Hacer balance ¡y a ciclar!

Aunque es pronto por la mañana, el aire tiene hoy la consistencia de un visillo de ajuar a media tarde.  El día me sabe a brote, a frescor de poema dormido entre gasas. Tras un rato de dejarme imantar por sensaciones clorofílicas, me detengo cabal al quicio de la descarga. Tengo que hacer balance y sacar la placenta del congelador. Llegó el momento.

Año y medio después de dar a luz, percibo que estoy madura para salir del espectro emocional del parto. Debo despedirme del puerperio, ahora sí. Lo pienso mientras coloco a la criatura en la sillita desde la que me acompaña en la bici. (Todo este tiempo de porteo, carrito y autobús eché mucho de menos mi adorado vehículo, que simboliza espacios de posibilidad de mi vida escandinava.) Voy cantando cualquier canción arrumbada de la década de los dos mil y ya-no-bebé me acompaña con sus himnos élficos a grito pelao por la callejuela. Estoy profundamente contenta de vivir (vivir a lo ancho, no solo residir) con esta personita tan linda.

Amo la oportunidad que me da de aprender de lengua, de sociedad, de emoción y relaciones. Poder observarla en sus juegos, cómo empieza a narrarse el mundo, cómo confía en otras humanas, cómo se autorregula… es un regalo impagable. (Transito una ovulatoria  de chocho-cocacola con La Madre muy a tope, mejor no sigo…)

Volver a ciclar de nuevo es un descanso. La primera preovulatoria fue como quitarme toneladas de dolor comunal de encima. No seré yo quien abomine del estado hormonal/psíquico de mi puerperio. Antes al contrario: recorrer estos dos años y pico de preñez, parto y lactancia ha sido mi viaje iniciático, mi darme a luz y dilatar a partir de un agujerito el ancho espacio existencial que reclamo para la condición del ser de mis carnes y mis frases. Pero si menstruar mola, aunque en esta sociedad, duele, el puerperio ya ni te cuento…

Durante estos dieciocho meses de ser artífice de dos cuerpos simultáneos, he estado llena, llena de amor por la especie y el entorno.  (Amor no correspondido.) Toda la energía de mi cuerpo, orientando mis pensamientos y emociones, miraba hacia la creación de vínculos. El de mi bebé conmigo, pero también el mío con las abuelas, con las primas, las tías, las hermanas, les demás, el todo/la diversidad. Esto tiene pinta de función evolutiva, de tejedora psicológica puesta en marcha para la pervivencia de una especie gregaria.

Me han dado un plantío de calabazas. Yo entusiasmada vibrando de parto reciente carne calentita regazo florido busqué madre. Madre actualizaba twitter. Busqué suegra. Que me quería quitar al bicho para maternarlo ella. Busqué hermana. Que perseguía descalza a príncipes pedorros con mocasines. Busqué a otras puérperas. Y las vi hundidas, deslavazadas, átonas. O incólumes, con el alma acumulada en la cara interna del rostro y la eficiencia neoliberal en la leche. No conecté. Busqué colectiva. Qué frío. Tiritamos en la tundra social a la que hemos sido arrojadas. (Menos mal que existen personas ecológicas y orgánicas con las que cultivarnos juntas en rebeldía).

Adiós, puerperio. No seré más carne desnuda y lábil mendigando pertenencia y pertinencia ante oídos y espíritus tapiados. No en un sistema atroz como el que nos coloniza. Atesoro la fuerza impetuosa, la creatividad hechicera, la visión afilada que me has dado. Seguiré ejercitando los dones que me trajiste para mantenerlos siempre rodando. Digo gracias. Y me monto en la cicleta de mi cuerpo vivo y potente. Salgo al camino a florecer, morir, renacer, volverme un pedazo de tierra que resistirá plagas y maleficios químicos gracias a la vida persistente arrogante majestuosa triunfal. La que me salió por el coño. La que he logrado recuperar para (ahora sí) mi cuerpo soberano.

