Sucesivas

«Ella es tu nueva yo y tú fuiste la nueva de alguien ». Ana R. Pajarito

«Tal si fuese la vida/ lo que el amante busca,/ cuántas veces pisaste/ este sendero oscuro/ adonde el cuco silba entre los olmos,/ aunque no puede el labio/ beber dos veces de la misma agua,/ y al evocar la hondura/ una imagen distinta respondía,/ evasiva a la mente,/ ofreciendo, escondiendo/ la expresión inmutable,/ la compañía fiel en cuerpos sucesivos,/ que el amor es lo eterno y no lo amado ». Luis Cernuda

 

 

1

Es rubia y sonríe. Me recuerda a Julie Delpy en la portada de Tres colores: Blanco. Tiene el pelo rizado y breve.  Se está casando y es feliz. A los lados de la pareja, el hijo de él (con casi la misma edad que ahora), la hija de ella. La foto sigue colgada en la nevera con un imán. El piso es un nido precioso. Honra la sabana africana y los setenta  nórdicos al mismo tiempo. Como en una rima urbana, hay varios elementos que recuerdan a mi propio apartamento. Especias, hierbas, tés y sales en estantes estrechos de madera cruda. También, un montón de libros rebosantes de brisas y de vísceras. Y cuadros por todas partes. Diría que más que él, me gusta lo que él (se) ha hecho estando con ella. O en plural. Nunca la he visto, pero la quiero mucho. Se llama Karin.

 

2

Tiene el pelo castaño, salvaje, y sonríe grande con los ojos achinados. Lleva una chupa morada y vaqueros, tiene las manos y los dedos romos de chiquilla. Nos encontramos por casualidad frente a frente junto al canal, y se hace a un lado para que su novio y yo decidamos con qué cara y qué palabras distintas saludarnos. O quizás sea yo la que titubea. A él parece que le da más bien igual; está feliz y le da igual. Pero yo estoy perdida. Mi hijo la observa y ni siquiera mira a su padre. Después sabré que se llama Annabel, aunque a mí me parece que debería llamarse Matilde. El niño habla de ella a cada rato. Me gusta Annabel, pero sé que nunca le diré nada de todo lo que (no) debería decirle.

 

3

Estoy en Grecia y en Bahía, en la playa, en la taberna, en el mercado. Junto a unos azulejos de la Alfama portuguesa. Me río y abundo, materno y leo. Curvas y rizos. Luz y colores. Mi bebé me mira con adoración. En otras lo miro y me derrito yo. No hay fotos en que su padre y yo estemos juntos, él nunca quería pedirle a nadie que nos sacara. Aún pendo de las paredes de mi antiguo piso porque se me negó la soberanía de descolgarme.  Qué coño se propondrá. Pero yo no quiero estar allí y no quiero que ella me vea. Quisiera que esté todo aquello libre de mí, no dejar rastro, para así estar yo libre, también, de todo aquello. Y de todo lo que ella me recuerda que yo fui, con/por/para/a él. Además, ella se merece una pared blanca, limpia, aunque en un rincón tras el sofá desborden ríos de papel pintado.

 


 

Páginas de libro, cuentas de collar, hojas en tallo. Los contactos entre nosotras serán mínimos pero, por otro lado, estamos engarzadas en un mismo hilo narrativo. Somos el mismo pedazo de madera tallada en esculturas diferentes; somos hermanas, hermanastras. Nos sostienen y nos encienden las mismas manos en tiempos y espacios diferentes, o en tiempos simultáneos, en espacios calcados. Una recibe los besos largos y húmedos que perdió la otra; aquella se pone el albornoz que esa compró; alguna agoniza de lo rica que es esa mano en tenedor que otra le enseñó a él que hiciera en la cama.

La exmujer en la nevera, la novia junto al canal, la madre en las fotos del cuadro. Puedo ser o no cualquiera de las tres y me calma que las tres existamos como tres momentos de una misma rueda absurda de narración y fluídos. Me calman Karin y Annabel, sus sonrisas como puertas de entrada a suculentos laberintos  oscuros de sueños y de deseo, en que yo habito. Sonrisas de mujeres que quieren amar pero que, como compartimentadas, no se dirigirán unas a otras, solo un momento, tal vez, temblando junto al agua. Separadas por membrana celular, por un inquietante sortilegio, separadas entre nosotras, y separándonos de ellos, y juntándonos a ellos. Y separándonos y volviéndonos a juntar. Y follando como diosas al principio. Y marchitándonos y florenciendo.  Y en el mejor de los casos aprendiendo ternura a trompicones. Y así. Y es lo que toca, qué le vamos a hacer: enfrentarnos al devenir con un poquito de alegría y de compás. Y sonreírnos, transformar.

 

 

Imagen: https://www.flickr.com/photos/pedrosimoes7/27172623985

 

 

 

 

(Se)Parar(se)

No te quiero. Eres frío. Estricto. Ciego. Obsesivo. Eres idea, mirada que confirma y que no mira. Eres tristeza. Te adelgaza y te consume un mikado de aristas invisibles. Contenido, constreñido, estreñido. Cinturón. Autoridad que verifica y que no guía. Contigo hasta la oscuridad nocturna se disgrega en mil contornos mutuamente hostiles a sí mismos.

No te quiero. Quiero a otro. A otros. As. A otras cosas, todas las cosas que juntan, que acercan, que funden, que coinciden. Todo lo que fluye, irrumpe, desborda, entona, baila. Aumento, multiplicación, hincharse, derrame, inundación, lo nuevo, lo creado, lo parido, lo desbocado.

Separar para reparar. Parar para recomenzar.

Feliz 8M. Feliz desborde.

 

La insoportable levedad de Ramiro

De joven andaba yo con un gachó muy majete al que le parecía que, en comparación, él era como leve, ligero, campechano y dichoso, mientras que yo era «pesada», siempre con problemas, peleas, inseguridades, necesidad (pero estaba buena, entonces no importaba). Vivíamos lejos aún de conocer palabras como explotación patriarcal, cultura androcentrista, desigual espacio existencial de género, diferenciales de poder, etc. Pero algo percibíamos, algo no era normal, algo no era «igual» pese a que no reprodujésemos estructuras de relación tradicionales.

Oye, qué simpaticotes estos ilustrados hombres igualitarios que comprenden que vivir en igualdad es mejor para todo el mundo. No nos obligan a estar con ellos, no nos llevan de los pelos de un lado a otro, no  hacen machiruladas. Ellos flotan inocentemente en la cultura, con sus partidos de fútbol, sus cervecitas con amigos, sus jobis, sus ratitos de pornete en el teléfono. Tan a gustito.

Nosotras ahí, sin embargo, con la brasa: que si no sé qué de activismo, que si relaciones de poder en todas partes, que si deconstrucción del conocimiento, que si ahora la carga mental, que si ahora la psicóloga de pareja, llantos, dramas de amigas, compresas a escondidas. Buf.  Qué leves son y qué pesadas nosotras. O qué gran cinismo, malditos canallas.

