La insoportable levedad de Ramiro

De joven andaba yo con un gachó muy majete al que le parecía que, en comparación, él era como leve, ligero, campechano y dichoso, mientras que yo era «pesada», siempre con problemas, peleas, inseguridades, necesidad (pero estaba buena, entonces no importaba). Vivíamos lejos aún de conocer palabras como explotación patriarcal, cultura androcentrista, desigual espacio existencial de género, diferenciales de poder, etc. Pero algo percibíamos, algo no era normal, algo no era «igual» pese a que no reprodujésemos estructuras de relación tradicionales.

Oye, qué simpaticotes estos ilustrados hombres igualitarios que comprenden que vivir en igualdad es mejor para todo el mundo. No nos obligan a estar con ellos, no nos llevan de los pelos de un lado a otro, no  hacen machiruladas. Ellos flotan inocentemente en la cultura, con sus partidos de fútbol, sus cervecitas con amigos, sus jobis, sus ratitos de pornete en el teléfono. Tan a gustito.

Nosotras ahí, sin embargo, con la brasa: que si no sé qué de activismo, que si relaciones de poder en todas partes, que si deconstrucción del conocimiento, que si ahora la carga mental, que si ahora la psicóloga de pareja, llantos, dramas de amigas, compresas a escondidas. Buf.  Qué leves son y qué pesadas nosotras. O qué gran cinismo, malditos canallas.

Si una persona no se pone a trabajar activa, consciente y profundamente el sexismo/racismo/clasismo* que lleva encarnados, las ideologías discriminatorias no se esfuman solas. Las seguimos acarreando y se reproducen como la mala hierba. Zumbamos dentro de una cultura completa patrocinada por los medios de comunicación y el desproporcionado sector del comercio que promueven formas de vida basadas en la dominación de los hombres blancos sobre el resto, del Norte sobre el Sur Global, etc. Pero ellos, ay, no lo ven desde su atalaya. El privilegio tiene la propiedad de ser invisible para su dueño y de que quien lo tiene pero lo niega sea escuchado, mientras que quienes no lo poseen y lo señalan hacen muecas inaudibles desde la cuneta. 

Yo no creo que haya solución a un nivel de personas concretas. No van a ver más allá. La desfachatez es infinita cuando de aferrarse a un privilegio se trata. Sospecho que si una persona no da síntomas de empatía y movilización tras unas primeras invitaciones, ya es que nunca lo hará. Mirad el partido franquista, erre que erre en su convicción moral de que el país es su cortijo y todos y todo somos suyos para jugar. Mirad todos esos padres y profesores tramposos, que basan la relación con la infancia en mantener la distancia jerárquica y hacerse espacio existencial para campar impunes con sus desvergüenzas al aire, a costa de personas vulnerables silenciadas.

Si no has cambiado todavía, ya no vas a cambiar, mezquino. Pero oye esto: tu hegemonía de poderío hueco, reyezuelo infame, tiene los días contados. Tu historia de conquistas, espadas y atalayas se acabará con tu sangre. Soy pesada, sí, cargo el peso que caerá  aplastando tu triste corona de alumnio frío, tu ingrávida complacencia.

 

 

 

Hacer balance ¡y a ciclar!

Aunque es pronto por la mañana, el aire tiene hoy la consistencia de un visillo de ajuar a media tarde.  El día me sabe a brote, a frescor de poema dormido entre gasas. Tras un rato de dejarme imantar por sensaciones clorofílicas, me detengo cabal al quicio de la descarga. Tengo que hacer balance y sacar la placenta del congelador. Llegó el momento.

Año y medio después de dar a luz, percibo que estoy madura para salir del espectro emocional del parto. Debo despedirme del puerperio, ahora sí. Lo pienso mientras coloco a la criatura en la sillita desde la que me acompaña en la bici. (Todo este tiempo de porteo, carrito y autobús eché mucho de menos mi adorado vehículo, que simboliza espacios de posibilidad de mi vida escandinava.) Voy cantando cualquier canción arrumbada de la década de los dos mil y ya-no-bebé me acompaña con sus himnos élficos a grito pelao por la callejuela. Estoy profundamente contenta de vivir (vivir a lo ancho, no solo residir) con esta personita tan linda.

Amo la oportunidad que me da de aprender de lengua, de sociedad, de emoción y relaciones. Poder observarla en sus juegos, cómo empieza a narrarse el mundo, cómo confía en otras humanas, cómo se autorregula… es un regalo impagable. (Transito una ovulatoria  de chocho-cocacola con La Madre muy a tope, mejor no sigo…)

Volver a ciclar de nuevo es un descanso. La primera preovulatoria fue como quitarme toneladas de dolor comunal de encima. No seré yo quien abomine del estado hormonal/psíquico de mi puerperio. Antes al contrario: recorrer estos dos años y pico de preñez, parto y lactancia ha sido mi viaje iniciático, mi darme a luz y dilatar a partir de un agujerito el ancho espacio existencial que reclamo para la condición del ser de mis carnes y mis frases. Pero si menstruar mola, aunque en esta sociedad, duele, el puerperio ya ni te cuento…

Durante estos dieciocho meses de ser artífice de dos cuerpos simultáneos, he estado llena, llena de amor por la especie y el entorno.  (Amor no correspondido.) Toda la energía de mi cuerpo, orientando mis pensamientos y emociones, miraba hacia la creación de vínculos. El de mi bebé conmigo, pero también el mío con las abuelas, con las primas, las tías, las hermanas, les demás, el todo/la diversidad. Esto tiene pinta de función evolutiva, de tejedora psicológica puesta en marcha para la pervivencia de una especie gregaria.

Me han dado un plantío de calabazas. Yo entusiasmada vibrando de parto reciente carne calentita regazo florido busqué madre. Madre actualizaba twitter. Busqué suegra. Que me quería quitar al bicho para maternarlo ella. Busqué hermana. Que perseguía descalza a príncipes pedorros con mocasines. Busqué a otras puérperas. Y las vi hundidas, deslavazadas, átonas. O incólumes, con el alma acumulada en la cara interna del rostro y la eficiencia neoliberal en la leche. No conecté. Busqué colectiva. Qué frío. Tiritamos en la tundra social a la que hemos sido arrojadas. (Menos mal que existen personas ecológicas y orgánicas con las que cultivarnos juntas en rebeldía).

Adiós, puerperio. No seré más carne desnuda y lábil mendigando pertenencia y pertinencia ante oídos y espíritus tapiados. No en un sistema atroz como el que nos coloniza. Atesoro la fuerza impetuosa, la creatividad hechicera, la visión afilada que me has dado. Seguiré ejercitando los dones que me trajiste para mantenerlos siempre rodando. Digo gracias. Y me monto en la cicleta de mi cuerpo vivo y potente. Salgo al camino a florecer, morir, renacer, volverme un pedazo de tierra que resistirá plagas y maleficios químicos gracias a la vida persistente arrogante majestuosa triunfal. La que me salió por el coño. La que he logrado recuperar para (ahora sí) mi cuerpo soberano.

 

 

Los movimientos sociales y la escafandra

Cualquier momento de comunicación sucede dentro de una escafandra. Nos hablamos siempre a nosotras mismas (o a la imagen fantástica que del oyente tenemos, que

Related imageinvariablemente se nos va a parecer*). La comunicación es un acto circular de fe que, a veces y con suerte, establece una zona de área compartida con lo que está diciendo la persona de enfrente.

El mito de las lenguas nacionales tiene que caer. No ya tan solo porque los límites de los idiomas y sus relaciones sean siempre geopolíticos y nunca garanticen que la comunicación se cumpla o deje de cumplir más allá o acá de una frontera. Sino, más bien, porque estamos viviendo un momento de crisis civilizatoria, de decrepitud y surgimiento simultáneos, en que se está librando una sangrienta batalla por los sentidos  y las instituciones que los determinan. No es casual que ahora le estemos mirando ampliamente debajo de las faldas al género. No es casual que se esté cuestionando a la RAE como ente acaparador de un bien común para el beneficio propio de algunos.

La lengua es la reducción a sólido de la cultura, que es gaseosa. La cultura, a su vez, es la proyección o emanación de la lengua, que es núcleo matérico. La lengua se emplaza en el cuerpo y desde ahí genera vivencias (–>verdades) que salen a la plaza cultural a negociar con las verdades (–> ideas del resto. El mercadeo de verdades se realiza en el terreno rocoso de las estructuras de poder, que son a su vez producto  de la agregación material de esas ideas, y por eso mismo, pueden ser erosionadas por aquellas que le son adversas.