 

 

El privilegio sumo

Dolía como si te estuviesen partiendo en dos. Era una potente fuerza centrípeta que nacía en algún punto de tu espalda y se expandía rasgando tejidos, centrando el pulso. Dolor no era la palabra adecuada. Era otra cosa, era… era una experiencia de fuera de este mundo, no puede ser explicada con palabras falologocéntricas. Sin embargo, tú sabías muy bien lo que necesitabas para poder soportarlo. Necesitabas dejarte llevar por la inmensa energía que emanaba de ti misma como un ciclón. Para ello había que neutralizar las distracciones, los estímulos. No luz, no sonido, no presencias. Solo tu cuerpo, un espacio húmedo, un cérvix abriéndose como si fuera un esfínter. Nadie caga en una sala de hospital, a la vista de todos. ¿Por qué tenías que abrirte tú de coño delante de tantos transeúntes? ¿Por qué esas luces incisivas, esa invasión de cientifismo y disciplinamiento en lo más tierno de tu blanda entraña? Tú solo querías parir en paz. Y sin embargo, en el mejor hospital del mejor país del mundo para ser madre, no te dejaron parir en paz. Parir en tu cuerpo. Te lo sacaron, a tu hijo, de tu cuerpo.

 
Los primeros días tras el parto que te robaron fueron borrosos, pálpito perezoso entumecido, tiempo dado de sí como la goma de una braga vieja. Aparecieron gentes dispuestas a cumplir su agenda. Arrasaban mediante artilugios de silicona médica con la película protectora de tu subjetividad lacerada. Cada cual a lo suyo. Pim, pam. Efi-ciencia. Plastiquillos en las tetas. Shup. Shup. Bomba hidráulica de leche. El bebé estaba contigo y aun así estaba lejos, allá a lo lejos, lo veías mirarte con ojillos interrogantes, contrariados.

 

En casa fue todo algo mejor. Tu espacio empezó a funcionar como un cultivo, los renglones y las imágenes de los libros-invocación fermentaban y te llevaban consigo al interior de su embrujo. El bebé tenía unos contornos más claros que tus manos le iban poco a poco dibujando. Solos los dos, como las únicas dos criaturas con importancia en este mundo-culo. Piel. Piel. Piel. Calor, humanimalidad, contacto. Bebé calentito y dulce, mamá está aquí para ti y está contenta. Te deseo, bebé, solo quiero estar aquí, ahora y así, y estar/ser, contigo. Aviones de guerra nos sobrevuelan y violan el latido intemporal de tu primer puerperio. Los gritos llegan desde todos los rincones: periódicos, nuevas tecnologías, viejas tecnologías, personas ¿cercanas?, seres ¿queridos?… Mensajes en rostro humano o de cristal licuado que te hablan de muerte, de posesión, de acumulación, de lo inerte, de lo opaco. Mensajes de lo contrario que tú
representas. En el momento de vulnerabilidad más tierna es preciso defenderse de lo todo. Lo totalitario. Y qué hacer cuando te late la vida en el vientre en un mundo de vida acorralada.

 

Todo te escuece y da placer al mismo tiempo. Comienzas a ver las cosas claras pero no sabes bien qué hacer con ello. Comprendes que un día fuiste tan rasgadoramente hermosa y espeluznantemente vulnerable como Bebé pero a ti tus padres te entregaron a los charlatanes de la tribu. Que no te amaron cuando más digna de amor fuiste. Cuando eras solo amor, y nada más que amor pedías. Crees que vas a enloquecer de dolor que te expande, de tristeza eufórica. Tienes mucho que hacer, tienes que reescribir tu biografía desde el mero principio, desde el día en que tu propia madre fue al hospital a pedir que le sacaran al bebé porque ya era el día que le habían dicho que le tocaba.

 
Tienes que hacer un registro escrito y riguroso de todas las violencias que han ejercido contra ti. Qué hacer con tanta humanidad en las manos. Pareces ser la única que conoce el secreto. Te late el útero y lo sientes. ¿Les ocurre lo mismo a las demás? ¿Quién más sabe esto que sé yo ahora? ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo encontrar a otra que me acoja? Quiero leer todos los libros de poesía del mundo, rasgarlos, licuarlos, llenarlos de sangre y hacer un escuadrón de ministerios que eduquen a cien mil criaturas que funden una ciudad nueva desde la alegría la comunalidad la libido la piel la carne la flor el agua la luna, madre. La luna. Madre. Madre. Piel. Qué voy a hacer con las amenazas. Tendré que suicidarme si persisten. ¿Tendré que suicidar al bebé también, entonces? Soy un manantial de vida fresca y clara pero todo a mi alrededor acumula polvo y ratas.

