Taller de gozo de vivir – por una personita de un año

La chiquillería es a la humanidad lo que la poesía al idioma: es imprevisible, rompe reglas, poca gente la entiende y casi nadie tiene tiempo para ella.

Aquí, una vibrante y dulce criatura que ya tiene un año, nos propone unas actividades para que aprendamos a vivir un poco más como personitas (y un poco menos como ratas de laboratorio neoliberal). Solo con ser leídas, ya pueden tener el efecto de rejuvenecernos el alma y arrugar el contrato diabólico que nos obligaron a firmar.

– Siéntete obligada a bailar cada vez que oyes ritmo, y baila

– Explora a placer cada nuevo territorio en que te encuentres, sin vergüenza alguna

– Relaciónate con (casi) todo el mundo desde la creencia de que quieren lo mejor para tu integridad y equilibrio

– Mira bien fijo el dedo que señala, en lugar de lo señalado…

– Registra todos gestos y hasta los mínimos cambios de expresión de las personas más queridas

– Chilla con ganas cuando te alivia

– Ríe y llora con todo el cuerpo

– Estudia bien lo que comes antes de engullir

– Componte una canción propia especial para hacer de vientre

– Métele a la gente los dedos en el ombligo impunemente

– Exige compañía y juego a gritos. ¡Que no te procrastinen!

¿Perdón por existir?

Se ha colado en nuestras relaciones intimas y sociales, está por todas partes, en todos los medios por los que nos comunicamos, todos los días, a cada rato. ¿Cuándo hemos empezado a usar tan a menudo esta palabra tan chunga? Perdón. Perdón. Coño, qué fea es.

‘Perdón’ es una de esas palabras con mucha carga performativa, es decir, con el poder de cambiar la realidad al ser pronunciada. Es una palabra-tótem, una verdadera institución moral. Siempre he pensado, sin embargo, que tiene algo de litúrgico, de guión social y, por tanto, de falso.

Sí, la cagamos y luego decimos «perdón», pero ¿ya vale? O mejor: ¿para qué vale? ¿Recordáis que hasta nos obligaban a decirlo de niñås cuando nos peleábamos con otrå niñå o hacíamos algo «»mal»»? ¿Y si su valor no reside en el arrepentimiento sincero, puesto que entonces no se dirigiría desde fuera tan alegremente, en qué consiste el dichoso «perdón»?

El origen de la palabra tiene que ver con solicitar de un acreedor que le perdone a uno la deuda que ha contraido, preumiblemente por no poder pagarla. Sería algo asi como «condonar», y se forma a través de la locución «per donare», algo así como «dar definitivamente» o «dar del todo», a fondo perdido.

Tenemos, pues, una palabra-fórmula que se usa cuando queremos que la persona que nos escucha nos condone la deuda que le debemos. ¿Pero qué deuda es esa?

Si pedimos perdón por hacer esperar a alguien, bien, ahí hay que asumir una posición de humildad en pos de la convivencia y el respeto, entiendo yo, pero si nos observamos durante unos días, veremos que pedimos perdón por muchas otras razones en que quizás no sea tan fácil reconstruir «lo adeudado». Por ejemplo, no coger el teléfono o no responder mensajes inmediatamente, expresarnos en chats y grupos, no «poder» hacer cosas por terceras personas, estar, o no estar…

Nos disculpamos tanto (ojo con esta palabrita también), que se diría que en vez de relaciones afectivas basadas en la cooperación y el respeto tenemos un entramado de deudas, culpas y expectativas inasumibles sobre el tiempo y las posibilidades reales de acción que se nos  dejan en la vida.

Como resultado, nos pasamos el día oyendo y leyendo de nuestrås allegadås y conocidås que no les tengamos en cuenta que no hayan hecho lo que se esperaba de ellås. Pero, ¿qué se esperaba? ¿Quién lo había decidido? ¿Era realista? Por otro lado, soportamos cientos de agresiones normalizadas por las que nadie nunca nos pide perdón: la omnipresente publicidad, los discursos racistas, el sexismo contra la infancia, etc.

