El espejo embrujado

 

Me miro al espejo desde el yo patriarcal

 

Tienes cara de cansancio, de llanto, de vejez. Tienes la cara a cachos de colores. Das pena, chica. Pareces una placenta.

 

Qué desgraciaíta la melena que me llevas. Se te ha puesto la piel de plastiquillo malo con esto de parir, entetar y criar. Las verruguillas, uich, qué ascardo.

 

Tienes el cuello de Michelín. Las tetas floflas. Los brazos de tendera bulímica. Panzón, tragona. Toda pelúa, ahí, qué sucia. Hueles a meado. Es normal que ya no quieran holgar contigo.  

 

Ahora, me miro desde el yo sororo desdoblado

 

Haces bien en ocupar todo el espacio que puedas. Ahí empieza nuestra revolución. Eres puro hervor de sangre y eso se te nota en la mirada, en la sonrisa. Tu cuerpo es potencia elástica, es riqueza, es recurso del nuevo mundo que traemos agazapado entre las manos tejiendo de todas. Me encanta la panza colgona que antes llevaba un cuerpo dentro. Eras dos cuerpos en uno. Eras enorme.

 

Me gusta sentirte llegar a los sitios. Eres verbena y dignidad, luz. No te rindas, no te microscopices, fluye. Seguir entera y sumando es el desafío. Solo gustándote (de hecho, solo no entrando en tenerte que gustar para validarte) vas a conseguir retar al enemigo de la violencia-explotación-muerte.

 

Desprendes autoridad, empatía. Palpitas en sabiduría ancestral. Se ve que has vivido y que sabes que a ti el bacalao te lo corta quien tú decidas. Eres expansión, belleza vibrante, estás más buena que el pan, compañera. Tu cuerpo es un artefacto de placer y vida. Date candelita. Arrechucho que te llevas.

 

Conclusiones

 

Solo generando distancia se puede combatir al patriarcado de los ojos-cuchilla. Si nos miramos completas y no a trocitos (son ellos quienes nos despiezan y exhiben rebanadas, y nosotras quienes lo reproducimos siguiendo sus órdenes), lograremos vernos de verdad, como hebras de una malla vital que nos acoge y mantiene palpitando. No tuvimos “madre” nutricia, no tuvimos colectiva salubre que nos recibiera en amor al nacer, no hubo modelos de fuerza y placer a quienes parecernos. Por eso solo nos vemos desde los ojos de lo muerto, lo extractivo, el cálculo colonial de beneficios. O nos rebelamos o estaremos siendo cómplices de tanto dolor. La revolución empieza en las pupilas.

 

Imagen: Chema Madoz

La coraza y el corsé

A veces me hincho y se diría que me voy a desbordar, bien por el tetamen, bien por la vejiga, así que necesito hacer uso de los baños de los optimistamente llamados «centros comerciales» (aunque yo no sería tan amable en su denominación). Cuando me toca acudir a uno de estos templos modernos del sacrificio personal, —que no sé muy bien con qué fenómeno de modelos civilizatorios anteriores podrían formar analogía, la verdad—, me siento a observar, e imágenes clarividentes sobre el género acuden a borbotones a mí.

El género es una mentalidad que concretamos y multiplicamos a través de las actitudes, las relaciones y el consumo. La realidad es que no creemos en él (si nos ponen delante el desglose contractual de lo que implica ser mujer u hombre en esta sociedad no lo firmamos ni de broma), sino que lo reproducimos y perpetuamos por dos razones inconscientes:

  • Porque creemos que la gente de alrededor (de quienes esperamos y necesitamos amor y reconocimiento) así lo espera
  • Porque tememos que si no asumimos los mandatos de nuestro género se nos castigue de la misma forma que nosotrås mismås sancionamos a quienes osan no rendirle tributo al suyo (esas críticas, esos cotilleos, esas mofas, esos motes).

