Florilegio estival de abuelaje

Estas vacaciones la personita ha pasado tiempo con sus abuelas/o de ambos lados del mar. Como ya comentaba en Abuelaje, hay algo que no funciona, hay algo que no va bien. Más allá de que, afortunadamente, las tendencias en la crianza se hayan modificado desde los años ochenta a esta parte, una extraña violencia se extiende impune y campante que, creo, tiene que ser combatida.

Y es que así tratan muchas/os abuelas/os en estas culturas de dios a las tiernas personitas nuestras. A continuación, un breve florilegio literal de las perlas que hemos oído este verano, dirigidas a una criatura de seis meses:

 

  • Insultos:  quejica, pesada, insoportable… 
  • Difamaciones: tiene mamitis/ está enmadrada/ nos está vacilando, eso es una mariconada de tos…
  • Amenazas: si lloras porque se va tu madre, te pego una paliza, ya verás/ no te muevas, que me enfado…
  • Presión: ¡otra vez te has cagado!/ lo estás poniendo todo perdido/ sonríe, que estás más guapa/ ¡otra sonrisita para la (enésima) foto!…
  • Mentiras: el señor del bar nos va a echar si lloriqueas/ tómate la medicina, está muy dulce (¡no la has probado, tía!)…
  • Chantaje emocional: una cucharadita por la abuelita…/ ¡vente conmigo ya, deja a tu madre que desayune!
  • Egocentrismo: pero por qué lloras, si no te estoy regañando/ ¡a esta criatura no le pasa nada!
  • Campaña antilactancia materna: este niño quiere agua/quiere dormir/tiene gases/, ¡no puede ser que quiera teta otra vez!…

 

¿Que exagero etiquetando de agresiones lo que son el paisaje, la normalidad? ¿Que nuestra generación se ha criado así y no nos ha pasado nada? (¿Seguro que no nos ha pasado nada?)

Yo creo que más bien somos todas y todos, en sociedad, naturalizando actitudes violentas contra las criaturas, quienes exageramos. Curiosamente sin toda esta negatividad, desde el respeto a la integridad, el humor y el cariño también se puede criar.

¿Por qué lo hacen así? ¿Por qué me tiene que parecer adecuado?

Como los mandatos de género, las estructuras y las instituciones de poder se imponen, también, desde la cuna. Pero, en este caso, se van a encontrar con resistencia.

Cómo viajar sin ir, conocer sin aprender, ser sin vivir

1

Hoy he estado tomando café con un amigo que se contaba que ha viajado a Chipre este verano. Oye, y ¿en qué parte? —No sé, era un resort de esos. ¿Tremenda la comida, no? —Sí, la verdad que el bufé tenía de todo. ¿Y aprendiste algo de griego, parakaló? —¿Hablan griego en Chipre? No jodas, ¿en serio?

Mi amigo ha viajado (se ha desplazado, mediante el consumo de recursos) pero no ha ido a ningún sitio. Ha permanecido en una cápsula cultural, una vacuola mental sin territorio: comodidad y seguridad burguesas con sobrecillos de ketchup y mostaza en cada mesa. Qué bonito y anodino de no ser porque cosifica y consume vida para el disfrute imaginado de los privilegiados de siempre.

Que se estén organizando en contra del turismo masificado en el Mediterráneo es una magnífica noticia. Tanto crucero, tanto hotel, tanto apartamento, tanto avión, tanta oferta… son un insulto a los territorios (con su flora, su fauna, su flujo humano). Culturas colonizadoras levantan mastodóndicas burbujas de plástico para comerciar con vivencias que no son sino un espejo exotizado de las que la clientela ya tiene en su vida cotidiana. Es una aberración fuera de toda lógica que se vendan lugares (con las sustancias vitales que los empapan) a los que algunas personas con dinero puedan viajar sin ir.

 

2

En los métodos para aprender español aquí en Escandinavia se desarrolla un fenómeno complementario al del turismo adocenado. Las narrativas típicas de los libros de texto, con sus diálogos, contextos y personajes, reproducen una y otra vez la misma escena: clientes escandinavos (con quienes se espera que el alumnado se identifique) se proveen (de cosas y de experiencias) en países hispanohablantes. De esta forma, el mensaje es claro: aprende a demandar productos y servicios en lugares cuya imagen se construye a la medida de tus necesidades como turista. (Y, por ende, cuya existencia es legítima en tanto en cuanto tú puedes consumirlos.)

Así, las personas y los fenómenos culturales que aparecen en los libros son solo los que tienen relación con la industria turística. Cada vez que se abre un libro de español aquí, se levanta un edificio de hormigón en el Arenal de Mallorca. La aproximación a la lengua y la cultura extranjeras, como fin supuestamente intelectual e incluido en el plan oficial de estudios, arrastra una finalidad diferente, un currículo oculto: constrúyete como cliente en los lugares/ante las personas que tienen menos que tú. Ejerce tu poder monetario. Restringe tu espectro de aprendizaje a descubrir cuál es tu papel asignado en este juego. Conoce sin aprender.