La escafandra es metáfora de la cultura que activamos con nuestras ideas-cuerpo cuando nos comunicamos. Es toda la masa de presuposiciones, prejuicios y creencias que llevamos dentro y nos estructuran y que pintamos como un castillo en el aire cada vez que abrimos la boca. A causa de la discriminación, la escafandra de muchas personas ni siquiera nos imaginamos qué contiene, porque no nos asomamos a ella. La de unos pocos (hombres, blancos, occidentales, ricos, etc.) lucha por imponerse y crecer hasta que todos los pulmones estén llenas de su aire.

Por eso, porque tenemos, creamos y sentipensamos culturas distintas dentro de nuestros cuerpos, porque la lengua (también y sobre todo) es política, porque hay una guerra ahí fuera… no existe una lengua común que nos acoja para que nos podamos relajar. Los sentidos de la comunicación deben ser constantemente negociados. (Y ya bajo a tierra.) Qué decimos, cómo lo decimos, cómo establecemos la comunicación, cómo nos organizamos, cómo nos llamamos, cómo nos tratamos, quiénes somos… Todo debe ser reparido y relenguado. Y esto debe hacerse ya.

Porque por inercia, ya nos damos «amistad» de facebook en vez de cuidado y empatía. Porque por inercia, ya nos damos «grupo» de facebook en lugar de construir sudando acción colectiva. Porque por inercia, ya nos damos «apoyo en redes» en lugar de construir juntas otra realidad posible. Hay gente que se aproxima a movimientos sociales a hacer «networking» y feministas que llegan a espacios de construcción del movimiento «para hablar de su libro».

Los sindicatos y partidos, con todas sus certezas y aspavientos, deben abandonar el movimiento de mujeres*. El feminismo debe instalarse en las instituciones, nunca al contrario. Los encuentros de activistas, personas que quieren otro mundo posible, no pueden reproducir las ideas/formas/comunicaciones que ya conocemos. Por lo dicho arriba. Porque este sistema que habitamos nos tiene separadas en casillas con nuestra escafandra puesta, una esfera de aire cargado y pestilente en que los signos se han vuelto sólidos y su significado ha sido decidido por poderosos terceros. Porque en las asambleas debemos cuidar la profunda alegría del encuentro y sus potencias por encima de cualquier cuestión de agenda.

Tenemos la arcilla fresca para modelar una vida vivible para todas. Como se nos seque entre las manos, va a ser para que la historia nos dé una buena hostia por necias y por vagas. Puesto que deseamos un horizonte de habitabilidad, tenemos que sacarnos al enemigo del cuerpo.

 

(* Hay, sin embargo, caminos para aprender a ponernos en el lugar ajeno: la literatura y la pedagogía son dos. Pero aunque hay muchos libros y mucho docente, los textos y las situaciones didácticas en que verdaderamente se da una transmutación del yo-yo al yo-otro posible son muy pocas… Como su potencial de cambio es enorme, nos dan entretenimiento en lugar de literatura e imposición de contenidos digeribles en lugar de pedagogía.)

 

Imagen: http://www.doctorojiplatico.com/2012/01/enchanteddoll-princesas-de-porcelana.html

 

Brujesas y princesujas

¿Por qué todas las niñas quieren ser princesas? ¿Por qué nadie se disfraza ya de bruja? ¿Qué esconde el término caza de brujas? ¿Por qué hordas de evangélicos recibieron en Brasil a Judith Butler con gritos de bruja, bruja?

Érase un sinnúmero de veces, en la polvorienta mentalidad patriarcal que arrastramos y revitalizamos a cada generación (y no parece que de esta la vayamos a aniquilar), cuando nacemos y nos ponen el sello de «mujer», recibimos a través de la cultura unas fronteras al cuerpo, unas opciones limitadas de formas de ser. Estos modelos de mujer se transmiten sucesivamente a través de representaciones icónicas y narrativas que contienen personajes reconocibles y recurrentes: los arquetipos culturales. Virgen/puta. Princesa/bruja(hada). Esposa/querida. Señora/criada. Son fantasmas de sentido y norma que recorren todas las producciones culturales y las enlazan, así sean narrativas (textos en cualquier formato), arte, producción de objetos, imaginería, moda, etc.

El folclore y la psicología son madre e hija. Y el padre en esa fecundación sería el mundo material que nos rodea. Por eso me preocupa tanto que la ropa de H&M (entre otros muchos elementos salidos del señorío estado-corporaciones que nos gobierna), se empeñe en segregarnos por género y de hacer que todas las niñas (quieran) sean princesas.  No me cabe duda de que debemos empoderarnos también en lo simbólico si queremos que el empeño feminista se asiente sobre bases sólidas y perdurables. Es cierto que no nos cuentan ni contamos cuentos de hadas, que ya no hay criaturillas del bosque poblando nuestras noches en torno a la hoguera; sin embargo, el cine comercial, las series de televisión… la industria de la narrativa audiosivisual, en fin, bebe de las arca(da)s disney y alimenta a su vez el resto de imaginario cultural que nos empapa y atraviesa, que nos materna (pues nos des/legitima, nos da una razón para vivir y nos enlaza con nuestros congéneres): revistas, youtubers, cantantes de moda, tiendas de ropa, etc.

De entre el mogollón de diosas y diosillas grecorromanas (que ya son menos y menos potentes que sus antecesoras estruscas, anatolias, mesopotámicas, etc.), la primera cultura eurocristiana reduce los arquetipos (el espectro de funciones sociales) de las mujeres a dos: la vasija inmaculada (que ni folla ni pare)/la puta más callada que una tal. (El evangelio es un hirsuto paroxismo de lo macho-gay.) Esas son las guías en torno a las que el carácter y los cuerpos de las mujeres debían acorazarse para existir en sociedad, para poder ser leídas.Y, a decir verdad, no hemos avanzado gran cosa desde entonces.

En los cuentos folclóricos que nos han llegado (que de un rico cultivo popular fueron mutilados, disecados y empolvados por hombres bien de clase alta para que se les parecieran), los arquetipos se mantienen y se reproducen hasta el infinito/actual. Desde los hermanos Grimm hasta Britney Spears. Desde Andersen a Amancio Ortega. La idea profunda, de base, no cambia, es la misma. Las posibilidades no se nos amplían.

En nuestra cultura, la mujer aceptable es denominada princesa. Es aquella de la que se habla. Es una aristócrata, es decir, tiene una posición social (y una serie de posesiones) que mantener (cuestión clave). Es una, es individual y nunca tiene amigas ni por supuesto madre. Se sitúa por encima de lo concupiscente y lo material, por encima de su propio cuerpo. La princesa se escribe como una víctima que necesita ser protegida y a la que se hace daño; como un objeto, premio que se entrega/recibe y que debe ser bello de acuerdo a los cánones del momento. La princesa ocupa poco, no posee subjetividad, temperamento ni movimiento, siquiera. Está encerrada en el torreón-falo aristocrático a la espera de que el caballero con lanza-falo burguesa venga a rescatarla. Belleza-Bershka, matrimonio, procreación, (más trabajo de cuidados, quizás, aunque este suele esconderse), son sus cárceles. No tiene más poder que sus argucias «femeninas». Está sola y sin arraigo. Su cuerpecito mermado acarrea el peso de la moralidad del momento. No es una persona, es un estuche.

La mujer no aceptable es denominada bruja. Y eso es todo lo que significa bruja: mujer inaceptable. Por ejemplo, inaceptable en su defensa de la comunalidad y del saber colectivo (léase, por diosa, a Federici) frente a los proyectos protopatriarcocapitalistas del medioevo. En general representa lo que la sociedad reprime, oculta e ignora de las mujeres. Por eso no tiene hombre, y no habita la ciudad sino en los márgenes. Puede ser oscura, sucia, vieja, regordeta, racializada… Su ropa no tiene protagonismo porque no es un personaje que deba aparecer. Su presencia es una  amenaza que se utiliza para generar temor. Su nombre devalúa, asusta, debe ser ocultado.

La palabra bruja tiene origen desconocido, quizás prerromano, o tal vez tenga que ver con brewery, con poción, bebida, o con volar. (Princesa viene de príncipe que sencillamente quiere decir en latín «el primero»). Lo bruja toma formas diversas a lo largo y ancho de la orbe y de los siglos, pero ampliamente se puede entender como lo femenino que se sale de la norma (por eso vuela, en movimiento ascensional), que no acepta la moral vigente (asociación demoníaca, herejía, apostasía), que revela su concupiscencia (maneja la escoba, alcahuetea), tiene poder sobre los cuerpos (control de la reproducción), aplica las fuerzas de la naturaleza en la salud (pociones mágicas) y tiene un conocimiento profundo de la lengua y su poder (maleficios, conjuros, agüeros). La bruja está en manada (aquelarre) y no se puede conocer a simple vista, no está colonizada por el conocimiento patriarcal (nocturnidad, misterio, clarividencia, oráculo). La bruja emerge con lo tejido (parcas), lo líquido (puchero), lo verbal (invocaciones). Las fronteras entre lo vivo y lo muerto no están claras en ella. Por eso, la bruja es el no-sistema, es la no-razón, es lo no-lineal, es lo no-reducible a fórmulas, funciones, ni siquiera a palabras.

