Brujesas y princesujas

¿Por qué todas las niñas quieren ser princesas? ¿Por qué nadie se disfraza ya de bruja? ¿Qué esconde el término caza de brujas? ¿Por qué hordas de evangélicos recibieron en Brasil a Judith Butler con gritos de bruja, bruja?

Érase un sinnúmero de veces, en la polvorienta mentalidad patriarcal que arrastramos y revitalizamos a cada generación (y no parece que de esta la vayamos a aniquilar), cuando nacemos y nos ponen el sello de «mujer», recibimos a través de la cultura unas fronteras al cuerpo, unas opciones limitadas de formas de ser. Estos modelos de mujer se transmiten sucesivamente a través de representaciones icónicas y narrativas que contienen personajes reconocibles y recurrentes: los arquetipos culturales. Virgen/puta. Princesa/bruja(hada). Esposa/querida. Señora/criada. Son fantasmas de sentido y norma que recorren todas las producciones culturales y las enlazan, así sean narrativas (textos en cualquier formato), arte, producción de objetos, imaginería, moda, etc.

El folclore y la psicología son madre e hija. Y el padre en esa fecundación sería el mundo material que nos rodea. Por eso me preocupa tanto que la ropa de H&M (entre otros muchos elementos salidos del señorío estado-corporaciones que nos gobierna), se empeñe en segregarnos por género y de hacer que todas las niñas (quieran) sean princesas.  No me cabe duda de que debemos empoderarnos también en lo simbólico si queremos que el empeño feminista se asiente sobre bases sólidas y perdurables. Es cierto que no nos cuentan ni contamos cuentos de hadas, que ya no hay criaturillas del bosque poblando nuestras noches en torno a la hoguera; sin embargo, el cine comercial, las series de televisión… la industria de la narrativa audiosivisual, en fin, bebe de las arca(da)s disney y alimenta a su vez el resto de imaginario cultural que nos empapa y atraviesa, que nos materna (pues nos des/legitima, nos da una razón para vivir y nos enlaza con nuestros congéneres): revistas, youtubers, cantantes de moda, tiendas de ropa, etc.

De entre el mogollón de diosas y diosillas grecorromanas (que ya son menos y menos potentes que sus antecesoras estruscas, anatolias, mesopotámicas, etc.), la primera cultura eurocristiana reduce los arquetipos (el espectro de funciones sociales) de las mujeres a dos: la vasija inmaculada (que ni folla ni pare)/la puta más callada que una tal. (El evangelio es un hirsuto paroxismo de lo macho-gay.) Esas son las guías en torno a las que el carácter y los cuerpos de las mujeres debían acorazarse para existir en sociedad, para poder ser leídas.Y, a decir verdad, no hemos avanzado gran cosa desde entonces.

En los cuentos folclóricos que nos han llegado (que de un rico cultivo popular fueron mutilados, disecados y empolvados por hombres bien de clase alta para que se les parecieran), los arquetipos se mantienen y se reproducen hasta el infinito/actual. Desde los hermanos Grimm hasta Britney Spears. Desde Andersen a Amancio Ortega. La idea profunda, de base, no cambia, es la misma. Las posibilidades no se nos amplían.

En nuestra cultura, la mujer aceptable es denominada princesa. Es aquella de la que se habla. Es una aristócrata, es decir, tiene una posición social (y una serie de posesiones) que mantener (cuestión clave). Es una, es individual y nunca tiene amigas ni por supuesto madre. Se sitúa por encima de lo concupiscente y lo material, por encima de su propio cuerpo. La princesa se escribe como una víctima que necesita ser protegida y a la que se hace daño; como un objeto, premio que se entrega/recibe y que debe ser bello de acuerdo a los cánones del momento. La princesa ocupa poco, no posee subjetividad, temperamento ni movimiento, siquiera. Está encerrada en el torreón-falo aristocrático a la espera de que el caballero con lanza-falo burguesa venga a rescatarla. Belleza-Bershka, matrimonio, procreación, (más trabajo de cuidados, quizás, aunque este suele esconderse), son sus cárceles. No tiene más poder que sus argucias «femeninas». Está sola y sin arraigo. Su cuerpecito mermado acarrea el peso de la moralidad del momento. No es una persona, es un estuche.

La mujer no aceptable es denominada bruja. Y eso es todo lo que significa bruja: mujer inaceptable. Por ejemplo, inaceptable en su defensa de la comunalidad y del saber colectivo (léase, por diosa, a Federici) frente a los proyectos protopatriarcocapitalistas del medioevo. En general representa lo que la sociedad reprime, oculta e ignora de las mujeres. Por eso no tiene hombre, y no habita la ciudad sino en los márgenes. Puede ser oscura, sucia, vieja, regordeta, racializada… Su ropa no tiene protagonismo porque no es un personaje que deba aparecer. Su presencia es una  amenaza que se utiliza para generar temor. Su nombre devalúa, asusta, debe ser ocultado.

La palabra bruja tiene origen desconocido, quizás prerromano, o tal vez tenga que ver con brewery, con poción, bebida, o con volar. (Princesa viene de príncipe que sencillamente quiere decir en latín «el primero»). Lo bruja toma formas diversas a lo largo y ancho de la orbe y de los siglos, pero ampliamente se puede entender como lo femenino que se sale de la norma (por eso vuela, en movimiento ascensional), que no acepta la moral vigente (asociación demoníaca, herejía, apostasía), que revela su concupiscencia (maneja la escoba, alcahuetea), tiene poder sobre los cuerpos (control de la reproducción), aplica las fuerzas de la naturaleza en la salud (pociones mágicas) y tiene un conocimiento profundo de la lengua y su poder (maleficios, conjuros, agüeros). La bruja está en manada (aquelarre) y no se puede conocer a simple vista, no está colonizada por el conocimiento patriarcal (nocturnidad, misterio, clarividencia, oráculo). La bruja emerge con lo tejido (parcas), lo líquido (puchero), lo verbal (invocaciones). Las fronteras entre lo vivo y lo muerto no están claras en ella. Por eso, la bruja es el no-sistema, es la no-razón, es lo no-lineal, es lo no-reducible a fórmulas, funciones, ni siquiera a palabras.