 

Pero qué es el género

No me siento satisfecha con la expresión roles de género o estereotipos de género. Me parecen demasiado suaves. El rol parece que puede una tomarlo y dejarlo, que sea un papel, una actuación limitada, acotada en el espacio y el tiempo. Por su parte, el estereotipo se entiende como una tontería, algo que una cree sin haberlo investigado previamente y que por tanto es erróneo, pero como si no fuese especialmente importante, como una minucia inocente, como una tortilla de patata, una boina francesa o un chiste de Lepe, ¿me explico?

Pero no. El género es una violencia estructural horrenda de dimensiones ingentes que inflige una devastación incalculable sobre las personas. En nuestros cuerpecitos tiernos se imponen a hierro los modelos de socialización separados por sexo, y no podemos escapar de ellos si no es con un gran sacrificio y asumiendo un salto mortal a lo desconocido.

Nuestras psiques no son misterios insondables (gran mentira patriarcal): son, si queréis, equipos informáticos en los que se instalan sistemas operativos específicos de los que no se puede luego escapar, porque incluso para desinstalarlos, tienes que vértelas con ellos. Son La Forma en que el equipo funciona, el código en que se expresa. Si te ponen el Windows 98, todo lo haces a través del Windows 98, piensas, ves, comprendes lo que sientes a través del Windows 98, y no podrás soñar con llegar a funcionar con el XP y dejar de ser lastrada por un sistema operativo tan antiguo porque la cultura en la que vives silencia, acalla otras formas de operar como si no existieran o no fueran siquiera posibles. (Joder, se nota que no he vuelto a hablar ni a pensar en sistemas operativos desde que tuve clases de informática en la escuela. ¿Qué venía después del XP?)

La división en géneros fue una construcción antropológica que ha perdido su razón de ser en la vida moderna; es, por tanto, un esfuerzo residual que no genera bienestar, no es práctico y no hace sino contradecir las necesidades que, como especie, tenemos en este momento de la historia.  Pero hay personas que se benefician de la seguridad que les presta lo previsible del sistema, y se aferran a él temerosas de cuestionarlo. Mientras gente que (crea que) salga beneficiada con el patriarcado siga teniendo poder, habrá que seguir dando batalla para ponerlo en solfa.

Hay algunas instituciones culturales especialmente esforzadas en la construcción de los géneros-que-son-violencia-y-son-fascismo-casposo. Suelen pasar por normales pero a estas alturas deberíamos tenerlas ya bien caladas y boicotearlas sin descanso. Por ejemplo, las revistas «del corazón», ¿tienen alguna otra función, aparte de crear con agresividad modelos unívocos para hombres y mujeres, castigar «impertinencias» y rendirle tributo al poder —puro mandato conservador de género en papel glossy—?  Otros serían los colegios católicos, segregados o no; el fútbol comercial y toda la exageración performativa que despliega; las bodas; las iglesias; las jugueterías rosiazules; las peluquerías; la publicidad y las tiendas de ropa; las películas de Hollywood, etc. Por lo demás, hacemos género a cada paso, en cada acción, actitud, relación y acto de consumo, lo que tiene su reverso esperanzador: podemos en efecto des-hacer género a cada paso también.

Allí sentada en un puff enorme bajo la escalera mecánica del centro comercial, visualizo esos roles, modelos, trajes de género como si fueran herrajes impuestos a fuego en la fragua humeante de la máquina patriarconeoliberal. Para los hombres: coraza, espada y plataforma. Para las mujeres: corsé, jaula-espejo y escoba. Piénsese además que ya la división hombre/mujer en sí misma es un acero lingüístico que no está permitiendo imaginar variaciones, indefinición, la libertad de expresarse como unå quiera que sea.

 

La coraza y el corsé

La violenta cultura patriarcal hiere la carne blandita de los niños con los siguientes mandatos:

1. La coraza: Represión de las emociones y de la empatía con otros seres y entornos. El latido queda cubierto, sustituido por hierro valdío. Se esculpe así el dios, el héroe, el falo dirigente que no muestra debilidad ni preocupación por el cuidado de la vida, pese a que este lo sostenga. Se eliminan el cuerpo y sus trabajos, las tripas, la conexión libidinal, el espítitu: solo queda una supuesta racionalidad desde la que debe juzgarse todo y un interés que debe mover el mundo y todas las acciones. Control, fuerza, límite, frontera, separación, son sus insignias.