Si una persona no se pone a trabajar activa, consciente y profundamente el sexismo/racismo/clasismo* que lleva encarnados, las ideologías discriminatorias no se esfuman solas. Las seguimos acarreando y se reproducen como la mala hierba. Zumbamos dentro de una cultura completa patrocinada por los medios de comunicación y el desproporcionado sector del comercio que promueven formas de vida basadas en la dominación de los hombres blancos sobre el resto, del Norte sobre el Sur Global, etc. Pero ellos, ay, no lo ven desde su atalaya. El privilegio tiene la propiedad de ser invisible para su dueño y de que quien lo tiene pero lo niega sea escuchado, mientras que quienes no lo poseen y lo señalan hacen muecas inaudibles desde la cuneta. 

Yo no creo que haya solución a un nivel de personas concretas. No van a ver más allá. La desfachatez es infinita cuando de aferrarse a un privilegio se trata. Sospecho que si una persona no da síntomas de empatía y movilización tras unas primeras invitaciones, ya es que nunca lo hará. Mirad el partido franquista, erre que erre en su convicción moral de que el país es su cortijo y todos y todo somos suyos para jugar. Mirad todos esos padres y profesores tramposos, que basan la relación con la infancia en mantener la distancia jerárquica y hacerse espacio existencial para campar impunes con sus desvergüenzas al aire, a costa de personas vulnerables silenciadas.

Si no has cambiado todavía, ya no vas a cambiar, mezquino. Pero oye esto: tu hegemonía de poderío hueco, reyezuelo infame, tiene los días contados. Tu historia de conquistas, espadas y atalayas se acabará con tu sangre. Soy pesada, sí, cargo el peso que caerá  aplastando tu triste corona de alumnio frío, tu ingrávida complacencia.

 

 

 

El privilegio sumo

Dolía como si te estuviesen partiendo en dos. Era una potente fuerza centrípeta que nacía en algún punto de tu espalda y se expandía rasgando tejidos, centrando el pulso. Dolor no era la palabra adecuada. Era otra cosa, era… era una experiencia de fuera de este mundo, no puede ser explicada con palabras falologocéntricas. Sin embargo, tú sabías muy bien lo que necesitabas para poder soportarlo. Necesitabas dejarte llevar por la inmensa energía que emanaba de ti misma como un ciclón. Para ello había que neutralizar las distracciones, los estímulos. No luz, no sonido, no presencias. Solo tu cuerpo, un espacio húmedo, un cérvix abriéndose como si fuera un esfínter. Nadie caga en una sala de hospital, a la vista de todos. ¿Por qué tenías que abrirte tú de coño delante de tantos transeúntes? ¿Por qué esas luces incisivas, esa invasión de cientifismo y disciplinamiento en lo más tierno de tu blanda entraña? Tú solo querías parir en paz. Y sin embargo, en el mejor hospital del mejor país del mundo para ser madre, no te dejaron parir en paz. Parir en tu cuerpo. Te lo sacaron, a tu hijo, de tu cuerpo.

 
Los primeros días tras el parto que te robaron fueron borrosos, pálpito perezoso entumecido, tiempo dado de sí como la goma de una braga vieja. Aparecieron gentes dispuestas a cumplir su agenda. Arrasaban mediante artilugios de silicona médica con la película protectora de tu subjetividad lacerada. Cada cual a lo suyo. Pim, pam. Efi-ciencia. Plastiquillos en las tetas. Shup. Shup. Bomba hidráulica de leche. El bebé estaba contigo y aun así estaba lejos, allá a lo lejos, lo veías mirarte con ojillos interrogantes, contrariados.

 

En casa fue todo algo mejor. Tu espacio empezó a funcionar como un cultivo, los renglones y las imágenes de los libros-invocación fermentaban y te llevaban consigo al interior de su embrujo. El bebé tenía unos contornos más claros que tus manos le iban poco a poco dibujando. Solos los dos, como las únicas dos criaturas con importancia en este mundo-culo. Piel. Piel. Piel. Calor, humanimalidad, contacto. Bebé calentito y dulce, mamá está aquí para ti y está contenta. Te deseo, bebé, solo quiero estar aquí, ahora y así, y estar/ser, contigo. Aviones de guerra nos sobrevuelan y violan el latido intemporal de tu primer puerperio. Los gritos llegan desde todos los rincones: periódicos, nuevas tecnologías, viejas tecnologías, personas ¿cercanas?, seres ¿queridos?… Mensajes en rostro humano o de cristal licuado que te hablan de muerte, de posesión, de acumulación, de lo inerte, de lo opaco. Mensajes de lo contrario que tú
representas. En el momento de vulnerabilidad más tierna es preciso defenderse de lo todo. Lo totalitario. Y qué hacer cuando te late la vida en el vientre en un mundo de vida acorralada.

 

Todo te escuece y da placer al mismo tiempo. Comienzas a ver las cosas claras pero no sabes bien qué hacer con ello. Comprendes que un día fuiste tan rasgadoramente hermosa y espeluznantemente vulnerable como Bebé pero a ti tus padres te entregaron a los charlatanes de la tribu. Que no te amaron cuando más digna de amor fuiste. Cuando eras solo amor, y nada más que amor pedías. Crees que vas a enloquecer de dolor que te expande, de tristeza eufórica. Tienes mucho que hacer, tienes que reescribir tu biografía desde el mero principio, desde el día en que tu propia madre fue al hospital a pedir que le sacaran al bebé porque ya era el día que le habían dicho que le tocaba.

 
Tienes que hacer un registro escrito y riguroso de todas las violencias que han ejercido contra ti. Qué hacer con tanta humanidad en las manos. Pareces ser la única que conoce el secreto. Te late el útero y lo sientes. ¿Les ocurre lo mismo a las demás? ¿Quién más sabe esto que sé yo ahora? ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo encontrar a otra que me acoja? Quiero leer todos los libros de poesía del mundo, rasgarlos, licuarlos, llenarlos de sangre y hacer un escuadrón de ministerios que eduquen a cien mil criaturas que funden una ciudad nueva desde la alegría la comunalidad la libido la piel la carne la flor el agua la luna, madre. La luna. Madre. Madre. Piel. Qué voy a hacer con las amenazas. Tendré que suicidarme si persisten. ¿Tendré que suicidar al bebé también, entonces? Soy un manantial de vida fresca y clara pero todo a mi alrededor acumula polvo y ratas.

 

—¿Qué te pasa, Carlos? Tienes mala cara. ¿Ha pasado algo malo en el trabajo?— Le mirabas sorbiendo el agua. (La lactancia da mucha sed.)
—Tampoco te costaría tanto tener la casa ordenada, ¿no? Vamos, que estás aquí todo el día…

En los ojos de tu compañero veías cómo el vaso cruzaba el aire a la velocidad de las guerras. Como una granada de mano, el vidrio estalló contra el armario y mil burbujas prismáticas florecieron en el aire por un instante, antes de caer al suelo como una lluvia de artillería.

— ¡Loca! ¿¡Que no te has dado cuenta que eres madre y le puedes hacer daño al bebé!?

El privilegio sumo es que tu perspectiva crezca engorde se hinche y ocupe tanto que llene una cultura entera, donde no quepa ningún relato más que aquel que cuenta lo que tu cuerpo vive.

