El museo de los cuidados I

Sean bienvenidas y bienvenidos al museo de los cuidados. Ya se habrán dado cuenta de que en nuestro museo, las paredes no son blancas ni de colores pastel. De hecho es que el blanco nuclear aparece solo en la exposición temporal que pueden visitar en nuestro sótano, llamada «artefactos industriales de ¿cuidado?». Allí se han expuesto antigüedades como pañales/dodotis, pañuelos desechables/clínex, compresas, tampones/tampax, toallitas húmedas, chupetes, papel higiénico, crema de cuerpo/body butter y otras reliquias de la era postindustrial que, gracias a las elaboradas condiciones ambientales del museo, todavía conservan intacta su carga de colorantes y olores químicos para poder ser percibidos por nuestras/os visitantes. Al ser la exposición de tipo multimedia y multisensorial, como todas las salas del museo, allí podrán sentir en un simulador cómo la lejía del tampón es absorbida por las membranas de su vagina inflamada y menstruante, o la sensación de llevar sus genitales envueltos en plástico y orines durante años, los más tiernos de su vida. Al final de la exposición temporal, se exhibe una colección de fotografías de la artista María José Garrocha, en la que los detritus del cuidado corporal posindustrial irrumpen en paisajes del urbano decadente. Una compresa de plástico sangrada entre jeringuillas a punto de ser atropellada por un tren de cercanías en la periferia es una de mis imágenes favoritas.

Y bien, lo primero que les llamará la atención del museo, como decía, es que las paredes de las salas de la exposición permanente lucen colores atípicos y fluctuantes como rosados, rojos, varios castaños, el lila, incluso, anaranjados, tonalidades de piel, de tierra, de pulpas de la fruta. Hay incluso amarillos en varios grados, desde el suave amarillo ictericia al amarillo intenso pis del amanecer. Y un abanico de grises: gris resaca, el gris plata de la cana y el opaco gris deberes, entre otros muchos. Les recomendamos que durante su visita mantengan sus sentidos a resguardo y, para no perderse, se sumerjan solamente en las experiencias que consideren asequibles para su condición física actual. Este museo no es apto para escrupulosos, cobardes ni posthumanos.

Comenzamos nuestra visita en el primer piso. Aquí se reflejan todos los cuidados que tienen que ver con la infancia y el hogar. Su piel reconocerá enseguida el aumento de la temperatura ambiente. No se priven y prueben de las distintas tetas dispuestas en el corredor de la derecha y que les transportarán al mundo de la fusión total con lo madre mientras van incorporando nuevos sabores a su paladar. Envuélvanse en las muselinas y déjense fajar por un rato. Si están preparados para una experiencia radical, sean porteados en fular y arrastrados en los carros gigantes del fondo de la sala. La cola comienza aquí. Esta otra cola es para el simulador de caricias. Con distintos artefactos de terciopelo y peluche en fibras naturales hemos conseguido reproducir las sensaciones corporales que siguen a una caricia humana auténtica. Al final de la sala, si se ponen los auriculares, escucharán diferentes sonidos como una genuina cena de nochebuena (quédense hasta el final si gustan de sensaciones límite), las insistencias de una madre que no quiere que su retoño pase frío, etc. En diferentes puntos pueden degustar platos diversos, meriendas y desayunos. También se les hará poner calcetinitos, bufandas y lavarse los dientes y las orejas, quedan avisadas/os.

La visita continúa en el segundo piso. Permítanme una pausa para beber un poco de agua.

Regazo

A Isa, hoy

 

Un regazo que comprende a dos

es como tierra que juega a ser mar,

espuma ligera de tierra

crema lunar.

Amamos torpes dale que dale buscando siempre el abrazo original,

no lo encontramos

no, no servimos

no somos ella, ella no es ella:

la fórmula siempre falla.

Cada relación muerta es una madre muerta,

una silueta,

otra madre que no será.

Otra hija dejada a la intemperie.

 

Pero esta luna

la luna nueva de verano rememora

viste de carne narrativa al hueso que quedó

hidrata y reconstituye la forma difusa de los restos.

Hoy, coloco y enciendo una vela a cada amor que he sepultado

a cada escorzo de abrazo materno frustraído.

Reproduzco escenas rescatadas; las escucho, esas canciones; me pongo allí.

Porque he matado, reconozco, olvidando tanto.

Porque a las personas, coño, hay que cuidarlas.

Porque algún día arderá un fuego alegre en la campiña

lejos, lejos, de nuestra herida primigenia. Y nos dará a chorros una luz vivificante en espiral.

Contener en el regazo a alguien: darle limites, sentido, piel.

Salvarlo de la espeluznante indefinición de lo monstruoso.

Se hace lo que se puede, monedita de plata

perdida a su suerte en una cacharrería continental.

 

 

(Foto en https://www.pinterest.cl/pin/469711436130645160/)

Rebeca en desmadre

Rebeca surge de una madre rebanada que le dice, según nace, que ahora debe ser buena para quedar bien con la familia. Ante todo, siempre, quedemos bien. Para presentársela a la abuela en el paridero, a Rebeca le tapan con coloretes y pote los chorretones y rojeces del parto. Y así crece, Rebeca, lanzada a la fría estepa con un manto de pintura blanca (para exteriores y techos) como su única prenda de abrigo. Ay, qué vida la de Rebeca desmadrada. Cuánto dolor-amasijo macerado en silencio y aullido ventral. Gallinejas laceradas, niña sacrificada en el altar de la clase. Chiquilla linda, cabra loca, siempre leyendo, pasando páginas-andén, sumerge en ellas la cabeza por si llega un tren que la saque de esta vida de humana miseria, y tecnológica gloria.

La infancia de Rebeca huele a gasolinera, a nuevo y a freidora enfriando. Y suena como chisporroteo de tacones en el asfalto-condena de un pedorro madrid gris.

Cuando Rebeca puede, se va de casa. Cuando le alcanza, se va de españa. Buscarendijas. Revientacentros. El caso, ante todo, es irse, y no quedarse, ni bien ni mal, movimiento iterativo de fuga en cada gesto, en el backstage de cada idea, de cada beso, de cada caña y pasión. El desmadre, siempre, como único atanor, u horno de alquimia.

Pasan los años de a poco, y Rebeca pues… va y se enmadra. El desdesmadre que trae el maternar se vuelve (se tiene que volver) tierra de arraigo para ella, para criatura, para todo lo que tiene que ser levantado en un suelo hostil si se quieren sostener, proteger, las v(ulnerab)i(li)da(de)s. Rebeca busca afanosa y va juntando cuentas, cualquier materia vale,  para el telar en que ir paciente y trabajosamente elaborando un enmadrarse desde lo que había sido cruda y vilmente desmadrado de raíz. El tapiz no cubrirá las siete leguas que le quedan, pero Rebeca sana, culito de rana, ya va sanando.