El privilegio sumo

Dolía como si te estuviesen partiendo en dos. Era una potente fuerza centrípeta que nacía en algún punto de tu espalda y se expandía rasgando tejidos, centrando el pulso. Dolor no era la palabra adecuada. Era otra cosa, era… era una experiencia de fuera de este mundo, no puede ser explicada con palabras falologocéntricas. Sin embargo, tú sabías muy bien lo que necesitabas para poder soportarlo. Necesitabas dejarte llevar por la inmensa energía que emanaba de ti misma como un ciclón. Para ello había que neutralizar las distracciones, los estímulos. No luz, no sonido, no presencias. Solo tu cuerpo, un espacio húmedo, un cérvix abriéndose como si fuera un esfínter. Nadie caga en una sala de hospital, a la vista de todos. ¿Por qué tenías que abrirte tú de coño delante de tantos transeúntes? ¿Por qué esas luces incisivas, esa invasión de cientifismo y disciplinamiento en lo más tierno de tu blanda entraña? Tú solo querías parir en paz. Y sin embargo, en el mejor hospital del mejor país del mundo para ser madre, no te dejaron parir en paz. Parir en tu cuerpo. Te lo sacaron, a tu hijo, de tu cuerpo.

 
Los primeros días tras el parto que te robaron fueron borrosos, pálpito perezoso entumecido, tiempo dado de sí como la goma de una braga vieja. Aparecieron gentes dispuestas a cumplir su agenda. Arrasaban mediante artilugios de silicona médica con la película protectora de tu subjetividad lacerada. Cada cual a lo suyo. Pim, pam. Efi-ciencia. Plastiquillos en las tetas. Shup. Shup. Bomba hidráulica de leche. El bebé estaba contigo y aun así estaba lejos, allá a lo lejos, lo veías mirarte con ojillos interrogantes, contrariados.

 

En casa fue todo algo mejor. Tu espacio empezó a funcionar como un cultivo, los renglones y las imágenes de los libros-invocación fermentaban y te llevaban consigo al interior de su embrujo. El bebé tenía unos contornos más claros que tus manos le iban poco a poco dibujando. Solos los dos, como las únicas dos criaturas con importancia en este mundo-culo. Piel. Piel. Piel. Calor, humanimalidad, contacto. Bebé calentito y dulce, mamá está aquí para ti y está contenta. Te deseo, bebé, solo quiero estar aquí, ahora y así, y estar/ser, contigo. Aviones de guerra nos sobrevuelan y violan el latido intemporal de tu primer puerperio. Los gritos llegan desde todos los rincones: periódicos, nuevas tecnologías, viejas tecnologías, personas ¿cercanas?, seres ¿queridos?… Mensajes en rostro humano o de cristal licuado que te hablan de muerte, de posesión, de acumulación, de lo inerte, de lo opaco. Mensajes de lo contrario que tú
representas. En el momento de vulnerabilidad más tierna es preciso defenderse de lo todo. Lo totalitario. Y qué hacer cuando te late la vida en el vientre en un mundo de vida acorralada.

 

Todo te escuece y da placer al mismo tiempo. Comienzas a ver las cosas claras pero no sabes bien qué hacer con ello. Comprendes que un día fuiste tan rasgadoramente hermosa y espeluznantemente vulnerable como Bebé pero a ti tus padres te entregaron a los charlatanes de la tribu. Que no te amaron cuando más digna de amor fuiste. Cuando eras solo amor, y nada más que amor pedías. Crees que vas a enloquecer de dolor que te expande, de tristeza eufórica. Tienes mucho que hacer, tienes que reescribir tu biografía desde el mero principio, desde el día en que tu propia madre fue al hospital a pedir que le sacaran al bebé porque ya era el día que le habían dicho que le tocaba.

 
Tienes que hacer un registro escrito y riguroso de todas las violencias que han ejercido contra ti. Qué hacer con tanta humanidad en las manos. Pareces ser la única que conoce el secreto. Te late el útero y lo sientes. ¿Les ocurre lo mismo a las demás? ¿Quién más sabe esto que sé yo ahora? ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo encontrar a otra que me acoja? Quiero leer todos los libros de poesía del mundo, rasgarlos, licuarlos, llenarlos de sangre y hacer un escuadrón de ministerios que eduquen a cien mil criaturas que funden una ciudad nueva desde la alegría la comunalidad la libido la piel la carne la flor el agua la luna, madre. La luna. Madre. Madre. Piel. Qué voy a hacer con las amenazas. Tendré que suicidarme si persisten. ¿Tendré que suicidar al bebé también, entonces? Soy un manantial de vida fresca y clara pero todo a mi alrededor acumula polvo y ratas.