Cuando nos deshojamos el cuerpo de princesismos reviven las diosas antiguas, surge la bruja. Nos expandimos, volamos, miramos a nuestro deseo a los ojos. Encontramos todas las formas de ser que nos fueron robadas. ¿Cómo nos llevamos con ella? ¿Qué dice, en qué lengua? ¿Quién la entiende, con quién quiere pasar tiempo, a quién no soporta? Vuelven a nosotras los calderos, los tejidos, las amigas, el susurro del bosque. Los corazones se convierten en una bomba muscular que palpita y huele a sangre.

Debemos romper las cadenas que desde voces muertas se les imponen a nuestros cuerpos. Ha llegado el momento de tomar conciencia y repartirnos las cartas a nosotras mismas con los ojos bien abiertos. Volvámonos brujesas, princesujas. O vayamos descartando a la princesa, y que de su tierno cadáver nazcan mil flores que alimenten a nuestra cuadrilla de hechiceras.

 

Imagen: http://www.thaliatook.com/index.php

 

 

Esencia de mujer, esencia del capital

Desde algunos discursos feministas, se acusa a otros de mostrarse «esencialistas» respecto a la identidad de las mujeres, de aferrarse a ella y no permitir que el género reviente convenientemente como le correspondería al feminismo en la fase avanzada (y mistificada) del movimiento que estamos viviendo ahora. Igual que cuando se acusa al feminismo de «moralista», hay que ver si el insulto se sostiene cuando lo miramos de cerca, y además seguir el dedo de quien acusa hasta llegar al brazo teórico que lo mueve, para ver qué intereses respalda en realidad ese acto de presunta difamación.

Los hombres y las mujeres son dos categorías artificiales, culturalmente construidas, sobre un continuo de realidades hormonales, genitales, corporales, psicológicas y socioafectivas que tienen más de caleidoscopio sexual (García Dauder) que de realidad naturalmente dicotómica. Separar la lectura social de las posibilidades de expresión de la sexualidad humana en tan solo dos opciones es una violencia, que responde a intereses socioeconómicos obsoletos y que debe ser sin duda contravenida. Desde este punto de vista, el objetivo del movimiento feminista entiendo que es, en consecuencia, la abolición del sistema sexo/género como agresión segregadora que sirve para legitimar la explotación de una de las dos categorías de lo binario (la posición social femenina) por parte de la masculina reinante, que queda a su vez sujeta por la estructura y es orientada por la pedagogía sistémica a fines de explotación, guerra, y dominio de los seres subsumidos.

Han sido ya varios los momentos del feminismo en que se han producido cismas entre teóricas y activistas que querían priorizar lo urgente y quienes consideraban más útil dedicarse a lo importante (en términos de Sendón de León). Visto así, es fácil encontrar las dicotomías clásicas como igualdad/diferencia o abolicionismo/regulacionismo (aparte de forzadas y falaces en ocasiones) como un continuo de luchas en que cada estrategia política se orienta, o bien a resolver el problema de forma inmediata, o a contribuir a más largo plazo con vistas al objetivo final. Ambas posturas deberían poder dialogar si la actitud vital de base es la misma.

Por otro lado, la cuestión de las identidades. Debemos siempre sospechar de ese concepto (que lo carga el diablo) y pensar si somos «algo» como «identidad de salida», en origen, como cualidad inmanente de nuestra sustancia, o si cuando abanderamos la identidad de «mujer» lo hacemos como «identidad de llegada», es decir, como aquella forma en que somos entendidas. Identidad que no reside a nivel de las letras que forman el texto que somos (y que no es idéntico sino a sí mismo y por tanto carece de relaciones de identidad) sino en la forma en que las estructuras sociales permiten leernos, en los usos interpretativos del entorno. O sea: si muchas de las que tenemos úteros hacemos activismo desde un «mujeres» porque así nos clasifican en sociedad, y a sabiendas de las limitaciones del término, no es porque representemos una cualidad esencial del mismo ni porque este se acabe en nosotras, sino porque la palabra nos permite otorgarle valor colectivo y político a nuestra problemática común. Porque sin él somos masa informe y desagregada.

Es una lucha urgente la del activismo trans por la plena habitabilidad de la vida de las personas que transitan entre géneros. Las discriminaciones y opresión contra la gente trans deben ser, además, desafiadas desde el feminismo, como movimiento que aboga por la alegría de la diversidad frente al fascismo del Uno poderoso y fagocitador.

Sin embargo, aparte de la riqueza que aporta el enfoque transfeminista a la batalla por la diversidad de cuerpos, narrativas y realidades, no debe perderse de vista el enfoque de género para leer la cultura, las famosas gafas moradas de que el feminismo nos proveyó en otras etapas. Avancemos integrando, diría, no quemando los campos al pasar.

Las vulvas, los úteros, los ciclos menstruales, los embarazos, los partos… suceden en cuerpos vulnerabilizados y muy frecuentemente vulnerados por la cultura misógina y sus mercenarios. De ahí que el significante «mujer» deba, sin duda, cuestionarse por todas partes y criticarse desde todas las perspectivas (aunque sin ir demasiado rápido y asumiendo que todavía tiene el valor político de generar identificación y potencial de lucha, véase sino el 8M). Sin embargo, hay una trampa: poner en solfa el término «mujer» y su extensión no es razón para silenciar, de nuevo, cuerpos vulnerables y sus realidades. Vincular, sumar, crecer por las dimensiones de lo trans no puede significar invisibilizar coños ni escatimar maternidades.

Un espacio transfeminista no puede vetar la ginecología autogestiva en nombre de querer evitar un supuesto «esencialismo», porque eso es (re)silenciar coños. Y la liberación no puede ser a cara o cruz, o tú o yo (y gano yo), la liberación tenemos que inventarla juntas para una nueva realidad que nos acoja, por fin, a todas.

Es cínico acusar a las enfermas de endometriosis de transfóbicas por reproducir la idea de «mujer» en sus discursos porque si no se hace, queda borrado (otra vez) el sesgo de género de la medicina patriarcal, que el feminismo ha evidenciado y que es la razón por la que esas personas sufren, y luchan.

No se nos puede obligar a hablar de «persona embarazada» en lugar de «mujer» porque sin el entramado de violencias misóginas que impregna la sociedad no se puede entender la violencia obstétrica y perinatal, y por tanto nos dejaría (de nuevo) indefensas .

Los úteros en su dimensión carnal y simbólica son expoliados económica y culturalmente por sistema. La lógica económica depredadora que habitamos basa su éxito en naturalizar la gratuidad de la reproducción social. Por ello desvaloriza simbólicamente a sus responsables (lo que previamente ha construido como posición social femenina) para perpetuar el engranaje de la dominación. Y es que esos úteros cuyo peso político revindicamos resultan venir in-corporados en personas. Y estas personas a veces conciben, gestan y paren. Y cuando lo hacen, llegan al mundo otras personas, que dependen física y psíquicamente del cuerpo, la presencia y el cuidado de quienes las parieron. (Lo cual se me podrá discutir con meras opiniones, pero no hay evidencia de que las personas nacidas puedan desarrollarse plenamente saludables psíquicamente si se resquebraja el vínculo con el cuerpo del que provienen; de hecho, véanse a Leboyer, Odent, Olza, etc. para estudios que muestran lo contrario.)

No conozco a ninguna feminista que esté contenta con el papel que le ha reservado el patriarcado en ninguna de sus fases. Todas cuestionan, en mayor o menor profundidad, las construcciones sociales en torno al género que dilapidan las posibilidades de una vida completa, apacible y en salud psicosocial para todo el mundo. No abogan por ninguna «esencia de mujer». Tampoco conozco (yo) a feministas que no acepten la realidad de que hay mujeres con pene, con testículos, con traje de masculinidad, sin útero, sin vulva, sin menstruación, sin vivencia social de la feminidad, etc.