Lunes por la mañana en el café

Está sentando en una mesa junto a la ventana. Inmóvil desde hace mucho rato, tan solo frunce los labios de vez en cuando, o se inclina un poco hacia delante, o se seca con una servilleta la boca que no se ha ensuciado desde la última vez que se la secó. Mira hacia fuera, pero sobre todo mira hacia dentro. La expresión de sus ojos me dice que el señor aprueba complaciente el orden en que se concatenan las partículas en su elegantemente estático cuerpecillo.

Todo en él transmite orden. Limpiamente sentado, su postura no deja lugar a cuestionar que la butaca pueda ser efectivamente usada de forma distinta a como él lo hace. El cuerpo reposa cual armónica coma en un texto impoluto que la correctora ya revisó. Lleva pantalón planchado de pana, un jersey fino azul, camisa de rayas, una bufanda de cuadro aristocrático. Mantiene las manos pulcramente dobladas sobre el regazo. El señor antiguo luce el privilegio anacrónico de no hacer nada más que mirar. Frente a él, una taza oscura, un vaso escarchado, la servilleta blanca doblada, presta a secar.

¿Cómo interpretará el hecho de que le observe insistentemente? ¿Se imaginará por un momento depositario de un atractivo nuevo que hace que las mujeres lo miren cuando está tomando café? Sonríe. Una tipa pelona y rara, pero bastante joven, a fin de cuentas. Y que le miren a uno ya es mucho en este espaciotiempo tan raro que queremos habitar a dentelladas.

Parece mediterráneo, árabe, quizás. La majestuosidad con que ocupa su posición en el café, que se tome tan en serio su estar fuera, en sociedad, ver y ser visible, me aseguran que escandinavo no es. Hay algo de antiguo, de propio, de conflictivo, en ese señor. El destello de alguna ruina cultural de mármol contra la que doy cabezazos y que al tiempo necesito para que me sostenga. En la mesa de al lado, tres mujeres muy disfrazadas de mujeres se ignoran entre pantallas, llenan la mesa de envases de plástico, hay mucho tinte, todo lo que se ve de ellas está tintado. ¿Por qué el color de que no se es hemos de considerarlo necesariamente mejor que el color del que sí se es? Tal vez se trate de cifrar en código químico el espacio de lo posible para así no tener que pensarlo de otra manera.

El señor de la ventana se levanta para llenar la taza de café. Emprende el viaje a la barra muy concentrado, me hace pensar en un niño que teme derramar la taza, quizás derramarse a sí. Es más viejo de lo que había creído. Pone cuidado en no caerse, lo que significa que es consciente de que se puede caer. Mi hijo también pone cuidado todavía, transparentando que en su mente palpita la posibilidad de no andar. Aún no se le ha extendido la arrogancia que da el conocimiento, no se le ha cegado el manantial del ser en riesgo. ¿Se parecerá el miedo de caerse cuando se empieza a andar al miedo de caerse cuando se deja de saber andar?, me pregunto. ¿Hay una rima vital en asonante? Lo que seguro se abre es una espita para la emoción por lo logrado. ¿Entonces se está más vivo, más emocionable, cuando se puede uno caer? ¿Cómo desaprender a andar y qué hacer con ello? ¿Puede la proximidad de la muerte liberarnos de la arrogancia esterilizadora de lo adulto? Niñez, vejez, migración, poesía, disrupción, margen de todo tipo, activismo, lengua extranjera, enfermedad mental. Ser en riesgo como única forma de poder ser.

Llega otro. Y otro más. Son griegos. Hablan muy alto. Gesticulan. Se tratan raro, se acallan, se reducen, se ignoran para mirar el móvil. Se quejan. Salen abruptamente a fumar. Se hacinan en lugares comunes. Hablan de pagar, de cuotas, de coches, de fronteras. Hablan de ellos. De nosotros. Llegan más jubilados griegos. Se atrincheran en la mesa junto a la ventana. Los extranjeros son los otros. Ellos son el terreno lógico de donde emana la producción de sentido. Son en colectivo y son campo de batalla. Están juntos. No están solos. Se dicen sus nombres. Se dicen sus ciudades. Les amo y les odio. Grecia se parece demasiado a la parte naufragada de mí misma. Lo hombre se parece también a la parte naufragada de mí misma. No habrá jóvenes pelonas que miren al café solo de mi padre en la ventana.

La voz del viejo es muy delgada, se diría que en cualquier momento titilará hasta apagarse. Uno de los señores se ríe de una pomada que ha comprado su amigo en la farmacia. Dice que es muy pequeña, que no le llega ni para la mitad de la polla. Mi viejito me mira y, alarmado, increpa a su amigo para que se calle, que hay mujeres aquí. Se ha establecido una extraña relación de protección mutua imaginaria entre nosotros. Entre nuestros imaginarios nosotros.

Son las doce. Las chicas se han levantado y se marchan en silencio con ruidos de bolsas y tacones, se ahuecan la melena, miran a su alrededor. Los griegos las miran irse y farfullan.

Hoy, si no escribo sobre un viejo, me filtro por el desagüe. La posibilidad de mirar me salva. La posibilidad de enunciar me calma de sentirme molécula despanzurrada en la frontera entre la herida, el tinte y las servilletas que no tienen nada que secar.

#HaciaLaHuelgaFeminista en con/senso

‘Consenso’ viene del latìn COM (común, compañía, juntås) en adición a SENSO, que significa ‘sentido’. ‘Sentido’, a su vez, puede querer decir tres cosas: (1) «emoción, sensación, lo que se siente» (como en me he sentido muy bien al oírte);  (2) «hacia dónde se va» (la caravana iba en sentido contrario a las demás) y (3) «significado, concepto» (no comprendo el sentido de este texto). El  ‘consenso’ sería, entonces, (1) la emoción que se vive colectivamente, que palpita en muchas personas a la vez; (2) la dirección que lleva un grupo en su caminar; (3) el valor que un conjunto de hablantes le da a algo.

La huelga para el 8M que el movimiento feminista está organizando en el estado español nace desde lo sentido en común, o el con/senso, por estas tres mismas razones:

  • Desde una mayor o menor fluidez en la articulación de lo que sucede, por qué sucede y cómo desafiarlo, desde diferentes edades, procedencias, bagajes socioeconómicos, géneros, etc., el clamor de la gente en contra de la injusticia y la violencia por razón de género está creciendo. Hay una emoción compartida, un deseo colectivo de vida en paz y comunidad que ruge desde las entrañas del sistema y que se hace cada vez más audible de piel afuera.
  • Las cuerpas vulnerables escribimos cascadas de textos; hacemos activismo de muchas formas diferentes, en muchos espacios y desde lugares diversos; nos la jugamos cada día, a cada paso, tratando de hacer las cosas de maneras conscientemente políticas que planten cara a la opresiva normalidad imperante. Todas vamos en la misma dirección: rasgar el silencio letal que el androcentrismo impone a las experiencias que vivimos, a nuestras necesidades y exigencias de descolonizar la vida y el mundo. Queremos desafiar la narrativa en que solo la vida del Sujeto Mayoritario blanco, varón, burgués y adulto merece ser sostenida y su voz la única legitimada. Queremos un sistema que asegure las condiciones materiales y discursivas para que todas las vidas/ las vidas de todås merezcan la alegría ser vividas.
  • Estamos resignificando el concepto tradicional androcéntrico de huelga obrera. Lo okupamos y lo transformamos a la medida de nuestras opresiones. La huelga del 8M se articula muy conscientemente en los cuatro ejes estudios/laboral/cuidados/consumo para que desde las intersecciones pluriversales que habitamos se pueda afrontar la jornada como un empoderamiento colectivo y una reivindicación de los aportes de las mujeres a la vida de cada día, que son silenciados, invisibilizados, ensordecidos por el poder y el culturo hegemónicos. El sentido reapropiado de «huelga» en feminista está en proceso abierto de elaboración colectiva, no es un producto terminado ni preteorizado (mucho menos partidista) sino un poema político, un texto colectivo buscándole los tres pies a la realidad, un solo pálpito percutiendo en muchas cajas torácicas, aunque aún no hayamos dado con las palabras falologocéntricamente correctas para expresarlo.

