derretida como la lava del fin de una época. Las palabras se funden como en la fragua. Nuevas hechuras mágicas de las cosas y del cuerpo van titilando desnudas y vibrantes para tu mirada.

(Solo sabes cómo eres cuando te miras en el reverso del espejo. Solo podrás conocerte /amarte cuando por fin te mires con la cara oculta de los ojos.)

Todos los conductos de tu cuerpo están en horizontal y poco a poco sueltan la presión que contenían. Líquidos fluyen, se entreveran y se posan.

No hay más ley ni norma que un corazón obstinado y dictador. Que late. Palpita. Golpea. Todo el cuerpo está sometido a la ley del tamtam. Esa es toda la estructura y toda la Historia que necesitas.

Fluidos van. Fluidos vienen. Espuma que corona. Arena que arrastra. Meces tu visión entre las manos hasta que se desgrana y se pierde en la exuberancia soberana de las aguas vivas y arrogantes.

Huele a cabecita que besa un pecho derramante. Huele a ser amamantada por otro cuerpo bendito en descanso. O huele a la gloria de un sexo húmedo que se va enfriando despacio.

Te trasladas a la galaxia para frotarte el alma en leche y astros. Exfolias tu piel de identidades, egos y demandas caducas, que no sirven. Te raspas de los codos y talones los deseos calcificados que no traen fertilidad para ti ni para la tierra. Así, tu superficie se expande y se esponja y absorbe el agua de la lluvia plácida que ha empezado suave a caer, como un ensalmo. Estás descansando, por fin. Haces algo importante: descansas. Has dejado de ser visible, definible, identificable, gustable, seleccionable, parte de nada. Lates.

Estás a salvo.

Estás en la playa. En la buena. La que lava y nutre. Descansa, vida. Descansa.