Cuando nos deshojamos el cuerpo de princesismos reviven las diosas antiguas, surge la bruja. Nos expandimos, volamos, miramos a nuestro deseo a los ojos. Encontramos todas las formas de ser que nos fueron robadas. ¿Cómo nos llevamos con ella? ¿Qué dice, en qué lengua? ¿Quién la entiende, con quién quiere pasar tiempo, a quién no soporta? Vuelven a nosotras los calderos, los tejidos, las amigas, el susurro del bosque. Los corazones se convierten en una bomba muscular que palpita y huele a sangre.

Debemos romper las cadenas que desde voces muertas se les imponen a nuestros cuerpos. Ha llegado el momento de tomar conciencia y repartirnos las cartas a nosotras mismas con los ojos bien abiertos. Volvámonos brujesas, princesujas. O vayamos descartando a la princesa, y que de su tierno cadáver nazcan mil flores que alimenten a nuestra cuadrilla de hechiceras.

 

Imagen: http://www.thaliatook.com/index.php

 

 

La coraza y el corsé

A veces me hincho y se diría que me voy a desbordar, bien por el tetamen, bien por la vejiga, así que necesito hacer uso de los baños de los optimistamente llamados «centros comerciales» (aunque yo no sería tan amable en su denominación). Cuando me toca acudir a uno de estos templos modernos del sacrificio personal, —que no sé muy bien con qué fenómeno de modelos civilizatorios anteriores podrían formar analogía, la verdad—, me siento a observar, e imágenes clarividentes sobre el género acuden a borbotones a mí.

El género es una mentalidad que concretamos y multiplicamos a través de las actitudes, las relaciones y el consumo. La realidad es que no creemos en él (si nos ponen delante el desglose contractual de lo que implica ser mujer u hombre en esta sociedad no lo firmamos ni de broma), sino que lo reproducimos y perpetuamos por dos razones inconscientes:

  • Porque creemos que la gente de alrededor (de quienes esperamos y necesitamos amor y reconocimiento) así lo espera
  • Porque tememos que si no asumimos los mandatos de nuestro género se nos castigue de la misma forma que nosotrås mismås sancionamos a quienes osan no rendirle tributo al suyo (esas críticas, esos cotilleos, esas mofas, esos motes).

 

Pero qué es el género

No me siento satisfecha con la expresión roles de género o estereotipos de género. Me parecen demasiado suaves. El rol parece que puede una tomarlo y dejarlo, que sea un papel, una actuación limitada, acotada en el espacio y el tiempo. Por su parte, el estereotipo se entiende como una tontería, algo que una cree sin haberlo investigado previamente y que por tanto es erróneo, pero como si no fuese especialmente importante, como una minucia inocente, como una tortilla de patata, una boina francesa o un chiste de Lepe, ¿me explico?

Pero no. El género es una violencia estructural horrenda de dimensiones ingentes que inflige una devastación incalculable sobre las personas. En nuestros cuerpecitos tiernos se imponen a hierro los modelos de socialización separados por sexo, y no podemos escapar de ellos si no es con un gran sacrificio y asumiendo un salto mortal a lo desconocido.

Nuestras psiques no son misterios insondables (gran mentira patriarcal): son, si queréis, equipos informáticos en los que se instalan sistemas operativos específicos de los que no se puede luego escapar, porque incluso para desinstalarlos, tienes que vértelas con ellos. Son La Forma en que el equipo funciona, el código en que se expresa. Si te ponen el Windows 98, todo lo haces a través del Windows 98, piensas, ves, comprendes lo que sientes a través del Windows 98, y no podrás soñar con llegar a funcionar con el XP y dejar de ser lastrada por un sistema operativo tan antiguo porque la cultura en la que vives silencia, acalla otras formas de operar como si no existieran o no fueran siquiera posibles. (Joder, se nota que no he vuelto a hablar ni a pensar en sistemas operativos desde que tuve clases de informática en la escuela. ¿Qué venía después del XP?)

La división en géneros fue una construcción antropológica que ha perdido su razón de ser en la vida moderna; es, por tanto, un esfuerzo residual que no genera bienestar, no es práctico y no hace sino contradecir las necesidades que, como especie, tenemos en este momento de la historia.  Pero hay personas que se benefician de la seguridad que les presta lo previsible del sistema, y se aferran a él temerosas de cuestionarlo. Mientras gente que (crea que) salga beneficiada con el patriarcado siga teniendo poder, habrá que seguir dando batalla para ponerlo en solfa.

Hay algunas instituciones culturales especialmente esforzadas en la construcción de los géneros-que-son-violencia-y-son-fascismo-casposo. Suelen pasar por normales pero a estas alturas deberíamos tenerlas ya bien caladas y boicotearlas sin descanso. Por ejemplo, las revistas «del corazón», ¿tienen alguna otra función, aparte de crear con agresividad modelos unívocos para hombres y mujeres, castigar «impertinencias» y rendirle tributo al poder —puro mandato conservador de género en papel glossy—?  Otros serían los colegios católicos, segregados o no; el fútbol comercial y toda la exageración performativa que despliega; las bodas; las iglesias; las jugueterías rosiazules; las peluquerías; la publicidad y las tiendas de ropa; las películas de Hollywood, etc. Por lo demás, hacemos género a cada paso, en cada acción, actitud, relación y acto de consumo, lo que tiene su reverso esperanzador: podemos en efecto des-hacer género a cada paso también.