 

No obstante, no todås estamos cuidando este precioso y admirable con/senso, esta criatura de todås. Hay reacciones, hay disenso en ¿propias filas?. Hay, por ejemplo, colectivos que reclaman que las mujeres del logo no encarnen valores culturales o subjetividades propias de cada una. Es cierto que la estilización de la imagen no hace justicia a todas las intersecciones desde las que luchamos, pero no es menos verdadero que su valor icónico es claro en tres sentidos: mujeres (melenas largas)/ variadas (peinados distintos)/ unidas (brazos enganchados).

Personalmente, no encuentro necesario que en una imagen que debe ser simple para poder reproducirla mucho y en muchos espacios quede reflejada explícitamente toda esa variedad nuestra, que ya digo que está apuntada simbólicamente. En cuanto a colectivos que reclaman no haber sido invitados a la organización estatal, deberíamos quizás repensar la inclusividad como algo que se ejerce, no algo de lo que se es sujeta paciente.

La organización de la huelga es desde el principio un proceso abierto a la que una, con o sin grupo previo, se une si quiere y se pone a currar y punto. Personalmente, me parece más honesta esta apertura generalizada que la búsqueda intencionada de colectivos equis o hache para marcar casillas de currículo interseccional. Así y todo, es muy positivo que se expresen críticas desde muchos puntos a los mensajes sociales que la huelga envía, y deben ser escuchadas para que la transformación, por amasarse desde más manos, dé frutos que nos satisfagan a más personas en más sitios.

Pero también se han escrito críticas que no son tan deseables y que, a mi modo de ver, no han sido escritas desde la honestidad y el compromiso con el interés colectivo como para merecer ser tenidas en cuenta. Me estoy refiriendo al uso que Lidia Falcón le ha dado a su columna en Público esta semana y al patriarcalísimo artículo con que nos ha azotado laHaine, de Rubén González, como ejemplo de disensos destructores desde ¿dentro?

Las invitaciones a construir la huelga desde un año antes, desde abajo, desde todas, son un hecho que compromete a quienes no habiéndose involucrado en ningún punto de este camino pretenden ahora derrumbar lo sudado por otras frentes. ¿Por qué el Partido Feminista no ha estado ahí en los cimientos, creando huelga?, le preguntaría a Falcón.

El artículo de esta histórica feminista abunda en desinformación y datos falsos. No es verdad que el Paro Internacional venga de EEUU. Tampoco ha sido solamente iniciado por Argentina, sino también por Polonia. Respecto a que afirme que la huelga en el estado español es precipitada, cuando ya digo que lleva un año gestándose, no sé si considerarlo erróneo o directamente malévolo. El texto abunda en paternalismos, insultos sin base que logran el efecto de invisibilizar el ingente trabajo que se ha realizado entre muchas para poner en marcha la acción: la huelga no se ha analizado y ponderado lo suficiente; hay que utilizar el arma de la huelga con racionalidad y sensatez; hay que saber que la huelga exige unos trámites administrativos y laborales; es imprescindible que aquellos grupos feministas que han lanzado la huelga de 24 horas conozcan los requisitos legales, etc. 

A Falcón le molesta que el Manifiesto se haya escrito entre muchas y sin partidos, y desde un tremendo anacoluto, así lo expresa: «el manifiesto que se ha difundido, producto al parecer del consenso entre muchos grupos feministas, peca de impreciso, con más literatura que exposición y análisis como hace el de Izquierda Unida, cuya trayectoria de lucha y veteranía adquirida durante tantos años y tanto sufrimiento se demuestra en los datos que maneja, el análisis materialista de la situación de la mujer y la exigencia de lograr respuestas y programas de actuación concretos, de acuerdo con la vieja máxima leninista de realizar el análisis concreto de la realidad concreta«. Si a la autora de este artículo le importa el movimiento feminista español en su amplitud y no lo identifica con una sola persona, la propia, debería justificar y argumanter lo afirmado largamente, con citas y referencias a ambos textos. De otra manera, estaría únicamente haciendo ruido, voceando que el manifiesto colectivo no vale porque no lo ha hecho ella.

Las acusaciones van creciendo en gravedad según avanza el artículo: «Porque sin situarnos en la realidad española de hoy, sin conocer las condiciones materiales en que viven, o sobreviven las mujeres, no podemos difundir consignas de luchas irrealizables que o no se cumplirán, con el desprestigio de quienes tan irresponsablemente las lanzaron, o causarán problemas y decepciones que alejarán a la mayoría femenina del Movimiento Feminista». Lidia Falcón, ¿cientos de mujeres feministas de calle, de academia, de la prensa y de los partidos, locales y migradas, jóvenes y mayores no conocemos la realidad española de hoy?

Me parece innecesario seguir abundando en la evidencia de la mala actitud de Falcón frente a las demás feministas españolas: su falta de creatividad a la hora de interpretar la huelga de cuidados, su desconfianza incondicional de los varones (de los que sin embargo según ella hemos de depender, vía todos los sindicatos para legitimarnos en nuestra convocatoria de huelga de un día), su alarmismo, su distanciamiento rabioso.

Todas tenemos opiniones formadas a nivel individual sobre asuntos que atañen al feminismo, sin embargo no podemos emprender luchas sociales si pretendemos que sean proyecciones de nuestra mentalidad personal en todos sus detalles. Lidia Falcón debería haber comprendido que hay momentos y espacios para el avance y la expresión individuales y otros en que el camino personal ha de hacerse a un lado para permitir que lo colectivo, que es mucho más pesado de mover, pueda dar un paso hacia adelante. Lidia Falcón debería haber puesto su columna a disposición de la plataforma estatal de organización de la huelga, en lugar de abofetearnos desde la ira por que no se estén haciendo las cosas desde la óptica que ella misma representa.

El artículo de Rubén González le remata a una la sensibilidad ya atropellada por el embate de Falcón. De entrada, ¿acaso este hombre no ha comprendido nada? ¿No sabe de patriarcado, de androcentrismo, de opresión cultural de las mujeres? ¿No ve que lo que su papel en esta historia es c:a:l:l:a:r:s:e, hacerse a un lado, dejar el espacio para que otras voces puedan ser escuchadas?