 

—¿Qué te pasa, Carlos? Tienes mala cara. ¿Ha pasado algo malo en el trabajo?— Le mirabas sorbiendo el agua. (La lactancia da mucha sed.)
—Tampoco te costaría tanto tener la casa ordenada, ¿no? Vamos, que estás aquí todo el día…

En los ojos de tu compañero veías cómo el vaso cruzaba el aire a la velocidad de las guerras. Como una granada de mano, el vidrio estalló contra el armario y mil burbujas prismáticas florecieron en el aire por un instante, antes de caer al suelo como una lluvia de artillería.

— ¡Loca! ¿¡Que no te has dado cuenta que eres madre y le puedes hacer daño al bebé!?

El privilegio sumo es que tu perspectiva crezca engorde se hinche y ocupe tanto que llene una cultura entera, donde no quepa ningún relato más que aquel que cuenta lo que tu cuerpo vive.

criatura abisal

Qué hacer cuando te late vida en el vientre en un régimen de vida perseguida
Calla
El pálpito es disidencia que castigan
Con silencio alambrada vértigo

Qué hacer cuando la cama está toda meada
Tú pendes de unas pobres palabras para salvarte
Pero no puedes escribirlas porque teta

Qué hacer cuando ya rompiste los diques que quedaban
Ya es imposible que sigas
Las instrucciones
Del ejercicio
Y te suspenden (cuelgas), lista

Qué hacer cuando estamos en dos sintonías diferentes
Tu incomprensión es un tormento gota a gota
Pero necesito que estés
Pero me mueres
Pero no te vayas
Pero el miedo
Pero emanas calor
Pero das frío
Pero panic attack

calambre

Qué hacer cuando eres algo entre un verso y un molusco viviendo en un catálogo del mediamarkt
Cuando eres arrojada a lo vivo por un parto
Mientras tu entorno sigue dinámicas de muerte
Cuando tienes que curar a las otras iniciadas
Pero tu herida sangra a gritos sin sutura

Menos mal que existen las hermanas
Si no existieran esas hermanas que digo
Que forman en paralelo a mi cuerpo un poema estrafalario
Yo ya no figuraría en el catálogo

criatura abisal fuera de stock

pulpa de agua marina/lacustre

cuajada en una expresión dudosa

de inconsistencia gramatical bivalva

 

Hincharse o no de útero. Carta a mí misma hace dos años

Buenas noches, compañera:

Buf, qué lejana te siento, ahí atisbada y vaporosa al otro lado de la frontera (del accidente mortal), tan compacta, pequeña y densa, tan carnalmente párvula y preliminar. Te escribo desde un lugar a millas de distancia, desde axilas rizadas y saladas y nuevas piernas ágiles y fuertes, tendida felinamente junto a la piel fervorosa de Atreyu y ese olor suyo a salep, desde el núcleo semántico aterciopelado y duro que antecede y corazona a cualquier revolución social.

Quieres embarazarte y parir. Leíste a Casilda Rodrigáñez y ‘por detrás de la cultura, se te puso a palpitar el útero’ rítmicamente, como un tambor prerromano de mano callosa en vejiga curada y tensa. Se te llenaron la matriz y la boca de flores y de peces pululando. Ya deseas emprender una rebeldía de carne lábil y piel henchida y fresca, sangre parida que fluye y le escupe en la cara a la muerte porque no se deja acumular. «Yo quiero tener hijitos/ muy pronto te iré a buscar/ pa poder vivir contigo…» canta dulce y sencilla Zaragoza.

Pero no seas soberbia y te niegues el peso de las imágenes de la cultura del entretenimiento industrial en tu deseo. Por más que te exfolies la frente, el final de Notting Hill con la panza acariciada en el banco del parque, la ternura calculada te interpela directamente como a tantas otras mujeres. Nuestras subjetividades se diseñan desde los despachos y estás condenada a no saber nunca cómo habrían sido las cosas de no vivir en esta socioeconomía de la carencia afectiva y mezquindad organizada.

Y bien, deseas un temblor de vida, dejarte caer en los brazos del abismo y al fin sumergirte en el lago de lo materno. No lo piensas demasiado, se trata de una intuición, un latido, y una hilera de condiciones de posibilidad. Estás en el país adecuado de las bajas «generosas», cuentas treinta y una apremiantes primaveras, y convives con un hombre con el que te lo pasas bien ¿la mayoría del tiempo?, y que cuando tiene ganas y folláis, logras disfrutar como una personajilla del Bosco.

