Cantar y morir, si eso

Se trataba de nacer y atravesar como si nada la épica membrana del silencio y la inmensidad nocturna de la cara cóncava del huevo. Aunque ya antes, desde dentro, las palabras habían vibrado en la música vertebral y susurrado las miserias de los días de mamá y otras cicádidas.

Poco después, te otorgaban la violencia más excelsa, te sometían a la belleza más terrible: darte un nombre. Una clasificación de herbario, unas sílabas verdes que al ser hendidas hagan correr la sabia blanca cultural de los tubérculos. Una forma, un molde, un contorno vil. Pero que, como todo anverso, traiga consigo un envés, un vacío: la deliciosa conciencia triste de no ser todo aquello que no se llamará como tú te llamas, ni se volteará ni marinará contigo en ajo ni en perejil ni en vino. Todo aquello que no se dice con tu palabra ni huele como tú (a gardenia y a sobaco) ni se cimbrea al caminar con tu misma única frecuencia.

Carne vegetal nervada y sedienta de agua de riego con un nombre en latín, te volvías. Y para lograr absorber minerales de la tierra, para que no te quitaran el sol, ni te negaran la lluvia, necesitabas cubrirte con nuevas membranas de voz y queratina. Muros, capas, categorías. Corazas, Verdades (de uve mayúscula), celulosa, tegumentos, lo indiscutible, venenos, toxinas, tallos fibrosos, panoplias, razón, espinas.

Lo hacías chupando por las raíces voces viscosas y marrones; admitiendo que se te adhirieran como lapas las lenguas gritadas que traía el viento; abriéndote en pulpa viva a las palabras-frutas del agua; sometiéndote en la fragua de calor y sed de los verbos conjurados por el fuego.

Organismo transeúnte, mamabas palabras de muchos mundos, cinceladas a bocados, lamidos y dentelladas bajo muchos cielos distintos. Palabras que sabían a comidas lejanas, espirituadas en otras fes y otras especias. Heredadas de bocas desesperadas, bocas que rumian, bocas que saben a mar, que saben a boca, bocas animales, bocas de libro, labios que se preñan penetrados en tinta, labios en dedos, dedos en labios, labios apergaminados de palabras adelgazadas y facas y dagas y otros metales y otras mentiras y melodías.

Y con todos esos pedazos heridos de alas, feliz de purito dolor, cosías tu canción de cigarra de verano. Y te sentabas ahí en una hoja a cantar. Muy alto pero bajito para poder oír si, por si acaso, alguien pasase por ahí y pronunciase el embeleso de tu nombre a la sombra del peral de agosto en el que esperas-cantas.

Y después, era cuestión de, si eso, ir muriendo. Poco a poco, o de repente; que daba igual, que no importaba.

Violeta y la estrella

A 12o

Violeta afirma sentir su cuerpo y su forma de ser inadecuados para los roles que tiene que representar en su trabajo. Violeta sostiene ser de una manera y no entiende por qué, para ganarse el pan sin gluten y la quinoa, tendría ella que cambiar, y encarnizar egos encorbatados y con acento de Oxford que son de otros, que no son suyos. Pero lo que Violeta no sabe es que eso es lo más digno que le puede suceder, eso de ser inadecuada.

«Adecuado» viene de ad- al lado de, y aequus, que significa igual. Violeta no está al lado de lo igual. Y lo igual en este parque temático de Patriarcapitaland sabemos que es lo violento, lo dominador, la impostura. Violeta no ha naturalizado que ser tenga que significar engañar y competir. Ella, sostiene, está deseando poder relacionarse desde la ternura. También en el trabajo. Pues… ¿quién ha decidido que lo profesional sea lo desapegado y lo violento? Por ejemplo, ¿quién trabajó más, Jacob, engañando a su hermano, a su padre, y a su suegro para obtener poder, o Raquel, Lea y sus criadas, amando/nutriendo a sus doce hijos?

Violeta afirma sentirse también disfórica. La disforia es la no-euforia. Euforia viene del griego, de eu-, que significa bien y foro que quiere decir llevar. O sea, que estar eufórica tiene que ver originalmente con saber bregar con esto de andar en la vida y hacerlo desde la alegría, la abundancia y la fecundidad creativa. Pero Violeta no lo lleva bien, está en disforia. Y, como arriba, casi podríamos decir que hace bien en estarlo. Porque nos honra estar desconectadas de esa forma de machacarse, ignorarse y utilizarse que impera en el patriarco-lugar de trabajo.

Ella está hundida y confusa. Pero yo sé por qué le pasa todo esto. Lo que le pasa a Violeta… es que es una flor. Una flor, es decir, vegetal, terrestre. Una flor que sabe oler a belleza y tiene en las yemas el tacto sedoso de la vida.

Los robinsones del mundo seguirán perfeccionando su obra de destrucción y asfalto. Echarán más hormigón en las molleras y nos construirán benidores en los espacios entre vísceras. Le harán (más) la guerra a las pieles en contacto, ilegalizarán las lágrimas, le pondrán tasas al apoyo y a lo mutuo. Golpearán puños cargados de razón sobre pechos en disnea, silenciarán los dulces susurros del afecto y lo ocuparán todo, todo, con sus pantallas de cristal líquido. Dispositivos sobre cunas, entre amantes, bajo cazuelas.