2. La espada: ¿Y qué emprende en su tiempo libre ese ser descorazonado? Acciones encaminadas a mostrar violencia y vigor, a rondar una muerte-muerte en potencia. Una muerte que no es el reverso de la vida, no es cíclica, no es natural. Es una muerte que sirve a un poder, es un sacrificio al falo. Por eso la sangre que brota de las heridas de muerte puede y debe ser mostrada en todas las pantallas pero la sangre-vida de la mentruación debe ocultarse. La espada es asisimo apropiación, extracción, expolio, beneficio.

3.La plataforma: Todo lo anterior ofrece al hombre El Poder de disponer de los cuerpos subordinados (criaturas, mujeres, gente racializada, etc.) y la naturaleza. Aquí estarían los actos directivos, la imposibilidad de cuestionarse a través del diálogo sincero y genuino con otrås y la costumbre de dar órdenes, de explicarle al resto cómo son las cosas, de mandar, de ser obedecido. Lo que se ha dado en llamar caballerosidad y protección no son sino la prerrogativa mafiosa de decidir quién mantendrá su integridad y cómo. De El Poder viene El Privilegio, el de no tener que encargarse, por ejemplo, y de ahí la inacción, la vaguería de muchos.

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Esta cultura de la violencia y la desigualdad se ensaña particularmente con la vida de las niñas, género que se construye como subordinado al anterior, a través de:

1. El corsé, como imagen personal totalmente intervenida y alejada de lo natural y lo cómodo. No podemos ser vistas sino ofrecemos la imagen que se nos impone: el pelo manipulado en su forma y su color; las caras pintadas para ocultar y homogeneizar; la moda de parecerse a una muñeca porno, los afeitados y depilaciones, etc. Luego, para performar la debilidad y la sumisión, el bolso que ocupa las manos, los tacones y otros artilugios que no permiten moverse… y, para más inri, las fortunas que se dilapidan en artefactos y procesos (depilación, «tratamientos de belleza y bienestar», etc.) como una forma de control económico.

2. La jaula-espejo. ¿No os ha pasado que hacéis algo mínimamente arriesgado e inmediatamente os ponéis mentalmente en el lugar de quien os mira, os veis haciéndolo? Es la mirada del patriarca bíblico sentado en un trono de piedra, el androcentrismo cultural, el ojo entrenado en ver desde la subjetividad masculina hegemónica y la vigilancia de los mandatos de género a través de toneladas de horas y espacios cubiertos de productos culturales patriarcales a que somos expuestas.  Vivimos rodeadas de un espejo circular que nos encierra. Es una casa, es el cuidado del espacio privado para nosotrås y lås otrås, pero en soledad y siempre observadas por las brigadas voluntarias de la policía del género (el mito de la suegra, el de la amiga envidiosa), tuteladas por ls experts,

3. La escoba es el elemento que simboliza la limpieza que estamos abocadas a realizar, no solo literalmente, en las legiones de madresposas que limpian gratis la jaula o las migrantes que lo hacen por un salario irrisorio, sino que también nos encargamos de recoger y pagar los platos rotos. La masculinidad-hulk deja a su paso muchas heridas que hay que coser. La forma violenta en que el patriarcado nos trata a todås nos deja rotås, sin un hálito de vida latente y colectiva en el que acurrucarnos. Por decirlo claramente: se espera de nosotras que estemos disponibles para curarle al guerrero las heridas que se ha hecho mientras trataba de medirse con otros vikingos kamikaze (pues su reconocimiento personal le viene de que le acepten los otros hombres en su club de masculinidad) en el empeño de mostrarse separado, distinto, de aquello que nosotras representamos,  de «lo mujer». Es decir: es tarea de mujeres limpiar el culo que se acaba de literamente cagar en las mujeres.

