Taxidermia y canibalismo

 

Vivimos tiempos de canibalismo burocratizado.

Nos estamos comiendo unos a otros la cara interna de los órganos del cuerpo. Roemos poco a poco la carne que está a la sombra y dejamos solo la cáscara vacía de lo que una vez fue un músculo, una nariz, un hígado. El latido de lo orgánico no es sino un efecto acústico y luminoso. La impresión de que la sangre corre se consigue con unas gráficas en 3D. Parecemos personas vivas, pero nuestra corporalidad tiene la consistencia de un lámpara de papel de globo.

Y a más vulnerabilidad, más ternura. Más tierno el bocado, quiero decir.

Nos negamos en nuestra esencia hasta vaciarnos por dentro, como se hace con los animales que se van a disecar. Nos lavamos químicamente el espacio que queda más allá del envés de la piel y aplicamos bórax, sales, alcoholes, para producir la asepsia. Una vez desvitalizados al máximo, procedemos a la taxidermia propiamente dicha. Nos rellenamos con el poliuretano, la escayola o la fibra de vidrio que nos harán parecernos a la única imagen asignada en que la culturanda (cultura+propaganda) nos permitirá ser visibles y aceptables en sociedad.

Ls niñs. Qué ls estamos haciendo. Rompemos vínculos primales sin conocer realmente las consecuencias de esto, vendemos, manipulamos, juzgamos, maltratamos, exponemos personitas como si fueran trofeos. Las adquirimos como complementos de moda para no resistirnos al mandato social (ahora que hay tanta información y vías de comunicación disponibles y podríamos construir juntas las resistencias). Y no solo queremos «tener un hijo» que nos complete socialmente como un outfit, sino que además es que «quiero algo mío», que para eso ha avanzado tanto la técnica. Espeluznante la falta de horizontes éticos de nuestra subjetividad clientista.

Ejercemos como mapadres desde lo antiautoritario, desde la reacción. Y sin embargo, nos comportamos de forma increíblemente autoritaria, pero en versión edulcorada, lo que es mucho más difícil de afrontar para las sufridas personas en formación que dependen de nosotres. Nuestra envolvente es más agresiva que la de los padres y madres autoritarios de antes. Antes quedaba la opción de rebelarse. ¿Qué les queda ahora?

Así es como estamos tratando a la infancia. Analícese qué opciones (de esa mentada elección personal por la que se supone que todo lo hacemos) existen para cada uno de los aspectos de la vida de ls niñs para poder crecer como seres autónomos, sanos, íntegros y capaces de desenvolverse más allá del espacio social mercado-