Entre tanto, nos iremos retirando más y más a las periferias del sentido. Allí colocaremos una estera de trenza sobre la yerba pelada y haremos un picnic de croquetas de amor y bacalao. Juntas, latiremos, y con el agua de las vulnerablidades propias corriendo libre, apagaremos el fuego de la herida de la otra. Apoyaremos cabezas en panzas, nos estiraremos al sol y a la luna (que se abrazan y se tocan y se corren) y contaremos estrellas mientras nos contamos cuentos de rebeldía y angustia y tocamientos clandestinos. Y cuando allí vengan también a buscarnos, arderemos juntas en una carcajada inflamable. Y tal y como ocurre con las estrellas más retozonas, se seguirá viendo nuestra luz durante milenios. Y luego, volveremos a acuerpar y seguiremos bailando. Y que nos lo quiten lo bailao, que nuestros zapateaos eufóricos seguirán retumbando hasta que la Vía Láctea reviente como una palomita de maíz en su microondas.

Así que ahora en primavera, cuando veas a Violeta, y también a Rosa, a Jacinta, a Margarita, a Azahara, Cintia, Begoña o Azucena, acuérdate de que se sienten inadecuadas, disfóricas, y que se debe a que ellas están del lado de lo vivo, y que no pueden llevar sobre sus estambres el peso de un sistema de muerte e inanición. Siéntate con ellas (si quieren) y pregúntales si quieren tomar algo, un abrazo, un masaje o una torta con hummus. Tal vez les apetezca un cuento, un paseo, un chiste, que les froten los pétalos… o bailar a carcajadas, medio cayéndose, en el lomo galopante de una estrella.

Poema ortobiográfico

Tras nacer en letras de molde y en minúsculas 

me redactaron diacrítica perdida,

(ni dios ni raya en las costillas me aguantaban)

así que más me valió aprender inglés

y alzarme en una buena I inicial y pátrica

colgada de la esdrújula, tensa, silábica, con jota.

 

Cómo no, dos puntos después me haría correctora

y encontraría mil faltas 

porque los meses son comunes, y los días,

le puse la tilde a los «a mís»

sin la conciencia de que pa eso

se la tuve que quitar a los «a tis».

 

Para escribirme de mano propia 

años más tarde

me solacé con caligrafías y con signos 

que traen historias y a personas en su urdimbre.

Así, coma, aprendí la lengua de las griegas, 

en que hay cinco formas distintas de escribir

el humilde faro en la isla de la i. 

omicron iota, ipsilon, ita, epsilon iota, iota

 

Con el nuevo poder de las alfas y las thetas 

haría que las amantas, criaturas y otros cuerpos 

reventasen al fin soberanas los paréntesis

para rodar sobre asteriscos lubricados

y erguirse en cláusulas centrales del discurso. 

 

Ya nunca más me fié de los puntos suspensivos,

que en ellos se plantan las banderas y cicutas

que envenenan nuestros cuentos infantiles

prefiero las comillas cuadraditas

que me dan hogar, pecho y legumbre,

que guardan la libación secreta de pan y letra 

de la que nutro un cuerpo baile de coma y punto.

 

Hasta hoy, coma, exclamación, ¡y que me como!

Que brillo y reverbero en un cuartillo

Que me agradezco mi vitalidad

y me atesoro

y que me saco el punto 

pa dejar la frase en bragas

que se derrame toda 

en un interrogante que se abre 

que me lo cierres a besos

o no

que fluyan mares

La migración lenta

Toda migración es una violencia contra el cuerpo. El organismo migrante queda vulnerabilizado, expuesto en espacios crudos a creencias de límites difusos, si no afilados. Rodeado de otros cuerpos que quizás vayan a amar, quizás (más probablemente) agredan, tal vez invisibilicen y maten de hambre al cuerpo migrante, que no merece comer. Como migró, ya no merece.

Justo antes del asalto, timbran unos momentos de silencio, de cámara neumática en el alma. Ahí queda cuajada nuestra lengua. En un silencio preñado de fe, inacción que hace inventario de las fuerzas y los relatos que le quedan al cuerpo, cansado del viaje y de cargar tanto (siempre demasiado equipaje, aun así siempre menos de lo que se necesitará).

Toda migración es un golpe tajante a la lengua, que forma parte orgánica del cuerpo. Pero frente a la rapidez con que son transportados los cuerpos mediante la tecnología de las cosas, la lengua siempre se queda atrás, y tarda mucho, mucho, en llegar a la tierra prometida. A veces años, décadas. Pero a menudo sucede que nunca llega. Entonces la persona migrada se vuelve cuerpo-parapeto, cuerpo de alma desgajada. Cuerpo que se sobra o que se falta porque no puede ser ya en relación con otros cuerpos. Sombra de un cuerpo. Cuerpo obligado a nacer de nuevo pero en un cuerpo que ya es viejo. Renacimiento maldito, sórdido, crianza sin madre, sin caricias, sin casi cuidados, sin apenas ser visto ni rozado por los otros cuerpos. Cuerpo destinado a servir, a cumplir órdenes, a ceñirse a la gramática bárbara de la colonia.