El texto abunda en demagogia. ¿Quiénes son «las feministas», Rubén, y por qué dices que están en contra del trabajo de sus propias comisiones? No se entiende. ¿Tus madres, abuelas, comparadas y camaradas son tu rebaño, Rubén, acuden a las manifestaciones a tu mandato? En cuanto al resto del artículo, si se desenmaraña con dolor el entramado dialéctico plagado de sofismas y silogismos postizos, se llega a algo así como a una acusación confusa de entre podemitismo y apropiación del feminismo por parte de las mujeres (!).

Si tu reclamación, si lo único que sacas en claro de todo esto es tu derecho a declararte feminista y a ser protagonista de esta lucha, entonces eres tan patriarcal, González, como el que la odia, y de hecho eres un enemigo peor, porque estás infiltrado en nuestras filas. Cállate, hazte a un lado, que nos haces perder el tiempo, y ponte a pensar ¿desde cuándo hay que invitar al patrón a la huelga para legitimarla?

Mi amor, rey mío

Pensando en términos de poderes, derechos y privilegios, y atormentada por la relación con el padre de la personita, que no funciona (ni siquiera en su modalidad actual de lleguemos-a-acuerdos-por-el-bien-de-la-cría-pese-a-que-no-nos-amemos) he podido observar que la mayoría de los conflictos que hay en casa se originan en su inconsciente defensa a ultranza de uno o varios de los privilegios siguientes y mi resistencia felina a considerarlos aceptables o mantenerlos en la oscuridad opresiva de lo no-llamado por su nombre.

Son creencias arraigadas en la socialización segregada por géneros, en la ideología de reyes y cenicientas en que nos formaron, y están en el fondo de muchos de los desencantos que otras comadres padecen; no son individuales, no son mi problema: son un cáncer social.

 

  • Privilegio de priorizar su carrera y su descanso a la hora de organizar el tiempo común. Y ya lo que sobre en tiempo y energía, ya veremos cómo lo reparto (yo, jefe de mis recursos, decidiendo solo y esperando crédito cuando soy generoso con el resto). El problema de esta creencia es que, por ende, la compañera se ve obligada a priorizar todo lo que él deja por hacer, y ya en los huecos que queden, atender sus intereses, su carrera, su descanso (que, como es lógico, no llega nunca).
  • Privilegio de concentrarse en una tarea y llevarla a cabo según el objetivo propuesto. Allá te las apañes tú con la criatura o lo que vaya surgiendo, chata.
  • Privilegio de hacer solo una cosa a la vez, sin necesidad de multitasking, y criticando además a quienes estamos siempre en mil ajos. Si tú, varoncito, solo estás a lo que estás, a lo que te interesa estar, alguien tendrá que estar a todo el resto, ¿no crees?
  • Privilegio de beneficiarse de un grupo social sin invertir tiempo ni recursos en cuidar las relaciones. Joé, qué pesada que soy siempre con invitaciones, cafés, fiestas y comidas, comprando regalos y tratando de dar apoyo al vecindario afectivo que nos rodea. ¿Pero quién nos ayuda a nosotros, pachá mío? ¿Quién te ayuda a ti, mi amor, a encontrar trabajo, a hacer entrevistas, a colgar estanterías? Esto es como el hijo, igual: privatización de los esfuerzos por parte de la mujer para poder luego socializar los beneficios.
  • Privilegio de esperar órdenes, de no estar al cargo ni coordinar los asuntos que considera que no le atañen directamente: la casa, la crianza, las relaciones sociales. Pero no se le puede llamar machista, porque él sí contribuye, él hace ciertas cosas según el…
  • privilegio de escoger las tareas del hogar y la familia que no le son desagradables. El resto, pa ti, morena. Y no te quejes,  ¡pero si vamos a medias!
  • Y, por fin, el más importante, una vez el conflicto ha estallado, se impone majestuoso el privilegio de defender que el criterio único, la lógica, el sentido común que han de prevalecer en la discusión sea el que emana de uno mismo. ¿La prueba de que lo suyo es lo correcto? La cultura androcentrista y patriarcal que lo respalda. Es muy fácil tener razón cuando la idea de razón se ha hecho a imagen y semejanza de uno. Cuando ‘razón’ significa cuerpo masculino agresivo invisibilizando emociones, pulsiones, realidades y necesidades propias y ajenas no contenidas en el discurso de lo hegemónico postindustrial. 

 

Hace poco leía en este libro que en una escuelita sueca se había visto a una niña pelándoles sistemática y diariamente la fruta a sus compañeros varones. No sé, en realidad, hacia dónde vamos porque las señales son equívocas. Por un lado proliferan las buenas noticias desde la consolidación del feminismo en nuestras sociedades; por el otro, la segregación rosiazul avanza a pasos agigantados y no deja títere con cabeza, haciéndome temblar cuando pienso en las consecuencias que esta violencia tendrá en las relaciones entre los género en el futuro.

No puedo parar la sinrazón con mis pequeñas manos, no puedo hacer más que volcar mis angustias en este rincón perdido de internet. Bueno, eso, y que la mandarina, rey mío, te la vas a ir pelando tú.

 

(Nota: imagen compartida en el grupo de Telegram Comuneras Feministas, a cuyas administradoras no sé cómo contactar)

La coraza y el corsé

A veces me hincho y se diría que me voy a desbordar, bien por el tetamen, bien por la vejiga, así que necesito hacer uso de los baños de los optimistamente llamados «centros comerciales» (aunque yo no sería tan amable en su denominación). Cuando me toca acudir a uno de estos templos modernos del sacrificio personal, —que no sé muy bien con qué fenómeno de modelos civilizatorios anteriores podrían formar analogía, la verdad—, me siento a observar, e imágenes clarividentes sobre el género acuden a borbotones a mí.

El género es una mentalidad que concretamos y multiplicamos a través de las actitudes, las relaciones y el consumo. La realidad es que no creemos en él (si nos ponen delante el desglose contractual de lo que implica ser mujer u hombre en esta sociedad no lo firmamos ni de broma), sino que lo reproducimos y perpetuamos por dos razones inconscientes:

  • Porque creemos que la gente de alrededor (de quienes esperamos y necesitamos amor y reconocimiento) así lo espera
  • Porque tememos que si no asumimos los mandatos de nuestro género se nos castigue de la misma forma que nosotrås mismås sancionamos a quienes osan no rendirle tributo al suyo (esas críticas, esos cotilleos, esas mofas, esos motes).

 

Pero qué es el género

No me siento satisfecha con la expresión roles de género o estereotipos de género. Me parecen demasiado suaves. El rol parece que puede una tomarlo y dejarlo, que sea un papel, una actuación limitada, acotada en el espacio y el tiempo. Por su parte, el estereotipo se entiende como una tontería, algo que una cree sin haberlo investigado previamente y que por tanto es erróneo, pero como si no fuese especialmente importante, como una minucia inocente, como una tortilla de patata, una boina francesa o un chiste de Lepe, ¿me explico?

Pero no. El género es una violencia estructural horrenda de dimensiones ingentes que inflige una devastación incalculable sobre las personas. En nuestros cuerpecitos tiernos se imponen a hierro los modelos de socialización separados por sexo, y no podemos escapar de ellos si no es con un gran sacrificio y asumiendo un salto mortal a lo desconocido.