Allí sentada en un puff enorme bajo la escalera mecánica del centro comercial, visualizo esos roles, modelos, trajes de género como si fueran herrajes impuestos a fuego en la fragua humeante de la máquina patriarconeoliberal. Para los hombres: coraza, espada y plataforma. Para las mujeres: corsé, jaula-espejo y escoba. Piénsese además que ya la división hombre/mujer en sí misma es un acero lingüístico que no está permitiendo imaginar variaciones, indefinición, la libertad de expresarse como unå quiera que sea.

 

La coraza y el corsé

La violenta cultura patriarcal hiere la carne blandita de los niños con los siguientes mandatos:

1. La coraza: Represión de las emociones y de la empatía con otros seres y entornos. El latido queda cubierto, sustituido por hierro valdío. Se esculpe así el dios, el héroe, el falo dirigente que no muestra debilidad ni preocupación por el cuidado de la vida, pese a que este lo sostenga. Se eliminan el cuerpo y sus trabajos, las tripas, la conexión libidinal, el espítitu: solo queda una supuesta racionalidad desde la que debe juzgarse todo y un interés que debe mover el mundo y todas las acciones. Control, fuerza, límite, frontera, separación, son sus insignias.

2. La espada: ¿Y qué emprende en su tiempo libre ese ser descorazonado? Acciones encaminadas a mostrar violencia y vigor, a rondar una muerte-muerte en potencia. Una muerte que no es el reverso de la vida, no es cíclica, no es natural. Es una muerte que sirve a un poder, es un sacrificio al falo. Por eso la sangre que brota de las heridas de muerte puede y debe ser mostrada en todas las pantallas pero la sangre-vida de la mentruación debe ocultarse. La espada es asisimo apropiación, extracción, expolio, beneficio.

3.La plataforma: Todo lo anterior ofrece al hombre El Poder de disponer de los cuerpos subordinados (criaturas, mujeres, gente racializada, etc.) y la naturaleza. Aquí estarían los actos directivos, la imposibilidad de cuestionarse a través del diálogo sincero y genuino con otrås y la costumbre de dar órdenes, de explicarle al resto cómo son las cosas, de mandar, de ser obedecido. Lo que se ha dado en llamar caballerosidad y protección no son sino la prerrogativa mafiosa de decidir quién mantendrá su integridad y cómo. De El Poder viene El Privilegio, el de no tener que encargarse, por ejemplo, y de ahí la inacción, la vaguería de muchos.

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Esta cultura de la violencia y la desigualdad se ensaña particularmente con la vida de las niñas, género que se construye como subordinado al anterior, a través de:

1. El corsé, como imagen personal totalmente intervenida y alejada de lo natural y lo cómodo. No podemos ser vistas sino ofrecemos la imagen que se nos impone: el pelo manipulado en su forma y su color; las caras pintadas para ocultar y homogeneizar; la moda de parecerse a una muñeca porno, los afeitados y depilaciones, etc. Luego, para performar la debilidad y la sumisión, el bolso que ocupa las manos, los tacones y otros artilugios que no permiten moverse… y, para más inri, las fortunas que se dilapidan en artefactos y procesos (depilación, «tratamientos de belleza y bienestar», etc.) como una forma de control económico.

2. La jaula-espejo. ¿No os ha pasado que hacéis algo mínimamente arriesgado e inmediatamente os ponéis mentalmente en el lugar de quien os mira, os veis haciéndolo? Es la mirada del patriarca bíblico sentado en un trono de piedra, el androcentrismo cultural, el ojo entrenado en ver desde la subjetividad masculina hegemónica y la vigilancia de los mandatos de género a través de toneladas de horas y espacios cubiertos de productos culturales patriarcales a que somos expuestas.  Vivimos rodeadas de un espejo circular que nos encierra. Es una casa, es el cuidado del espacio privado para nosotrås y lås otrås, pero en soledad y siempre observadas por las brigadas voluntarias de la policía del género (el mito de la suegra, el de la amiga envidiosa), tuteladas por ls experts,

3. La escoba es el elemento que simboliza la limpieza que estamos abocadas a realizar, no solo literalmente, en las legiones de madresposas que limpian gratis la jaula o las migrantes que lo hacen por un salario irrisorio, sino que también nos encargamos de recoger y pagar los platos rotos. La masculinidad-hulk deja a su paso muchas heridas que hay que coser. La forma violenta en que el patriarcado nos trata a todås nos deja rotås, sin un hálito de vida latente y colectiva en el que acurrucarnos. Por decirlo claramente: se espera de nosotras que estemos disponibles para curarle al guerrero las heridas que se ha hecho mientras trataba de medirse con otros vikingos kamikaze (pues su reconocimiento personal le viene de que le acepten los otros hombres en su club de masculinidad) en el empeño de mostrarse separado, distinto, de aquello que nosotras representamos,  de «lo mujer». Es decir: es tarea de mujeres limpiar el culo que se acaba de literamente cagar en las mujeres.

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En estas brechas de cuidado ecológico que generamos las mujeres florecen los vínculos, el arraigo, que también forman parte de nuestra misión de género. Cuidarse, atenderse, recordarse, hacerse regalos, organizar todas las precondiciones y la gestión mental necesaria para que la reproducción de la vida se produzca en condiciones mínimamente sanitaria.

Pero no hablaré de la maternidad nutricia, ese antiguo modelo, la parte nutricional de la dicotomía virgen/puta porque tengo la sospecha de que quienes tienen el poder ya han decidido que al igual que la producción de las fábricas occidentales se ha ido a Asia, la función de la nutrición, el alimento, debe serle retirado a las mujeres para que quede privatizado por las compañías alimentarias… (Ahora llamadas «corporaciones»: el cuerpo y su lógica del bienestar se vacía de sentido, deja de existir, y le cede su cáscara semántica al artefacto humano que realmente está en el centro hoy día: las empresas y su lógica del beneficio.)