Sabías hacer cosas, eras y decías en un entorno psicológico invisible pero muy real cuyas hebras penetraban todos los cuerpos que te eran familiares. Incluso lo odiado constaba en gran parte de lo mismo que tú mismo. De repente has migrado. Y debes mover una a una las raicillas de tus saberes hacia otra fuente de humedad y sentido, poco a poco, con tus manos artríticas cansadas de acarrear desprecios. Es frecuente que  ni siquiera te motive el placer de belleza empalabrada. Probablemente ni siquiera te guste esa lengua extranjera que se resiste a empapar tus fibras. Para ti lo extranjero son sus lenguas agresivas, absurdas; para todos ellos, lo extranjero eres tú. Para la desigualdad no hay solución. Toda migración es una violencia.

De entre les migrantes, hay quienes dejan que su primera lengua, la que les enseñó su matria, quede corroída en manos de las estructuras marciales de la lengua-dogma del anfitrión. Hay quienes olvidan hasta los terciopelos de canción de cuna de su lengua-casa. Para ahorrar energía, para sobrevivir en la tierra otra. Muches se cambian el nombre, que es el rostro imborrable de su idioma impreso sobre su cuerpo. Otres les dan nombres extranjeros a sus criaturas. Nombres que pronuncian con la triste vibración de cuerdas de una lengua lejana, una historia que se resiste a que la cubran por completo con arena y piedras.

Algunos colonos viajan e imponen su lengua adonde llegan. A menudo son ellos quienes se quejan de que les migrantes no se quieren adaptar, no respetan el consenso del idioma. Porque se juntan en corrillos y echan a rodar sus viejas lenguas. Las lenguas que aprendieron en desayunos, bajo caricias, entre las pequeñas violencias familiares que les daban estatuto a sus verdades.  La lengua del lugar al que han migrado, donde se han convertido en sombras de sonrisa humillada y monosílabo, la aprenden bajo un asedio de insultos xenófobos, sórdidas televisiones mentirosas, cínicos exámenes de acceso, formularios, profesoras con ojeras púrpura y al borde de la baja por depresión.

La migración de la lengua es un viaje lento y doloroso, un canal de parto con concertinas.

Los movimientos sociales y la escafandra

Cualquier momento de comunicación sucede dentro de una escafandra. Nos hablamos siempre a nosotras mismas (o a la imagen fantástica que del oyente tenemos, que

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El mito de las lenguas nacionales tiene que caer. No ya tan solo porque los límites de los idiomas y sus relaciones sean siempre geopolíticos y nunca garanticen que la comunicación se cumpla o deje de cumplir más allá o acá de una frontera. Sino, más bien, porque estamos viviendo un momento de crisis civilizatoria, de decrepitud y surgimiento simultáneos, en que se está librando una sangrienta batalla por los sentidos  y las instituciones que los determinan. No es casual que ahora le estemos mirando ampliamente debajo de las faldas al género. No es casual que se esté cuestionando a la RAE como ente acaparador de un bien común para el beneficio propio de algunos.

La lengua es la reducción a sólido de la cultura, que es gaseosa. La cultura, a su vez, es la proyección o emanación de la lengua, que es núcleo matérico. La lengua se emplaza en el cuerpo y desde ahí genera vivencias (–>verdades) que salen a la plaza cultural a negociar con las verdades (–> ideas del resto. El mercadeo de verdades se realiza en el terreno rocoso de las estructuras de poder, que son a su vez producto  de la agregación material de esas ideas, y por eso mismo, pueden ser erosionadas por aquellas que le son adversas.

La escafandra es metáfora de la cultura que activamos con nuestras ideas-cuerpo cuando nos comunicamos. Es toda la masa de presuposiciones, prejuicios y creencias que llevamos dentro y nos estructuran y que pintamos como un castillo en el aire cada vez que abrimos la boca. A causa de la discriminación, la escafandra de muchas personas ni siquiera nos imaginamos qué contiene, porque no nos asomamos a ella. La de unos pocos (hombres, blancos, occidentales, ricos, etc.) lucha por imponerse y crecer hasta que todos los pulmones estén llenas de su aire.

Por eso, porque tenemos, creamos y sentipensamos culturas distintas dentro de nuestros cuerpos, porque la lengua (también y sobre todo) es política, porque hay una guerra ahí fuera… no existe una lengua común que nos acoja para que nos podamos relajar. Los sentidos de la comunicación deben ser constantemente negociados. (Y ya bajo a tierra.) Qué decimos, cómo lo decimos, cómo establecemos la comunicación, cómo nos organizamos, cómo nos llamamos, cómo nos tratamos, quiénes somos… Todo debe ser reparido y relenguado. Y esto debe hacerse ya.

Porque por inercia, ya nos damos «amistad» de facebook en vez de cuidado y empatía. Porque por inercia, ya nos damos «grupo» de facebook en lugar de construir sudando acción colectiva. Porque por inercia, ya nos damos «apoyo en redes» en lugar de construir juntas otra realidad posible. Hay gente que se aproxima a movimientos sociales a hacer «networking» y feministas que llegan a espacios de construcción del movimiento «para hablar de su libro».