  • Te llevo hasta los siete años en carrito, para que no decidas cómo te mueves ni adónde. Desde que naciste, has pasado de hecho la mayor parte de tu tiempo de vida en el interior de artilugios (en diversas formas y calidades de plástico) concebidos para coartar tu movimiento en libertad y tu propio ritmo.
  • Te coloco pantallas delante para comer, para entretenerte, mientras te baño… para que no seas dueño/a de tu atención. Para que no molestes, en fin, para que no seas, para que no experimentes;  te vuelves un mero medio para que yo alcance mis objetivos de rendimiento identitario mapaterno (por ejemplo, que comas). Te convierto en una muñeca de trapo que puedo accionar cómodamente. Eres mi furby, mi tamagochi.
  • Te comparo con estándares externos y valoro el nivel de aceptabilidad de tu organismo y tu actuación. Desde tu peso al nacer hasta tus resultados académicos, día tras día, año tras año. Eres objeto de la comparación y el escrutinio constante. No-hay-escapatoria-ni-descanso.
  • Te expongo sin defensa posible al mercado y sus artimañas, en las tiendas, en las pantallas. Caes en las redes de la publicidad. Después, me hago el sacrificado cuando tengo que comprarte lo que tú quieres. (Obtengo placer oculto en verme como artífice de la satisfacción de tus caprichos).
  • Te pregunto diez millones de veces al día qué quieres. Ha de quedarte claro que aquí lo importante es la demanda, para que yo pueda performar como entidad a cargo de actualizar la oferta.
  • Te cargo con mis problemas emocionales, espero de ti que sepas gestionarlos. Estoy llena/o de culpa. Perdóname. Concédeme el perdón. De ti depende.
  • Te pido permiso para hablar con mis amigas o dedicarme a algo que no seas tú en un momento dado, ¡como si tú tuvieras que ponerme los límites a mí!
  • Te critico todo lo que puedo ante terceros, también delante de ti.
  • Tienes un programa constantemente repleto de actividades y jornadas llenas de desplazamientos. ¿Quedarnos en casa? ¿Quién querría eso? No te permito aburrirte, que para algo soy una buena mapadre.
  • No te expongo a materiales de la naturaleza ni herramientas básicas humanas, sino que te doy directamente alta tecnología, para que no entiendas nada, para que no sepas relacionarte con el mundo que te rodea si no es por mediación ajena.
  • Te hago vivir en un cuarto hasta arriba de objetos de plástico diseñados y fabricados por adultos que no conocemos, que no te conocen. No te dejo fluir con el espacio, crear, participar de la vida siendo su coautor/a.
  • Te impongo desde muy bebé horas de imágenes y narrativas audiovisuales que supongo que te gustan. No estudio los posibles efectos que la imposición de mundos fantaseados por adultos (que no son tu mundo) pueda tener en el desarrollo de tu propia imaginación y tu relación con tu entorno. No estudio los efectos políticos de la pasividad aprendida.
  • Asumo que como eres (leída como) una niña, tienes que ser sometida al programa socializador rosa. Dejo que cualquier persona, aunque no tengamos vínculo emocional con ella, te trate de forma que se refuerce el aprendizaje de tu único rol posible en sociedad: la princesa
  • Asumo que como eres (leído como) un niño, tienes que ser sometido al programa socializador azul/verde militar. Dejo que cualquier persona, aunque no tengamos vínculo emocional con ella, te trate de forma que se refuerce el aprendizaje de tu único rol posible en sociedad: el guerrero/líder sin escrúpulos
  • Asumo que mientras dure tu infancia, tus gustos quedan abarcados en el menú infantil de las franquicias y la miríada de objetos de dudosa catadura moral que ofrecen las jugueterías modernas con el fin de entretener y «educar».
  • Te jodo la salud (el equilibrio hormonal) a base de un derroche incesante de azúcar y procesados.

Y es que resulta que esto de ser mapadre iba de eso, de ser yo algo. Allá te las apañes tú, criatura, con el espacio que eso te deja.

Vencerán pero seguiremos sin convencer

Cada día, en algún momento cualquiera, al menos una vez, es seguro que caigo en la trampa: como si tuviera siete años, me consuelo a mí misma de alguna injusticia contándome que cuando las cosas se pongan en su sitio…, cuando se vea quién tiene realmente la razón…, cuando, cuando, cuando… todo se arreglará. Es como la reminiscencia mental de una especie de madre/dios todopoderosa/o que pase lo que pase acabará por llegar a arreglarlo todo. Deus ex machina que me hará reír la última para reír mejor. (Si es que alguien ríe). Y en días como estos en que se quiebran cuerpos vivos contra el asfalto caliente, se les mata, ese demiurgo justiciero acude con su ridículo calzón de superhéroe gringo a decirme que no llore, que al final quienes creemos en la humanidad y la paz tendremos la última palabra.

 

Son tonterías. No habrá tal «juicio final» en que acabaremos por ser resarcidas de tanta ignominia.

 

Quizás sea más práctico decirme a mí misma que la realidad en que vivimos es el resultado espumoso de un choque de fuerzas, un ensamblaje del material de residuo que emana de las fricciones que se producen entre distintos poderes. Asegurarme que si queremos que las cosas ahí fuera se parezcan un poquito a cómo las sentimos dentro, hemos de luchar para imponer nuestra ley. Aprovechemos, ahora que al mercado se le ha escapado por un tubito de escape nuestra capacidad de lectoescritura, algo de tiempo no regulado y las posibilidades de organizarse en las redes.

 

No vamos bien, no convencemos. Pero es que me declaro incapaz de ver por qué ciertas ideas tienen que convencer. Cómo es posible que miembros de una especie tengan que venderse entre sí no ejercer violencia dominadora sobre sí o sobre terceros. Que todos acariciamos el mismo artefacto celular y bacteriano, elástico y poroso, dado en ser llamado «piel» cuando nos llevamos los dedos a la cara. Que todos los niños son el mismo niño. Que a la infancia no se la sacrifica por una riqueza efímera. Que los bebés no deben sufrir por hambre (¿basta acaso ese verbo?). Que ver un gesto de dolor humano sin morir es una patología. Que un grito de pánico de una niña condena a la humanidad entera al abismo. Ni siquiera las palabras que uso expresan nada de lo que siento en el estómago.  La retórica nubla el entendimiento.