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En estas brechas de cuidado ecológico que generamos las mujeres florecen los vínculos, el arraigo, que también forman parte de nuestra misión de género. Cuidarse, atenderse, recordarse, hacerse regalos, organizar todas las precondiciones y la gestión mental necesaria para que la reproducción de la vida se produzca en condiciones mínimamente sanitaria.

Pero no hablaré de la maternidad nutricia, ese antiguo modelo, la parte nutricional de la dicotomía virgen/puta porque tengo la sospecha de que quienes tienen el poder ya han decidido que al igual que la producción de las fábricas occidentales se ha ido a Asia, la función de la nutrición, el alimento, debe serle retirado a las mujeres para que quede privatizado por las compañías alimentarias… (Ahora llamadas «corporaciones»: el cuerpo y su lógica del bienestar se vacía de sentido, deja de existir, y le cede su cáscara semántica al artefacto humano que realmente está en el centro hoy día: las empresas y su lógica del beneficio.)

 

Vivimos en sociedades muy conservadoras

Basta observar la ropa que le gente lleva en esta sociedad contemporánea de conservadurismo exacerbado para aprender el valor básico del género: ellos se visten igual para reconocerse como miembros del club del poder, y van cómodos porque lo tienen; nosotras, sin embargo, nos vestimos parecido, pero siempre diferentes, para poder así competir y desencontrarnos en las doscientas florituras con que conseguir ser vistas a la vez que sumergirnos en la indefinición con las otras. Luego, la infancia. Ellos de azul, ellas de rosa. Ah, y ellas también pueden ir a veces de azul, como la princesa de Frozen, pero ellos nunca, nunca, pueden poseer ni usar artículos de color rosa, porque el género masculino es un grado que no debe ponerse en peligro de reducción a lo inferior. Es decir, no hablamos de un mundo dual, dicotómico: hablamos de un mundo binario de subordinación, sumisión y negación de las potencias y experiencias de las mujeres.

Es también interesante cómo hoy día está resultando más aceptable la transición entre géneros que performar los que hay de forma distinta. Incluso a veces a los hombres en determinados momentos y situaciones les es permitido experimentar bajando la escalera, a ver qué hay ahí, pero no a nosotras, o nos castigarán.  Así de vigentes y violentas son las construcciones de lo masculino y lo femenino. Avanzamos en la aceptación de las personas trans, vamos tolerando las lágrimas de los hombres, pero no los sobacos peludos de mujer. También hay espacio para esas pocas mujeres-hombre privilegiadas del poder político y empresarial, y para el mito neoliberal  de la mujer-diosa-hindú-de-los-mil-brazos, cuyo «empoderamiento» en términos de poder adquisitivo no redunda nunca en el poder de decir o de representar el mundo desde una perspectiva distinta.

 

Lo que hay de aprovechable en cada género

Para hacer una revolución real y permanente, para salvar lo poco que pueda ser rescatado, debemos hacer trabajo con las mentalidades. No se gana nada llamándole machista a la gente, hay que ir muuucho más allá: hay que poner a las personas frente a sus creencias implantadas para que las cuestione y se reapropie de su vitalidad y, sobre todo, hay que poner en marcha proyectos y acciones que muestren la realidad y la efectividad de las alternativas que pueden existir. Y eso se hace en las mil oportunidades de revocar el género obtuso y reemplazarlo por la creatividad que cada día nos depara. Hay que liberar las pulsiones, la emoción, las conexiones interdependientes, hacernos leves y volar lejos de los herrajes del género asesino.

Para ello propongo asumir lo que hay de aprovechable  en cada constructo de género para que lo adquiramos todås:

  • Mujeres: Tejer el arraigo. Hacer de la indefinición, colectivo; del servicio, autocuidado y apoyo mutuo.
  • Hombres: Hacer del orgullo dignidad; de la honra, pundonor. Enunciar desde la asertividad liberadora.