Conviene no olvidar que puesto que todas las personas somos nacidas de mujer, la «madre», más allá de la impronta, el vínculo y el cuidado primal, comprende una dimensión psicológica que tiene que ver con el arraigo, con la pertenencia al cuerpo del que venimos y, por extensión, al grupo humano que nos acoge. La leída-como-madre (potencial)/persona con útero/mujer representa, por tanto, valores contrarios al capital en esta su fase apocalíptica. El neoliberalismo nos separa, nos desterritorializa, nos desarraiga. Defender a la madre entrañal es una postura política que desafía la lógica disgregadora de cuerpos de los señores capitalistas a cuyo son, querides, estamos todes bailando. Y cuyos intereses se nos cuelan en los discursos sin darnos cuenta.

Por eso, porque la maternidad es socialmente asociada con la identidad (de llegada) «mujer», porque debemos tejer nuevos lenguajes pero siendo siempre responsables y conocedoras de los efectos performativos y perlocutivos reales (no los soñados) que generamos con ellos en la interacción, porque reinventar el género (lo urgente) no debe impedirnos desafiarlo (lo importante), ni recrearlo debe hacernos olvidar lo que conocemos sobre su funcionamiento letal, creo que debemos dejar de usar el «esencialismo» como insulto entre feministas. De entrada porque qué narices es eso, y porque a quién resulta que estamos haciéndole el juego, si borramos los úteros; si en nombre de la igualdad y la libertad tenemos la suma desfachatez de alquilarlos, y poner nada menos que a personas pequeñitas a la venta por catálogo.

Un norte global hirviendo de capitalismo cognitivo. Universidades produciendo sofisticados discursos sobre géneros licuados. Identidades que se sectorializan y exigen respeto a la individualidad abanderada. El cuerpo es un arcaísmo esencialista. Mientras, un sur global que revienta en cuerpos sin nombre alimentando la parte trasera de la máquina. Carne a la venta, seleccionada en exclusiva para usted, lista para ser importada cuando su deseo se pose sobre ella.

Vivan les trans. Vivan los úteros. Viva el uso político de la palabra «mujeres» cuando nos sirva para revelarnos. Basta ya de dominio, de confundirnos, de discurso vacíos que adormecen, de explotación.

#HaciaLaHuelgaFeminista en con/senso

‘Consenso’ viene del latìn COM (común, compañía, juntås) en adición a SENSO, que significa ‘sentido’. ‘Sentido’, a su vez, puede querer decir tres cosas: (1) «emoción, sensación, lo que se siente» (como en me he sentido muy bien al oírte);  (2) «hacia dónde se va» (la caravana iba en sentido contrario a las demás) y (3) «significado, concepto» (no comprendo el sentido de este texto). El  ‘consenso’ sería, entonces, (1) la emoción que se vive colectivamente, que palpita en muchas personas a la vez; (2) la dirección que lleva un grupo en su caminar; (3) el valor que un conjunto de hablantes le da a algo.

La huelga para el 8M que el movimiento feminista está organizando en el estado español nace desde lo sentido en común, o el con/senso, por estas tres mismas razones:

  • Desde una mayor o menor fluidez en la articulación de lo que sucede, por qué sucede y cómo desafiarlo, desde diferentes edades, procedencias, bagajes socioeconómicos, géneros, etc., el clamor de la gente en contra de la injusticia y la violencia por razón de género está creciendo. Hay una emoción compartida, un deseo colectivo de vida en paz y comunidad que ruge desde las entrañas del sistema y que se hace cada vez más audible de piel afuera.
  • Las cuerpas vulnerables escribimos cascadas de textos; hacemos activismo de muchas formas diferentes, en muchos espacios y desde lugares diversos; nos la jugamos cada día, a cada paso, tratando de hacer las cosas de maneras conscientemente políticas que planten cara a la opresiva normalidad imperante. Todas vamos en la misma dirección: rasgar el silencio letal que el androcentrismo impone a las experiencias que vivimos, a nuestras necesidades y exigencias de descolonizar la vida y el mundo. Queremos desafiar la narrativa en que solo la vida del Sujeto Mayoritario blanco, varón, burgués y adulto merece ser sostenida y su voz la única legitimada. Queremos un sistema que asegure las condiciones materiales y discursivas para que todas las vidas/ las vidas de todås merezcan la alegría ser vividas.
  • Estamos resignificando el concepto tradicional androcéntrico de huelga obrera. Lo okupamos y lo transformamos a la medida de nuestras opresiones. La huelga del 8M se articula muy conscientemente en los cuatro ejes estudios/laboral/cuidados/consumo para que desde las intersecciones pluriversales que habitamos se pueda afrontar la jornada como un empoderamiento colectivo y una reivindicación de los aportes de las mujeres a la vida de cada día, que son silenciados, invisibilizados, ensordecidos por el poder y el culturo hegemónicos. El sentido reapropiado de «huelga» en feminista está en proceso abierto de elaboración colectiva, no es un producto terminado ni preteorizado (mucho menos partidista) sino un poema político, un texto colectivo buscándole los tres pies a la realidad, un solo pálpito percutiendo en muchas cajas torácicas, aunque aún no hayamos dado con las palabras falologocéntricamente correctas para expresarlo.

 

No obstante, no todås estamos cuidando este precioso y admirable con/senso, esta criatura de todås. Hay reacciones, hay disenso en ¿propias filas?. Hay, por ejemplo, colectivos que reclaman que las mujeres del logo no encarnen valores culturales o subjetividades propias de cada una. Es cierto que la estilización de la imagen no hace justicia a todas las intersecciones desde las que luchamos, pero no es menos verdadero que su valor icónico es claro en tres sentidos: mujeres (melenas largas)/ variadas (peinados distintos)/ unidas (brazos enganchados).

Personalmente, no encuentro necesario que en una imagen que debe ser simple para poder reproducirla mucho y en muchos espacios quede reflejada explícitamente toda esa variedad nuestra, que ya digo que está apuntada simbólicamente. En cuanto a colectivos que reclaman no haber sido invitados a la organización estatal, deberíamos quizás repensar la inclusividad como algo que se ejerce, no algo de lo que se es sujeta paciente.

La organización de la huelga es desde el principio un proceso abierto a la que una, con o sin grupo previo, se une si quiere y se pone a currar y punto. Personalmente, me parece más honesta esta apertura generalizada que la búsqueda intencionada de colectivos equis o hache para marcar casillas de currículo interseccional. Así y todo, es muy positivo que se expresen críticas desde muchos puntos a los mensajes sociales que la huelga envía, y deben ser escuchadas para que la transformación, por amasarse desde más manos, dé frutos que nos satisfagan a más personas en más sitios.

Pero también se han escrito críticas que no son tan deseables y que, a mi modo de ver, no han sido escritas desde la honestidad y el compromiso con el interés colectivo como para merecer ser tenidas en cuenta. Me estoy refiriendo al uso que Lidia Falcón le ha dado a su columna en Público esta semana y al patriarcalísimo artículo con que nos ha azotado laHaine, de Rubén González, como ejemplo de disensos destructores desde ¿dentro?

Las invitaciones a construir la huelga desde un año antes, desde abajo, desde todas, son un hecho que compromete a quienes no habiéndose involucrado en ningún punto de este camino pretenden ahora derrumbar lo sudado por otras frentes. ¿Por qué el Partido Feminista no ha estado ahí en los cimientos, creando huelga?, le preguntaría a Falcón.

El artículo de esta histórica feminista abunda en desinformación y datos falsos. No es verdad que el Paro Internacional venga de EEUU. Tampoco ha sido solamente iniciado por Argentina, sino también por Polonia. Respecto a que afirme que la huelga en el estado español es precipitada, cuando ya digo que lleva un año gestándose, no sé si considerarlo erróneo o directamente malévolo. El texto abunda en paternalismos, insultos sin base que logran el efecto de invisibilizar el ingente trabajo que se ha realizado entre muchas para poner en marcha la acción: la huelga no se ha analizado y ponderado lo suficiente; hay que utilizar el arma de la huelga con racionalidad y sensatez; hay que saber que la huelga exige unos trámites administrativos y laborales; es imprescindible que aquellos grupos feministas que han lanzado la huelga de 24 horas conozcan los requisitos legales, etc. 

A Falcón le molesta que el Manifiesto se haya escrito entre muchas y sin partidos, y desde un tremendo anacoluto, así lo expresa: «el manifiesto que se ha difundido, producto al parecer del consenso entre muchos grupos feministas, peca de impreciso, con más literatura que exposición y análisis como hace el de Izquierda Unida, cuya trayectoria de lucha y veteranía adquirida durante tantos años y tanto sufrimiento se demuestra en los datos que maneja, el análisis materialista de la situación de la mujer y la exigencia de lograr respuestas y programas de actuación concretos, de acuerdo con la vieja máxima leninista de realizar el análisis concreto de la realidad concreta«. Si a la autora de este artículo le importa el movimiento feminista español en su amplitud y no lo identifica con una sola persona, la propia, debería justificar y argumanter lo afirmado largamente, con citas y referencias a ambos textos. De otra manera, estaría únicamente haciendo ruido, voceando que el manifiesto colectivo no vale porque no lo ha hecho ella.