 

Vivimos en sociedades muy conservadoras

Basta observar la ropa que le gente lleva en esta sociedad contemporánea de conservadurismo exacerbado para aprender el valor básico del género: ellos se visten igual para reconocerse como miembros del club del poder, y van cómodos porque lo tienen; nosotras, sin embargo, nos vestimos parecido, pero siempre diferentes, para poder así competir y desencontrarnos en las doscientas florituras con que conseguir ser vistas a la vez que sumergirnos en la indefinición con las otras. Luego, la infancia. Ellos de azul, ellas de rosa. Ah, y ellas también pueden ir a veces de azul, como la princesa de Frozen, pero ellos nunca, nunca, pueden poseer ni usar artículos de color rosa, porque el género masculino es un grado que no debe ponerse en peligro de reducción a lo inferior. Es decir, no hablamos de un mundo dual, dicotómico: hablamos de un mundo binario de subordinación, sumisión y negación de las potencias y experiencias de las mujeres.

Es también interesante cómo hoy día está resultando más aceptable la transición entre géneros que performar los que hay de forma distinta. Incluso a veces a los hombres en determinados momentos y situaciones les es permitido experimentar bajando la escalera, a ver qué hay ahí, pero no a nosotras, o nos castigarán.  Así de vigentes y violentas son las construcciones de lo masculino y lo femenino. Avanzamos en la aceptación de las personas trans, vamos tolerando las lágrimas de los hombres, pero no los sobacos peludos de mujer. También hay espacio para esas pocas mujeres-hombre privilegiadas del poder político y empresarial, y para el mito neoliberal  de la mujer-diosa-hindú-de-los-mil-brazos, cuyo «empoderamiento» en términos de poder adquisitivo no redunda nunca en el poder de decir o de representar el mundo desde una perspectiva distinta.

 

Lo que hay de aprovechable en cada género

Para hacer una revolución real y permanente, para salvar lo poco que pueda ser rescatado, debemos hacer trabajo con las mentalidades. No se gana nada llamándole machista a la gente, hay que ir muuucho más allá: hay que poner a las personas frente a sus creencias implantadas para que las cuestione y se reapropie de su vitalidad y, sobre todo, hay que poner en marcha proyectos y acciones que muestren la realidad y la efectividad de las alternativas que pueden existir. Y eso se hace en las mil oportunidades de revocar el género obtuso y reemplazarlo por la creatividad que cada día nos depara. Hay que liberar las pulsiones, la emoción, las conexiones interdependientes, hacernos leves y volar lejos de los herrajes del género asesino.

Para ello propongo asumir lo que hay de aprovechable  en cada constructo de género para que lo adquiramos todås:

  • Mujeres: Tejer el arraigo. Hacer de la indefinición, colectivo; del servicio, autocuidado y apoyo mutuo.
  • Hombres: Hacer del orgullo dignidad; de la honra, pundonor. Enunciar desde la asertividad liberadora.

Continuará…

Hijos y gintonics. Respondiendo a Natalia Haro

Ha sucedido de nuevo. Otra vez aparecemos en entredicho, convertidas en un estereotipo, infantilizadas, reducidas a un tópico, borradas, desoídas… en un medio feminista. ¿Y por qué? Porque decidimos que del coño nos saliese una vida. Lo tenemos merecido, ¡eso nos pasa por madres!

Natalia Haro: las mujeres que parimos y criamos no podemos ser representadas como o una cosa o la otra, como tu analogía de las dos amigas pretende transmitir: o gintonics o sacrificios. Las mujeres, maternemos o no, (sobre)vivimos en una encrucijada de discursos, biopoderes y trampas patriarcales que, entre otras cosas, tratan de deslegitimar nuestra complejidad vital y reducirnos a categorías manejables desde los púlpitos de aquellos de cuyos deseos está el mundo entero puesto al servicio.

En lugar de problematizar las opresiones compartidas, en tu texto se nos adelgaza a un sangriento blanco y negro y se nos invita a seguir una senda de cines, gintonics y carreras profesionales que se parece sospechosamente a los intereses de la ideología hegemónica. Me cuesta entenderlo. Tu saleroso artículo se deja tanto, tanto en el tintero, frivoliza y simplifica tanto, que duele por venir de donde viene.

La mal llamada «crianza natural» no es un movimiento social como lo caricaturizas, Natalia Haro. No es un bloque de prácticas en hilera, no es un club, no hay unidad ni discursiva ni de acción (y no entiendo, de serlo, qué tendría que ver con decir «holi» y «hasta nunqui», esa parte no la pillo).  Es una amalgama polifónica de reflexiones, rebeliones e intereses de texturas diversas que incluye sus contradicciones y sus tensiones internas. Es una búsqueda, como todas las elaboraciones que desafían al poder vigente. Y esta multiplicidad de voces son una reacción a las violencias machistas y coloniales contra las maternidades que se normalizaron en la segunda mitad del s. XX en el mundo industrializado, no solo en los paritorios, sino también, y de forma más ominosa si cabe por fría y sostenida, en las consultas de pediatría. Por favor, Natalia Haro, no te olvides de esto, que hay gente leyéndote.

Amamantar, hacer colecho, usar pañales desechables, etc., son prácticas independientes y variadas que tienen en común solo un elemento: cuestionar la normalidad dominante en la crianza occidental. Desde el feminismo, desde la psicología evolutiva, desde la teoría del apego, desde el ecologismo, desde el anticonsumismo… —e, incluso, desde el conservadurismo extremo, sí— son muchos los puntos desde los que una persona puede decidirse a tratar de criar de una manera no avalada por la cultura actualmente mayoritaria e invisible.