Traigo cosas que contarte. Hiciste bien en no pensar mucho porque con tus pensamientos no habrías llegado ni a acercarte a tu yo del futuro. No me podías imaginar, era imposible. En el estrecho margen que te deja la salvaje cultura neoliberal en la que andamos todas sin red ni resuello, no hay pantalla suficientemente ancha que pueda acoger el panorama que se ve desde este lado.

Si Coral Herrera hubiese escrito esto antes, quizás hubieras comprendido un poco, pero no fue así. Y en lugar de una cultura en que lo mujer, lo materno, lo embarazado y lo criante se vivan de forma natural y honrosa, de forma constructiva y comunitaria, estás a punto de darte cuenta de que eres puta carne de cañón para un patriarcado de consentimiento atroz que te chupa la mano desde debajo de la cama y que, en cualquier momento, te apuñala en lo simbólico cien mil alevosas veces.

No te imaginas lo que va a suponer traer al mundo a un hijo. No tienes ni idea de todo lo que se va a remover. Aunque tú no lo sepas, tienes una idea consumista de la historia, ni te imaginas que esto va mucho más allá de «convertirse en madre» o de «tener» criaturas, que los cimientos de todo lo que crees ser, tener y desear van a tambalearse y a tirarte las convicciones por tierra. Estás a punto de convertirte en una fiera feminista transida de conocimiento carnal, en cierto modo divino, pero también te volverás niña chica llorando en una esquinita porque nadie, nadie, ha venido a recogerla después del colegio, y hace frío y no hay merienda ni hay caricia.

Ni se te pasa por la cabeza que aunque tú estés viviendo de prestao la vida del BBVA (blanco burgués varón asalariado), vas a hacerte un curso intensivo y acelerado de vulnerabilidad y vas a estar cerca de perder las fuerzas por el camino, aunque finalmente saldrás hecha una animal más fiera y potente de tu viaje al corazón de la interdependencia. Hasta ahora, por las posibilidades económicas y de acceso a la cultura y el consumo dadas por tu clase, has vivido de espaldas al intríngulis de lo humano, creyendo que éramos unidades atómicas independientes que se asocian para perseguir fines comunes. Te equivocas, compañera. Estas impregnadita de relato neoliberal, por crítica que te imagines. Cuando empieces a engordar, a quedarte sin resuello, a no caber en los baños de los locales, a hacerte pis por todas partes, a sentirte incapaz de subir esa escalera, a vivir pesadillas desgarradoras… te darás cuenta de que eres una pupa abierta. De que necesitas contención, acogida, cuidado sumo. Te vuelves obesa, anciana, enferma, criatura. Te vuelves la cara oculta que esta sociedad inhumana reprime y oculta con artimañas culturales que hacen que nos identifiquemos artificialmente con la imagen de ese varón-rey-de-la-selva que surge y ya, plop, como un champiñón, listo para la producción y el consumo, sin cuidados, sin redes, sin heridas.

Todo es mentira. No vale nada de lo que has visto hasta ahora. Vas a tener que coserte rápido un vestido nuevo a base de harapos si no quieres quedarte desnuda y sola a la intemperie de tu angustiosa necesidad de calor y vínculo esencial.

Te ayudarán los libros. Te volverás aún más viciosa de la letra escrita, comprenderás que solo por ese canal de materia impresa te llegarán las voces de las compañeras, las otras que ya han abierto los ojos y los regazos, las que van a ser tu tribu, te van a tender una cultura-ficción más tierna en que poder engendrar, parir y criar sin intemperies permanentes. Una ilusión de cobijo, dosis de conocimiento oculto palpitante, conexión mistérica pero refulgente de tan obvia con las otras silenciadas y mutiladas por esta farsa de patrix desgarrador.

También estarán ellas, las mujeres que encontrarás en la red, ese artefacto creado por el ejército americano que, sin embargo, te enchufará a la vida durante todo este proceso, te mantendrá literalmente no muerta. Si no existiesen el internet y ellas, las grandes mujeres verdaderas que te han acompañado en este trance, la depresión te habría aniquilado, escúchame bien. Las personas de tu alrededor físico no te dan el abrazo, el tiempo ni la palabra que te habrán de sustentar.