Esto va tomando cara: o sea, hay un paradigma de relación reinante (de ma/padre, de hermanå, de amigå, de compañerå activista, de participante en un grupo…) que está socialmente aceptado pero que generalmente sentimos que no logramos alcanzar, de ahí que humildemente pidamos todo el tiempo que, aun así, nos quieran un poquito y no nos dejen de lado. Qué fatiga.

Propongo un poquito de empoderamiento para el fin de semana, en tres sabores distintos. Por un lado, el empoderamiento lingüístico: apuntemos las veces en que decimos «perdón» o «lo siento» durante unos días y pensemos con qué «deuda» queríamos que nos hiciesen la vista gorda en cada caso.  ¿Qué estereotipos de relación  encontramos? ¿Pueden rastrearse, de dónde vienen? ¿Y si hablamos con la otra persona y tratamos de establecer una relación genuina, nuestra, tejida con tiras de pijama viejo, sin expectativas ajenas que nos pican y molestan?

Tras el análisis, el ejercicio práctico: se propone usar «gracias» por lo que nos dan en lugar de «perdón» por lo que nos tomamos. O quizás, si de verdad herimos, sería mejor hablar de nuestros sentimientos en lugar de usar frías fórmulas jurídicas romanas. Por ejemplo: me duele haberte hecho daño.

Después, el empoderamiento moral. ¿Por qué sentirme mal por realidades que escapan a mi control? ¿Por qué engañarme y engañar sobre mis posibilidades auténticas de manipulación del entorno? ¿Y no será que si me disculpo por mis circunstancias estoy de algún modo privatizando la culpa cuando, probablemente, la causa sea colectiva y solo se convierte en culpa cuando (me) intento convencer de que dependen de mí?

(Interesante pensar, desde este punto de vista, cómo la doctrina católica construye la moral de esclavås  -justo en la zona cero de la dignidad humana- a través de este resorte del perdón que debe ser otorgado, previa penitencia, por un magnánimo acreedor a toda aquella criatura que ose existir en sus dominios.)

Personita ya baila, anda, explora e interactúa constantemente. Por eso, yo ya no tengo tiempo para casi nada más que no sea acogerla, cuidarla, cuidarnos. Adiós a internet, telarañas en los emails, descuido a las amistades que estan lejos, tantos proyectos. Pero será solo un tiempo, pronto cambiarán las cosas. Tras una primera etapa de sentirme mal por estar presente para Atreyu pero ausente para el resto del mundo, he comprendido que no debo absorber en forma de responsabilidad y derrota lo que no es sino consecuencia natural  del decurso del proyecto-cría y no hay que sentirse mal por ello. Con un bebé de en torno al año, en mi experiencia, no se puede materialmente hacer muchas de las cosas que hoy día consideramos esperables e incluso imprescindibles respecto a la interconexión social. Y es que también tiene que saberse, para que no lo tengamos que llevar (también) a cuestas y sin ayuda.

Y… ya despertó. El punto y final es un privilegio

 

 

El tiempo de Atreyu

IMG_0393El tiempo de Atreyu es el tiempo de los niños y de la poesía.

Es necesidad limpia de conexión. Sin ruido. Shhh. Con piel.

Es el estallido final de lo semántico en mil piezas que significan más allá de lo que puede ser comprendido.

Yo, que te paro y te cuido, soy la máxima expresión de estar. Tú, hijo mío, con tus urgencias, eres la total y ardiente expresión de ser. Juntos formamos el conflicto conceptual más antiguo. Está escrito en nuestros cuerpos, que son cuerpos comunicantes y líquidos. Somos un dique abierto de verdad majestuosa.

Yo, texto manchado de gasolina y vino, transmuto en una redención de leche que cuidaré con apoyo de la poesía (guardiana sobria de nuestra carne pulsátil frente a la industria feroz).

Yo escribo para ti, Atreyu, y a tu través, para asegurarme de que siga habiendo algo por lo que la vida merezca ser vivida, para asegurarme de que sigues latiendo todavía.