Continuará…

Apuntes contra el terrorismo de la imagen corporal

descargaLa vergüenza que sentimos de nuestro cuerpo ha sido manufacturada. Nos han convencido de que hay una forma en que se debe ser y por tanto han demonizado las diferencias respecto a esta imagen única. Como no nos gustamos, compramos para tratar de llegar gustarnos. Pero nunca lo conseguimos, en una espiral sin fin de gasto y autoodio. Si todo ese dinero que tiramos anualmente en la industria de la «belleza» nos lo dieran de una tacada… ¿qué haríamos con él? Y, mejor aún, si lo retiráramos de la rueda dentada del capital, ¿qué ocurriría?

Dónde ponemos el dinero equivale a dónde ponemos la energía, y por tanto lo que compramos refleja nuestras creencias (o carencias). Seguramente haya algunos artículos de autocuidado que produzcan una satisfacción genuina, pero… ¿cuántos de los muchos que adquirimos cada año? El resto, nos mandan un mensaje de nuestra parte: no eres/estás lo suficientemente buena.

Y cuando crees que no eres suficiente, cuando tu presencia corporal te produce vergüenza, cuando te cortas mentalmente en pedazos, no te consideras merecedora de procesos ni puestos que impliquen poder. Tu desprecio a ti misma te hace alejarte de la posibilidad de gobernar tu vida y aspectos de gestión comunitaria.  La vergüenza, el asco que sentimos de nuestro cuerpo han sido manufacturados para que no aspiremos a ejercer poder ni siquiera sobre nosotras mismas. La frase soy suficiente y no necesito eso encierra una descomunal potencia de subversión.Raise the Roof: Cal Shakes 40th Anniversary Gala

Se ha conseguido que nuestra identidad se base en trampas externas, como los estereotipos de género, edad y este terrorismo corporal de las multinacionales ante el que tan laxamente vegetan los gobiernos e instituciones educativas. Que esto es un fenómeno de autoodio masivo, que estamos en guerra contra nuestros cuerpos es un hecho, de ahí la violencia contra el propio y el ajeno, de ahí los trastornos de la alimentación, el estigma.  Y sin embargo, toda persona debería gozar del derecho a ser un cuerpo respetado, y a conectar con otras (ser amada).

A continuación, 10 propuestas de Sonya Renee Taylor para frenar la invasión de la tristeza y el odio:

  1. A la basura con las revistas y otros soportes de mensajes tóxicos. (Estamos literalmente pagando para que abusen emocionalmente de nosotras.)
  2. Vigila cómo hablas de tu cuerpo y de los ajenos (porque tu cuerpo está escuchando). No te hables sobre tu cuerpo peor de cómo hablarías a tu mejor amiga sobre el suyo. Tanto la vergüenza como el amor radical al cuerpo propio son contagiosos.
  3. Revisa tu mentalidad: tu cuerpo no es tu enemigo. De hecho, tu cuerpo trabaja a tu favor cuando de sanar una enfermedad se trata, po rejemplo. ¿Qué tiene de útil estar en guerra contra mi cuerpo?
  4. Crea un mantra para combatir las voces de la vergüenza en tu interior. A base de repetirlo, cambiarán los patrones de evocación neurológica.
  5. Olvida el pensamiento binario. No somos lo uno o lo otro:  bellas/feas, éxito/fracaso, hombre/mujer, blanco/negro. Necesitamos apreciar el espectro completo para llegar a ser seres humanos en todo nuestro potencial.
  6. Explora el terreno: conviértete en la mejor experta sobre tu propio cuerpo a través de la práctica de la reconexión y la intimidad con él.
  7. Ponte en movimiento.
  8. Escribe una nueva narrativa desde ¿por qué no? lo «feo».
  9. Vive en comunidad. (Los microorganismos que crean la enfermedad no sobreviven a la exposición)
  10. Date tregua y disfruta del viaje al amor radical hacia ti misma.

 

(Apuntes del webinar gratuito que da la autora aquí)

¿Ponerse las gafas o quitarse la venda?

La extendida expresión «ponerse las gafas violeta» simboliza gráficamente la nueva visión que una persona adquiere sobre el fenómeno social del género al aprenderlo, y da mucho juego para el activismo y la pedagogía. Cuando una o uno lleva las lentes progresivas del feminismo, ve realidades que claman al cielo y que antes formaban parte de la compacta masa de «lo normal» y nunca había cuestionado. Desde la cruenta representación de los cuerpos de las mujeres en los medios hasta el desigual reparto del trabajo por géneros en colectivos sociales, pasando por la cena de nochebuena y esos cuñados rascabraguetas mano sobre mano así llueva o nieve.