Las acusaciones van creciendo en gravedad según avanza el artículo: «Porque sin situarnos en la realidad española de hoy, sin conocer las condiciones materiales en que viven, o sobreviven las mujeres, no podemos difundir consignas de luchas irrealizables que o no se cumplirán, con el desprestigio de quienes tan irresponsablemente las lanzaron, o causarán problemas y decepciones que alejarán a la mayoría femenina del Movimiento Feminista». Lidia Falcón, ¿cientos de mujeres feministas de calle, de academia, de la prensa y de los partidos, locales y migradas, jóvenes y mayores no conocemos la realidad española de hoy?

Me parece innecesario seguir abundando en la evidencia de la mala actitud de Falcón frente a las demás feministas españolas: su falta de creatividad a la hora de interpretar la huelga de cuidados, su desconfianza incondicional de los varones (de los que sin embargo según ella hemos de depender, vía todos los sindicatos para legitimarnos en nuestra convocatoria de huelga de un día), su alarmismo, su distanciamiento rabioso.

Todas tenemos opiniones formadas a nivel individual sobre asuntos que atañen al feminismo, sin embargo no podemos emprender luchas sociales si pretendemos que sean proyecciones de nuestra mentalidad personal en todos sus detalles. Lidia Falcón debería haber comprendido que hay momentos y espacios para el avance y la expresión individuales y otros en que el camino personal ha de hacerse a un lado para permitir que lo colectivo, que es mucho más pesado de mover, pueda dar un paso hacia adelante. Lidia Falcón debería haber puesto su columna a disposición de la plataforma estatal de organización de la huelga, en lugar de abofetearnos desde la ira por que no se estén haciendo las cosas desde la óptica que ella misma representa.

El artículo de Rubén González le remata a una la sensibilidad ya atropellada por el embate de Falcón. De entrada, ¿acaso este hombre no ha comprendido nada? ¿No sabe de patriarcado, de androcentrismo, de opresión cultural de las mujeres? ¿No ve que lo que su papel en esta historia es c:a:l:l:a:r:s:e, hacerse a un lado, dejar el espacio para que otras voces puedan ser escuchadas?

El texto abunda en demagogia. ¿Quiénes son «las feministas», Rubén, y por qué dices que están en contra del trabajo de sus propias comisiones? No se entiende. ¿Tus madres, abuelas, comparadas y camaradas son tu rebaño, Rubén, acuden a las manifestaciones a tu mandato? En cuanto al resto del artículo, si se desenmaraña con dolor el entramado dialéctico plagado de sofismas y silogismos postizos, se llega a algo así como a una acusación confusa de entre podemitismo y apropiación del feminismo por parte de las mujeres (!).

Si tu reclamación, si lo único que sacas en claro de todo esto es tu derecho a declararte feminista y a ser protagonista de esta lucha, entonces eres tan patriarcal, González, como el que la odia, y de hecho eres un enemigo peor, porque estás infiltrado en nuestras filas. Cállate, hazte a un lado, que nos haces perder el tiempo, y ponte a pensar ¿desde cuándo hay que invitar al patrón a la huelga para legitimarla?

Privilegios de saliva y aire

Días de activismos planetarios, días de brazos cogidos, unas de otras, formando un muro humano contra la barbarie del macho dominador ampliada hasta el extremo a través de un capitalismo exterminador e impune. Días, entonces, de revisarselosprivis y acercarse a las compañeras hilando honesta y responsablemente desde la posición de una.

Cuáles son entonces las características que mi discurso y prácticas arrastran que pueden ser agresivas en detrimento de las demás cuerpas vulnerables. Ya erigió un examen de conciencia sincero y sólido la necesaria Coral Herrera en su blog, que sin embargo me dejó pensando si el uso de derechos y privilegios como expresiones sinónimas no estaba confundiendo algo el asunto.

A mí modo de ver, los derechos son todos aquellos factores de la realidad social que son susceptibles de ser suprimidos a través del poder y/o de la violencia y que hacen posible el bienestar social de los seres. Es deseable que los derechos se garanticen para todas las criaturas.

Sin embargo, los privilegios son un ejercicio cultural asentado de violencia sistemática en lo simbólico por el que unos seres oprimen, expolian o silencian a otros. Obviamente, no es deseable que sean para todo el mundo, y de hecho su extensión infinita provocaría la barbarie máxima.

Los derechos conllevan obligaciones, la primera de ellas, la de ser mantenidos con esfuerzo, consenso y ecuanimidad social. Los privilegios, por su parte, son la no-obligación por antonomasia, la transferencia de las obligaciones propias a las espaldas de quien queda virtualmente oprimidå en el acto de imposición de poder que el privilegio requiere para surgir efecto. Los derechos son muchos hombros arrimados, los privilegios son un puño reventando un labio en sangre.

Considero que una vida sin violencia, la educación y el acceso al conocimiento y práctica sanitarias no son privilegios sino derechos humanos básicos. No se ejerce violencia sobre otra persona ni se la expolia por vivir en un entorno más pacífico que ella. (Pese que a nivel del sistema económico la pazguerra consumista del norte global se nutra del expolio violento de natura y vidas en el sur del mundo). Otra cosa es que algunos derechos desigualmente repartidos puedan ser utilizados contra alguien y convertirse así en privilegios. Por ejemplo, si una está muy leída y formada y usa esta ventaja contra la compañera que no lo está, en lugar de buscar un espacio de comunicación asequible para ambas, está creando un privilegio maligno de una situación que a priori no tiene por qué serlo.

¿Cómo se construyen los privilegios? Diréis que lo soluciono todo hablando de lengua, pero, para mí, son como el elefante inmenso atado al poste con una cadenita de plata. La montaña de músculo y pesado hueso no levanta la pata para arrancar su leve atadura porque no entra en su cabeza que pueda hacerlo. Suena crudo, pero si millones de personas se juegan la dignidad y los jurdeles metiendo en las urnas listas con nombres de ladronas, si consienten en someterse a un poder prepolítico, de casta señorial, es porque no saben que no hace falta que un señorito la posea para que el terruño reproduzca la simiente. Creen que están arando la hacienda, pero no, lo que están arando es la tierra. Las gallinas sin corral también ponen huevos. Las diferencias en el discurso son diferencias en la realidad.

El privilegio es primeramente palabra: una masa de vibración, aire y saliva, una voluta de cerebro que se arrastra por el espacio neumático entre la piel privada del cuerpo y la piel común de la cultura compartida. Los privilegios se construyen en la comunicación, en las relaciones, tienen mucho de lingüístico y performativo, y son un cáncer que tenemos el deber moral de desafiar con nuestras actuaciones del día.

Hace poco una compañera asistía a una entrevista de trabajo en que un subdirector del centro la amenazaba con que en caso de no cumplir con unos objetivos trimestrales, iba a ser inmediatamente despedida del puesto. Ella es nueva en el país y no sabe que la legislación laboral de la región no permitiría tal cosa; además, al no no conocer el entorno tampoco sabe que ese hombre tiene problemas de megalomanía y la empresa está descontenta con su actitud y tratando de deshacerse de él. El tipejo no tiene prácticamente poder alguno, pero se marcó tal órdago que generó el inmediato efecto del acogotamiento total en mi amiga, arrastrada por el mango de un bastón invisible a la posición de elemento inferior en una relación desigual binaria que quedaba instituida con la pronunciación de la frase.

El privilegio se crea y mantiene en las interacciones, crece si no se lo mira de frente como un maguito de Oz y estalla en todas direcciones, sórdido globo de agua, cuando se aplica una punta de alfiler sobre cualquier punto de su superficie. Se concreta en las siguientes praxis, entre otras muchas:

Privilegio de elegir las formas, condiciones y tiempos de la comunicación y, si es posible, alojarla en terreno propio

¿Nunca has oído a un familiar enojado exclamar: ir yo a verla, pero estás loca, ¡que venga ella!? Es uno de los privis favoritos del entorno familiar, pero se ve también en entrevistas en la oficina del jefe, en general cuando una es convocada a una reunión a un lugar y en un sitio concretos; cuando esx amante no coge el teléfono y solo es ellx quien se pone en contacto, etc.

Privilegio de no dar explicaciones, de no asumir responsabilidad sobre lo dicho o hecho

A nivel masivo se ve en la clase política que roba y nunca devuelve y el empresariado que usurpa la naturaleza y las vidas con total impunidad. Pero también en el día a día, con las violencias cotidianas de criantes a hijås, por ejemplo: cuando seas padre, comerás huevos…

Se ve también en jefes y encargados que no tiemblan al informar de que no han hecho algo que debían hacer, y que te perjudica. Es lo coloquialmente conocido como la caradura.

