Conceptualizar es politizar, que diría Amorós.
El mundo está fatal; el tío es violento porque la sociedad lo ha hecho así; el individualismo es un problema social de primer orden; la sociedad nos hace creer que estamos gordas; qué mal me trata la vida…
Mmm… ¿son el mundo, la sociedad y la vida así en abstracto que tienen culpa de nuestros males? ¿Y si apuntásemos más bien a la cultura en que vivimos y al sistema económico que la genera, lograremos así comenzar a transformarmos? La vida y el mundo son como son, no hay otra. La sociedad no es nada en concreto. Pero cultura y sistema… ay, amiga, ahí sí que podemos cambiar cosas cuando empezamos a verlos, sus engranajes, su fecha de inicio, sus vergüenzas… su caducidad.
La vida: lo que late, lo que palpita, lo que resuena en el cuerpo como cierto. Lo que conecta con otros organismos y fluye entre ellos. Su contrario es la violencia, no la muerte. La muerte es otra forma de la vida (cíclica), que gracias a ella posee una enorme capacidad de regeneración.
El cuerpo: la materia animada por pulsiones. El cuerpo es una forma más de la vida. Su principal fortadebilidad es que es vulnerable.
El mundo: el planeta, el entorno vivo, vibrante y diverso y todas las contradicciones que contiene, brechas de energía y materia en las que se genera y destruye a sí mismo.
La sociedad: un montón de cuerpos que conviven. Solo eso. Puede estar dominada por un sector de personas poderosas que la abduzcan y confundan para que tome una dirección autodestructiva. Pero puede también liberarse del yugo y trabajar por su propio beneficio, que es la integridad de sus miembros, comenzando por los que son más vulnerables.
La cultura: el discurso hegemónico, formado por (a) la ideología que gobierna una sociedad y (b) los diálogos que distintas subjetividades entablan con ella (y logran ser escuchados). En el centro del mensaje, como programación compartida, la cultura sirve para mantener cuerpos y mentes atados a las actividades que el sistema necesita para reproducirse. Es la mentalidad que todo el mundo tiene, y que se afianza a través de medios de difusión y propaganda, instituciones de poder, estereotipos, categorías, etc. En los márgenes del discurso fuerte, la cultura recoge el cuestionamiento o la reverberación en voces (por medio del arte, el activismo, la enfermedad mental o cualquier otro esfuerzo de resistencia entre ella). Como fenómeno de proliferación, cultivo latente de la vida humana, no es en sí negativa, a menos que el sistema que la genera esté basado en desigualdad, explotación, dominio; en tal caso, hay que desconfiar de ella, puesto que no estará orientada sino a reproducir la violencia, en lugar de la convivencia y la vida.
El sistema: modo de organización de una sociedad en torno a lo económico que produce una cierta cultura a su imagen y semejanza para su justificación y pervivencia.
En resumen, la vida ni está cara, ni es dura ni es ningún sueño. Tampoco trae cosas, ni se la busca una, aunque sí se puede llegar a perder. La vida fluye, se expande y se reproduce. Luego, el mundo no es que se haya vuelto loco: el mundo es un ente vivo que está siendo agredido por una especie concreta organizada en un sistema violento. Los locos son otros. La sociedad, por su parte, no tiene culpa de nada. La sociedad es lo colectivo, es cualquier cosa, es lo que hagamos modelando barro entre muchas manos a la obra en comunidad.
Es el sistema lo que es duro, lo que está caro, lo que es violento. Y la actual cultura sexista, racista y adultista es su hija y aliada. Propongo aclarar términos en la cháchara del día a día, no andar culpando a quien es inocente sino echarle los índices a los fenómenos realmente culposos con sus nombres y apellidos. Para mí, el camino es sospechar siempre de la(s) cultura(s), tejer discursos y caldos sociales que cuestionen incesantemente lo vigente, sobre todo cuando esto consiste en un sinfín de atropellos a las partes más blanditas de los cuerpos: las pulsiones valientes, las dulces crías, esos vientres que nos tiemblan, porque añoran el placer de no estar solos.