 

—¿Qué te pasa, Carlos? Tienes mala cara. ¿Ha pasado algo malo en el trabajo?— Le mirabas sorbiendo el agua. (La lactancia da mucha sed.)
—Tampoco te costaría tanto tener la casa ordenada, ¿no? Vamos, que estás aquí todo el día…

En los ojos de tu compañero veías cómo el vaso cruzaba el aire a la velocidad de las guerras. Como una granada de mano, el vidrio estalló contra el armario y mil burbujas prismáticas florecieron en el aire por un instante, antes de caer al suelo como una lluvia de artillería.

— ¡Loca! ¿¡Que no te has dado cuenta que eres madre y le puedes hacer daño al bebé!?

El privilegio sumo es que tu perspectiva crezca engorde se hinche y ocupe tanto que llene una cultura entera, donde no quepa ningún relato más que aquel que cuenta lo que tu cuerpo vive.

El secuestro de la función nutricia

Nos han robado la alimentación. Nos han separado de la fuente de vida. Nos han dejado huérfanås de lo que nos nutría para vivir. Éramos seres, éramos naturaleza, equilibrio, pero nos han escatimado el contacto energizante con nuestra sustancia, con la matriz… con la madre.

Comíamos lo que palpitaba, en lo que fluía la vida, lo que nutría. Para seguir latiendo, para vivir. Pero la industrialización furibunda normaliza el secuestro de la función nutricia en cada acto de consumo de no-comida que tan panchas realizamos a diario. Silenciamos el latido que bombea salud, que conecta con el entorno y con el resto de seres, que pide abastecimiento desde lo vivo: leche humana, comida hecha con manos y con calor, alimento orgánico, ecología alimentaria. De pan de masa madre en horno de leña a pan de molde impregnado en conservantes en bolsa de plástico. Nos dan muerte por vida.

En lugar de agua, nos han hecho creer que debemos beber mezclas infames de líquidos con glucosa y otros venenos químicos, que quitan la salud, que impiden el equilibrio. En lugar de legumbres, verduras, pescados, etc., nos han hecho creer que es deseable comer procesados industriales de carnes y azúcares, hormonas sintética untadas de aceite de palma y envueltas en plástico.

Es juego sucio que las leyes permitan hacer campañas en que se asocie alimentarse de lo muerto, lo inerte, lo artificial con imágenes de éxito social para que nuestros espíritus en desamparo se identifiquen y muerdan el anzuelo del consumismo inconsciente y debilitador. Es desolador que la infancia crezca con plástico en la boca todo el tiempo, a través del que se les meten  mezclas cuestionables cocinadas masivamente y calentadas con ondas electromagnéticas.

En nombre no sé de qué liberación de nuestro tiempo, nos escatimamos la ecología de las cocinas, donde la reproducción de la vida se produce con la lógica cíclica del bienestar, el aprovechamiento. Ya no cocinamos lo que hay en la zona y en la temporada sino lo que (nos dice la moda y la publicidad que) queremos. Nos parece normal que el desayuno salga de envases y no de la tierra, del fuego, de las manos. (¿Conoces aún casas donde en la comida más importante del día se coma vitalidad, y no producto desnaturalizado?)

Con la función nutricia, antes consolidada psicológicamente en el mito de la madre, nos la han robado también a ella. Indudablemente, era necesario arrancar el destino de las mujeres del hierro dicotómico de la virgen/puta. O madresposa o fulana. Sin embargo, no es que «nos liberásemos» de los hogares, como las feministas de la emancipación preconizaban, es que nos han secuestrado el conocimiento ecológico y lógico de lo que mantenernos vivas y sanas significa. Toda criatura humana debe saber procurarse bienestar físico y psíquico, a sí misma y a sus congéneres, para vivir una vida que merezca ser vivida.