Privilegio de ser cuidadå pero no cuidar a la otra persona

En una organización antropológica residual que todavía está vigente se ve a madres, esposas, hermanas, sirvientas… ocupadas en el bienestar material y afectivo de los machos de la especie, mientras estos no consideran que los cuidados deban ser naturalmente recíprocos.

Privilegio de imponer el punto de vista propio como el único válido y que la maniobra quede incontestada

Las explicaciones son cosas de la chiquillería, las mujeres, lås empleadås. Que si yo quería, pensaba o creía. Que si tengo la regla. Que si hoy estoy así o asá. Nunca he oído a mi padre tratar de explicar cómo se siente, porque lo que él siente, cómo su cuerpo privilegiado vivencia el momento, es lo que va a marcar la pauta para todås los demás. ¿Que desafías su autoridad? ¡Diantre de niño! Caprichoso, puta, pedante, flipao, loca.

Privilegio de no ver la necesidad ni la integridad ajenas, de cosificar o despedazar a otras personas

Aquí entra la utilización colonialista en la cultura de las voces que no han sido incorporadas desde su subjetividad propia; la apropiación cultural; las generalizaciones; el egoísmo patológico… qué me estás contando; es tu problema, no el mío; no me importa cómo lo hagas, pero lo necesito para mañana.

Para ejercer privilegios hay que privar a otras personas de lo que les corresponde. Por ello son la causa infravalorada de la desigualdad social. Seguiremos tricotando sobre esto, de momento, creo que es urgente que dejemos de usar la palabra inocentemente como en «tengo el privilegio de estar aquí esta noche…» para decir «el honor» (o «es un regalo estar aquí con vosotras», como diría la socia).

La violencia del privilegio se ve en las violencias coloniales del eje global norte-sur. ¿Por qué no puede Europa tratar humanamente a la gente refugiada, a las criaturas refugiadas? Porque sería un cuestionar el privilegio y su identidad, esencialmente colonial y sangrienta, quedaría en entredicho.

Violencia del privilegio construido es la que se ejerce en el eje binario hombre-mujer. ¿Por qué tantos varones razonables no se suben al carro de criticar la estructura de género? Porque les da miedo perder los privilegios del trono que esta cultura les reserva, reyezuelos de la creación. Por eso muchos admiten ya la diversidad sexual (su derecho a amar a otros hombres), el acceso de las mujeres al empleo y el sueldo, (se deshacen de la responsabilidad de traer el sueldo alimenticio a casa), nuestra irrupción en puestos de responsabilidad (pues las que llegan hacen bonito-igualitario y son mujeres que no subvierten el orden patriarcal vigente)… y así se nos dejan caer otros derechos que mantienen inalterada la lógica del privilegio sobre la que están bailando los machos de la especie.

Hijos y gintonics. Respondiendo a Natalia Haro

Ha sucedido de nuevo. Otra vez aparecemos en entredicho, convertidas en un estereotipo, infantilizadas, reducidas a un tópico, borradas, desoídas… en un medio feminista. ¿Y por qué? Porque decidimos que del coño nos saliese una vida. Lo tenemos merecido, ¡eso nos pasa por madres!

Natalia Haro: las mujeres que parimos y criamos no podemos ser representadas como o una cosa o la otra, como tu analogía de las dos amigas pretende transmitir: o gintonics o sacrificios. Las mujeres, maternemos o no, (sobre)vivimos en una encrucijada de discursos, biopoderes y trampas patriarcales que, entre otras cosas, tratan de deslegitimar nuestra complejidad vital y reducirnos a categorías manejables desde los púlpitos de aquellos de cuyos deseos está el mundo entero puesto al servicio.

En lugar de problematizar las opresiones compartidas, en tu texto se nos adelgaza a un sangriento blanco y negro y se nos invita a seguir una senda de cines, gintonics y carreras profesionales que se parece sospechosamente a los intereses de la ideología hegemónica. Me cuesta entenderlo. Tu saleroso artículo se deja tanto, tanto en el tintero, frivoliza y simplifica tanto, que duele por venir de donde viene.

La mal llamada «crianza natural» no es un movimiento social como lo caricaturizas, Natalia Haro. No es un bloque de prácticas en hilera, no es un club, no hay unidad ni discursiva ni de acción (y no entiendo, de serlo, qué tendría que ver con decir «holi» y «hasta nunqui», esa parte no la pillo).  Es una amalgama polifónica de reflexiones, rebeliones e intereses de texturas diversas que incluye sus contradicciones y sus tensiones internas. Es una búsqueda, como todas las elaboraciones que desafían al poder vigente. Y esta multiplicidad de voces son una reacción a las violencias machistas y coloniales contra las maternidades que se normalizaron en la segunda mitad del s. XX en el mundo industrializado, no solo en los paritorios, sino también, y de forma más ominosa si cabe por fría y sostenida, en las consultas de pediatría. Por favor, Natalia Haro, no te olvides de esto, que hay gente leyéndote.

Amamantar, hacer colecho, usar pañales desechables, etc., son prácticas independientes y variadas que tienen en común solo un elemento: cuestionar la normalidad dominante en la crianza occidental. Desde el feminismo, desde la psicología evolutiva, desde la teoría del apego, desde el ecologismo, desde el anticonsumismo… —e, incluso, desde el conservadurismo extremo, sí— son muchos los puntos desde los que una persona puede decidirse a tratar de criar de una manera no avalada por la cultura actualmente mayoritaria e invisible.

Y es que la mal llamada «crianza natural» (mejor denominarla consciente, o ¿por qué no?, crítica, pues… ¿qué es lo natural sino lo que el poder en cada cultura define como tal?) no es una nueva hegemonía, no se ha convertido ni mucho menos en norma, no es lo que se hace por defecto en ninguna parte del mundo (por favor, demuestre lo contrario quien así lo crea).

Ahora sí vamos al fondo de la cuestión: en una mano tienes la fuerza de la costumbre, la cultura, la familia y sus preferencias incuestionadas (que suelen reproducir la mencionada tutela médica finisecular del no-lo-cojas-en-brazos-que-se-acostumbra), la industria, el comercio y la publicidad con sus miles de inventos para atiborrar la crianza de trastos y hacerlos parecer necesarios (ojo cuando dices: «la renuncia al chupete» como si hacer a las criaturas llevar un trozo de plástico en la boca no debiera ser cuando menos cuestionado…).

En la otra mano están Carlos Gonzales y otrås especialistas, algunas iniciativas comerciales pequeñas y unas amigas tuyas que quieren abrir el debate sobre cómo ejercer la crianza y te recomiendan cuestionar los métodos convencionales. ¿Que parte es la dominante, Natalia Haro? ¿De qué lado está El Poder? ¿Y por qué entonces sientes tanta ira contra la tendencia que es claramente minoritaria y por tanto más débil? Desde luego nadie debería decirte a ti cómo criar, pero que el diario.es publique un airada reacción contra el cuestionamiento de la ideología patriarconeoliberal en la crianza me parece, cuando menos, un desacierto.

Natalia Haro, coger toda la cultura que desde el pensamiento sobre los cuidados y sobre la escucha de las necesidades de la infancia se ha elaborado contra los mandatos del mercado, hacer un hatillo con ella y tirarla por el excusado me parece un error muy grave. Por salerosa que quedara la frase del wallapop. ¿Desafiar ese mandato que impuso a las mujeres que no amamantasen o que lo hiciesen bajo control médico, que es lo que hace Carlos González, desmontándolo desde la ciencia, lo interpretas como el «must» de la época? ¿Pero de qué lado estas? No entiendo.

Tampoco las cosas que aseguras que dice las he visto escritas por él, ¿nos pasas la referencia, porfa? ¡Y esa retórica de las malas madres que reproduces! ¿Tampoco vas a cuestionarla? ¿También es algo que tiene que ser utilizado y punto, como el chupete?

Estamos todas de acuerdo de que lo que no queremos es que nos exploten y nos releguen, pero lo que hay todavía que encontrar es qué es lo que sí queremos. Y, francamente, tener al mismo tiempo hijås y gintonics sin límite, ni siquiera los dictados por los organismos, por las necesidades del cuerpo chiquitito y del cuerpo puérpero, parece, más que una propuesta feminista, un mensaje publicitario. Mi carrera, mi gintonic y mi libido recuperada. ¿Esto es el estado español de la bárbara desigualdad económica y reacción patriarcal de 2017 o un maldito capítulo de Sexo en Nueva York? 