Nuestras psiques no son misterios insondables (gran mentira patriarcal): son, si queréis, equipos informáticos en los que se instalan sistemas operativos específicos de los que no se puede luego escapar, porque incluso para desinstalarlos, tienes que vértelas con ellos. Son La Forma en que el equipo funciona, el código en que se expresa. Si te ponen el Windows 98, todo lo haces a través del Windows 98, piensas, ves, comprendes lo que sientes a través del Windows 98, y no podrás soñar con llegar a funcionar con el XP y dejar de ser lastrada por un sistema operativo tan antiguo porque la cultura en la que vives silencia, acalla otras formas de operar como si no existieran o no fueran siquiera posibles. (Joder, se nota que no he vuelto a hablar ni a pensar en sistemas operativos desde que tuve clases de informática en la escuela. ¿Qué venía después del XP?)

La división en géneros fue una construcción antropológica que ha perdido su razón de ser en la vida moderna; es, por tanto, un esfuerzo residual que no genera bienestar, no es práctico y no hace sino contradecir las necesidades que, como especie, tenemos en este momento de la historia.  Pero hay personas que se benefician de la seguridad que les presta lo previsible del sistema, y se aferran a él temerosas de cuestionarlo. Mientras gente que (crea que) salga beneficiada con el patriarcado siga teniendo poder, habrá que seguir dando batalla para ponerlo en solfa.

Hay algunas instituciones culturales especialmente esforzadas en la construcción de los géneros-que-son-violencia-y-son-fascismo-casposo. Suelen pasar por normales pero a estas alturas deberíamos tenerlas ya bien caladas y boicotearlas sin descanso. Por ejemplo, las revistas «del corazón», ¿tienen alguna otra función, aparte de crear con agresividad modelos unívocos para hombres y mujeres, castigar «impertinencias» y rendirle tributo al poder —puro mandato conservador de género en papel glossy—?  Otros serían los colegios católicos, segregados o no; el fútbol comercial y toda la exageración performativa que despliega; las bodas; las iglesias; las jugueterías rosiazules; las peluquerías; la publicidad y las tiendas de ropa; las películas de Hollywood, etc. Por lo demás, hacemos género a cada paso, en cada acción, actitud, relación y acto de consumo, lo que tiene su reverso esperanzador: podemos en efecto des-hacer género a cada paso también.

Allí sentada en un puff enorme bajo la escalera mecánica del centro comercial, visualizo esos roles, modelos, trajes de género como si fueran herrajes impuestos a fuego en la fragua humeante de la máquina patriarconeoliberal. Para los hombres: coraza, espada y plataforma. Para las mujeres: corsé, jaula-espejo y escoba. Piénsese además que ya la división hombre/mujer en sí misma es un acero lingüístico que no está permitiendo imaginar variaciones, indefinición, la libertad de expresarse como unå quiera que sea.

 

La coraza y el corsé

La violenta cultura patriarcal hiere la carne blandita de los niños con los siguientes mandatos:

1. La coraza: Represión de las emociones y de la empatía con otros seres y entornos. El latido queda cubierto, sustituido por hierro valdío. Se esculpe así el dios, el héroe, el falo dirigente que no muestra debilidad ni preocupación por el cuidado de la vida, pese a que este lo sostenga. Se eliminan el cuerpo y sus trabajos, las tripas, la conexión libidinal, el espítitu: solo queda una supuesta racionalidad desde la que debe juzgarse todo y un interés que debe mover el mundo y todas las acciones. Control, fuerza, límite, frontera, separación, son sus insignias.

2. La espada: ¿Y qué emprende en su tiempo libre ese ser descorazonado? Acciones encaminadas a mostrar violencia y vigor, a rondar una muerte-muerte en potencia. Una muerte que no es el reverso de la vida, no es cíclica, no es natural. Es una muerte que sirve a un poder, es un sacrificio al falo. Por eso la sangre que brota de las heridas de muerte puede y debe ser mostrada en todas las pantallas pero la sangre-vida de la mentruación debe ocultarse. La espada es asisimo apropiación, extracción, expolio, beneficio.

3.La plataforma: Todo lo anterior ofrece al hombre El Poder de disponer de los cuerpos subordinados (criaturas, mujeres, gente racializada, etc.) y la naturaleza. Aquí estarían los actos directivos, la imposibilidad de cuestionarse a través del diálogo sincero y genuino con otrås y la costumbre de dar órdenes, de explicarle al resto cómo son las cosas, de mandar, de ser obedecido. Lo que se ha dado en llamar caballerosidad y protección no son sino la prerrogativa mafiosa de decidir quién mantendrá su integridad y cómo. De El Poder viene El Privilegio, el de no tener que encargarse, por ejemplo, y de ahí la inacción, la vaguería de muchos.

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Esta cultura de la violencia y la desigualdad se ensaña particularmente con la vida de las niñas, género que se construye como subordinado al anterior, a través de:

1. El corsé, como imagen personal totalmente intervenida y alejada de lo natural y lo cómodo. No podemos ser vistas sino ofrecemos la imagen que se nos impone: el pelo manipulado en su forma y su color; las caras pintadas para ocultar y homogeneizar; la moda de parecerse a una muñeca porno, los afeitados y depilaciones, etc. Luego, para performar la debilidad y la sumisión, el bolso que ocupa las manos, los tacones y otros artilugios que no permiten moverse… y, para más inri, las fortunas que se dilapidan en artefactos y procesos (depilación, «tratamientos de belleza y bienestar», etc.) como una forma de control económico.

2. La jaula-espejo. ¿No os ha pasado que hacéis algo mínimamente arriesgado e inmediatamente os ponéis mentalmente en el lugar de quien os mira, os veis haciéndolo? Es la mirada del patriarca bíblico sentado en un trono de piedra, el androcentrismo cultural, el ojo entrenado en ver desde la subjetividad masculina hegemónica y la vigilancia de los mandatos de género a través de toneladas de horas y espacios cubiertos de productos culturales patriarcales a que somos expuestas.  Vivimos rodeadas de un espejo circular que nos encierra. Es una casa, es el cuidado del espacio privado para nosotrås y lås otrås, pero en soledad y siempre observadas por las brigadas voluntarias de la policía del género (el mito de la suegra, el de la amiga envidiosa), tuteladas por ls experts,

3. La escoba es el elemento que simboliza la limpieza que estamos abocadas a realizar, no solo literalmente, en las legiones de madresposas que limpian gratis la jaula o las migrantes que lo hacen por un salario irrisorio, sino que también nos encargamos de recoger y pagar los platos rotos. La masculinidad-hulk deja a su paso muchas heridas que hay que coser. La forma violenta en que el patriarcado nos trata a todås nos deja rotås, sin un hálito de vida latente y colectiva en el que acurrucarnos. Por decirlo claramente: se espera de nosotras que estemos disponibles para curarle al guerrero las heridas que se ha hecho mientras trataba de medirse con otros vikingos kamikaze (pues su reconocimiento personal le viene de que le acepten los otros hombres en su club de masculinidad) en el empeño de mostrarse separado, distinto, de aquello que nosotras representamos,  de «lo mujer». Es decir: es tarea de mujeres limpiar el culo que se acaba de literamente cagar en las mujeres.