Se va claramente en la moda de las malas madres, una peligrosa narrativa en que se acalla la crítica a través de la demanda de «no producir culpabilidad» en las madres individuales. ¿Un reclamo humanista de autocuidado y liberación? No, nunca es feminismo real aquello que «beneficia» a las mujeres pero perjudica a seres aún más vulnerabilizados que ellas. No hacer sentir culpable a las madres se está usando como eufemismo para «descargar la responsabilidad de ls consumidors acrítics».

Se les está dando mucho azúcar a las criaturas, diariamente, se les está dando veneno. Es fácil comprar envases de colores llamativos y sabores saturados que suelen «gustar». Pero es que si lo haces sin pensar, estás obligando a la infancia a acatar los dictados de una industria que-no-tiene-límites-en-sus-constantes-agresiones-a-la-vida. No, los gobiernos tampoco nos protegen. Ni los medios. Aun así, la información está ahí para quien la busque. Se está apagando la vida en el planeta a causa de la acumulación del poder capitalista en manos irresponsables.

Quienes deciden se han propuesto desalimentarnos desde la cuna hasta la tumba. Quieren que comamos su basura. Y la comemos con gusto, de momento. Hacer pan en casa (o comprárselo a alguien, en la cocina que no se meta quien no guste) es un acto verdaderamente revolucionario en estos tiempos.

Es el momento de darle más espacio en nuestras vidas a la autogestión y soberanía alimentaria, revalorizando la leche humana y protegiendo el consumo crítico, ecológico, de proximidad, sin envases, sin químicos, sin conservantes, sin transporte, sin muerte. Trabajar por la salud del cuerpo físico y social es una revolución, está en marcha, y no hay más opción que unirse a ella. O eso o seguir enfermando a nuestros cuerpos, nuestras crías y nuestro maltrecho ecosistema.  O  nutrición crítica desindustralizada y feminista o barbarie.

El tiempo de Atreyu

IMG_0393El tiempo de Atreyu es el tiempo de los niños y de la poesía.

Es necesidad limpia de conexión. Sin ruido. Shhh. Con piel.

Es el estallido final de lo semántico en mil piezas que significan más allá de lo que puede ser comprendido.

Yo, que te paro y te cuido, soy la máxima expresión de estar. Tú, hijo mío, con tus urgencias, eres la total y ardiente expresión de ser. Juntos formamos el conflicto conceptual más antiguo. Está escrito en nuestros cuerpos, que son cuerpos comunicantes y líquidos. Somos un dique abierto de verdad majestuosa.

Yo, texto manchado de gasolina y vino, transmuto en una redención de leche que cuidaré con apoyo de la poesía (guardiana sobria de nuestra carne pulsátil frente a la industria feroz).

Yo escribo para ti, Atreyu, y a tu través, para asegurarme de que siga habiendo algo por lo que la vida merezca ser vivida, para asegurarme de que sigues latiendo todavía.

Parir y criar en feminista y anticapitalista

El discurso antimaternal en el feminismo es un viejo conocido. Y a veces se diría que es la única alternativa a la mentalidad patriarcal en torno a la reproducción femenina. Sostengo, sin embargo, que denostar «lo materno», «las madres» o «lo bebé» es quedarse a medio camino en la subversión feminista de la vieja maternidad. Si nos quejamos del hecho en sí, en lo biológico y en lo social, y de las personas implicadas (persona y personita), estaremos tomando víctimas por victimarios en una confusión de la que, de nuevo, los verdaderos culpables salen intactos. Abandonar esa posibilidad nuestra de dar vida en una célula rosiazul fagocitada por el aterrador patriarcomercado es un acto de irresponsabilidad en que desde algunos feminismos se tropieza con alevosía.