Con tu compañero verás que no, que no funciona. Y no por él ni por ti ni porque no sea el hombre adecuado: son los géneros y sus trajes con que nos han herrado la carne delicada: no hay trato igualitario posible entre cuerpos aherrojados ya por los mandatos del gran sistema de la desigualdad. Basicamente has fertilizado tu vientre con su energía seminal, y te ha atado las botas muchas veces, pero el resto…tu pareja, tu interlocutor, tu compañero en todo esto han sido las otras mujeres que, desde sus rincones del mundo, te han sujetado el pelo, te ha celebrado y pintado la panza de colores, han visto palpitar sus matrices al unísono con tu útero estremecido en rebeldía.

Vas a buscar a Madre y no la vas a encontrar. Vas a entender que la mujer que te engendró a ti es básicamente idiota, que no sirve para guarecer ni ama ni es tribu ni cultura que te valga. Dejarás de tirarle del brazo para que sea algo más que una consumidora alienada y corta de vista, porque no da, se niega a desemburrecerse y te expone al frío desgarrador de la evidencia del capital y sus lógicas. Vas a desembarazarte de la peripecia de la mujer que te tuvo (y después te perdió) para entender que Madre es narrativa social hospitalaria, nutricia y afín a la reproducción respetada de la vida. Vas a olvidarte de otras actividades y ambiciones viejas para querer dedicarte a maternal culturalmente a otras mujeres. Pasarás una época primera de confusión, a la zaga de un chorro de energía desbocada, pero llegarás a entender, por fin, tu llamado particular en esta jungla, tu aportación posible a la revolución en ciernes que elaboramos desde las carnes orgullosamente temblorosas, vulnerables, fértiles e inapropiables. Se te va a quedar el cerebro chafado y concéntrico, con forma ni más ni menos que de placenta. Tus ideas liberadoras irrigarán los vasos sanguíneos de cuerpos y territorios hostigados.

Recalarás en la playa de la Medusa, te tenderás al sol, y vendrán las amigas riendo a merecer y honrar la vida contigo, con personita.

Tristeza

Ser un estereotipo no ayuda, no sirve.

Como tantas otras mujeres puérperas, estoy sola y triste. No padezco depresión postparto. Tengo soledad y tengo tristeza.

Las mujeres de alrededor no acompañan. Ni siquiera otras puérperas. Hablan de comprar, de vender, de ambiciones profesionales, de volver enseguida al trabajo. No acompañan. Son seres sin cuerpo, sin abrazo, discursos sin subjetividad. Quizás estén tan solas como yo pero no me lo dicen, me lo disfrazan. Pinchan. Las mujeres de cerca me pinchan con su pretendida desmujerización.

El padre del bebé no me soporta. No me quiere, no le gusto, no me soporta. Hoy me ha gritado y después retirado la palabra porque se destiñó una camiseta en la lavadora que puse yo ayer. Se le junta con que anteayer una vela que yo encendí dejó un cerco de cera en la mesa nueva del salón. Y con que hace tres semanas el bebé tiró un café en la alfombra nueva por mi culpa. Hace más de un año que no me toca, que no me besa con lengua, que no admira mi cuerpo. No quiero estar desnuda delante de él. Me doy vergüenza ante sus ojos.

La imagen de mí misma que me devuelve me asquea: un ser caótico, sucio, desmelenado, perdiendo su tiempo en utopías estúpidas, cometiendo un error detrás de otro, dilapidando recursos comunes, llorando para conseguir compasión inmerecida. Qué hago con este cabestro y por qué he tenido un hijo con él.  Nos engañamos para sobrevivir y en momentos de lucidez por desesperación la verdad asoma y aterroriza, y nos raja afilada la conciencia.

A mí tampoco me gusta él ya. Desde que tenemos un hijo se ha vuelto una copia viva de su madre, reproduce sus discursos y actitudes. Yo no elegí una vieja gritona e intransigente por compañero. Da órdenes, quiere controlar todo lo relativo a la casa, vuelve del trabajo y… ¡bum! Bronca que te crío porque abandoné la botella de agua fuera de la nevera.

Qué puerperio, qué hormonas de la felicidad, qué baby-brain, qué estado de placidez en la díada mamá-bebé. Para él todo eso no importa. Es todo severidad para conmigo y ¡ay! dulzura con el bebé. Se diría que quiere ocupar mi puesto. Se entristece por no poder amamantar, porque la cría llore más con él, porque la cuidadora principal sea  yo en este momento. Le he explicado por activa y por pasiva cuál es su papel en la historia este primer año, pero no entiende, no escucha. Él quiere ser la novia en la boda, el niño en el bautizo y la madre en el puerperio.