Y… ¿qué quieres decir, Natalia Haro, cuando relatas que se le dice adiós a la carrera y hola a la casa y la comida sabrosa cuando se materna de forma «natural»? ¿Desde qué clase de privilegio nos hablas? Desgraciadamente, son muy pocas las mujeres en edad reproductiva que hoy en día en el estado español tienen una carrera en lugar de un trabajo o incluso un trabajillo, si es que cuentan siquiera con ello… Pero la pregunta importante es otra: ¿por qué es un trabajo en este mercado laboral necesariamente mejor idea que estar en casa y maternar? ¿Por qué no reflexionamos sobre la ausencia de prestaciones sociales que permitirían cuidar para quien elija hacerlo sin tener que renunciar a ser económicamente independiente?

En cuanto a la epidural, Natalia Haro, no soy una experta ni quiero extenderme, pero te diré que, por supuesto, si hay mujeres que personalmente lo desean y ya que la ciencia y el mercado se lo permiten, deben poder tener criaturas a las que recibir desde un cuadro hormonal modificado artificialmente. Pero es necesario que si se critica a quien opta por un parto no alterado con drogas se dé la información completa sobre los efectos de estas. No ridiculices a mujeres que desean parir desde los cuerpos que son tal como son, no lo hagas. Si no las entiendes, lee más, escucha más, vocifera menos. No contribuyas a normalizar la capacidad de la clínica, tan colonial, de manipular y rentabilizar la vida y las capacidades de los cuerpos vulnerables.

Y dejo de comentar tu texto porque se me ha despertado la criatura. En resumen, en el asunto de la maternidad se entrecruzan todos los discursos que afectan al género, las estrategias patriarcales pasadas, presentes y futuras, además de la imagen social y la materia emocional de muchas mujeres. Por respeto, por salud, porque nos conviene, debíamos pasar por él como por un campo de minas, hilar muy muy fino, pensar muy profundo, escuchar mucho, callar a veces otro tanto y dejar de criticarnos unas a otras tan ligeramente. Cada cual negocia con este sistema invisible de desigualdad violenta como buenamente puede. Hagamos pensamiento y critica feminista mirando hacia arriba, señalando el poder, y no hacia los lados, hacia las compañeras y lo que ellas hacen, pues podemos, aun sin querer, acabar metiéndonos goles en nuestra propia portería.

Natalia Haro: dile a tu amiga que la quieres y la echas de menos, encontraos, hilad juntas, o separaos, que quizás el momento haya llegado. Pero déjanos criar en paz como nos sale de la entraña uterina a las que no oímos tan fuerte la llamada del trabajo ni del gintonic. Te aseguro que no hay ningún experto de best-seller ni ningún cristiano en nuestro útero (quizás, precisamente, por eso sea tan importante silenciarnos).

Eldiario.es: si vamos a hacer discurso sobre maternidades, por favor que aporte conocimiento y perspectiva. Que sea liberador y no nos venda al diablo del mercado por una triste bebida de moda. Y aseguraos de que aparezcan lås niñås y sus necesidades por algún lado, pues también es de ellås y su bienestar de quien se trata.

Hincharse o no de útero. Carta a mí misma hace dos años

Buenas noches, compañera:

Buf, qué lejana te siento, ahí atisbada y vaporosa al otro lado de la frontera (del accidente mortal), tan compacta, pequeña y densa, tan carnalmente párvula y preliminar. Te escribo desde un lugar a millas de distancia, desde axilas rizadas y saladas y nuevas piernas ágiles y fuertes, tendida felinamente junto a la piel fervorosa de Atreyu y ese olor suyo a salep, desde el núcleo semántico aterciopelado y duro que antecede y corazona a cualquier revolución social.

Quieres embarazarte y parir. Leíste a Casilda Rodrigáñez y ‘por detrás de la cultura, se te puso a palpitar el útero’ rítmicamente, como un tambor prerromano de mano callosa en vejiga curada y tensa. Se te llenaron la matriz y la boca de flores y de peces pululando. Ya deseas emprender una rebeldía de carne lábil y piel henchida y fresca, sangre parida que fluye y le escupe en la cara a la muerte porque no se deja acumular. «Yo quiero tener hijitos/ muy pronto te iré a buscar/ pa poder vivir contigo…» canta dulce y sencilla Zaragoza.

Pero no seas soberbia y te niegues el peso de las imágenes de la cultura del entretenimiento industrial en tu deseo. Por más que te exfolies la frente, el final de Notting Hill con la panza acariciada en el banco del parque, la ternura calculada te interpela directamente como a tantas otras mujeres. Nuestras subjetividades se diseñan desde los despachos y estás condenada a no saber nunca cómo habrían sido las cosas de no vivir en esta socioeconomía de la carencia afectiva y mezquindad organizada.

Y bien, deseas un temblor de vida, dejarte caer en los brazos del abismo y al fin sumergirte en el lago de lo materno. No lo piensas demasiado, se trata de una intuición, un latido, y una hilera de condiciones de posibilidad. Estás en el país adecuado de las bajas «generosas», cuentas treinta y una apremiantes primaveras, y convives con un hombre con el que te lo pasas bien ¿la mayoría del tiempo?, y que cuando tiene ganas y folláis, logras disfrutar como una personajilla del Bosco.

Traigo cosas que contarte. Hiciste bien en no pensar mucho porque con tus pensamientos no habrías llegado ni a acercarte a tu yo del futuro. No me podías imaginar, era imposible. En el estrecho margen que te deja la salvaje cultura neoliberal en la que andamos todas sin red ni resuello, no hay pantalla suficientemente ancha que pueda acoger el panorama que se ve desde este lado.

Si Coral Herrera hubiese escrito esto antes, quizás hubieras comprendido un poco, pero no fue así. Y en lugar de una cultura en que lo mujer, lo materno, lo embarazado y lo criante se vivan de forma natural y honrosa, de forma constructiva y comunitaria, estás a punto de darte cuenta de que eres puta carne de cañón para un patriarcado de consentimiento atroz que te chupa la mano desde debajo de la cama y que, en cualquier momento, te apuñala en lo simbólico cien mil alevosas veces.

No te imaginas lo que va a suponer traer al mundo a un hijo. No tienes ni idea de todo lo que se va a remover. Aunque tú no lo sepas, tienes una idea consumista de la historia, ni te imaginas que esto va mucho más allá de «convertirse en madre» o de «tener» criaturas, que los cimientos de todo lo que crees ser, tener y desear van a tambalearse y a tirarte las convicciones por tierra. Estás a punto de convertirte en una fiera feminista transida de conocimiento carnal, en cierto modo divino, pero también te volverás niña chica llorando en una esquinita porque nadie, nadie, ha venido a recogerla después del colegio, y hace frío y no hay merienda ni hay caricia.

Ni se te pasa por la cabeza que aunque tú estés viviendo de prestao la vida del BBVA (blanco burgués varón asalariado), vas a hacerte un curso intensivo y acelerado de vulnerabilidad y vas a estar cerca de perder las fuerzas por el camino, aunque finalmente saldrás hecha una animal más fiera y potente de tu viaje al corazón de la interdependencia. Hasta ahora, por las posibilidades económicas y de acceso a la cultura y el consumo dadas por tu clase, has vivido de espaldas al intríngulis de lo humano, creyendo que éramos unidades atómicas independientes que se asocian para perseguir fines comunes. Te equivocas, compañera. Estas impregnadita de relato neoliberal, por crítica que te imagines. Cuando empieces a engordar, a quedarte sin resuello, a no caber en los baños de los locales, a hacerte pis por todas partes, a sentirte incapaz de subir esa escalera, a vivir pesadillas desgarradoras… te darás cuenta de que eres una pupa abierta. De que necesitas contención, acogida, cuidado sumo. Te vuelves obesa, anciana, enferma, criatura. Te vuelves la cara oculta que esta sociedad inhumana reprime y oculta con artimañas culturales que hacen que nos identifiquemos artificialmente con la imagen de ese varón-rey-de-la-selva que surge y ya, plop, como un champiñón, listo para la producción y el consumo, sin cuidados, sin redes, sin heridas.

Todo es mentira. No vale nada de lo que has visto hasta ahora. Vas a tener que coserte rápido un vestido nuevo a base de harapos si no quieres quedarte desnuda y sola a la intemperie de tu angustiosa necesidad de calor y vínculo esencial.

Te ayudarán los libros. Te volverás aún más viciosa de la letra escrita, comprenderás que solo por ese canal de materia impresa te llegarán las voces de las compañeras, las otras que ya han abierto los ojos y los regazos, las que van a ser tu tribu, te van a tender una cultura-ficción más tierna en que poder engendrar, parir y criar sin intemperies permanentes. Una ilusión de cobijo, dosis de conocimiento oculto palpitante, conexión mistérica pero refulgente de tan obvia con las otras silenciadas y mutiladas por esta farsa de patrix desgarrador.