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En estas brechas de cuidado ecológico que generamos las mujeres florecen los vínculos, el arraigo, que también forman parte de nuestra misión de género. Cuidarse, atenderse, recordarse, hacerse regalos, organizar todas las precondiciones y la gestión mental necesaria para que la reproducción de la vida se produzca en condiciones mínimamente sanitaria.

Pero no hablaré de la maternidad nutricia, ese antiguo modelo, la parte nutricional de la dicotomía virgen/puta porque tengo la sospecha de que quienes tienen el poder ya han decidido que al igual que la producción de las fábricas occidentales se ha ido a Asia, la función de la nutrición, el alimento, debe serle retirado a las mujeres para que quede privatizado por las compañías alimentarias… (Ahora llamadas «corporaciones»: el cuerpo y su lógica del bienestar se vacía de sentido, deja de existir, y le cede su cáscara semántica al artefacto humano que realmente está en el centro hoy día: las empresas y su lógica del beneficio.)

 

Vivimos en sociedades muy conservadoras

Basta observar la ropa que le gente lleva en esta sociedad contemporánea de conservadurismo exacerbado para aprender el valor básico del género: ellos se visten igual para reconocerse como miembros del club del poder, y van cómodos porque lo tienen; nosotras, sin embargo, nos vestimos parecido, pero siempre diferentes, para poder así competir y desencontrarnos en las doscientas florituras con que conseguir ser vistas a la vez que sumergirnos en la indefinición con las otras. Luego, la infancia. Ellos de azul, ellas de rosa. Ah, y ellas también pueden ir a veces de azul, como la princesa de Frozen, pero ellos nunca, nunca, pueden poseer ni usar artículos de color rosa, porque el género masculino es un grado que no debe ponerse en peligro de reducción a lo inferior. Es decir, no hablamos de un mundo dual, dicotómico: hablamos de un mundo binario de subordinación, sumisión y negación de las potencias y experiencias de las mujeres.

Es también interesante cómo hoy día está resultando más aceptable la transición entre géneros que performar los que hay de forma distinta. Incluso a veces a los hombres en determinados momentos y situaciones les es permitido experimentar bajando la escalera, a ver qué hay ahí, pero no a nosotras, o nos castigarán.  Así de vigentes y violentas son las construcciones de lo masculino y lo femenino. Avanzamos en la aceptación de las personas trans, vamos tolerando las lágrimas de los hombres, pero no los sobacos peludos de mujer. También hay espacio para esas pocas mujeres-hombre privilegiadas del poder político y empresarial, y para el mito neoliberal  de la mujer-diosa-hindú-de-los-mil-brazos, cuyo «empoderamiento» en términos de poder adquisitivo no redunda nunca en el poder de decir o de representar el mundo desde una perspectiva distinta.

 

Lo que hay de aprovechable en cada género

Para hacer una revolución real y permanente, para salvar lo poco que pueda ser rescatado, debemos hacer trabajo con las mentalidades. No se gana nada llamándole machista a la gente, hay que ir muuucho más allá: hay que poner a las personas frente a sus creencias implantadas para que las cuestione y se reapropie de su vitalidad y, sobre todo, hay que poner en marcha proyectos y acciones que muestren la realidad y la efectividad de las alternativas que pueden existir. Y eso se hace en las mil oportunidades de revocar el género obtuso y reemplazarlo por la creatividad que cada día nos depara. Hay que liberar las pulsiones, la emoción, las conexiones interdependientes, hacernos leves y volar lejos de los herrajes del género asesino.

Para ello propongo asumir lo que hay de aprovechable  en cada constructo de género para que lo adquiramos todås:

  • Mujeres: Tejer el arraigo. Hacer de la indefinición, colectivo; del servicio, autocuidado y apoyo mutuo.
  • Hombres: Hacer del orgullo dignidad; de la honra, pundonor. Enunciar desde la asertividad liberadora.

Continuará…

El padre de la criatura

La pareja heteropatriarcal es una puta mierda.

Dudo de sus posibilidades reales de funcionar, de producir alianzas fértiles desde dos subjetividades que salen íntegras e indemnes del acuerdo. De generar un entorno de cuidado mutuo y distribución equitativa de las tareas del día a día.

En el nudo de narrativas de desigualdad y opresión en el que se forja y que nos constituyen íntimamente, no hay esperanza.

Yo desde luego no conozco a ninguna pareja con criaturas que no tenga problemas a la hora de gestionar los trabajos de cuidados. Se espera más de nosotras. Se nos valora menos. Y esto ya cansa.

Quizás, con mucho esfuerzo de ambas partes, sea posible relacionarse como compañera y compañero en igualdad para pasarlo bien, viajar, crecer, incluso vivir juntos. ¿Pero cómo conseguirlo cuando la mapaternidad entran en juego, si los discursos e instituciones sociales, si el contenido de las capas más profundas de nuestra construcción identitaria de género se afianzan frontalmente en contra de la igualdad?

Por ejemplo, cuando se consolida simbólicamente el matrimonio burgués, se decide desde lo masculino, lo hegemónico, que el cuidado de la prole va en el pack junto a ocuparse de la casa y la cocina. Lo damos por hecho. Pero un momento… ¿cómo coño tiene una la casa limpia y organizada con un bebé demandante de tiempo y cuerpo? No se puede. Ni hay por qué, en realidad.

Pero el padre de la criatura se nos pone pasivoagresivo si el piso está sin recoger cuando vuelve de su empleo cada tarde. Piensa que yo podría haberlo arreglado, puesto que tenía el tiempo de hacerlo. Lo que no sabe ni parece interesarle es que aunque en la baja, tiempo hay, no se es dueña de él, porque apremian y se imponen las necesidades de la personita. La mitad de los pensamientos de hacer otras cosas que tengo sencillamente se desvanecen. Lo que él no sabe ni parece interesarle es cómo me encuentro, orgullosa de haber soltado lastre y exigencias de limpieza y eficacia, feliz holgando en largas horas de lactancia y juego, que son mi trabajo real y por lo que estoy cobrando un sueldo del estado.

Cuando ha terminado su jornada laboral pero la mía se extiende, el padre de la criatura me sobrecarga con más tiempo de bebé del que yo habría esperado. Dice que es porque yo tengo teta y eso calma a la cría de forma que otra persona no puede igualar. No lo dudo, pero yo necesitaría que viese más allá, la necesidad que tiene de ser creativo y suplir esa «carencia» cantando, jugando, lo que sea, para que yo tenga un tiempo diario para mí, y que este no sea una conquista, producto de una lucha: que él lo vea tan necesario como yo por la salud de todos y por justicia.

No estamos bien desde que la personita vive. Habría esperado de él cierta reverencia, admiración, ante lo grandioso de mi cuerpo y sus potencias de latido y leche. Habría necesitado más cuidado, más amor. Aunque fuera la mitad de lo que le profesa al bebé. Cómo la mira, le habla, la mima, las zalemas con que la acaricia me recuerdan a cómo me trataba a mí al principio de nuestra relación. Este fenómeno de sustitución asusta.

Percibo cierta aversión, ¿misoginia inoculada? Se diría que querría haberlo gestado y parido él, tener él las tetas y la leche. Ser La Madre. Lo que ama de mi capacidad reproductiva no es lo que yo soy sino lo que puede ser extraído de mí.