No tengo quien me acoja. No pertenezco a nada. No hay amor para mí (que sin embargo debo -y deseo- amar a la personita incondicionalmente). (Qué habría sido de mí sin las tremendas mujeres que hay en lo virtual.) Mi hambre de conexión, mi necesidad de ser en comunidad, de que me cuiden… se apaciguan cuando escribo, cuando leo feminismos, cuando bebo vino, cuando me mandáis mensajes.

Y lo peor… es que soy un estereotipo, carne de ensayo sociológico, de artículo académico sobre la maternidad posmoderna. Y es terrible porque aunque lo mal que lo estamos haciendo está ahí, nombrado, diseccionado, con las vísceras a la vista… no podemos cambiarlo.

Lloraba el domingo porque estuvimos en una fiesta y mi bebé se iba con todo el mundo, grandes y peques, abrazaba, jugaba, reía. Muchos no la entendieron, se retraían. Grandes y peques. Qué deliciosa y aterradora continuación de mi mismidad: ganas de irme con gente, de enrollarme, de entregarme… que se dan de bruces con agria condescendencia, en el mejor de los casos, o la pura ausencia de un cuerpo al otro lado.

Para qué llamo a una amiga para contarle mis asco de relación si ella come aún más mierda y violencia patriarcal. ¿Nos damos cuenta de la cantidad de mujeres que hay por ahí sufriendo por «amor»? En los conflictos de la pareja heterosexual se ve la clave de las corazas de género, la clave de la violencia que se ejerce contra las personas, con la que contribuimos.

Yo quiero retirarme a la naturaleza y los libros para sanar, o para vadear la vida. A las caricias y a que no me juzgue nadie. Quiero ser. Solo pido ser. Que me (nos) dejen ser. Liberar fluidos, rizos, palabras, carne en jugo… sin-que-nadie-ejerza-poder-maligno-sobre-mí, sobre-nosotros.

Ay, hija, qué te he hecho. Qué mundo es este. E imagínate, que nosotras somos de los privilegiados… que por ahí hay niñxs muertxs, mujeres muertas, niñxs violadxs, mujeres violadas. Que comemos y tenemos casa y entorno salubre y dinero para vivir bien.

Algo ha de cambiar. Como ellos no creo, cambiaré yo. Hay que quitarse de encima tanta ingenuidad romanticona. Yo aquí hablándole a otras mujeres de tribus, de cuidarnos, haciendo grupos, prestándoles lecturas que me han fertilizado. Se ríen de mí a mis espaldas. Me he vuelto una caricatura. Yo, mi puerperio, mi feminismo, mi bebé. Soy una bola de amor humano con una criatura atada al cuerpo nadando sin resuello y sin orilla en la que reposar. Se ríen de mí. Qué será de ti, bebé, con esta madre inadaptada y moqueando. Como de niña, con siete años, enamorada profundamente de la amistad incondicional, drama tras drama, amigas del alma, disgustos, decepción, sálvame, te quiero, te necesito, tengo frío, deja que me vierta un poco en ti.

Esto era el príncipe azul, esto era tener madre, esto era lo que nos negaron: una casa caldeada con un contacto de piel, compañía que te calma. Como cuando lloras y te abrazo, bebé, y entonces llega la paz. Eso es lo que nos negaron. Eso es lo que necesitamos. Tristemente, lo contrario de lo que vamos a conseguir. Tristeza.

Para qué sirve un bebé

Para cuidarlo, claro.

Para amarlo, contenerlo y apoyarlo en la medida de lo posible, y facilitarle las condiciones que necesita para ser y estar a su modo en el mundo.

Para aprender una misma a ver con ojos cristalinos, a relenguar y activar el poder del pensamiento, a percibir desde una piel fresca.

Pero también sirve para otra cosa.

Para hacer estudios de género.

Si interactúas socialmente llevando un bebé podrás observar:

  • Cuáles son las relaciones de poder entre la gente con la que interactuáis y entre tú y ellas: quién se siente con derecho a coger el bebé y «distribuirlo», quién te pide permiso para cogerlo y cómo, etc.

 

  • Cómo trata cada cual al bebé (qué apelativos usa, qué le dice, cómo reacciona al posible «rechazo») y si se intenta condicionarlo, ponerlo a hacer o demostrar algo (ejercer poder sobre él).

 

  • Cuáles son las relaciones de cada cual con los mandatos de su género, en algún punto entre el estereotipo de hombres que hacen como si no hubieran visto al bichillo aunque les esté prácticamente tirando de las gafas y mujeres que se ponen a dar saltitos de alegría y anunciar su muerte inminente de amor en voz muy aguda.