Florilegio estival de abuelaje

Estas vacaciones la personita ha pasado tiempo con sus abuelas/o de ambos lados del mar. Como ya comentaba en Abuelaje, hay algo que no funciona, hay algo que no va bien. Más allá de que, afortunadamente, las tendencias en la crianza se hayan modificado desde los años ochenta a esta parte, una extraña violencia se extiende impune y campante que, creo, tiene que ser combatida.

Y es que así tratan muchas/os abuelas/os en estas culturas de dios a las tiernas personitas nuestras. A continuación, un breve florilegio literal de las perlas que hemos oído este verano, dirigidas a una criatura de seis meses:

 

  • Insultos:  quejica, pesada, insoportable… 
  • Difamaciones: tiene mamitis/ está enmadrada/ nos está vacilando, eso es una mariconada de tos…
  • Amenazas: si lloras porque se va tu madre, te pego una paliza, ya verás/ no te muevas, que me enfado…
  • Presión: ¡otra vez te has cagado!/ lo estás poniendo todo perdido/ sonríe, que estás más guapa/ ¡otra sonrisita para la (enésima) foto!…
  • Mentiras: el señor del bar nos va a echar si lloriqueas/ tómate la medicina, está muy dulce (¡no la has probado, tía!)…
  • Chantaje emocional: una cucharadita por la abuelita…/ ¡vente conmigo ya, deja a tu madre que desayune!
  • Egocentrismo: pero por qué lloras, si no te estoy regañando/ ¡a esta criatura no le pasa nada!
  • Campaña antilactancia materna: este niño quiere agua/quiere dormir/tiene gases/, ¡no puede ser que quiera teta otra vez!…

 

¿Que exagero etiquetando de agresiones lo que son el paisaje, la normalidad? ¿Que nuestra generación se ha criado así y no nos ha pasado nada? (¿Seguro que no nos ha pasado nada?)

Yo creo que más bien somos todas y todos, en sociedad, naturalizando actitudes violentas contra las criaturas, quienes exageramos. Curiosamente sin toda esta negatividad, desde el respeto a la integridad, el humor y el cariño también se puede criar.

¿Por qué lo hacen así? ¿Por qué me tiene que parecer adecuado?

Como los mandatos de género, las estructuras y las instituciones de poder se imponen, también, desde la cuna. Pero, en este caso, se van a encontrar con resistencia.

Para qué sirve un bebé

Para cuidarlo, claro.

Para amarlo, contenerlo y apoyarlo en la medida de lo posible, y facilitarle las condiciones que necesita para ser y estar a su modo en el mundo.

Para aprender una misma a ver con ojos cristalinos, a relenguar y activar el poder del pensamiento, a percibir desde una piel fresca.

Pero también sirve para otra cosa.

Para hacer estudios de género.

Si interactúas socialmente llevando un bebé podrás observar:

  • Cuáles son las relaciones de poder entre la gente con la que interactuáis y entre tú y ellas: quién se siente con derecho a coger el bebé y «distribuirlo», quién te pide permiso para cogerlo y cómo, etc.

 

  • Cómo trata cada cual al bebé (qué apelativos usa, qué le dice, cómo reacciona al posible «rechazo») y si se intenta condicionarlo, ponerlo a hacer o demostrar algo (ejercer poder sobre él).

 

  • Cuáles son las relaciones de cada cual con los mandatos de su género, en algún punto entre el estereotipo de hombres que hacen como si no hubieran visto al bichillo aunque les esté prácticamente tirando de las gafas y mujeres que se ponen a dar saltitos de alegría y anunciar su muerte inminente de amor en voz muy aguda.

 

  • Cómo interpreta cada cual los murmullos, quejidos o llantos de la criatura: si le achacan siempre hambre, gases, cansancio o frío (solemos tener un motivo recurrente); si reaccionan devolviéndotela o tratan de hacerse cargo de la necesidad del momento, etc.