 

 

3

Ayer tomé un café con otra amiga. Astrid tiene casi cuarenta años y mucha fibra yogui y probiótica. Pero ha adelgazado, juraría. Procede del Berlín oriental. Es doctora en físicas y trabaja en condiciones admirables en un laboratorio forense. Ha pasado recientemente por un parto y está criando a un hijo sano en un país nórdico.  También tiene una pareja, varón, que viene de Italia. Astrid y su compañero, ahora marido, acaban de volver de unas fantásticas vacaciones de un mes en Bari durante las que, además, se han casado en una idílica boda. Pero Astrid parece cansada. De hecho, se diría que está agotada.

Por fin me cuenta entre sonrisas temblorosas que ella quería una bodita simbólica, pequeña, sin agobios y sin grandes gastos. Que tampoco sabía muy bien por qué casarse, pero que bueno, por qué no, mola. El caso es que su chico se avino a satisfacer los usos familiares, y… ya se sabe: cuatro de las cinco semanas de vacaciones trabajando intensamente en la organización; diez mil euros de inversión final en un solo día de disfrute; un vestido demasiado caro, demasiado ajeno; muchas horas de suegros; decisiones tomadas en familia (la de él); corriendo todo el día de aquí para allá bajo el calor de julio; un niño destetado a instancias de su nonna; purés, llantos, parientes de él por doquier… y sonrisas, muchas sonrisas, temblorosas, de ella.

Astrid siente que con la gran boda italiana le han practicado un drenaje psicológico, emocional. Está para el arrastre. Cree que durante cinco semanas ha sido pelele, ha satisfecho expectativas ajenas y dejado de lado las propias. Siente que cumplir el sueño de un día le ha costado demasiado caro. Pero no sabe ponerle nombre a  nada de esto. Y cree que le pasa solo a ella.

 

La verdad hay que decirla poco porque se gasta, se vuelve paisaje, lengua, se calcifica, se desactiva. Las palabras dejan de significar, como cuando son rubíes, y se vuelven profundos sótanos tenebrosos en que los peores abusos patriarcocapitalistas son perpetrados y ocultos, naturalizados.

Viajar para no ir a ninguna parte, no abrirse al camino. Aprender pero no conocer, no cambiar en el proceso, no llegar a saber más que lo que de ti se espera en el tablero de juego. Y ser, ser cuerpo sin tener ánimo ni subjetividad, dejando que te vivan otros como precio por alcanzar deseos inoculados.

Algunos dicen que así es la vida; pero no, así es el (un) sistema. Y es una mierda. Y se puede cambiar.

Dice Siri Hustvedt: «nuestros cerebros son órganos predictores conservadores. Solo vemos la realidad a través de los esquemas previos que tenemos de ella. Es más rápido y cómodo, y la evolución nos lleva a pensar así. Tendemos a ser vagos para ahorrar energía».

El modo ahorro dura ya demasiado. ¿Y si vamos pasando a la acción, probando a hacer las cosas de otra manera?

 

Abuelaje

El entrañable abuelito de Heidi. La divertida abuela de Roald Dahl. El inolvidable abuelo de Galdós-Fernán Gómez. Los cuatro abuelitos de Charlie y la Fábrica de Chocolate. El mítico abuelo de Miss Sunshine. El dulce yayo de Médico de familia. (Se me ocurren muchos más abuelos pero pocas yayas representadas con agentividad. Ay).

Sabios, cariñosas, protectores, acogedoras, cuentacuentos, consejeras, de regazo cálido, besuconas. deus ex machina de la modernidad casera y cotidiana… Uf, que me está dando a mí que también con esto del abuelaje nos han vendido un rollo patriarco-macabeo.

Todavía estoy intentando digerir la gran y degradabilísima sorpresa de que las dos abuelas y el abuelo que mi hijo tiene, lejos de procurar su bien con sus acciones (que en esta fase puerperal pasa necesariamente por la paz ambiental , la protección del exterior y el bienestar de madre y padre, indiscutiblemente), se lancen ciegamente a las siguientes prácticas (selección):

  • Tratar de imponer con distintas estrategias los modos de crianza  imperantes en los años ochenta. Esto, lejos de una anécdota graciosa para «blogs de mamás» es un gravísimo insulto y un atentado contra la integridad moral de los progenitores, pues mientras la criatura esté aparentemente sana y a salvo, nadie, es decir, nadie, tiene nada que decir sobre su crianza si no es previamente consultada/o.
  • Sacar fotos. Muchas. Todo el tiempo. Con flash.
  • Obligarle a sonreír con diferentes tácticas invasivas. Para las fotos.
  • Colgar las fotos en redes sociales. Por supuesto, sin permiso materno ni paterno.

Padre, madre, suegra: mi hijo tiene muchas tías y tíos que por el camino he ido anexionando a mi familia. Mi familia real, la del espíritu, la que te respeta, te cuida, te da calor, no disgustos, hiel en boca y un empacho anual en noche»buena». Creéis que el abuelaje es un derecho y os permite «usar» a mi hijo igual que quien se siente patrón por justicia y juega con personas y recursos para satisfacer sus fines espurios.

¿Es lo vuestro hermoso y pintoresco amor de abuela/o o un lamentable intento de recuperar un poder perdido?