 

Se trata de una muy buena noticia que se publiquen tantos textos sobre mujeres que paren y crían vistas en relación con su medio socioeconómico. (Por ejemplo: esteeste o este). No obstante, a veces la deconstrucción que se hace del fiasco antropológico en que han convertido la experiencia marental parece ser ciega a las estructuras y entidades que llevan interés en mantenerla en ese estado. Se critican opciones de crianza, se revuelca una en (el conservador subterfugio de) sentirse malamadre, se estereotipa a otras mujeres, se queja una de las muchas demandas del bebé… de modo que acabamos dándole la espalda al problema real que tenemos: que en este sistema, cuando nos embarazamos, parimos y criamos nos están obligando a hacerlo en precario, solas y empobrecidas, sin los recursos económicos, sociales ni emocionales necesarios para afrontarlo. Y que, en realidad, traer personas al mundo es una potencialidad de algunos cuerpos, de nuestra sexualidad, que aunque se nos haya arrebatado por el patriarcado neoliberal (o mucho antes, en realidad), no es patriarcal en sí misma. Si desde el feminismo no vislumbramos otra forma de proyectar la maternidad en la pantalla del pensamiento colectivo y nos limitamos a repudiarla y afearle sus malas costumbres, el robo de la experiencia será doble, y el segundo ataque mucho más doloroso, como un gol en propia puerta.

 

Pongamos como ejemplo esta interesante columna de The Guardian, de Cerys Howell, publicada ayer. Coincido con la autora en que la infantilización de las mujeres que paren y/o crían es horrenda, un insulto a nuestra inteligencia. Yo personalmente tengo como consigna evitar todo aquello que, escrito en español peninsular, incluya la palabra «mamá» (término usado por las niñas y los niños, mientras que en Hispanoamérica es la genérica y por tanto no es una señal de alarma). Todo ese blablá forma parte de —una vez más— un nicho de mercado que reporta a las empresas exuberantes beneficios. Y señala a esa porción de mujeres que se esconden tras una determinada performance de abnegación para desaparecer tras sus hijas e hijos.   Pero… ¿si porque nos parece opresor las feministas nos alejamos de «lo maternal» en lugar de emancipar nuestras maternidades, no estaremos contribuyendo a apuntalar la narrativa oficial, patriarco-liberal, de una única maternidad abnegada, unidimensional, rosiazul, de babyshower y resabios cincuenteros?

 

Le encuentro los siguientes problemas a la crítica a la maternidad contemporánea de Cerys Howell:

  • Nadie tiene que irnos dando consejos/juicios de crianza no solicitados. ¡Basta! Es culpa del mismo paternalismo con que nos tratan desde las baby apps y sus ositos de peluche; sin embargo, lo que debemos hacer para protegernos es unirnos y organizar campañas para que vaya calando el mensaje y las suegras, vecinos y viandantes se lo piensen dos veces antes de importunarnos con sus críticas. Es decir: el problema es la irrupción y la condescencia, no la crianza con apego de Bowlby, ni quienes por muchos motivos (muy alejados de lo neoliberal) creen en ella. (Léase, por ejemplo, a Casilda Rodrigáñez.)

 

  • ¿Por qué la alternativa a estar sola en casa con el bebé tiene que ser incorporarse a un puesto de trabajo en el mercado laboral capitalista? ¿No debería ser estar en casa (y en la calle) (y en locales públicos)  acompañada, en lugar de sola? Se deben organizar actividades para mujeres de baja por maternidad que refuercen la socialización, la construcción de redes de apoyo, los aprendizajes en grupo, etc. 

 

  • Tejer una culpa plañidera malamadrista y echártela después sobre los hombros es hacerle el juego al sistema que considera que la responsabilidad de la crianza es únicamente de las mujeres. Ya se sabe: socialización de las pérdidas, privatización de las ganancias. Allá te apañes tú con la criatura hasta que tenga edad para alistarse en el adoctrinamiento escolar y el mercado de explotación. Esto es un orden infame y debe ser subvertido. No lo confirmes culpándote, derríbalo culpándolo.

 

  • La generalización acrítica de la depresión postparto me parece peligrosa. Se está tratando médica, individualmente, un problema que es social. Que no nos empastillen para paliar los efectos de la soledad, la ignorancia, el miedo y demás desastres derivados de no criar en colectiva.

 

  • Como no queremos que critiquen nuestra crianza, no debemos hacerlo con la ajena. Burlarse de las criaturas que han pasado un año en casa asegurando que no podrán despegarse de las faldas de sus madres para los restos es, de nuevo, contribuir a la estereotipación de la maternidad y, de paso, tirar piedras sobre nuestro propio tejado aplaudiendo a empresas y legisladores por mantener las irrisorias bajas con que nos castigan en el sur de Europa.