 

(Criar a la personita con los ojos bien abiertos es sacarse un puto doctorado cumlaude en la famosa universidad de la vida. Esto es muy divertido e interesante. Yo estoy más combativa, militante, más lectora y textadora, más consciente, brutal y honesta desde que el bebé nació. No tiene por qué ser así para todo el mundo, entiendo, pero es importante desafiar la condena de pañales sucios, llantos desesperados y aburrimiento monosilábico que se pinta habitualmente para el puerperio contemporáneo.)

Mam mom ma mamá

—dice la personita.

Y expresa.

Cosas que ella, como Cuerpa chiquitita, tiene que decir.

Necesito, significa quizás: una mirada que me contenga, en la que retozar, alimento que me nutra, algúun cambio que me mantenga sana, sueño para evadirme. O tal vez esté diciendo «soy», o «estoy», u «hola». La criatura utiliza una lengua tan veraz y certera que no hay gramática que la anquilose y su interpretación depende al cien por cien del contexto en que se usa.

Pero las mentes adultas entienden otra cosa. Y le responden que mamá esto o que mamá lo otro. O si es mamá se emociona y le agradece emocionada que la nombre. Que la mire con la lengua, que le dé existencia separada y prioritaria. Cuando según la psiquiatría, durante el puerperio es tanta tanta la entidad de la mamá para el bebé, que ni siquiera la considera una existencia separada. Creen que somos el mismo cuerpo, la misma cosa. Una diada de contornos claros y cerco luminoso frente al magma viscoso y oscuro de todo y todos los demás.

Mam am mo mo ma.

Traducimos como nos interesa. Siempre, en todo lugar y situación. Las orejas se acaracolan en un sesgo personal que no coincide con el mohín de la boca ajena: el tímpano es un himen desgarrado. Traducir, como escuchar, equivale a hablar. A expresar el contenido de tu masa visceral. En un voluntariado con criaturas custodiadas, he visto a más de una emocionarse porque una bebita las llamaba «mamá». Pero «mamá» significaba, sobre todo en aquel contexto,  «(cualquier) persona grande que está por aquí, cubre (más o menos) mis necesidades y con la que tengo que negociar para alcanzar mis fines».

Pero aquellas mujeres decidían dedicarse una precaria fantasía de sí mismas como criantes, rasgarse a la medida del mandato social.

La mirada, también la que escribe posts, es siempre un vidrio, tiene aristas a traición y hace de nuestras entrañas materia de charcutería. La mirada coloniza y no puede ser de otra forma. La mirada sería el proyecto imperial de la metrópolis, y la lengua el ejército que lleva a cabo la barbarie en tierra ignota.

Si queremos vivir emancipadas, mejor no mirar/ser miradas ni tampoco decir/leer. Mejor solo ser. Sernos solas y con otras. Fluir enroscadas. Acurrucarnos. Y aprender de las criaturas y su lengua revelada. Que se habla con todo el cuerpo, y que si la escuchas, te interpela, te funde, te dice (a ti y de ti). Magia. Ma.

Mam mom ma mamá.

El padre de la criatura

La pareja heteropatriarcal es una puta mierda.

Dudo de sus posibilidades reales de funcionar, de producir alianzas fértiles desde dos subjetividades que salen íntegras e indemnes del acuerdo. De generar un entorno de cuidado mutuo y distribución equitativa de las tareas del día a día.

En el nudo de narrativas de desigualdad y opresión en el que se forja y que nos constituyen íntimamente, no hay esperanza.

Yo desde luego no conozco a ninguna pareja con criaturas que no tenga problemas a la hora de gestionar los trabajos de cuidados. Se espera más de nosotras. Se nos valora menos. Y esto ya cansa.

Quizás, con mucho esfuerzo de ambas partes, sea posible relacionarse como compañera y compañero en igualdad para pasarlo bien, viajar, crecer, incluso vivir juntos. ¿Pero cómo conseguirlo cuando la mapaternidad entran en juego, si los discursos e instituciones sociales, si el contenido de las capas más profundas de nuestra construcción identitaria de género se afianzan frontalmente en contra de la igualdad?