También estarán ellas, las mujeres que encontrarás en la red, ese artefacto creado por el ejército americano que, sin embargo, te enchufará a la vida durante todo este proceso, te mantendrá literalmente no muerta. Si no existiesen el internet y ellas, las grandes mujeres verdaderas que te han acompañado en este trance, la depresión te habría aniquilado, escúchame bien. Las personas de tu alrededor físico no te dan el abrazo, el tiempo ni la palabra que te habrán de sustentar.

Con tu compañero verás que no, que no funciona. Y no por él ni por ti ni porque no sea el hombre adecuado: son los géneros y sus trajes con que nos han herrado la carne delicada: no hay trato igualitario posible entre cuerpos aherrojados ya por los mandatos del gran sistema de la desigualdad. Basicamente has fertilizado tu vientre con su energía seminal, y te ha atado las botas muchas veces, pero el resto…tu pareja, tu interlocutor, tu compañero en todo esto han sido las otras mujeres que, desde sus rincones del mundo, te han sujetado el pelo, te ha celebrado y pintado la panza de colores, han visto palpitar sus matrices al unísono con tu útero estremecido en rebeldía.

Vas a buscar a Madre y no la vas a encontrar. Vas a entender que la mujer que te engendró a ti es básicamente idiota, que no sirve para guarecer ni ama ni es tribu ni cultura que te valga. Dejarás de tirarle del brazo para que sea algo más que una consumidora alienada y corta de vista, porque no da, se niega a desemburrecerse y te expone al frío desgarrador de la evidencia del capital y sus lógicas. Vas a desembarazarte de la peripecia de la mujer que te tuvo (y después te perdió) para entender que Madre es narrativa social hospitalaria, nutricia y afín a la reproducción respetada de la vida. Vas a olvidarte de otras actividades y ambiciones viejas para querer dedicarte a maternal culturalmente a otras mujeres. Pasarás una época primera de confusión, a la zaga de un chorro de energía desbocada, pero llegarás a entender, por fin, tu llamado particular en esta jungla, tu aportación posible a la revolución en ciernes que elaboramos desde las carnes orgullosamente temblorosas, vulnerables, fértiles e inapropiables. Se te va a quedar el cerebro chafado y concéntrico, con forma ni más ni menos que de placenta. Tus ideas liberadoras irrigarán los vasos sanguíneos de cuerpos y territorios hostigados.

Recalarás en la playa de la Medusa, te tenderás al sol, y vendrán las amigas riendo a merecer y honrar la vida contigo, con personita.

Patrix y los ojos-grieta

El patriarcado es un sistema de organización social basado en bla bla…, una distribución desigual de poder bla bla… un residuo antropológico que establece bla bla bla… En fin, al patrix se le puede definir de muchas formas.

Pero el patriarcado, para lo que nos interesa, no es una concepto teórico ni un constructo: el patriarcado son tus ojos. Tus ojos que no ven ven sino que rasgan, que mutilan los seres y sus circunstancias. Tus ojos-grieta.

Cuando el patriarcado es de consentimiento y no ya tanto de coerción (no está tanto en las leyes y las instituciones), el patriarcado es la gilipollez de no pensar un mínimo lo que hacemos y decimos. Es reproducir actitudes y expresiones con las que, si las viéramos por un segundo al trasluz, no comulgaríamos.

Patriarcado es que mi comadre Jenni se queje conmigo de que Antonio acuna a su niño con agresividad para que se duerma de una maldita vez. Ella asiste aterrorizada a esta violencia, pero luego disculpa a su marido porque, a ver, pobre, está cansado del trabajo y estresado. Y claro, hace falta el dinero, como yo no trabajo y estoy en casa con el niño…

Patriarcado es que Antonio, que está haciendo un post-doc en medicina radiactiva, hable de sus compañeras, igualmente cualificadas, como «las niñas de mi curro» y encima diga de ellas que «con las mujeres, ya se sabe…»

Patriarcado es que Cecilia sabotee una reunión de mujeres porque le parece mal excluir a su marido Carlos de ella.

Patriarcado es que Carlos le diga a una gente de la empresa X en un bar «soy el señor Pérez, habréis oído hablar de mí«, y que nadie le conteste «más quisieras, petardo«.

Patriarcado es que Ricardo acabe de entrar en la empresa X y ya le hayan ascendido, y ahora sea jefe de todas esas «niñas» que llevan allí mil años.

Patriarcado es que Edu nos cuente que la payasa de Laura le tuvo a dos velas no sé cuánto tiempo, y que cuando al final iban a arrimar cebolleta, ella se puso a llorar hecha polvo porque había prometido a sus padres virginidad hasta el matrimonio. ¡Qué tía! Ja-ja-ja.

Patriarcado es que Enrique y Luisa comenten en una cena que no le quieren decir a su pequeña Agnes cómo se llama su vulva, no vaya a ser que luego ande por ahí hablándole de ella a la gente.

Patriarcado es poner la tele y que todas las historias se cuenten desde la perspectiva de un varón, siendo las mujeres construidas como lo otro, lo raro, lo estereotipado, y no como el sujeto de enunciación y (contra)dicción.

Patriarcado es que criticar, pelear y abominar del prójimo sean con diferencia más habituales en el día a día que abrazar, oler cabellos y lamer espaldas erizadas de placer.

Patriarcado es que consideremos la velocidad, la producción, el consumo ilimitado, el egoísmo hedonista y la violencia como el entorno en que queremos vivir. Y que por el contrario la lentitud, el cuidado, el apego, el interés comunitario y el compromiso sean asediados por la normalidad distópica de hoy.

Patriarcado son miraditas cuando haces equis, codazos cuando haces y griega, o fotopenes cuando haces zeta.

Patriarcado es cuando el activista de izquierdas de turno te cuenta qué es el patriarcado, para añadir después que aunque él es feminista, lo importante es derrocar al poder, y luego ya veremos qué hacemos con lo patriarcal, que va aparte.

Patriarcado es no reaccionar cuando vemos que somos tratadas de forma desigual (lo que quiere decir, ni más ni menos, de forma injusta), ni cuando se llega a ver como normal lo raro, ni cuando se le llama natural (siempre-ha-sido-así) a lo que le conviene a la ideología en el poder.

Patriarcado… es nuestra cultura, es la historia que cuenta la sopa de letras en la que todo el mundo flota. Pero ¡ojo!, este cuento de sangre fría es solo uno de los relatos posibles, no el alfabeto en sí. Podemos de hecho utilizar las palabras (los cuerpos, los días) para contar algo diferente. Está en nuestra mano, cada día, en cada encrucijada del camino. Eso es a lo que llaman alma.

No hay poderes ocultos velando por la defensa del sistema patriarcal (aunque sí poderosos focos de emisión de mensajes que lo refuerzan). La injusticia y la violencia nacen a cada paso porque las convocamos por inercia. No hay plan maligno: hay tontería que pasa incuestionada y que le conviene a quienes detentan el gobierno en las sombras (y en las luces).

Necesitamos la cultura para saber qué hacer y para que se sepa qué hacemos. La cultura nos deja ver y ser vistos, nos muestra caminos, nos descodifica y nos hace relacionables con otros. Nuestros cuerpos y nuestras psiques no carburan independientemente de un rebaño humano del que somos fragmentos. No podemos ser, estar, hacer sin una cultura que nos muestre cómo. Tampoco somos, estamos, hacemos si no creemos que repercutimos, que quedamos reflejados de algún modo en algo. La cultura es el globo de helio en cuyo interios estamos todas las personas respirando. Y si se nos pone la voz de pito diciendo vaya zorra porque lo que necesitamos, en realidad, es inhalar oxígeno.

Aunque la institución médica, los realitis, las vecinas y los cuñados nos hacen creer que tenemos problemas individuales, en realidad casi todos son sociales. No tenemos conflictos propios sino que somos pedazos de conflictos que atañen a muchos. Por eso escribimos y publicamos, para tirarle a la sociedad a la jeta lo que no es particular, lo que ya era social.

El patriarcado es una cultura en llamas que hace a las personas arder de dolor, a la naturaleza morir humillada, a la chispa apagarse poco a poco. No nos deja ver, porque nos ha llenado los ojos de arena y cal a paletadas. Qué gafas ni qué gafas: lo que hay es que meter los dedos en los ojos-grieta para abrir brecha e ir escrileyendo otros relatos en el agua que nos nos envenenen por las branquias, en que podamos, al fin, nadar con dignidad, con alegría.