 

(Me pregunto por qué seré yo la loca, aquí llorando encharcada en mocos, tecleando sin tino de madrugada, buscando tu condescendencia que me calme —a falta de amor compañero—, cuando con todo lo que sabes de lo que pasa ahí fuera tú sigues a lo tuyo, consumes plásticos sobre plásticos y duermes en paz. Quién está loco, dios mío)

 

Esos argumentos chuscos contra la igualdad de género, esas pobres justificaciones racistoides, ridículos votantes de derecha entre la clase trabajadora, madres y padres que humillan, violentan y abandonan a sus crías a su suerte espiritual. Cómo convenceros de lo que ya ha sido desnaturalizado en vosotros. Ni siquiera esta última frase se sostiene, pues qué es lo natural aquí. Estoy empezando a pensar que la lengua a mi disposición es una trampa laberíntica para ratones con cáncer.

 

Te propones convencer de que las andanadas de género y raza se han puesto ahí para favorecer a algunos y que basta con mencionarlas para que empiecen a tambalearse. Y te dicen que adoctrinas y que tu corrección política oprime y no le deja al personal ser libre.

 

¿Apaga y vámonos?

 

Ya no albergo ilusiones de una apoteosis final en que todo se resuelva. Tengo miedo. Estoy aterrada de que no quede nadie para leer nuestros testimonios. Huellas de amor libidinal, de vida expansiva, de alegría en equilibrio. Testigos livianos de piel estremecida y fosas abisales. Epopeyas de pálpito y pulpa de limón. Temo que ya no quede nadie para saber cómo fuimos, qué nos pasó. O de que quien quede ya no pueda entenderlos. Que ideas como piel, alegría, estremecer, ya las hayan cambiado, ya signifiquen otra cosa. 

Dolor explicado

Traemos al mundo y criamos a la infancia de forma irresponsable. Maltratamos a la gente pequeña, la humillamos, le inculcamos moral de esclavo y pánico al abandono, no la aceptamos como es ni le damos espacio y tiempo para autorregularse. La deshumanizamos. La destrozamos.

Educamos en desigualdad estructural, violencia patriarcal y racismo. Mojamos las madalenas del desayuno en posverdad cada mañana. Dejamos el velo sin rasgar, vivir el día a día en esta realidad es aprender a comulgar con ruedas de molino y hacer como si tal cosa. Nada podrá justificar nunca que los gobiernos ignoren la pobreza infantil. No habrá perdón para el abandono de la gente refugiada y migrante. Vivimos en estados asesinos.

Toda nuestra existencia se basa en hacer como si hubiera un otro al que colonizar/del que defenderse, pero es que cada vez menos hay un nosotros. No hay familia, no hay barrio, no hay sino individualidad consumista. Todo lo colectivo ha sido privatizado y monetarizado. Lo que creemos que es vida social, festividad, cariño… es solo el rédito del interés de algún inversor. Por ejemplo, de nosotros mismos rentabilizando nuestro capital social.

Tenemos miedo a ser porque no nos sostenemos a nosotros mismos y los medios de comunicación nos revientan la mente a pánico. Nos aferramos a mitos cualesquiera porque no tenemos conocimiento auténtico (lo secuestraron) ni sensación de control (vulnerabilidad aprendida). El mal que fabrican los media nos calma, porque nos recuerda que esos estereotipos sobre el otro que habíamos aprendido de una crianza y una educación negligentes son verdaderos. Es verdad que hay un otro y es malo y viene a por mí, ergo, yo, que no sé muy bien quién soy ni qué deseo, soy bueno. Apañada lógica binaria.

Y así se nos pasa la vida.

Me duele mucho. En esta maquinaria de explotación y tortura que habitamos, no sé cómo colocar el profundo amor puerperal en carne viva del que estoy transida.

Florilegio estival de abuelaje

Estas vacaciones la personita ha pasado tiempo con sus abuelas/o de ambos lados del mar. Como ya comentaba en Abuelaje, hay algo que no funciona, hay algo que no va bien. Más allá de que, afortunadamente, las tendencias en la crianza se hayan modificado desde los años ochenta a esta parte, una extraña violencia se extiende impune y campante que, creo, tiene que ser combatida.