Los sindicatos y partidos, con todas sus certezas y aspavientos, deben abandonar el movimiento de mujeres*. El feminismo debe instalarse en las instituciones, nunca al contrario. Los encuentros de activistas, personas que quieren otro mundo posible, no pueden reproducir las ideas/formas/comunicaciones que ya conocemos. Por lo dicho arriba. Porque este sistema que habitamos nos tiene separadas en casillas con nuestra escafandra puesta, una esfera de aire cargado y pestilente en que los signos se han vuelto sólidos y su significado ha sido decidido por poderosos terceros. Porque en las asambleas debemos cuidar la profunda alegría del encuentro y sus potencias por encima de cualquier cuestión de agenda.

Tenemos la arcilla fresca para modelar una vida vivible para todas. Como se nos seque entre las manos, va a ser para que la historia nos dé una buena hostia por necias y por vagas. Puesto que deseamos un horizonte de habitabilidad, tenemos que sacarnos al enemigo del cuerpo.

 

(* Hay, sin embargo, caminos para aprender a ponernos en el lugar ajeno: la literatura y la pedagogía son dos. Pero aunque hay muchos libros y mucho docente, los textos y las situaciones didácticas en que verdaderamente se da una transmutación del yo-yo al yo-otro posible son muy pocas… Como su potencial de cambio es enorme, nos dan entretenimiento en lugar de literatura e imposición de contenidos digeribles en lugar de pedagogía.)

 

Imagen: http://www.doctorojiplatico.com/2012/01/enchanteddoll-princesas-de-porcelana.html

 

El contrario de lengua es madre

La madre es un espacio originario del cuerpo autoconsciente. El último espacio donde hay continuidad, donde no hay palabras ni falta que hacen porque acercarse a otros seres a través de la comunicación, por semblanzas, es tan solo una sombra pobre de «ser lo mismo».

Cuando hay madre/continuidad todo es espesura cíclica, flexibilidad porosa. Cuando hay madre todo tiene sentido porque todo está vinculado a sí mismo de tal forma que no existe lo otro, lo que no es uno.

A la madre la han llamado dios, éxito, dinero, aceptación social… La tratan de pinchar con el alfiler de las una y mil palabras-arista del poder sin conseguir nunca alcanzarla, porque la madre es el contrario de la lengua.

Madre es sustancia, lengua es forma/potencia/estructura. A la madre no hay regulación gramatical que la pueda encerrar. Madre es subversión y no dice, pero sí acurruca y genera y comprehende. El poder acuña moneda y acuña términos (finales). La madre engendra seres que son eternos principios y posibilidades de sí. La madre entiende, la lengua confunde, pese a que sea la última oportunidad que nos queda de comprender algo (también nos la quieren rebanar, la lengua, como la rebanaron la madre a bisturazos).

El cultivo de la continuidad en la que proliferan cuerpos no deja posibilidad de falta básica, no oprime, no invisibiliza, no crea reservas de flujo latente y oscuro presto al estallido.

El desamparo original se orquesta arrancándole a las madres las criaturas del cuerpo, y dándoles a continuación a chupar el símbolo. La historia de la humanidad es la de una pugna entre el silencio orgánico de la leche y el chillido documental y hostil de la metralla.

Imagen: http://www.dovivargas.com/Obras/Oleo_Colores.htm?3.2.2

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No solo me preguntan constantemente cuánto mide/pesa/come/tiempo tiene/habla la personita y cuándo (va a nacer/nació/empezará la escuela/echará a andar)/tendrá un hermanito/le cortaré el pelo, etc., también es diario el ardoroso interés de los transeúntes por saber el número de lenguas que hablará cuando sea grande.

—No lo sé —repito una y otra vez— yo le hablo en…, su padre en…, el entorno en…. y pues… ¡yo qué sé! —brazos en alto como signos de interrogación— hablará lo que quiera, lo que elija, lo que necesite hablar.

—Sí, es que son como esponjas, aprenden todo lo que oyen —es la respuesta invariable que me propinan.

 

Es cierto que lås niñås aprenden lenguas fácilmente, y no solo lo hacen porque su cerebro esté más vacío y presto a socializarse imitando para poder sobrevivir, sino porque quieren aprenderlas. Es decir, a causa de que desean comunicarse con nosotrås, ser como nosotrås, estar/ser con nosotrås, imitan nuestra forma de hablar para conseguirlo.

 

Cuando alguien quiere aprender una lengua extranjera debe primero saber por qué y revisarse las emociones al respecto. Sin interés genuino, sin apego emocional, sin hacerse pequeñå, humilde y dispuestå, la lengua no va a entrar, no va a transformarnos ni a dejarse transformar. La relación que establecemos con la lengua se revela así de orden romántico-lúbrica en primera instancia. Es una relación de flujo de materia nutritiva y transformación recíproca que justifica la denominación de materna que se le suele dar a la primera lengua que aprendemos. La lengua lechal, propondría yo, la lactolengua, que da luz, cuerpo y legitimidad a la existencia, que separa de la oscuridad, del no-ser.

 

La lengua es una música que tarareamos, es melodía pero también sinfonía colectiva, es materia acústica que percibimos y se nos pega machaconamente como la peor de las canciones del verano. La mayoría de veces que hablamos estamos repitiendo mensajes que vienen desde lugares de prestigio o poder. Decimos lo que dice la pantalla, lo que defiende mi padre, lo que siempre repite el jefe. Reproducimos pedazos enteros de mensaje: expresiones, frases, ideas, entonaciones. Incluso la corporeidad de la voz que usamos para hablar se forma en diálogo con las voces de quienes nos crían.