 

  • Cómo interpreta cada cual los murmullos, quejidos o llantos de la criatura: si le achacan siempre hambre, gases, cansancio o frío (solemos tener un motivo recurrente); si reaccionan devolviéndotela o tratan de hacerse cargo de la necesidad del momento, etc.

 

(Criar a la personita con los ojos bien abiertos es sacarse un puto doctorado cumlaude en la famosa universidad de la vida. Esto es muy divertido e interesante. Yo estoy más combativa, militante, más lectora y textadora, más consciente, brutal y honesta desde que el bebé nació. No tiene por qué ser así para todo el mundo, entiendo, pero es importante desafiar la condena de pañales sucios, llantos desesperados y aburrimiento monosilábico que se pinta habitualmente para el puerperio contemporáneo.)

Espacio Embarazo

Si tuviera dinero y relevancia… crearía un espacio para trabajar con mujeres embarazadas. Podría ser físico, virtual o ambas cosas. Sería rojo, lila, marrón… ¿cómo te imaginas un útero por dentro? Cálido, de materia elástica y maleable, muros gruesos y textura abrazante, protectora.

Sería un espacio para disparar discursos y amasar vivencias juntas. Un rincón seguro para estar, ser, compartir, acurrucarse y crecer. Atalaya para conjurar violencias y prado fértil para fundar macondos desde cuerpas vulnerables.

En nuestro espacio hilaríamos experiencias de preñez. Antes, durante, después. El embarazo es como una puerta al psicoanálisis natural, se abren muchas cajitas olvidadas en los pliegues del cuerpo y hay que trabajar con ellas para que su contenido no calcifique y haga daño. Dentro de la carne se nos oxidan anzuelos de un maternaje mal curado, de todas las ofensas que la comunidad nos hace cada día por no ser hombres, de nuestra construcción contradictoria como mujeres. Hay que sacar el hierro corrupto que se nos clava y sanar al aire y en colectiva.

Podríamos tener psicólogas, sociólogas, asistentes sociales, artivistas, pedagogas, escritoras, dulas, matronas, abuelas, nomadres… Haríamos redacción conjunta, collages, campañas de prensa, asambleas, cursos de masaje, talleres de ternura, mesas camilla. Nos cuidaríamos. Emprenderíamos la revolución de los afectos.

Cuando me quedé embarazada, las mujeres de mi entorno enloquecieron dándome normas higiénico-nutricionales y hablándome de cosas que comprar e historias de malos tragos reproductivos. Yo lo pasé mal durante preñez, parto y puerperio porque hubo algo que a nadie se le ocurrió darme: amor. Cariño, cuidado, contención. De mujer. Habría necesitado. Duele. No hay.

No estáis embarazados

Male Boby Stomach White Clothes Skin Abs HumanNo, no estáis embarazados. Desde la mejor de las intenciones, seguro, pero con ese plural estáis incurriendo en una falacia neopatriarcal peligrosa.

El embarazo mola, pero, en esta sociedad, duele (como dice Erika Irusta hablando de la menstruación), y genera una serie de dificultades que afectan exclusivamente al cuerpo con útero y no pueden ser compartidas por la pareja, por más que esta lo quisiese (cosa que, aún así y de conocerlas, dudo que hiciera). No parece justo darles el cincuenta por ciento de la miga cuando la corteza nos la vamos a comer solas.

Las ciudades y las vidas contemporáneas han sido diseñadas para un ciudadano «estándar» que es un varón sano y hegemónico, que produce y consume, usa la calle solo para desplazarse, generalmente en coche, y no tiene interés por los espacios sociales pues también entiende el tiempo libre como una forma de consumo.  De este modo, se han perpetrado infinitas trampas contra todas las demás.

Como embarazada, vas a vivir los espacios y las actividades desde el otro lado: frente a las angosturas de muchos lugares vas a ser obesa, cuando necesites descansar y no haya dónde te sentirás anciana, y también probarás las mieles de las barreras que por doquier se le ponen a la diversidad funcional. Y esto solo en cuanto al urbanismo, sin entrar a hablar de las presiones sociales, el gasto en ropa y otros objetos que te harán necesitar, el miedo cerval que te atenaza a veces, la muy extendida violencia obstétrica, las posibles complicaciones de salud, etc.