Y es que la mal llamada «crianza natural» (mejor denominarla consciente, o ¿por qué no?, crítica, pues… ¿qué es lo natural sino lo que el poder en cada cultura define como tal?) no es una nueva hegemonía, no se ha convertido ni mucho menos en norma, no es lo que se hace por defecto en ninguna parte del mundo (por favor, demuestre lo contrario quien así lo crea).

Ahora sí vamos al fondo de la cuestión: en una mano tienes la fuerza de la costumbre, la cultura, la familia y sus preferencias incuestionadas (que suelen reproducir la mencionada tutela médica finisecular del no-lo-cojas-en-brazos-que-se-acostumbra), la industria, el comercio y la publicidad con sus miles de inventos para atiborrar la crianza de trastos y hacerlos parecer necesarios (ojo cuando dices: «la renuncia al chupete» como si hacer a las criaturas llevar un trozo de plástico en la boca no debiera ser cuando menos cuestionado…).

En la otra mano están Carlos Gonzales y otrås especialistas, algunas iniciativas comerciales pequeñas y unas amigas tuyas que quieren abrir el debate sobre cómo ejercer la crianza y te recomiendan cuestionar los métodos convencionales. ¿Que parte es la dominante, Natalia Haro? ¿De qué lado está El Poder? ¿Y por qué entonces sientes tanta ira contra la tendencia que es claramente minoritaria y por tanto más débil? Desde luego nadie debería decirte a ti cómo criar, pero que el diario.es publique un airada reacción contra el cuestionamiento de la ideología patriarconeoliberal en la crianza me parece, cuando menos, un desacierto.

Natalia Haro, coger toda la cultura que desde el pensamiento sobre los cuidados y sobre la escucha de las necesidades de la infancia se ha elaborado contra los mandatos del mercado, hacer un hatillo con ella y tirarla por el excusado me parece un error muy grave. Por salerosa que quedara la frase del wallapop. ¿Desafiar ese mandato que impuso a las mujeres que no amamantasen o que lo hiciesen bajo control médico, que es lo que hace Carlos González, desmontándolo desde la ciencia, lo interpretas como el «must» de la época? ¿Pero de qué lado estas? No entiendo.

Tampoco las cosas que aseguras que dice las he visto escritas por él, ¿nos pasas la referencia, porfa? ¡Y esa retórica de las malas madres que reproduces! ¿Tampoco vas a cuestionarla? ¿También es algo que tiene que ser utilizado y punto, como el chupete?

Estamos todas de acuerdo de que lo que no queremos es que nos exploten y nos releguen, pero lo que hay todavía que encontrar es qué es lo que sí queremos. Y, francamente, tener al mismo tiempo hijås y gintonics sin límite, ni siquiera los dictados por los organismos, por las necesidades del cuerpo chiquitito y del cuerpo puérpero, parece, más que una propuesta feminista, un mensaje publicitario. Mi carrera, mi gintonic y mi libido recuperada. ¿Esto es el estado español de la bárbara desigualdad económica y reacción patriarcal de 2017 o un maldito capítulo de Sexo en Nueva York? 

Y… ¿qué quieres decir, Natalia Haro, cuando relatas que se le dice adiós a la carrera y hola a la casa y la comida sabrosa cuando se materna de forma «natural»? ¿Desde qué clase de privilegio nos hablas? Desgraciadamente, son muy pocas las mujeres en edad reproductiva que hoy en día en el estado español tienen una carrera en lugar de un trabajo o incluso un trabajillo, si es que cuentan siquiera con ello… Pero la pregunta importante es otra: ¿por qué es un trabajo en este mercado laboral necesariamente mejor idea que estar en casa y maternar? ¿Por qué no reflexionamos sobre la ausencia de prestaciones sociales que permitirían cuidar para quien elija hacerlo sin tener que renunciar a ser económicamente independiente?

En cuanto a la epidural, Natalia Haro, no soy una experta ni quiero extenderme, pero te diré que, por supuesto, si hay mujeres que personalmente lo desean y ya que la ciencia y el mercado se lo permiten, deben poder tener criaturas a las que recibir desde un cuadro hormonal modificado artificialmente. Pero es necesario que si se critica a quien opta por un parto no alterado con drogas se dé la información completa sobre los efectos de estas. No ridiculices a mujeres que desean parir desde los cuerpos que son tal como son, no lo hagas. Si no las entiendes, lee más, escucha más, vocifera menos. No contribuyas a normalizar la capacidad de la clínica, tan colonial, de manipular y rentabilizar la vida y las capacidades de los cuerpos vulnerables.

Y dejo de comentar tu texto porque se me ha despertado la criatura. En resumen, en el asunto de la maternidad se entrecruzan todos los discursos que afectan al género, las estrategias patriarcales pasadas, presentes y futuras, además de la imagen social y la materia emocional de muchas mujeres. Por respeto, por salud, porque nos conviene, debíamos pasar por él como por un campo de minas, hilar muy muy fino, pensar muy profundo, escuchar mucho, callar a veces otro tanto y dejar de criticarnos unas a otras tan ligeramente. Cada cual negocia con este sistema invisible de desigualdad violenta como buenamente puede. Hagamos pensamiento y critica feminista mirando hacia arriba, señalando el poder, y no hacia los lados, hacia las compañeras y lo que ellas hacen, pues podemos, aun sin querer, acabar metiéndonos goles en nuestra propia portería.

Natalia Haro: dile a tu amiga que la quieres y la echas de menos, encontraos, hilad juntas, o separaos, que quizás el momento haya llegado. Pero déjanos criar en paz como nos sale de la entraña uterina a las que no oímos tan fuerte la llamada del trabajo ni del gintonic. Te aseguro que no hay ningún experto de best-seller ni ningún cristiano en nuestro útero (quizás, precisamente, por eso sea tan importante silenciarnos).