Necesitamos hacerlo así para ahorrar energía. Nos agotaríamos si cada mensaje fuese plenamente creativo y sincero, nos entregaríamos demasiado. Sin embargo, cuando, en el otro extremo, no hay espacio en la vida para la reflexión sobre la lengua, nos quedamos desvitalizadas, manejadas, desconectadas de lo que realmente habríamos querido decir. Nos volvemos marionetas a través de cuya boca se dicen otros.

 

La mejor forma de aprender una lengua es amarla. Y amar significa estar vivå y sintonizarse, disfrutar orgánicamente cuando oímos/leemos una lengua junto con la sensualidad que emana el entorno en que se produce. Entregarnos a la sorprendente irrupción de la materialidad del libro, a las dimensiones aromáticas de esa chica que habla, al paisaje que se extiende majestuoso mientras escuchamos ese podcast. al vislumbre de una posibilidad gustativa… Ahí es como nos conectamos con la lengua y la permitimos entrar, penetrar o impregnarnos (seguramente haya formas más fálicas y otras más vulvares de hacerlo, pero esto ya lo pienso otro día).

 

La lengua es una masa de experiencias vitales individuales y colectivas que se transmite de unas personas a otras, se (re)crea y emerge en su intercambio sostenido. La mutación es constante; el chorreo de emociones, imparable. Sin embargo, hay organismos e instituciones que tratan de sujetarla con camisas de fuerza de la normatividad, siempre a la zaga del derrame de sentidos y el paroxismo simultánteo de las voces. Se usa la gramática como colonización, como reducción de la pluralidad y la comunidad de la lengua a un manojo de reglas abstractas y privatizables.

 

Yo he ayudado a aprender mi lengua a muchas personas que querían absorberla como forma de liberarse de la obsolescencia de su propia cultura. Personas desvitalizadas, inscritas como signos en un texto colectivo que hablaba de inmovilidad, de falta de participación y creación subjetiva del entorno. Se reanimaban al exponerse al castellano, este idioma viejo y absurdo lleno de violencia, que aun así se deja acariciar/rasgar en pedazos todavía.

 

En el lugar donde vivo ahora el aprendizaje de español se produce en contextos de obligatoriedad o conveniencia académica. En consecuencia, no se favorecen entornos de aprendizaje honesto, de exposición a la materia lingüística y cultural, espacios mentales y afectivos en que abrirse al cambio. Sucede lo contrario: en contextos de alta institucionalización de la lengua, esta se presenta cercada, acuchillada, desangrada en pequeñas dosis consumibles como fármacos y de adquisición fácilmente evaluable. El vínculo emocional con el aprendizaje también está secuestrado y, en su lugar, nos imponen la dialéctica de las calificaciones como única motivación/gratificación posible.

 

Los libros de aprendizaje de lengua extranjera son, también, bastiones de la hegemonía cultural capitalista. En ellos, la lengua se transmite a base de reglas gramaticales. Y la gramática es a la lengua hablada lo que una modelo de Mango a mi rumboso culo. Es una colonización, una normativización (abocada al fracaso), una violencia. Dar gramática por lengua es como dar Historio del Filosofío en lugar de vida.

En estos métodos, que son objetos comerciales, al fin y al cabo, la cultura como matriz de lengua se transmite a través de la identificación por prestigio con modelos como las que se pueden encontrar en el mercado de lo publicitario. Falta la educación en valores, la reflexión intercultural, la responsabilidad social ante la plenitud de la vida de la gente joven. La representación del alumnado en los libros de español para adolescentes se basa en una abstracción homogeneizante y normalizadora , se estiliza un modelo que consiste en (oh, no, otra vez) sujetos parecidos a varones/ del norte global/ que establecen relaciones consumistas con su entorno.

 

La neurolingüística lo tiene claro, solo se aprende aquello que se ama. Pero para ir más lejos, para deshacer las fronteras y desafiar los programas cognitivos de extranjeridad que nos imponen, además de saltar en los charcos de la conjugación verbal hay que desquiciar la subjetividad que construimos con la boca, no dejar que se cuele el enemigo cuando queremos llenarnos los pulmones de aire o la mente de fluido vital/lingüístico que nos permite seguir respirando, palpitar.

 

 

Privilegios de saliva y aire

Días de activismos planetarios, días de brazos cogidos, unas de otras, formando un muro humano contra la barbarie del macho dominador ampliada hasta el extremo a través de un capitalismo exterminador e impune. Días, entonces, de revisarselosprivis y acercarse a las compañeras hilando honesta y responsablemente desde la posición de una.

Cuáles son entonces las características que mi discurso y prácticas arrastran que pueden ser agresivas en detrimento de las demás cuerpas vulnerables. Ya erigió un examen de conciencia sincero y sólido la necesaria Coral Herrera en su blog, que sin embargo me dejó pensando si el uso de derechos y privilegios como expresiones sinónimas no estaba confundiendo algo el asunto.

A mí modo de ver, los derechos son todos aquellos factores de la realidad social que son susceptibles de ser suprimidos a través del poder y/o de la violencia y que hacen posible el bienestar social de los seres. Es deseable que los derechos se garanticen para todas las criaturas.

