Rasheed

Pálpito inmediato. Su forma de andar, como feliz, como bailando. Juguemos a fingir que podemos esperar, a ver si nos sale algo. Madre, ese perfil, esos ojos tan negros, de un lado a otro, esa risa tan niña. Yo trato de escucharlo pero me estremezco, siento de antemano el rodillo de jade de su piel en la mía. No llevo cuenta de la cerveza que nos contamos, de los cuentos que nos bebemos, de nada. Estoy entera para este flujo de deseo apenas velado por la conducta aparente. Darse la mano como con pulpos. Besarse en el metro, empaparse, volar. 

Debo obtener el beneplácito familiar y lo logro hablando de versos sufíes y espiritualidad mística. Por fin se marcha su primo a dormir y, con un rugido, Rasheed se abalanza sobre mi escote. Muerde y chupa como con hambre eterna, él no se esconde. Es una criatura tierna, un niño de uno noventa, animalillo lechal. Tengo puntos de sangre en las tetas, moratones, pero en aquel momento, con Rasheed absorbido por ellas, solo sentí placer, un placer inmenso, doloroso, pero porque era como querer agolpar en un cajón un mar entero. 

Casi como sorprendido, vergonzoso, me deja quitarle la ropa, acariciar su piel en flor de nuez moscada. Rasheed es suave y canela, dulce y tierra, y parece cerrar los ojos negrísimos para contenerse cabal, para no reventar de gusto. Hicimos el amor como bailando, como felices. Sin ideas ni transiciones, solo buceamos. Dentro de mí su cuerpo, el pálpito crece, se hace tambor, ya no oigo nada, y me corro como sin querer, sin registrarlo, toda yo solo soy vulva y zumo.

Me he dormido y me despierto con sus manos de avanzadilla que abren, revuelven, dilapidan el placer como en un bucle. Sin darme cuenta está dentro otra vez, pene de flor de macis, dice que se corre, se corre y lo recibo en un rezo místico, un sacramento, un matrimonio carnal profundo. Y así tres, cuatro veces, no importa cuántas, todo es tan puro. No caben números ni voces ni contornos ni nada que no sea piel, ternura, flujo.

Amamantar a Rasheed, ser adorada por él, que no se crea su suerte, Verle Desnudo en sentimiento y piel, cuidarle. Momentos atemporales, de breve eternidad, trascendencia absoluta, de redención, de arraigo.

Y ya mi piel es un libro tan abierto

Por las noches, para dormirse, Maureen se contaba el relato de les amantes que había habido. Día tras día, en el momento de encontrar la postura preferida para yacer y cerrar los ojos, se ponían en marcha como un automatismo esos momentos otros en que Maureen había rendido la mirada ante un avance grosero, dulcísimo, de placer soberano. Entonces, Maureen recordaba. A partir de un sudor, de un temblor, de una postura o de un verbo: la piel, voz de la víscera, contaba. Cada día un capítulo distinto, o a veces el mismo durante semanas. Podía narrarle un amor entero, desde el trabarse gozoso hasta el absurdo neumático del fin; o tan solo una tarde de pipas, una espalda borrosa, la filigrana en piedra de una boca insolente y roja. Cualquier detalle era susceptible de ser recuperado por el cuerpo parlante de Maureen. En realidad, todo había comenzado una tarde cuando comprendió, gracias al primer lápiz de crucigramas al que encontró desamparado en la ensaladera, que la memoria era carne, que su cerebro era cuerpo, y que la mente se le estaba empezando a desvanecer junto al grosor de su pelo, su vigor muscular, su estatura, su porte y su poder adquisitivo. A partir de ahí, decidió emprender un viaje heroico hacia la caricia postrera, aquella electricidad de piel cuya sombra la llevaba sobrevolando demasiado tiempo: ¿acaso habría una más? ¿Sería tocada? ¿Sería vista, oída, olfateada, contenida, habitada, desparramada, bebida? O no sería, se dijo Maureen, pero ya no importaba. La victoria está hecha de tiempo y de palabra. Y ya mi piel es un libro tan abierto.

Tres fotos de tinder y muchos audios de guasap

…como no he estado nunca en tu olor
tu voz me huele caliente
a pan y a sopa
a barniz oscuro, a raíz profunda
me hueles a madriguera de gnomos,
de conejos.
…sé de ti que hablas el idioma verde estricto
de la lluvia en bosque
y que tu arte
son las esporas marciales del helecho.
Mira,
si te me dejas llover,
te vuelvo barro suculento
ese que modela las figuras
que dan carne
a los cuentos que nos calman en la noche
(via guasap).
Hoy
tengo una cita con el sol para decirle
que no te dore más la piel
que me la deje
que te quiero abrazar la cara toda
con ojos, dedos
y que te quiero abrir de labio poco a poco
y que me cuentes
cómo se declina la pandemia
en el núcleo de una oración desconocida
de (d)olor a limo, a hogaza, a setas.

Madera metal piel voz

Os cuento que persigo el momento breve eterno

paredes de barro amasadas derretidas agua

en que desplegaremos, por fin

nuestra soberana humanidad liberta en gozo.

Gloria fastuosa de un frágil, raro

equilibrio de carne en dilatación y verbo en labio.

Vente ya pa cá, platero.

Exuberancia animal en el olfato

deshilvanar cuerdas, petar las jaulas

escribirte en código libidinal abierto.

Trabajar la materia con manos en imán

de amor humano que reza y suda

reunir las piezas que se pueden ensamblar

así (manos en bollo).

Funde, licúa, forma, continúa.

Ven con herramientas que tallan y no cortan

la voz es creación efímera de la saliva cincel.

Como te escucho y huelo, tu savia ya está en mi cuerpo.

Y me calma saber que mi voz-baba se te adentra.

Ábreme, por dios, ese impúdico labio inferior tuyo.

Encía en flor arropas con el alma de un tabaco.

Sabes a todo.

Ahora es cosa de subir la intensidad de la conciencia,

dilatar en abundancia el taller de los sentidos

para percibir el metal y la piel que hacen tu boca.

Hazme un amor de madera, carpintero,

esculpe para mí un lápiz

con esas manos

si es que dejo algo más que gotas en las comisuras

cuando te las pille por banda

y me las coma.

Ese y yo

Y si lo único que me sale es el deseo

deseo labios en labios en labios

perfilar contornos temblorosos de pasión

y rendir después todo lo rotundo, derramado.

deseo buceo húmedo, sacral

olores crudos de tierra, espuma de marea, firma de un cuerpo

deseo sudor salado, pelos que encrespan, latidos sordos de tambor

cubrir mis venas desnudas con un abrigo de piel.

La de ese.

Hoy, si es posible.

No es adecuado, lo sé.

Porque es caer en el amor romántico.

Porque piensa en ti y quiérete a ti.

Porque la única relación es la de contigo.

Porque es feo y joven y raro y lo asustarías.

Porque no toca.

Pues así será.

Me lo creeré porque no me queda otra.

Porque ese no viene.

Pero, entonces, amenazo: me moriré de frío acurrucada

sobre una piedra

hueso en el hueso

y gritaré patética y ronca:

a mi me habían dicho

que piel.

por eso vine.