Eldiario.es: si vamos a hacer discurso sobre maternidades, por favor que aporte conocimiento y perspectiva. Que sea liberador y no nos venda al diablo del mercado por una triste bebida de moda. Y aseguraos de que aparezcan lås niñås y sus necesidades por algún lado, pues también es de ellås y su bienestar de quien se trata.

Pero si yo ni siquiera me pinto mucho, no lo entiendo

 

El caso

Verano de 2017, tres países europeos, al menos quince niñas, hijas de amigxs: el 100% de las sujetas de mi investigación espontánea van vestidas de rosa y Frozen. Cada día. Todo el rato. Levantándose cada mañana y acostándose cada noche en habitaciones llenas de rosa, viviendo en rosa y con ínfulas de princesa en las tiendas adonde van, en los cines, en los cuartos (¿o debería decir aposentos?) de las otras niñas con las que juegan, en lo audiovisual que les llega en casa. Rosa en la ropa, en las uñas, en el brillo de labios, en el poni, en la barbi, en el bolsito, en el gorro, en el chubasquero, en el plato, en las sábanas, en el puto cepillo de dientes. Y es que, como decía una prima mía a los ocho años: yo de mayor quiero ser sesi.

Cualquiera de las madres a las que pregunto me responde lo mismo: que ellas mismas no son tan pizpiretas y no entienden por qué sus hijas eligen siempre el rosa y ser princesas. Los padres con los que he charlado, por su parte, tienden a considerarlo todo esto un misterio de la feminidad.

Sin embargo,  la respuesta está ya al alcance de quien quiera oírla. Hay artículos interesantes sobre el princesismo aquí y aquí (y en inglés aquí y aquí) y una campaña en Gran Bretaña sobre  la pinkificaciónel color rosa como marcador de género, sobre la ropa para niñxs dividida y sobre la generización de los juguetes.

 

Las consecuencias

No, compadre, no es cierto que no pase nada, que simplemente a la niña le gusta y punto, que cómo negárselo. Estamos hablando de personas que crecen en un entorno cultural en que se las selecciona por una sola característica biológica (sus genitales) y se las obliga (sí, cuando no hay prácticamente más opciones disponibles, es obligar) a ser de una determinada manera. Este modelo de persona incluye servir a otras consideradas más importantes y activas y proporcionarles cuidados gratuitos y afectividad desde una situación de desequilibrio, en que sus propias expectativas y necesidades quedan subordinadas si no directamente aniquiladas.

Ser cómplice de que las niñas vivan en rosa no es aceptar con resignación una entrañable etapa de su vida que pasará sin dejar rastro, es mentirlas y limitarlas, es no hacerles bien. La socialización es la clave, es lo que hace a la persona. Y ya no hay pueblo alrededor en que arraigarse y ser, así que si criamos niñas metidas en cajas-apartamento llenas de mercancía rosa princesa, estamos dándoles solo esa opción para hacerse. Adiós a construirse como una persona completa. El horizonte vital que queda es ponerse monas, y esperar. Y después, aguantar lo que venga.

 

 

El mecanismo

No, no exagero. No es «por una falda» o «por un juguete» que las niñas se vuelven mujeres sometidas a un sistema que las oprime, es que esas faldas y esos juguetes están en todas partes, y se consideran normales y generales. ¿Y qué niña de cinco años va a exponerse al rechazo de sus pares por no seguir el código estandarizado en el grupo?

El rosa y el azul en sí mismos no significan, sus valores semánticos vienen dados por lo que les adhiere una cultura determinada. Es conocido que el azul solía utilizarse para las niñas y el rosa para las niños (de hecho incluso se sospecha que el giro se respaldó desde una sensibilidad feminista para desafiar el orden de género existente en su momento). En todo caso, el problema del rosa y el azul no está evidentemente en los colores en sí mismos, sino en la falta de otras alternativas (limitar la multiplicidad de opciones del mundo a dos me parece, cuando menos, opresivo y autoritario), por un lado, y en los valores anexos que se pueden observar en los juguetes y personajes de ficción que de estos tonos están pintados.

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Dando una vuelta por una juguetería me dediqué a traducir cada producto a una idea. Por ejemplo: muñeca barbi – sexualización, pelota – movimiento… Así, pude constatar cómo los juguetes «para niñas» consisten básicamente en belleza/cosificación – inacción – relación. Según esta ideología hegemónica, los artículos «para niños» deben transmitir ideales de violencia – actividad – culto al ego/heroicidad. Curiosamente, si se comparan, estos valores cuadran entre sí y forman macabras naranjas completas: ella se pone guapa y espera, él la conquista. Ella es un bello objeto al que acceder, él posee. Ella se ocupa de cuidarlo a él y a lxs niñxs, él de sí mismo. He ahí las semillas del amor romántico y la cultura de la violación, expuestas en el hacheieme en toda nuestra jeta.

Los juguetes que son iguales pero también se dividen por género a través del color pueden no contribuir a los significados estereotípicos de arriba pero sirven para reforzar una frontera cognitiva clara entre los géneros que no tendría por qué existir y que es en sí misma paradójica, puesto que se trata de un objeto idéntico marcado para dos identidades dadas como excluyentes. Nos estamos centrando en las niñas, ¿pero qué tremenda tortura no supondrá todo esto para las personas pequeñas disconformes con su género?

Para mí lo peor es que el princesismo no se debe a la sociedad (ese ente invisible por el que las cosas simplemente son, y ya no hay que cuestionárselas más). Tampoco es un sistema organizado que esté incentivando adrede la desigualdad de género en la infancia (pese a que este empeño coexiste en el tiempo con el desmantelamiento del estado social, y le conviene sobremanera a la economía patriarconeoliberal en esta fase), sino que es tan solo una forma de aumentar los beneficios de las empresas y que, sin embargo, a falta de contención, de poderes humanistas que controlen todo esto, pueden generar consecuencias nefastas para la especie.