Sin embargo, los privilegios son un ejercicio cultural asentado de violencia sistemática en lo simbólico por el que unos seres oprimen, expolian o silencian a otros. Obviamente, no es deseable que sean para todo el mundo, y de hecho su extensión infinita provocaría la barbarie máxima.

Los derechos conllevan obligaciones, la primera de ellas, la de ser mantenidos con esfuerzo, consenso y ecuanimidad social. Los privilegios, por su parte, son la no-obligación por antonomasia, la transferencia de las obligaciones propias a las espaldas de quien queda virtualmente oprimidå en el acto de imposición de poder que el privilegio requiere para surgir efecto. Los derechos son muchos hombros arrimados, los privilegios son un puño reventando un labio en sangre.

Considero que una vida sin violencia, la educación y el acceso al conocimiento y práctica sanitarias no son privilegios sino derechos humanos básicos. No se ejerce violencia sobre otra persona ni se la expolia por vivir en un entorno más pacífico que ella. (Pese que a nivel del sistema económico la pazguerra consumista del norte global se nutra del expolio violento de natura y vidas en el sur del mundo). Otra cosa es que algunos derechos desigualmente repartidos puedan ser utilizados contra alguien y convertirse así en privilegios. Por ejemplo, si una está muy leída y formada y usa esta ventaja contra la compañera que no lo está, en lugar de buscar un espacio de comunicación asequible para ambas, está creando un privilegio maligno de una situación que a priori no tiene por qué serlo.

¿Cómo se construyen los privilegios? Diréis que lo soluciono todo hablando de lengua, pero, para mí, son como el elefante inmenso atado al poste con una cadenita de plata. La montaña de músculo y pesado hueso no levanta la pata para arrancar su leve atadura porque no entra en su cabeza que pueda hacerlo. Suena crudo, pero si millones de personas se juegan la dignidad y los jurdeles metiendo en las urnas listas con nombres de ladronas, si consienten en someterse a un poder prepolítico, de casta señorial, es porque no saben que no hace falta que un señorito la posea para que el terruño reproduzca la simiente. Creen que están arando la hacienda, pero no, lo que están arando es la tierra. Las gallinas sin corral también ponen huevos. Las diferencias en el discurso son diferencias en la realidad.

El privilegio es primeramente palabra: una masa de vibración, aire y saliva, una voluta de cerebro que se arrastra por el espacio neumático entre la piel privada del cuerpo y la piel común de la cultura compartida. Los privilegios se construyen en la comunicación, en las relaciones, tienen mucho de lingüístico y performativo, y son un cáncer que tenemos el deber moral de desafiar con nuestras actuaciones del día.

Hace poco una compañera asistía a una entrevista de trabajo en que un subdirector del centro la amenazaba con que en caso de no cumplir con unos objetivos trimestrales, iba a ser inmediatamente despedida del puesto. Ella es nueva en el país y no sabe que la legislación laboral de la región no permitiría tal cosa; además, al no no conocer el entorno tampoco sabe que ese hombre tiene problemas de megalomanía y la empresa está descontenta con su actitud y tratando de deshacerse de él. El tipejo no tiene prácticamente poder alguno, pero se marcó tal órdago que generó el inmediato efecto del acogotamiento total en mi amiga, arrastrada por el mango de un bastón invisible a la posición de elemento inferior en una relación desigual binaria que quedaba instituida con la pronunciación de la frase.

El privilegio se crea y mantiene en las interacciones, crece si no se lo mira de frente como un maguito de Oz y estalla en todas direcciones, sórdido globo de agua, cuando se aplica una punta de alfiler sobre cualquier punto de su superficie. Se concreta en las siguientes praxis, entre otras muchas:

Privilegio de elegir las formas, condiciones y tiempos de la comunicación y, si es posible, alojarla en terreno propio

¿Nunca has oído a un familiar enojado exclamar: ir yo a verla, pero estás loca, ¡que venga ella!? Es uno de los privis favoritos del entorno familiar, pero se ve también en entrevistas en la oficina del jefe, en general cuando una es convocada a una reunión a un lugar y en un sitio concretos; cuando esx amante no coge el teléfono y solo es ellx quien se pone en contacto, etc.

Privilegio de no dar explicaciones, de no asumir responsabilidad sobre lo dicho o hecho

A nivel masivo se ve en la clase política que roba y nunca devuelve y el empresariado que usurpa la naturaleza y las vidas con total impunidad. Pero también en el día a día, con las violencias cotidianas de criantes a hijås, por ejemplo: cuando seas padre, comerás huevos…

Se ve también en jefes y encargados que no tiemblan al informar de que no han hecho algo que debían hacer, y que te perjudica. Es lo coloquialmente conocido como la caradura.

Privilegio de ser cuidadå pero no cuidar a la otra persona

En una organización antropológica residual que todavía está vigente se ve a madres, esposas, hermanas, sirvientas… ocupadas en el bienestar material y afectivo de los machos de la especie, mientras estos no consideran que los cuidados deban ser naturalmente recíprocos.

