Elegía rebelde de enero

Las fiestas que faltan son tajos en la carne de los tiempos. Nuestra carne en salazón, ahumada por generaciones, siempre ritualizada, repartida, es ahora conglomerado cárnico bajo cero. A la espera, en el mejor caso, de un consumo nervioso y soez al pie mismo de la heladera.

Los abrazos y caricias que no están son siegas tempranas, ¡ay!, de la cosecha comunal de estío. Ese verano que antes siempre retornaba porque era esperado, ansiado, preñado en madrugadas lúbricas de deseo colectivo. Pero ahora, la piel hecha hambre despide chispas informáticas como yéndose a apagar dentro de un rato.

¿Y será pues que debamos poner cornamenta vencida en tierra para dejarnos extinguir, devenir fósil, quejido? Pues yo digo que no, que descansemos y que después, honremos más que nunca el torrente de revolución que nos recorre el cuerpo por dentro. Batir la sangre como se pueda hasta que escampe. Arrimar la sangre al fuego, y templadita, ponerla en común, que nos la beban, que la bebamos rica en la verbena mental que da el amarnos.

El elixir de la vitalidad está en nuestro poder aún. Es eso lo que nos pelean. No llevamos solo líquido inerte y azúcar en las venas. Todavía podemos decidir los términos del sacrificio. Ante qué dioses vamos a declamar los glóbulos en verso. Frente a qué altares vamos a tejer nuestras canciones de plasma y hierro. Que languidezcan ellos, que lo que es a mí, me hierve la sangre y la voy a seguir meneando, como un culo, como una verdad eterna en acto solar de rebeldía.

(La imagen es de aquí, creo: https://wall.alphacoders.com/big.php?i=290275&lang=Spanish)

Vapor de regaliz

Espero que estas letras te encuentren agustito, cerca de ti, lejos del ruido. Yo así te escribo, mientras me abro al calor de los vapores de una infusión de regaliz y milenrama. Fuera llueven plagas milenarias, la peste del miedo, máscaras de cuero viejo con forma de pico de rapaz.

 

Nos echo de menos.

 

Echo de menos nuestro calor, nuestra presencia salvaje, nuestra batalla pertinaz de generosidad y belleza. Echo de menos la espiral del bosque, los versos que escriben con su crecer las flores, las telarañas. Echo de menos el agua del arroyo, el aire del mar, los besos drásticos y sin paliativos. ¿Dónde estamos? ¿Acaso nos hemos perdido?

 

Sonrío y te recupero. Siento que nos llevo en la toquilla morada, en ese libro de fuego, en la figurilla de madera que me pende en el pecho de un cordón misionero. Estamos en aquella postal que viste mi pared, en el humo del palosanto que nos lava el aire, en las legumbres remojando/retozando en el plato de latón lacado.

 

Quiero que estés bien en estos tiempos tan raros. Te deseo semillas, aguas, raíces, tierra. Te deseo imágenes benevolentes y que te encuentren esas ficciones tiernas que te sacarán, seguro, de esta y de más. Espero que no digas palabras sino que digas lenguas. Que no abrigues las pieles sino los huesos. Y sobre todo, que no te saquen de tu casa, que no te saquen del cuerpo. Que desde allí puedas viajar a donde se te espera. Aquí conmigo, tal vez. Alli contigo.

 

Relenguación en ternura para una pandemia fiera

Se nos cae la realidad consensuada, se nos caen horarios, rutinas, planes. Se nos caen las paredes encima a ratos, se nos cae encima el cuerpo de la persona confinada al lado. Caen en picado los índices de polución, caen las miguitas de pan de Pulgarcito que nos llevarán de vuelta a los restos del naufragio, caen bragas (espero) y por caer, se nos cae hasta la lengua que sabíamos. Pero es un caer como el caer de las hojas en octubre, elijamos creerlo. Es un caer de la luna pendiendo hacia lo oscuro, el caer de la sangre no violenta. Caer (cadere) dice lo mismo que cadáver. Y la muerte es la tinta, ahora más negra y clara, con que escribimos el regalo de la vida. 