Las gafas hay que ponérselas, es decir, son un añadir, un hacia adelante, y hay que empezar a tenerlas. Como objeto, representan un despertar, una formación, un input feminista que recibimos o bien porque tenemos la suerte de encontrarnos una compañera que nos pase el relevo o bien porque nos ponemos a bichear por la red a partir de alguna experiencia personal. Sirven para comenzar, y nos las prescriben o construimos solas cuando aparecen dioptrías de normalización de lo opresivo en el diagnóstico oftalmológico.

Sin embargo, ante la imponente violencia de lo patriarcal en todo su esplendor, desplegada por las esferas que conforman la vida e incrustada en los tejidos entrañales de nuestro cuerpo, más que encajarse aditamentos que corrijan la mirada, lo que hay que hacer es quitarse arena de los ojos: descorrer velos, rasgar sobres clasificados, limar barrotes, desmontar paisajes mentales que creíamos «lo normal» para darnos cuenta de que lo que nos han dado por «sociedad» es en realidad «violencia», lo que nos han pedido que hagamos para «vivir» era en realidad para «someternos».

Pongámonos las gafas para aprender a quitarnos las vendas. Hay que desmontarlo todo y sacarnos al pulpo patrix de entre los órganos vitales. Desde cómo te tratas y te dices, tu cuerpo y tu lengua, a como te relacionas y con quién, qué espacio público ocupas, qué haces y qué no haces, qué credibilidad te das y cómo miras a las otras, si exiges tu pan y tu sal, si sabes darte placer, si reivindicas caminando un camino a la medida de tus pasos.

 

Se ha hecho viral

Si supiera cómo, haría un vídeo que se volvería viral. Empezaría con las imágenes de una mujer fornida saltando resuelta al campo de juego con una equipación a rayas rojas y blancas. Ella va a ir transitando su día a través de espaciotiempos manejados por personas que llevan camiseta azul, del equipo contrario, que visibilizan más y favorecen, como es natural, a sus jugadores. Estos enfebrecidos forofos de azul  se aplauden y jalean mutuamente. Entre ellos, además, algunas infiltradas de camiseta rojiblanca también parecen animar a los de azul.

En el estadio, el marcador muestra 968-0 desde antes que empiece el partido, y la moneda solo tiene dos caras, no hay cruz: saque para ellos o para ello,, no hay otra. Cuando dan patadas o tumban a nuestra chica, el árbitro no se inmuta, o le saca tarjeta roja a ella porque está fingiendo para que le den falta a un jugador azul. Mmm manipuladora. Histérica. Gorda. Cuando un jugador de azul comete un error estratégico, su público le increpa usando el nombre de ella como insulto. Los locutores hablan de su mala técnica depilatoria, nunca de los goles que, pese a todo, ella logra encajar. Algunos, incluso, no son en propia puerta.

Ella consume medios hechos por seres de azul donde las de su equipo están recortadas a  tijera y enmudecidas con una equis de cinta aislante en la boca. Va al trabajo a gastar toda su energía diaria en condiciones que no le permiten vivir la vida que merece ser vivida, siempre para que los de azul ganen dinero. No puede relacionarse con sus compañeras de labor porque el fragor de la hinchada azul no se lo permite. Los días libres va a comprar, a los de azul, cosas para cambiar su aspecto y gustarles más, a los de azul. Por todo ello cada noche se acuesta fría, extenuada. Los de azul entonces celebran su triunfo perverso, como el de un dictador en las elecciones democráticas de partido único, como el de un rey que mata un oso al que han drogado para que su majestad le dé.