Eres tú la que estás embarazada, amiga, y tu pareja lo que está es en el lugar del cuidado, lo que podría incluso pillarle de nuevas. Va a agacharse a ponerte las deportivas viejas dadas de sí los tres últimos meses y va a cocinar para ti. Estáis juntas/os en el proyecto, tenéis pensado criar ambas/os, pero el embarazo es tan tuyo como tu cuerpo y dárselo a la otra persona solo para lo bueno no parece muy justo.

Piensa, además, que en cuanto la criatura nazca, van a nacionalizar la ganancia (ese bebé sobre el que todo cristo nazareno parece tener derechos) y a privatizar la pérdida (tus problemas en el puerperio, la lactancia, la crianza y la reincorporación al mercado laboral son… ¡tachán! solo tuyos). A la duras y a las maduras, tu cuerpo te pertenece, tu útero y tu embarazo te pertenecen también, que el patriarcado aleje sus zarpas de ambos.

Puerperio jubiloso

En un texto feminista sobre «maternidades» se enumeraban posibles sentimientos de la persona con cría. Todas eran negativas (encorsetada, sola, IMG_4315insatisfecha…) salvo una ¿positiva?: abnegada y feliz. Cópula  inoperante, a mi entender: la abnegación es vivir alejada de los deseos propios, la felicidad es habitarlos. Dentro y fuera a la vez, no me vale.

Los feminismos deconstruyen apasionadamente las «maternidades» desde diversos lugares, y así sigan muchos años. Pero no olviden, compañeras, que entre las muchas formas de no estar bien, brillan algunas de estarlo. Yo misma escribo como persona feliz de ser, aquí, con personita. Quizá sea necesaria menos chicha verbal en lo des/natural y lo des/apegado de la crianza, y un poco más de lucha a favor de crear estructuras consistentes para poder elegir de hecho un puerperio jubiloso.

Desde la economía feminista sabemos que el neoliberalismo desvaloriza los cuidados y se erige sobre la trampa de precarizarlos. De ahí que haya que exigir unas condiciones económicas justas para quien elige vivir su vida con personitas. (Y dedicarse menos a hablar de compartir las migajas, cuando lo que hace falta es conseguir una baja mapaternal seria.) Pero hay otros cuidados que el sistema más bien no quiere que llevemos a cabo, desde el punto de vista de cómo nos relacionamos. Criar no es emprender una carrera para poner espacios y cosas entre persona y personita cuanto antes, no debería serlo. Como relacionarse no debería ser juzgarse, usarse ni ponerse enfrente de «la otra», sino cuidarse en recíproco.

Cuidarse entendido como mirarse, escucharse, tocarse, atenderse, darse mimos. Ser cariñosa y abrazante con quien lo necesita, darle espacio a las pieles, las risas y lo retozón y lo rico. Todo eso que habíamos olvidado, a mí me lo está enseñando personita. De ese cuerpo pequeño cuido como del mío propio (o mejor dicho, aprendo a hacer esto último) y con él construyo con piel y tiempo el paraíso afectivo con el que alguna vez soñé/soñamos -y desde cuya ausencia emergió mi/nuestro patrón relacional de escasez-.

Lo llamaréis sacrificio. Para mí sacrificarme y abnegarme es darle mi cuerpo, mi tiempo y mi deseo al capital para que se reproduzca y nos mate. No estoy más cansada, más alienada ni más opacada en la «maternidad» que empleada, lo aseguro. De entre un día de frío de oficina a pasarlo junto a un cuerpo calentito que se ríe, me quedo con lo segundo. Soy más feliz que nunca porque me levanto sin prisa por la mañana y me dedico mínimo a pasar el tiempo con una personita que me gusta. (Y también escribo y leo y socializo más que antes.)

No es tan sencillo, diréis. Hacen falta igualmente poder de consumo, tiempo propio y seguir siendo sujeta económica independiente. Bien, dame unas condiciones óptimas de parto, dame una baja de un año al cien por cien del sueldo (en vez de esos cuatro meses que son un insulto y un desafío a la reproducción), dame un sistema serio de educación preescolar, y entonces seré libre para construir mi libertad y mi gozo también a través de esta etapa de mi vida.

Sensualidad

Cuando por un descuido, para ayudarme a ponerme algo, o por cualquier otra razón, me rozas con las manos, siento un escalofrío de placer que me sacude desde el cuero cabelludo hasta las plantas de los pies, pasando por las corvas, la cara interna de la tripa, los pezones  y mis ahora despiertos conductos galactóforos.