Está todo por hacer. Poner la reproducción en el centro de la economía generando con ello nuevas mentalidades. Empezar a compartir con urgencia la carga mental entre mujeres y hombres equitativamente. Desgañitarse en cada brecha contra la ingente masa de violencia simbólica contra las mujeres. Reventar el invento este de la pareja, y de la heterosexualidad  hegemónica. Está todo por hacer, y Atreyu ya crece. ¡Hay que darse prisa!

Queridos compañeros:

Nos estáis matando. Los hombres, como grupo social, a las mujeres, como ídem. Pero, ¡ojo!, si decimos que las fábricas contaminan los ríos, no estamos hablando de cada fábrica y cada río en cada momento. Que el paro esté bajando no significa que cada persona esté siendo contratada, ¿verdad? Ni hay un israelita ocupando la casa de cada familia palestina. Es decir, contamos con que hay hombres que ahora mismo no están matando a una mujer, pero eso no quita que, a la vista del recuento de cadáveres, el primer enunciado del párrafo tenga brutales y sangrantes condiciones de verdad.

La violencia machista existe como potencia en todos los aspectos de nuestra vida. Y es que, aparte de muerte, también recibimos de vuestras manos palizas, insultos, agresiones sexuales, desprecios, silenciamientos, tergiversaciones y una estruendosa avalancha de supuestas imágenes de nosotras que en realidad no lo son y sirven al propósito de ocultarnos. Además, la violencia de los hombres contra las mujeres arraiga en el ejercicio compartido de un conjunto de mentalidades y códigos sociales que se ocultan en nuestros usos y costumbres y la explican al tiempo que le dan pie.

Estamos hablando de un sistema de realidad, de normalización, de estructura. Se trata de la imposición de un régimen de vida común en que las mujeres (y los animales, y la naturaleza, y la infancia) se pretende que estén al servicio de los intereses de los hombres. Me dirás que te raya oír hablar del patriarcado, o que crees que es un mito. Te diré, entonces, que te pongas una peli cualquiera, escuches una canción corriente, mires qué expresa tu ropa y qué la suya la suya, pienses en la distribución en el espacio y las posturas de los hombres y las mujeres en los salones de las casas, los patios de los colegios, el transporte público, etc. Lo cierto y meridiano es que se espera de las mujeres que estén al servicio de los intereses (económicos, afectivos, sexuales) de los hombres. Y tal cual se nos representa. Y ese espacio se nos deja. Los centinelas que salvaguardan esta frontera patriarcal son el estado, las religiones, la justicia, los medios de comunicación y entretenimiento y otras multinacionales, de ahí que, como se puede ver, quienes están al frente de ellas sean, ay, los hombres.

(Mujeres poderosas que han sido admitidas al club de Los que Mandan y hombres desarrapados no son evidencias en contra de lo arriba dicho, sino que, en rigor, habríamos de explicar el tinglado más ampliamente en términos de clase, nacionalidad, afectividad, raza, credo y edad en intersección con el género) ¿Seguís ahí?

Pues continúo. A veces, es la voluntad de algunas de nosotras tratar este complejo, delicado y crucial tema con vosotros, compañeros. Por diversas razones, que suelen tener como base común el deseo de que el sistema que nos mata mute en uno que no nos mate. De ahí que os expliquemos pildorillas de primero de feminismo aquí y allá, y que cuando se producen os señalemos actitudes en que incurrís y que, creemos, contribuyen a silenciarnos o directamente animan a deshumanizarnos. Pero, ¡oh, decepción!, esto es lo que pasa cuando lo hacemos:

 

  • Espectro de respuestas 1: me resulta difícil de entender, porque yo no soy así, yo no hago eso.

¿Seguro? ¿No abrigas la creencia de que mi tiempo y los discursos te pertenezcan por derecho? ¿Entonces, si acabo de hablarte de mujeres muertas y de mis sentimientos heridos por el (micro)machismo que acabas de cometer, por qué tu respondes hablando de Ti? ¿Por qué haces caso omiso de los sujetos femeninos que he puesto sobre la mesa y lo que quieres que hagamos ahora es elogiarte? ¿Se ve claro? ¿Necesitas más pruebas?

Si de veras hubieras deconstruido por completo la andanada machista oculta tras tu frente y en tus fibras musculares (no conozco a nadie que lo haya conseguido del todo), entonces no dejarías de cuestionarte a ti mismo ni por un segundo, pues solo así habrías llegado a despatriarcalizarte previamente.

 

  • Espectro de respuestas 2: me ofende que me llames machista

Guau. De entrada, no te he llamado machista a ti, sino que he descrito una actitud tuya como tal. Sin la reflexión adecuada y actualizada, sin escucha activa a los grupos implicados, o por descuido, todas cometemos diariamente machismo, racismo, clasismo, adultismo, etc., porque ese es nuestro hábito mental y la sopa social en que flotamos, pero no necesariamente nos caracterizaríamos como tales (machistas, racistas, clasistas…) a menos que hagamos bandera de ello y nos revolquemos en contumacias (como tú ahora).

De salida: aquí hay alguien que clama haber sido injustamente tratada por otro. Responderla cuestionando su queja es, cuando menos, una estrategia para no afrontarla. Pero en una lectura más profunda, al no escucharla le estás quitando a esa persona la legitimidad y el espacio para expresar sus sentimientos, su vivencia, le estás diciendo que la aceptas solo si está callada y que por consiguiente no se puede pronunciar. Ole, una doble de machismo con mucha espuma. por favor.

No debes entender «machismo» como algo malo y ya está que tienes que evitar que te llamen y defenderte si lo hacen. No tienes ocho años y las monjas no te están pidiendo que seas tolerante en lugar de racista. Eres adulto, tienes capacidad para descifrar la intención del mensaje que oyes en el medio contextual en que se produce, además, eres corresponsable de la realidad que creamos entre todos cada día y le debes respeto al ser humano que tienes enfrente. Ofenderte, ponerte de morros, vengarte y no tratar de entender el fenómeno que la palabra simboliza denota un intelecto ciertamente estancado.  Si te lo he dicho es porque debo o quiero convivir contigo en algún espacio, y tú y yo necesitamos negociar nuestros comportamientos para que nadie dañe a nadie y el intercambio que hacemos sea beneficioso para todas las partes.

 

  • Espectro de respuestas 3: imprecaciones, fotopenes y otras delicias

Nos amenazáis con fantasías de violencia física (esas que, decía, se encuentran en potencia en todas partes, ahora serían verbalizadas) y/o os insultáis con alguna floritura que remita a nuestra disposición o no para el sexo (bollera, puta…) o o nuestra imagen corporal en contraposición a la que nos habéis intentado imponer (gorda, fea…) O sea, que lo que queda clarinete es que el lugar que habitamos en vuestro imaginario es estar al servicio de vuestros intereses eróticos. Y de paso que no tenéis argumentos.

 

Queremos y debemos convivir con vosotros en un mismo mundo, compañeros, hagámoslo con alegría y sin muertes de más. Google, Federici, Palenciano, talleres de feminismo para principiantes, todo está ahí fuera. Creemos en vosotros.

Me despido con amor del bueno desde la playa medusa,

*A*