 

  • El apoyo gubernamental a la lactancia es un hito feminista y anticapitalista. Cansan y confunden esas insinuaciones de un supuesto talibanismo tetil, porque aunque ninguna mujer debe ser bajo ningún concepto criticada si por lo que sea no desea amamantar, lo cierto es que hasta hace pocos años las empresas de alimentación tenían vía libre para difamar la leche materna, mintiendo sobre ella y extorsionando. Lo hicieron y lo hacen donde pueden engañando a mujeres (por la vía de sobornar a pediatras) sobre la calidad de su leche y sus posibilidades de mantener a las criaturas con vida. Repito: empresas-engañan-mujeres-sobre-vida-criaturas-para-ganancias-descomunales. Así que… no, lo siento, apoyar la lactancia no es el crimen, es la compensación. Luchemos por garantizar la libertad de decidir, pero que sea informada (de verdad, no por entidades económicas que tienen algo que ganar en el asunto). No más burlas a las tetas. (Yo no he hecho nada más revolucionario ni anticapitalista en la vida.)

 

  • Desde luego que no cambiamos ni nos volvemos otra persona cuando damos a luz, no nos enamoramos necesariamente de la criatura al instante, y… en fin, fetichizar cualquier parte del proceso es lacrar el estereotipo social del género mujer con más paletadas de ignominia. La lucha, entonces, ha de estar en que no se proyecten ideales inalcanzables y no genuinos, como se hace con la imagen mediática de nuestros cuerpos. No obstante, quizás antes que ridiculizar a mujeres que expresan este tipo de vivencias, aunque sean discurso reproducido, habría que señalar como factores del desencanto la muy extendida violencia obstétrica y la medicalización de los partos corrientes, que deshumanizan la experiencia y recaen una y otra vez en la degradación y el maltrato a las mujeres que los padecen.

 

  • Personalmente, me parece escalofriante la idea de dejar a un bebé en la guardería a los cero meses. No soy experta en psicología infantil, pero entiendo que los seres humanos necesitan apego con pocas personas durante un tiempo para poder irse adaptando a las circunstancias del mundo de fuera del útero. Y que ese apego, si es posible, no sea mercenario desde el primer día. Si de no estar nunca con el bebé se trata, entonces apaga y vámonos. No es que sea feminista, sino más bien contradictorio.

 

Pese a que este en gran medida en desacuerdo con la autora del artículo, creo que es necesario que todos los distintos testimonios de maternaje, crudos y críticos, estén ahí, a la luz: hay que dejar de vivir de acuerdo a ciertos mitos televisivos que envenenan y hay que darle publicidad urgente a todos los casos de violencia de género en torno al embarazo. Hay que hacer campañas, necesitamos un movimiento social para luchar por nuestros derechos, entre ellos el de crear nosotras nuestra propia imagen y que dejen de distorsionarnos, maltratarnos y aprovecharse de nuestra experiencia de reproducción para su beneficio. Para empezar, internet tendría que llenarse de historias de hormonas, hemorroides, bragas de rejilla y rebeldías gordas y húmedas como las henchidas compresas del postparto. Y de protestas por cómo nos tratan el personal médico, las parejas, las familias, los espontáneos, etc., a lo largo de todo el proceso.

 

El feminismo es la única esperanza para la maternidad y la maternidad para el feminismo, sostengo. Si no nos ocupamos de las maternidades, las estaremos dejando al albur de los intereses del patriarco-capitalismo, que cometerán con ellas peores fechorías de las que ya han venido perpetrando durante su larga historia, como ya estamos viendo. Y  por otro lado, si las mujeres que paren y/o crían no se sienten identificadas en la lucha feminista porque las ignora o subestima su capacidad subversiva, estaremos sacrificando un enorme potencial de fuerza revolucionaria para la causa emancipadora.