Eres mi amiga, mi madre, mi amigo, mi (des)conocida, mi hijo… no importa quién. No quiero tener relaciones sexuales contigo, no me excitas genitalmente ni me interesas a ese nivel. Pero tu piel en la mía comunica un importante mensaje: soy una presencia positiva, estoy cerca y quiero tu bien. Entonces mi piel te recibe y genera una oleada de vivo placer. Me gusta deleitarme en él reavivándolo en la memoria, sacudir los hombros y reactivarlo con el roce de la ropa o la melena, sacudirme de gusto y volverme de nuevo cuerpo principalmente sintiente de niña chica o animalillo rezongón. Tan solo unos segundos de pálpito vital robados a esta farsa descorporeizante que habitamos con pena.

Hay que abrir espacio en la lengua/realidad y en la conversación/vida para que mane y fluya ese placer corporal que el contacto ajeno genera. El diálogo de las pieles está sepulto bajo toneladas de sexo patriarcado, manipulado, sacrificado y extorsionado como juego de poder y poses taxidérmicas, lejos de lo que nos hace humanas. Lo hueco entre nosotras genera lugares anchos como la banda ancha y ese gran vacío lleno de aviones de guerra, botes de champú e información en bits. Y duele porque falta piel.

Desde un sensual puerperio, relación madre-bebé vivida desde la piel con piel que se eriza; el olor de canela, vainilla y pimienta del cuerpecillo; el calor y tantos besos; las dulces canciones guturales… reivindico que a nadie le acometa la sordera de caricias. Que nos nutra el escalofrío de amor. Trata de conseguir uno esta tarde, te harás sin duda portadora del gustito y comenzará la revolución.

Se hace saber

…y apareció la pregonera, que dijo:

Por ordeeeen

de mi poderoso coño

se hace saber…

  • Los primeros tres meses de embarazo es muy frecuente que haya que sobrellevar náuseas constantes, dolor de pechos, fatiga y otros síntomas que pueden consumir toda tu energía diaria. Al mismo tiempo, tienes que fingir que no pasa nada por miedo a perder un contrato u otras oportunidades —mientras escuchas y lees por doquier que las primeras doce semanas es  muy fácil que el embrión muera—. (Y también mientras la gente alrededor va conjeturando  a tus espaldas sobre tu estado.) Tortura.
  • Las embarazadas necesitan sentarse en los autobuses y el metro desde el principio. No ya tanto por el peso que cargan, sino por paliar el impacto de los frenazos, el miedo a caerse y a los golpes en la tripa.
  • La recién parida existe también después del parto. Existe y sangra. No vengas con un body de regalo a hacerle fotos al bebé con flas. Ella está exhausta, confusa, dolorida y muy necesitada de tu comprensión, tu interés, tus cuidados y ¿por qué no? un detallito que la ponga contenta. La diferencia para su sensible estado puede ser enorme.
  • Criamos desde nuestras tripas, tu opinión sobre cómo lo hacemos sobra. No presupongas que lo haremos como tú quieres. No dañes aun sin querer. Calla, observa y ayuda.
  • (El detallito puede ser un libro, algo de cosmética natural o, mejor aún, una enorme lasaña casera.)
  • Amamantar es como hablar: una capacidad natural que requiere de un aprendizaje social. Hoy en día son millones las lactancias maternas abortadas por desinformación y falta de apoyo (cuando no mentiras deliberadas desde la profesión médica: no hay mujeres sin leche). El problema es que no vemos a bebés mamando, y cuando nos llega el día, no sabemos dar de mamar. Pon una teta en la calle, mira las tetas jugosas de tu alrededor.
  • Es un crimen echarle colonia química a los bebés. Su olor natural es de los más hermosos y reconfortantes que hay sobre la tierra.
  • «No se vaya a acostumbrar» no es un criterio. No te vayas de vacaciones dos semanas, no te vayas a acostumbrar.No camines con muletas porque tengas una esguince, no te vayas a acostumbrar. Los bebés necesitan cosas que pueden no coincidir con tu interés inmediato. Unos meses de tu vida sin que este sea prioridad no van a hacerte más daño del bien que estás dándole a tu cría.

Menstruación, (anti)concepción, embarazo, parto, puerperio y lactancia son procesos de los cuerpos leídos como femeninos que no tienen suficiente espacio social. Se viven desde la sombra, sometidos a la humillación y la violencia del desconocimiento y las falsas creencias.

BASTA.

Hazles hueco en tu vida y el mundo a los úteros que se expanden y contraen, a las tetas que gotean leche, a mujeres, lunas, crías, hormonas…, vulnerabilidades que no son, al fin y al cabo, sino los fluidos y volúmenes en que vive el amor humano.