 

Menos mal que existen las videollamadas, sí, pero ¿qué decirnos cuando hay poco o demasiado nuevo que contar, cuando los puntos de referencia han cambiado radical? El sofisticado tipo de comunicación que la lengua humana supone funciona gracias al trabajo de millones de marcos de conocimiento compartidos entre las personas implicadas en un acto de hablarse. Las unidades más mínimas y técnicas de esta complicidad serían las palabras lingüísticas, tú y yo sabemos (creemos) lo que una “col” quiere decir, o que “salía” sucedía antes, cosa que una persona de Seúl no necesariamente sabe. Pero hay mucho más. Factores socioeconómicos, culturales, corporales pero también intereses, deseos, relatos, dolores, viajes, guerras, (est)éticas, epifanías, platos, calcetines… las hebras del tejido de la existencia y del yo hacen que al tirar de ellas frente a alguien, esa persona comprenda, o no. “Tú y yo nos entendemos”. O “es como si nos conociéramos de siempre” podrían ser muestras de este fenómeno importante, trascendente, religioso, de expresarnos y de sentirnos comprendidas frente a una otra.

 

Por otro lado, ¿qué nos decimos al encontrarse nuestros ojos entre sí, frente al cadáver? Hay un pudor especial que da saberse en una tragedia compartida. Los tinglados de la feria de necesidades, emociones y mensajes del contacto cotidiano hay que montarlos en otra parte. Por ejemplo, “hola” todavía sirve, pero ya no vale “qué tal-bien”. Ahora hemos de preguntar de veras “¿cómo estás?”. Para vernos. Para invitar a la gente a verse, saberse. Por ejemplo, pienso en esas personas que estarán cuidando sin pausa posible, a criaturas, a dependientes. Cómo estáis. 

 

Las expresiones que inician conversaciones tampoco valen: dónde estás, qué vas a hacer este finde, qué pasó anoche. Tampoco los cierres: a ver si nos vemos, te llamo otro día y quedamos, pásate por aquí una tarde. No podemos preguntar qué tal con Chema, o con tu madre, o con el crío, si el piso es pequeño y nos van a oír. No hablamos de eventos, partidos, clases. No es fácil calibrar el lugar común donde nos encontraremos para comunicar, serpenteando como vamos entre distintas emociones y estados de lo mental.

 

Para cuidarnos, podemos replegar los relatos de lo cotidiano, a menos que vengan preñados de alegría y puedan fertilizar otros hogares. Propongo decirnos cuentos, poemas, canciones, en los mensajes escritos, de voz, en las llamadas. Lanzarnos un fragmento una a la otra, y ver a ver qué despierta en nuestra entraña. Estar juntas y hablándonos sin tener que rasgarnos en la  alambrada de la nueva realidad consensuada, que está por negociar, que aún no es carne sino un mejunje viscoso que da miedo. 

 

Pronto volverán las verbenas y los mercados, pero serán otros; los amaremos.

 

Feliz año nuevo persa, feliz equinocio de primavera. Que también hace su trabajo y llega.

 

Tres fotos de tinder y muchos audios de guasap

…como no he estado nunca en tu olor
tu voz me huele caliente
a pan y a sopa
a barniz oscuro, a raíz profunda
me hueles a madriguera de gnomos,
de conejos.
…sé de ti que hablas el idioma verde estricto
de la lluvia en bosque
y que tu arte
son las esporas marciales del helecho.
Mira,
si te me dejas llover,
te vuelvo barro suculento
ese que modela las figuras
que dan carne
a los cuentos que nos calman en la noche
(via guasap).
Hoy
tengo una cita con el sol para decirle
que no te dore más la piel
que me la deje
que te quiero abrazar la cara toda
con ojos, dedos
y que te quiero abrir de labio poco a poco
y que me cuentes
cómo se declina la pandemia
en el núcleo de una oración desconocida
de (d)olor a limo, a hogaza, a setas.