Anticapiteta

Perdóneseme lo esencialista de la imagen, pero… si coincidimos en los siguientes presupuestos:

  • Las leídas como mujeres, en tanto que grupo oprimido en esta sociedad violenta, no deben ser criticadas por las decisiones que toman para vadear en ella, o no es ese el objetivo del movimiento feminista
  • La crianza debe ser compartida entre progenitorxs (en realidad por el colectivo social), pero que dos personas emprendan un trabajo común no significa que tengan que realizar las mismas tareas idénticas dentro de lo que este implique. La paridad debe darse en los niveles de responsabilidad, esfuerzo y tiempo
  • Hay espacios en que se oprime en lo simbólico a las que no quieren dar teta, pero también se oprime en la práctica a las que sí. ¿Desde cuando una opresión por existir supuso que no existiera la contraria, especialmente cuando de oprimirnos a nosotras se trataba?
  • Lo gratuito y que se consigue sin intercambio económico de por medio es ecológico y anticapitalista. Lo que se produce, anuncia, empaqueta, especula, vende, compra, desempaqueta y tira no lo es
  • Cuando estamos de baja laboral por maternidad debemos depender económicamente del estado, no de nuestra pareja. Luchemos por un permiso respetuoso con la lactancia y todos los cuerpos implicados. Dieciséis semanas no bastan
  • Cuesta aprender la lactancia. Todas las personas que han parido pueden dar de mamar, pero hay que aprenderlo. Es como la lengua: tienes la capacidad, por humana, pero has de desarrollarla por imitación de otras congéneres

 

¿Qué argumentos quedan para considerar feminista y liberador el no amamantamiento? En los setenta, vale, por el momentum, ¿pero ahora?

En mi vivencia, la teta lactante es consecuencia biológica del embarazo y el parto, es gratis, da gustito y yo leo a chorros tumbada mientras personita come (estoy leyendo mucho más que cuando trabajo). La leche llega lista a cualquier parte a la que vaya (y voy a muchas), y ni me gasto un duro ni estoy en la cocina hirviendo utensilios. No entiendo el feminismo antiteta, y me regodeo con alegría en la anticapiteta, compañeras.

Ni soy «madre» ni «tengo» hijos

Baby-sitter Nanny Children EducatorDesde hace unos meses, vivo con una personita. Es un humano pequeño, todo cuerpo caliente y emocionalidad. Quise hacerla y que pasara a través de mi cuerpa, y fue posible (como podría haberlo sido de muchas otras formas) gracias a la química y al discurso de dos físicas, la mía y la de J, que se relacionan en positivo. Por convención de esta sociedad, a bebé le vamos a proveer de ciertos bienes y a protegerla hasta que tenga una edad determinada. Eso no es «tenerla», es ser responsable temporal y agente de su vulnerabilidad. En cuanto sepa que tiene un nombre, pueda moverse e irse diciendo, vaya si se tendrá a si mismo el angelito.

Cachorro se nutre de mi cuerpa, no solo como alimento, sino también en lo emocional (ante una experiencia nueva me mira con ojos muy grandes y si río, ríe; y si me ve preocupada, llora), el movimiento, la temperatura, los estímulos, etc. Es chiquitita, está por terminar y no le corresponde aún estar ni ser sola. El continuo entre nosotras tiene que ver con el apego material de su procedencia y su necesidad. Yo, en mi posición, podría ser sustituida por otra persona que diese calor y nutriera en lo vital para que bebé siga viva y crezca sana.

De ahí que yo sea quien la cría, pero no sea su madre. La madre es una categoría de la violencia patriarcal desde tiempos de Medea y Andrómaca (léase a Victoria Sau), que hemos sufrido ya lo suyo como hijas  y que cuesta mucho desmontar, como para ponerse a reconstruirla. No en mi cuerpo. Ni en el suyo. Mientras yo tenga algo que decir para protegerla.

