
Hacer balance ¡y a ciclar!
Aunque es pronto por la mañana, el aire tiene hoy la consistencia de un visillo de ajuar a media tarde. El día me sabe a brote, a frescor de poema dormido entre gasas. Tras un rato de dejarme imantar por sensaciones clorofílicas, me detengo cabal al quicio de la descarga. Tengo que hacer balance y sacar la placenta del congelador. Llegó el momento.
Año y medio después de dar a luz, percibo que estoy madura para salir del espectro emocional del parto. Debo despedirme del puerperio, ahora sí. Lo pienso mientras coloco a la criatura en la sillita desde la que me acompaña en la bici. (Todo este tiempo de porteo, carrito y autobús eché mucho de menos mi adorado vehículo, que simboliza espacios de posibilidad de mi vida escandinava.) Voy cantando cualquier canción arrumbada de la década de los dos mil y ya-no-bebé me acompaña con sus himnos élficos a grito pelao por la callejuela. Estoy profundamente contenta de vivir (vivir a lo ancho, no solo residir) con esta personita tan linda.
Amo la oportunidad que me da de aprender de lengua, de sociedad, de emoción y relaciones. Poder observarla en sus juegos, cómo empieza a narrarse el mundo, cómo confía en otras humanas, cómo se autorregula… es un regalo impagable. (Transito una ovulatoria de chocho-cocacola con La Madre muy a tope, mejor no sigo…)
Volver a ciclar de nuevo es un descanso. La primera preovulatoria fue como quitarme toneladas de dolor comunal de encima. No seré yo quien abomine del estado hormonal/psíquico de mi puerperio. Antes al contrario: recorrer estos dos años y pico de preñez, parto y lactancia ha sido mi viaje iniciático, mi darme a luz y dilatar a partir de un agujerito el ancho espacio existencial que reclamo para la condición del ser de mis carnes y mis frases. Pero si menstruar mola, aunque en esta sociedad, duele, el puerperio ya ni te cuento…
Durante estos dieciocho meses de ser artífice de dos cuerpos simultáneos, he estado llena, llena de amor por la especie y el entorno. (Amor no correspondido.) Toda la energía de mi cuerpo, orientando mis pensamientos y emociones, miraba hacia la creación de vínculos. El de mi bebé conmigo, pero también el mío con las abuelas, con las primas, las tías, las hermanas, les demás, el todo/la diversidad. Esto tiene pinta de función evolutiva, de tejedora psicológica puesta en marcha para la pervivencia de una especie gregaria.
Me han dado un plantío de calabazas. Yo entusiasmada vibrando de parto reciente carne calentita regazo florido busqué madre. Madre actualizaba twitter. Busqué suegra. Que me quería quitar al bicho para maternarlo ella. Busqué hermana. Que perseguía descalza a príncipes pedorros con mocasines. Busqué a otras puérperas. Y las vi hundidas, deslavazadas, átonas. O incólumes, con el alma acumulada en la cara interna del rostro y la eficiencia neoliberal en la leche. No conecté. Busqué colectiva. Qué frío. Tiritamos en la tundra social a la que hemos sido arrojadas. (Menos mal que existen personas ecológicas y orgánicas con las que cultivarnos juntas en rebeldía).
Adiós, puerperio. No seré más carne desnuda y lábil mendigando pertenencia y pertinencia ante oídos y espíritus tapiados. No en un sistema atroz como el que nos coloniza. Atesoro la fuerza impetuosa, la creatividad hechicera, la visión afilada que me has dado. Seguiré ejercitando los dones que me trajiste para mantenerlos siempre rodando. Digo gracias. Y me monto en la cicleta de mi cuerpo vivo y potente. Salgo al camino a florecer, morir, renacer, volverme un pedazo de tierra que resistirá plagas y maleficios químicos gracias a la vida persistente arrogante majestuosa triunfal. La que me salió por el coño. La que he logrado recuperar para (ahora sí) mi cuerpo soberano.