Sí, no te gusta la palabra feminismo; vale, no hay que ser tan radical; oquéi, estará cansado el pobre… PERO… al menos, ay,  por dios mío, dejemos ya de negar lo evidente. Miremos quiénes gobiernan y deciden y quiénes no; indignémonos de cómo se tratan nuestros cuerpos en el espacio público, clama al cielo; analicemos mínimamente en términos de ejercicio de poder nuestras relaciones íntimas… Y hagamos algo, señoras, hagamos algo, que ya basta.

Sobre todo, entiendase que no es que queramos ganar nosotroas el partido, sino que nunca pedimos ponernos las camisetas.

Perfecta

En las críticas que hacemos a los medios de comunicación y la industria de la ropa sobre los cuerpos que representan (que deberían ser más y más contundentes y proactivas), hablamos de ese ideal de perfección estética que nos imponen. Solemos protestar porque en esta cultura, si queremos ejercer algún poder, tenemos que lucir como las modelos de cuerpo perfecto, o si no, patada en el culamen celuloso. Nos quejamos de que nuestras imperfecciones no tienen cabida en su mundo de muslo mínimo, melenaza y bisturí.

Hay algo que me chirría. Si nos referimos a esas antirepresentaciones de las mujeres como «cuerpo perfecto» estamos asumiendo y por tanto reforzando la idea de que es así como los cuerpos «tienen que ser», aunque por otro lado añadamos la posibilidad de desviarnos de la norma. Me explico: si crees que la katemós de turno tiene efectivamente un cuerpo perfecto, no estás criticando en realidad el dispositivo de guerra contra nosotras que esas imágenes conforman.

Propongo verlo desde otro ángulo: eso no son cuerpos perfectos sino modelos patriarcales para la disminución y masculinización del cuerpo de la mujer (en singular, como construcción abstracta). Esos huesos largos y ese pellejo no son (necesariamente) bellos. Languidez, artificio, hipérbole pectoral y reducción abdominal… no tienen que ver con la hermosura.

Un cuerpo bello a rabiar (por ejemplo el mío. O el tuyo) es el que se expresa en un código personal descifrado en el desempeño de sus propias funciones.  Es decir, un cuerpo que retoza satisfecho en su misma corporeidad. Textualidad rica y jugosa de carne y palabra pulsátil. Un cuerpo que desvela su mensaje en asalto a tus sentidos.

Critiquemos (¡mucho!) a esos otros cuerpos malignos de tinta, píxel y cuchillo. No los llamemos perfectos, no lo son.

Los coñocuerpos

Salgo a la calle y los veo corriendo para dar abasto, columpiándose sobre incómodos tacones, acorazados, disfrazados de otra cosa que sí mismos, escondiendo sus hechuras, sus verdades, conduciendo defensivamente, doblados cargando bolsas, increpados, agarrados, escrutados. Solo a veces los veo retorcerse de risa o abrazando.

En los medios de comunicación los veo expuestos o censurados, difamados, manipulados, recortados, troceados, usados, resemantizados, violados, masacrados, agredidos, muertos, enterrados. Casi nunca los veo empoderados, en expansión, siendo.

A los de mi entorno nos veo faltos de caricias, explotados en trabajos infames, extenuados de arrastrar obligaciones, comiendo mal, depilados con dolor y gasto, maquillados (rímel corrido), torturados (dietas como tenazas-estética al rojo vivo-industria textil o silla eléctrica), comparados compulsivamente, comprando en el mercado de la tristeza, pagando, dando, y dando, y dando.

Hola, somos cuerpos con coño, y nos están oprimiendo.

Campañas de recogida de firmas

…para que todas las chicas y las mujeres tengan un cuarto y tiempo propios

…para que se nos enseñe a sernos y a enseñarnos y no a satisfacerlos

…para que ningún ser humano en ninguna parte sea tratado como algo menos que eso

…para que te calles y escuches si no (te) has buscado antes

…para que el alumnado pueda elegir cómo hace sus deberes (para así de paso aprender con ellos)

…para que nadie nunca en ninguna parte le niegue la palabra a nadie. Propinar silencio es generar muerte

…para que ninguna persona se sienta fea porque así lo quieren los malos, los inhumanos

…para que quieras hacerme el amor todo el rato