Se hace saber

…y apareció la pregonera, que dijo:

Por ordeeeen

de mi poderoso coño

se hace saber…

  • Los primeros tres meses de embarazo es muy frecuente que haya que sobrellevar náuseas constantes, dolor de pechos, fatiga y otros síntomas que pueden consumir toda tu energía diaria. Al mismo tiempo, tienes que fingir que no pasa nada por miedo a perder un contrato u otras oportunidades —mientras escuchas y lees por doquier que las primeras doce semanas es  muy fácil que el embrión muera—. (Y también mientras la gente alrededor va conjeturando  a tus espaldas sobre tu estado.) Tortura.
  • Las embarazadas necesitan sentarse en los autobuses y el metro desde el principio. No ya tanto por el peso que cargan, sino por paliar el impacto de los frenazos, el miedo a caerse y a los golpes en la tripa.
  • La recién parida existe también después del parto. Existe y sangra. No vengas con un body de regalo a hacerle fotos al bebé con flas. Ella está exhausta, confusa, dolorida y muy necesitada de tu comprensión, tu interés, tus cuidados y ¿por qué no? un detallito que la ponga contenta. La diferencia para su sensible estado puede ser enorme.
  • Criamos desde nuestras tripas, tu opinión sobre cómo lo hacemos sobra. No presupongas que lo haremos como tú quieres. No dañes aun sin querer. Calla, observa y ayuda.
  • (El detallito puede ser un libro, algo de cosmética natural o, mejor aún, una enorme lasaña casera.)
  • Amamantar es como hablar: una capacidad natural que requiere de un aprendizaje social. Hoy en día son millones las lactancias maternas abortadas por desinformación y falta de apoyo (cuando no mentiras deliberadas desde la profesión médica: no hay mujeres sin leche). El problema es que no vemos a bebés mamando, y cuando nos llega el día, no sabemos dar de mamar. Pon una teta en la calle, mira las tetas jugosas de tu alrededor.
  • Es un crimen echarle colonia química a los bebés. Su olor natural es de los más hermosos y reconfortantes que hay sobre la tierra.
  • «No se vaya a acostumbrar» no es un criterio. No te vayas de vacaciones dos semanas, no te vayas a acostumbrar.No camines con muletas porque tengas una esguince, no te vayas a acostumbrar. Los bebés necesitan cosas que pueden no coincidir con tu interés inmediato. Unos meses de tu vida sin que este sea prioridad no van a hacerte más daño del bien que estás dándole a tu cría.

Menstruación, (anti)concepción, embarazo, parto, puerperio y lactancia son procesos de los cuerpos leídos como femeninos que no tienen suficiente espacio social. Se viven desde la sombra, sometidos a la humillación y la violencia del desconocimiento y las falsas creencias.

BASTA.

Hazles hueco en tu vida y el mundo a los úteros que se expanden y contraen, a las tetas que gotean leche, a mujeres, lunas, crías, hormonas…, vulnerabilidades que no son, al fin y al cabo, sino los fluidos y volúmenes en que vive el amor humano.

A la amiga que sufre. Se busca tribu

No es tu culpa. No te enredes en telarañas ajenas, se han tendido con intereses concretos por los que conscientemente nunca votarías. No remes como galeota en la embarcación que nos llevaría si pudiera a los abismos de lo feo y lo ilimitado. Salte de ahí, quítate la ropa, límpiate de miserias de otros, empápate de empatías de otras, mírate. Repasa tu lengua, púlela. Fuera imperativos, perífrasis de obligación. Balancéate en una lengua que te arrulle, que te sea favorable, que te dé calorcito y piel cercana que conforta. Siento, necesito, agradezco, doy, recibo, descanso, descansan. Compañía, comunidad, comadre, cómoda, comida, comfortar.

No es cierto que ya no seas interesante. Cuida lo que lees. Que no haya rabia, que no sea el dios-mercado hablando por letras de mujer.

No es cierto que tengas que forzar el fin de la lactancia para poder volver a ser tú. No hay nada que tendría que estar pasando mientras Pequeña mama porque todo lo grande y lo indispensable que hay en el mundo ya está ocurriendo ahí, entre pezón y boca.

No es cierto que no te comuniques bien con Mayor. Ella te ama y te añora, solo necesita algo de tiempo para expandir el amor más allá de sus contornos.

No es cierto que tengas que ser otra, ni mejor, ni diferente. Solo que como no bailamos a tu alrededor en círculo para recordártelo, se te ha olvidado cómo de grande y bella eres.

Lo único cierto es que faltamos. No es nuestra culpa, pero debemos estar ahí. A ti y a las niñas debemos rodearos, cantaros, escucharos, miraros, mimaros, acariciaros. Vamos de camino, espéranos.