Por ejemplo, cuando se consolida simbólicamente el matrimonio burgués, se decide desde lo masculino, lo hegemónico, que el cuidado de la prole va en el pack junto a ocuparse de la casa y la cocina. Lo damos por hecho. Pero un momento… ¿cómo coño tiene una la casa limpia y organizada con un bebé demandante de tiempo y cuerpo? No se puede. Ni hay por qué, en realidad.

Pero el padre de la criatura se nos pone pasivoagresivo si el piso está sin recoger cuando vuelve de su empleo cada tarde. Piensa que yo podría haberlo arreglado, puesto que tenía el tiempo de hacerlo. Lo que no sabe ni parece interesarle es que aunque en la baja, tiempo hay, no se es dueña de él, porque apremian y se imponen las necesidades de la personita. La mitad de los pensamientos de hacer otras cosas que tengo sencillamente se desvanecen. Lo que él no sabe ni parece interesarle es cómo me encuentro, orgullosa de haber soltado lastre y exigencias de limpieza y eficacia, feliz holgando en largas horas de lactancia y juego, que son mi trabajo real y por lo que estoy cobrando un sueldo del estado.

Cuando ha terminado su jornada laboral pero la mía se extiende, el padre de la criatura me sobrecarga con más tiempo de bebé del que yo habría esperado. Dice que es porque yo tengo teta y eso calma a la cría de forma que otra persona no puede igualar. No lo dudo, pero yo necesitaría que viese más allá, la necesidad que tiene de ser creativo y suplir esa «carencia» cantando, jugando, lo que sea, para que yo tenga un tiempo diario para mí, y que este no sea una conquista, producto de una lucha: que él lo vea tan necesario como yo por la salud de todos y por justicia.

No estamos bien desde que la personita vive. Habría esperado de él cierta reverencia, admiración, ante lo grandioso de mi cuerpo y sus potencias de latido y leche. Habría necesitado más cuidado, más amor. Aunque fuera la mitad de lo que le profesa al bebé. Cómo la mira, le habla, la mima, las zalemas con que la acaricia me recuerdan a cómo me trataba a mí al principio de nuestra relación. Este fenómeno de sustitución asusta.

Percibo cierta aversión, ¿misoginia inoculada? Se diría que querría haberlo gestado y parido él, tener él las tetas y la leche. Ser La Madre. Lo que ama de mi capacidad reproductiva no es lo que yo soy sino lo que puede ser extraído de mí.

Está todo por hacer. Poner la reproducción en el centro de la economía generando con ello nuevas mentalidades. Empezar a compartir con urgencia la carga mental entre mujeres y hombres equitativamente. Desgañitarse en cada brecha contra la ingente masa de violencia simbólica contra las mujeres. Reventar el invento este de la pareja, y de la heterosexualidad  hegemónica. Está todo por hacer, y Atreyu ya crece. ¡Hay que darse prisa!

Cosas que he aprendido en los primeros meses de la personita

 

  • Para criar hacen falta un trapo o fular elástico, alguna ropilla usada, un aceite orgánico que tengas, tijeras de uñas de bebé y un montón de pañales. (Y biberones y leche si es el caso.) Nada más. Aparte de tiempo (¡una baja de mapaternidad en condiciones!), cuerpo y más gente ayudando alrededor.

(Cunas, cucos, nidos, moiseses, mochilas, carritos, parques, gimnasios, chupetes, portachupetes, trapitos, toquillas, sillitas, sonajeros, mordedores, toallitas bordadas, peluches, sabanitas, cremas, aceites de bebé, walki-talkies, ropa y sujetadores de lactancia… todo márquetin. Nada es necesario a priori ni cargarse de estas cosas ayuda, solo agobia. No debíamos tener listas de ajuares ni comprar nada antes de la llegada del bebé, solo hacernos con cosas cuando por lo que sea se ve que alguna hace falta.)