Princesismo y pinkificación son estrategias de márketing dirigidas a vender el doble de juguetes a la hermana y el hermano que creen que no pueden compartir los suyos, y a multiplicar las ventas en accesorios supuestamente de belleza que las crías necesiten llevar para que su imagen sea socialmente aceptable (¿nos suena? Esta ideología lleva décadas funcionando para desvalijar y controlar los ya disminuidos sueldos de las mujeres, que se van por la cloaca del negocio de la estética.)

 

Las propuestas

Sea como sea y por mal que pinte el panorama (es que además ese rosa estridente plastificado es como comida basura para nuestras retinas) las buenas noticias es que se puede hacer algo. La normalidad social está hecha de lengua, inercia y humo, y mientras no nos maten por cuestionarla, tenemos la obligación de hacerlo. No nos es posible pararle los pies a la industria, pero desde luego sí podemos…

 

  • Sacar el tema en entornos sociales con padres y madres. Mucha gente se asusta si hablamos de feminismo, de estereotipos de género, de activismo… pero si contamos el origen del marketing rosiazul y del princesismo (les damos un principio, para que se les pueda imaginar un final) y debatimos sobre ello, ¿hay algún argumento que oponer a la propuesta de que las niñas y los niños puedan verse reflejados en modelos diversos y desarrollarse según las elecciones que vayan haciendo? ¿Va a haber alguien en sus cabales que defienda la política del color único según género?

 

  • Comprar la ropa por internet o sin llevarnos a lxs niños. Evitarles la visita a un entorno opresivo lleno de estímulos publicitarios y mecanismos de control mental que impulsen a la compra no parece tan mala idea…

 

  • Acciones con/contra empresas. Un pequeño grupo de personas muy bien pueden emprender en las calles y en redes acciones públicas de felicitación a las distribuidoras de ropa infantil que no usen el código binario, así como reclamaciones, quejas y performances de diverso tipo para recriminarles lo contrario a las que sí lo hacen.

 

  • Boicot de consumo a las empresas, entidades y productos que obliguen a elegir entre rosa y azul o den por hecho que asumimos el código, y divulgar…

 

  • Elaborar una buena respuesta para quienes nos dicen «ay, perdona, pensé que era niño, como va de azul…» y burradas similares. Es cierto que la disculpa suele ser más intensa cuando lo que han hecho han sido llamarle niña a un varoncito…

 

  • No sobrevalorar nuestro propio poder de influencia sobre las criaturas, frente al que su contacto con el resto del mundo tiene sobre la formación de su carácter y sistema de valores. Es decir, no solo hay que reflexionar sobre los estímulos y modelos que se reciben en casa. El exterior (que además entra en la habitación de tu hijx a través de las pantallas) también hay que filtrarlo y darle sentido junto con ella/él a través de la conversación.

 

  • Trabajar con el personal y los compadres y comadres de la escuela infantil para que el input rosiazul, los cuentos sexistas y demás estén muy controlados. Como espacio de formación y aprendizaje que son, los dictados de la industria no deberían atravesar las paredes de las escuelas sin ser cuando menos cuestionados.

 

Celia me contaba ayer que no sabe cómo pedir un aumento en su trabajo. Lo pasa fatal ante los médicos jefes (¡es que saben tanto! —dijo con un mohín) y sigue con sus quinientos euros de chiste cuando lleva ya no sé cuántos másteres y residencias. Lina carga con todo en casa porque su compañero, ay pobre, está enganchado a la videoconsola. Cósima celebró anteayer sus 29 y no exagero cuando digo que las tres cuartas partes de la fiesta se las pasó quejándose de que llegan los 30 y aún no se ha casado (¡y eso que vive en pareja y todo!).

Clama al cielo. Hay que hacer algo. Ya.

¿Cómo se juega a eso?

—Oye, que ya toca ser adultos.

—¿Y a eso cómo se juega?

—Pues depende mucho de si eres hombre o mujer, pero en general hay que ser una persona seria y agresiva, tratar siempre de tener razón y ganarle al contrario, cumplir horarios y expectativas ajenas, ganar mucho, comprar mucho, quejarse mucho, tratar de satisfacer el qué dirán de la familia extensa y los colegas, llenar el tiempo y el espacio de cosas, maltratarse el cuerpo, mirar adelante y atrás pero nunca arriba, abajo o a los lados. Y nunca, nunca pasarse de la raya ni querer pintar otra con tiza en el asfalto.

—Suena divertido. ¡Vamos!

***

—Vamos a ser novios, ¿va?

—¿Y a eso cómo se juega?

—Pues… yo hago como que tú gobiernas mi vida y la relación, tú haces como que no tienes emociones. Yo seré toda entusiasmo, tú la parte racional de la pareja… Ah, ya no importará nadie ni nada más, solo el uno al otro; consumiremos mucho, y al cabo de unos meses ya podemos empezar a tratarnos mal, pues donde hay confianza… ya se sabe.

—¡Vale! Me da que esta partida te la gano…

***

— Ay, ay, que creo que hay que ponerse a jugar a ser padres…

— Ah. ¿Y cómo se hace eso?

— Pues mira, hay que marcar estatura, llenar de cosas el espacio entre tus hijos y tú, decir mucho que no, hablar alto e imponerse siempre. Quejarse todo lo posible de los niños, no perder mucho tiempo con sus cosas,  tratar de que te salgan normalitos, humillarles, comprar mucho, decir que «no» constantemente, ¿ya lo he dicho? y… ¿qué pasa, que tú no has tenido padres?

— Sí.

— Pues haz todo lo que hicieron ellos que seguro que no falla. Total, aquí estamos nosotros como prueba de que se les dio estupendamente.