Privilegio de imponer el punto de vista propio como el único válido y que la maniobra quede incontestada

Las explicaciones son cosas de la chiquillería, las mujeres, lås empleadås. Que si yo quería, pensaba o creía. Que si tengo la regla. Que si hoy estoy así o asá. Nunca he oído a mi padre tratar de explicar cómo se siente, porque lo que él siente, cómo su cuerpo privilegiado vivencia el momento, es lo que va a marcar la pauta para todås los demás. ¿Que desafías su autoridad? ¡Diantre de niño! Caprichoso, puta, pedante, flipao, loca.

Privilegio de no ver la necesidad ni la integridad ajenas, de cosificar o despedazar a otras personas

Aquí entra la utilización colonialista en la cultura de las voces que no han sido incorporadas desde su subjetividad propia; la apropiación cultural; las generalizaciones; el egoísmo patológico… qué me estás contando; es tu problema, no el mío; no me importa cómo lo hagas, pero lo necesito para mañana.

Para ejercer privilegios hay que privar a otras personas de lo que les corresponde. Por ello son la causa infravalorada de la desigualdad social. Seguiremos tricotando sobre esto, de momento, creo que es urgente que dejemos de usar la palabra inocentemente como en «tengo el privilegio de estar aquí esta noche…» para decir «el honor» (o «es un regalo estar aquí con vosotras», como diría la socia).

La violencia del privilegio se ve en las violencias coloniales del eje global norte-sur. ¿Por qué no puede Europa tratar humanamente a la gente refugiada, a las criaturas refugiadas? Porque sería un cuestionar el privilegio y su identidad, esencialmente colonial y sangrienta, quedaría en entredicho.

Violencia del privilegio construido es la que se ejerce en el eje binario hombre-mujer. ¿Por qué tantos varones razonables no se suben al carro de criticar la estructura de género? Porque les da miedo perder los privilegios del trono que esta cultura les reserva, reyezuelos de la creación. Por eso muchos admiten ya la diversidad sexual (su derecho a amar a otros hombres), el acceso de las mujeres al empleo y el sueldo, (se deshacen de la responsabilidad de traer el sueldo alimenticio a casa), nuestra irrupción en puestos de responsabilidad (pues las que llegan hacen bonito-igualitario y son mujeres que no subvierten el orden patriarcal vigente)… y así se nos dejan caer otros derechos que mantienen inalterada la lógica del privilegio sobre la que están bailando los machos de la especie.

El yo precocinado

Recibí uno de estos días en mi buzón una de esas respuestas comerciales en que hay que marcar una casilla al lado de una entusiasta frase escrita en primera persona, del tipo «sí, deseo que me envíen la oferta bla bla bla, y acepto recibir bla bla bla» y luego mandar el tarjetón por correo. Me pareció bastante retrocutre y me puse a pensar en todas esas veces en que enunciamos algo sin haber realmente comunicado, en que el mensaje que mandamos no lo hemos elaborado nosotras. En eso que pasa cuando suscribimos, firmamos, pero realmente no hemos dicho. O cuando no hay acto de expresarse pero sí que estamos comunicando algo previamente proyectado por otra persona o entidad.

 

Y es que es esta una sofisticada perversidad comunicativa de consecuencias incalculables. Véase sino lo que ocurre con los contratos mercantiles, laborales, en que nuestras opciones de meterle mano a la redacción del texto son prácticamente nulas pero sus efectos sobre nuestras vidas, inmensos. También pasa con las encuestas. Con las recogidas de firmas. Con los clics y las cuquis y los likes… (¿no estará casi toda la internet basada en esta enunciación predeterminada?)  Y en sangrante última instancia, es lo mismo que sucede con las papeletas electorales, los diplomas, las constituciones y las leyes y fronteras que amenazan la autonomía de nuestros cuerpos y mentes.

 

En todos estos textos y artefactos, es el yo que se expresa (y que quedará para la posteridad), pero qué yo. Una subjetividad que solo contiene un recuerdo fantasmagórico de realidad vital, de alimento. El resto es un mejunje de aceite de palma, azúcares, químicos venenosos. Elementos no nutricios que se añaden para conservar y comerciar a gusto. Que corrompen. De nuevo, la lengua y sus actos escondiendo fuentes de poder entre sus enaguas. El poder y la ideología hegemónica hacen de las personas lo mismo que la industria «alimentaria» hace de la comida-vida para convertirla en basura.

 

¿Cuántos discursos emitimos cada día desde nuestro cuerpo y nuestra experiencia soberanas? ¿Cómo de a menudo nos expresamos genuinamente? ¿Qué espacios y tiempos nos permiten hacerlo? No todo es expresar desde lo propio, me dirás, también hay que hacerlo desde lo colectivo. Sí, pero estamos en las mismas… ¿cuántas de nosotras, cómo y a qué precio creamos discurso colectivo no precocinado? ¿Tenemos tiempo, energía, habilidad y paciencia para consensuar manifiestos, artículos y otros textos conjuntos en movimientos y asociaciones?

 

Si se lleva al extremo, un claro ejemplo de enunciado en que ponemos nuestra firma sin apenas leerlo es la lengua en sí misma. Las palabras y las estructuras en que las engarzamos arrastran arena, gravilla (y rocas y montañas) que asaetean nuestra conciencia y nuestras emociones sin que nos demos cuenta de ello. Y no hay tiempo para desatar los nudos de cada red semántica a cada paso; sin embargo, estamos llegando a un estado de manipulación mediática tal, que quizás sea ya un acto de irresponsabilidad extrema para las personas letradas no andar con pies de plomo en su consumo actual del lenguaje corriente.