  • Que después de parir  o criando un bebé chiquitito te vengan a ver y te traigan bodis pijos y juguetes caros sobra. Regalos que sí harían ilusión: masajes, vales por una limpieza de la casa, bolsas de la compra llenas…

 

  • Los bebés quieren (me atrevo a decir que necesitan) estar EN personas. No en cosas, no en cajas, en personas. (Y no necesariamente en la madre/cuidadora 1, eso solo cuando están muy cansados o nerviosos.)

 

  • Los bebés quieren/necesitan hacer lo que hacen las personas grandes y eso incluye querer coger lo que tenemos en las manos. Es lógico, tienen que imitarnos para crecer en sociedad. Sigue siendo molesto, a veces, pero mucho menos si no te lo tomas como algo personal y lo comprendes

 

  • La personita hace las cosas que hace (revolcarse, balbucear, agarrar…) porque puede. Y cuanto más puede, más hace. No hay intención, repito, hace cosas porque puede hacerlas. Mmm, ¿a qué me recuerda esto?

 

  • Juegan con cucharas de palo, camisetas usadas y envoltorios de plástico. No con esos juguetes tan caros y brillantes que te han traído las visitas

 

  • Los bebés no son criaturas gritonas, hediondas e incomprensibles envueltas en telas y metidas en cajas. Son cuerpecitos dulces y calientes que se acurrucan contra el tuyo

 

  • Huelen muy rico. No a la colonia de bebés.

 

  • Eso sí, desde el día 0 también roncan, les huelen los pies, eructan como si llevaran dos cervezas de lata seguidas, pero…

 

  • …hasta que no empiezan a comer normal, ¡las heces no huelen nada!

 

  • Mucha gente (y quiero decir mucha, incluyendo espontáneos callejeros, prepúberes y fuerzas de seguridad del estado) considera que tu trabajo como criante, por el que te paga un gobierno escandinavo durante doce meses, ha de ser sometido al escrutinio público. Por eso oyes comentarios de todo signo sobre crianza emitidos por cualquiera, desde quien ha criado hace décadas a quien no ha criado nunca ni lo va a hacer. Es cuestión de días ya que me ponga yo a hacerles comentarios sobre cómo deben desenvolverse en su empleo… ¿o es que acaso lo que se espera de mí es asumir que como mujer puedo ser cuestionada y punto?

 

Ni soy «madre» ni «tengo» hijos

Baby-sitter Nanny Children EducatorDesde hace unos meses, vivo con una personita. Es un humano pequeño, todo cuerpo caliente y emocionalidad. Quise hacerla y que pasara a través de mi cuerpa, y fue posible (como podría haberlo sido de muchas otras formas) gracias a la química y al discurso de dos físicas, la mía y la de J, que se relacionan en positivo. Por convención de esta sociedad, a bebé le vamos a proveer de ciertos bienes y a protegerla hasta que tenga una edad determinada. Eso no es «tenerla», es ser responsable temporal y agente de su vulnerabilidad. En cuanto sepa que tiene un nombre, pueda moverse e irse diciendo, vaya si se tendrá a si mismo el angelito.

Cachorro se nutre de mi cuerpa, no solo como alimento, sino también en lo emocional (ante una experiencia nueva me mira con ojos muy grandes y si río, ríe; y si me ve preocupada, llora), el movimiento, la temperatura, los estímulos, etc. Es chiquitita, está por terminar y no le corresponde aún estar ni ser sola. El continuo entre nosotras tiene que ver con el apego material de su procedencia y su necesidad. Yo, en mi posición, podría ser sustituida por otra persona que diese calor y nutriera en lo vital para que bebé siga viva y crezca sana.

De ahí que yo sea quien la cría, pero no sea su madre. La madre es una categoría de la violencia patriarcal desde tiempos de Medea y Andrómaca (léase a Victoria Sau), que hemos sufrido ya lo suyo como hijas  y que cuesta mucho desmontar, como para ponerse a reconstruirla. No en mi cuerpo. Ni en el suyo. Mientras yo tenga algo que decir para protegerla.