Y es que así tratan muchas/os abuelas/os en estas culturas de dios a las tiernas personitas nuestras. A continuación, un breve florilegio literal de las perlas que hemos oído este verano, dirigidas a una criatura de seis meses:

 

  • Insultos:  quejica, pesada, insoportable… 
  • Difamaciones: tiene mamitis/ está enmadrada/ nos está vacilando, eso es una mariconada de tos…
  • Amenazas: si lloras porque se va tu madre, te pego una paliza, ya verás/ no te muevas, que me enfado…
  • Presión: ¡otra vez te has cagado!/ lo estás poniendo todo perdido/ sonríe, que estás más guapa/ ¡otra sonrisita para la (enésima) foto!…
  • Mentiras: el señor del bar nos va a echar si lloriqueas/ tómate la medicina, está muy dulce (¡no la has probado, tía!)…
  • Chantaje emocional: una cucharadita por la abuelita…/ ¡vente conmigo ya, deja a tu madre que desayune!
  • Egocentrismo: pero por qué lloras, si no te estoy regañando/ ¡a esta criatura no le pasa nada!
  • Campaña antilactancia materna: este niño quiere agua/quiere dormir/tiene gases/, ¡no puede ser que quiera teta otra vez!…

 

¿Que exagero etiquetando de agresiones lo que son el paisaje, la normalidad? ¿Que nuestra generación se ha criado así y no nos ha pasado nada? (¿Seguro que no nos ha pasado nada?)

Yo creo que más bien somos todas y todos, en sociedad, naturalizando actitudes violentas contra las criaturas, quienes exageramos. Curiosamente sin toda esta negatividad, desde el respeto a la integridad, el humor y el cariño también se puede criar.

¿Por qué lo hacen así? ¿Por qué me tiene que parecer adecuado?

Como los mandatos de género, las estructuras y las instituciones de poder se imponen, también, desde la cuna. Pero, en este caso, se van a encontrar con resistencia.

Lo Normal

 

Un buen ejemplo son las caries, decía una compañera. Son lo normal, a mucha gente le salen, pero eso no significa que sean lo sano ni lo deseable, lo bueno ni lo aceptable. Este aparentemente inofensivo adjetivillo, «normal», me huele a corona metálica y sarro. Significa «lo regular», lo esperable, lo previsible, lo  que se hace habitualmente y de acuerdo a las convenciones sociales. Sin embargo, nos columpiamos cuando tendremos a identificarlo con «lo bueno», «lo aceptable», «lo que debe ser». Si Lo Normal es a lo que aspiramos, queda muy claro cuál es nuestro espíritu político: no nos vamos a cuestionar el caldo de la sopa en que flotamos ni qué es ese regustillo a cadáver que últimamente tiene. Así están las plazas, las calles, llenas de nada que valga la pena.

Cuando nuevas diputadas de izquierdas entraron en parlamentos y consistorios, otra compañera se indignó y decía muy resalada ella:  mira, nos van a robar igual, pero que lo hagan mejor con mocasines castellanos, que eso de hacerlo en chanclas queda feo. Que nos roben bonito y a juego con las alfombras, al menos.

Aceptamos a cada paso verdaderas fechorías en nombre de Lo Normal. Pero todo se perdona con tal de que sea lo de siempre. Aunque Lo Normal sea una institución obsoleta que antiguos hombres pudientes establecieran en nuestra contra. Es normal que nos roben, que nos maten, que quien te ha de proteger te humille y quien te ha de amar te utilice. Lo Normal es omnipresente, omnipotente, inspira terror, habla por boca de todas las personas y todas le rinden tributo, como a dios mismo (de ahí la mayúscula de majestad).

Pero no es aceptable, deseable, lógico ni bueno que no hablemos de la sangría siria. Que se vote a la violencia. Que la gente en las redes se mofe de las muertas por el horror machista. Que los medios de comunicación lo sean de propaganda.  Que no amemos a los niños de once años. Ni debe ser normal, tampoco, que el frufrú de las bolsas de los consumidores injurie a ese muerto tirado en medio de la plaza central de una ciudad europea, mientras ellos pasan, y compran.