 

Se me ocurre la recientemente acuñada turismofobia, una palabra imposible para la lógica del español que sin embargo parece haberse aceptado sin mediar reacción popular. Las fobias, que son término griego para expresar miedo, rechazo, lo son en la medida en que aquello que tememos no justifica en sí mismo la reacción temerosa. Es decir: -fobia acompaña a ideas que no dan miedo ni deben generar rechazo de por sí. No tendría sentido decir asesinatofobia o crueldadfobia o tsunamifobia porque se entiende que lo malo genera sentimientos negativos en sí mismo.

 

De ahí que sean solo conceptos sin valor negativo los que pueden generar palabras con este sufijo: xenofobia, homofobia, fotofobia… Por eso, usar turismo en esta palabra es eliminar de un tajo la posibilidad de que lo consideremos fenómeno indeseable. Llamarle turismofobia al cuestionamiento de una industria-apisonadora que machaca la convivencia y los recursos naturales y culturales de un lugar donde tratan de pervivir comunidades es quitarnos el derecho a cuestionar. Es quitarnos el derecho a creer que nuestras vidas puedan tener más valor que sus comercios. Es arrebatarnos mucho de un solo golpe.

 

Pero estamos este curioso momento histórico en que un machuno de izquierdas puede pontificar en un espacio 15M (sin generar reacción pública alguna en el auditorio) que el feminismo, como todos los -ismos, es una ideología que genera masificación y falta de pensamiento crítico. No sé entonces cómo se las entenderá ese buen activista con el onanismo, el bruxismo, el lirismo o incluso el analfabetismo, que a juzgar por su perezrevertismo impune, nos acecha irremisiblemente.

Las palabras más bonitas empiezan por co-

…y además son las mas importantes.

No me estoy refiriendo a ‘coño’, ‘corazón’ o ‘copita de pacharán’, que también, sino a esas que llevan el prefijo-preposición latina con- (co-/ com-) (como en Laura está con Jacinta), y que reflejan el siguiente sentipensamiento: cuando una actividad se realiza en compañía, esta toma otro sentido tal que merece incluso ser denominada por un término distinto del primero. Hacer y decir en comunidad genera realidades alternativas, nos hace concebir y tomar parte en narrativas revolucionarias compartidas. La receta para vencer a este programa de individualidad marciana en que nos han enjaulado es usar la lengua con seso, y con mucho con-.

Aquí un ramillete de mis favoritas: (por orden caprichoso y sin intervención alguna de la RAEH*)

  • Colectivo: Ese lect- significa algo así como «recolectar», y es el mismo que forma parte de ‘leer’. Cuando nos colectivamos y asambleamos es como si cosecháramos juntas el fruto de nuestra subjetividad diversa.
  • Cooperativa: A mí esta palabra me parece muy potente y me sabe a mermelada fresca de cooperativa rural de mujeres. Está llena de sentidos: obra, ópera, obrera… También llama a los textos en colaboración que internet nos ha facilitado tanto escribir.
  • Colega: Ahí tenemos a la ‘ley’ y al ‘lego’ en un asunto. Tiene algo de «cómplice», de «compinche». Sea como sea, ahora la prefiero a «amiga» (aunque para mí la reina es «compañera»), hasta que en redes sociales empiecen a usarla para cuantificar los contactos que una tiene…
  • Comadre: Cuánta belleza cuando se la desnuda del valor patriarcal peyorativo como vecina meticona. Comaternar, cuidar juntas (se haya parido o no, se sea del sexo que se sea), me parece el mejor regalo que la vida nos puede hacer y que le podemos hacer a la vida.
  •  Colecho: En crianza crítica (mal rollo eso de llamarla natural, para mí), consiste en dormir con las criaturas en la misma cama durante unos meses o años. Se basa en desmontar el hábito capitalista de que duerman separadas de sus criadoras para que estas puedan descansar lo suficiente como para rendir al día siguiente en la fábrica o en la oficina.
  • Conmoverse:  Me palpita la víscera al son de la tuya.
  • Compasión: Siento tu mismo pathos, lo que padeces. De nuevo, hay una transcorporeación del pálpito. Qué rico. Se merece que luchemos por quitarle esa pátina judeocristiana de la pena y la caridad, para que florezca en todo su esplendor expresando la comunicación de pulsiones.
  • Coeducación: De las más modernas. Y una de las mejores armas con que contamos en esta nuestra guerra de fondo a favor de la vida. Según Mujeres en red significa: educar desde la igualdad de valores de las personas.
  • Consenso: Con la aprobación, con el sentido de todo el mundo. De tal forma que quizás lo que se siente no sea tan vicario como el patriarcado nos ha querido hacer creer.

 

Extra: en griego, la misma labor la realiza el prefijo si-, sin-, sim-, que produce otro chorro de palabras bonitas y buenas: sincronía (lo que se coincide en el tiempo), simpatía («padecimiento» o «pasión» común, equivalente a «compasión»), símbolo (poner juntas dos piezas que se usaban como firma en acuerdos cívicos en la Hélade), simbiosis (forma de vida en común), simposio (beber juntas), etc.

 

*Real Academia Española (de los Hombres)