Cómo hablamos las mujeres

Nos construimos hacia dentro y hacia fuera a través del lenguaje. Hacia dentro, decimos y encarnamos nuestra verdad en lengua. Hacia fuera, performamos, materializamos nuestro espacio en el mundo negociando con los elementos sociales a través de la lengua y de cómo la usamos en interacción. Los ejes de poder en que nos movemos y otros aspectos psíquicos propios pueden descubrirse a través del análisis de nuestro discurso.

Para analizarte, graba un pedazo de conversación telefónica o presencial, en la que hables (mejor con otra persona que sola frente a la cámara) y observa posteriormente desde fuera los siguientes fenómenos.

 

Aspectos externos

  • Qué lengua hablamos: ¿es la “nuestra” (habitualmente llamada materna)? ¿U otra? En ese caso, ¿quién nos la ha impuesto? ¿Qué lengua hablamos con cada persona, qué nivel tenemos y qué consecuencias tiene la diferencia en el grado de dominio a nivel de poder? ¿Cómo se relaciona con nosotras la persona que conoce mejor el código?

 

  • Turnos de habla: ¿hablamos mucho o poco? ¿Más o menos que la otra o el otro? ¿Interrumpimos? ¿Nos interrumpen? ¿Cómo interpretamos las interrupciones?

 

  • Escucha activa: ¿cómo reaccionamos ante lo que ha dicho la persona con la que hablamos? ¿Damos muestras de haber entendido? ¿Recapitulamos lo que ha dicho, inquirimos sobre ello, ignoramos, insistimos en nuestro relato? ¿A nosotras, sentimos que nos escuchan? ¿Cómo reaccionamos si sentimos que hemos sido escuchadas o no?

 

  • Seguridad en una misma: ¿Nos equivocamos, reformulamos mucho lo que hemos dicho? ¿Hay mucho “eee”? ¿Cómo nos sentimos respecto al tema que estamos tratando y cómo se refleja esto en el discurso?

 

Aspectos internos

Lo performativo (la creación de realidad a través de la lengua)

  • Clasifica los enunciados que emites en afirmativos, negativos o interrogativos y cuéntalos. ¿Qué tipo predomina? ¿Cómo lo interpretas?

 

  • Observa los enunciados, ¿cómo son, qué hacen? Por ejemplo: crean relato (esta mañana me ha llamado Luis), dan órdenes (¡escucha!), te comprometen a algo (tengo que estudiar para encontrar un mejor trabajo), establecen nuevas realidades (a partir de este momento, se acabó lo que se daba), expresan sentimientos (siento lo que ha ocurrido), etc.

 

  • Cuando das una opinión, ¿en qué punto de la escala entre «es así y punto» y «perdón, bueno, yo es que, si puede ser, creo, diría que igual…» se encuentra? Es decir, ¿con qué grado de autoridad expresas tus percepciones?

 

  • Al hablar o creamos las frases de nuevas, sino que muchas veces son pedazos de lengua que hemos oído, y repetimos en contextos oportunos. Escoge varios, ¿de dónde vienen? ¿De tu madre? ¿De la propia persona con la que hablas? ¿De la tele? ¿De un libro?

 

  • Observa tus coletillas, ¿sirven para atenuar (no sé, como…) o para enfatizar (evidentemente, claro)? ¿Cómo lo interpretas? Sería ideal anotar los marcadores del discurso (o sea, a priori, bueno, de todas formas…) que más usas y preguntarte por qué esos y no otros.

 

Lo material

  • ¿Aparece tu cuerpo en tu discurso? ¿Qué partes?
  • ¿Explicas con descripciones visuales, materiales, lo que cuentas?
  • ¿Hay en tu discurso más palabras de significado concreto (piel, mesa, flor, pollo) o abstracto (idea, tema, sinceridad, relación)?
  • Fíjate en los sufijos apreciativos como ito/illo/ico/ín o azo/aco/ón, etc. ¿De cuáles hay más? ¿Te identificas más con lo pequeño o con lo grande?
  • ¿Qué colores predominan en tu discurso, si los hay?

 

El yo

  • ¿Cuántas palabras, expresiones, tonos, etc., crees que has creado tú? O sea, ¿cuánta creatividad propia hay en la lengua que usas?
  • ¿Cuántos verbos hay en primera (yo, nosotras), segunda (tú, vosotros) y tercera (ella, él, ellas) persona? ¿Cuál predomina y por qué crees que lo hace?
  • ¿Cómo te creas a ti misma en el discurso? Es decir, ¿cuál es la autoimagen que dibujas? ¿Dices cosas como ay, qué tonta soy con frecuencia?
  • ¿Has usado “nosotros/as”? ¿A quién incluías junto a ti?
  • Cuando te refieres a personas con las que te relacionas, ¿usas sus nombres o su relación contigo? Es decir, ¿dices “Carlota” o “mi hermana? ¿”Carlos” o “mi novio”? ¿Por qué?

 

Lo social

  • ¿Cómo te relacionas con la norma? ¿Cuánta incorrección hay en tu lengua? ¿Cómo te sientes respecto a ella?
  • ¿Usas el lenguaje inclusivo de género? ¿Cuidas, en general, la inclusión? ¿Has hecho referencia a colectivos sociales (infancia, jubiladas, migrantes, chinas, enfermeras…)? ¿En qué términos?
  • ¿Usas palabrotas? ¿Cuántas? ¿Cuáles? ¿Qué significados arrastran? ¿Qué roles de género se esconden en ellas?

 

Una vez analizada tu propia habla, lánzate a analizar la de otras mujeres, la de los hombres, las y los jóvenes, etc. ¡Hay mucho que constatar y de lo que aprender ahí fuera! Decimos mucho más de lo que hablamos cada vez que abrimos la boca…

Para qué sirve un bebé

Para cuidarlo, claro.

Para amarlo, contenerlo y apoyarlo en la medida de lo posible, y facilitarle las condiciones que necesita para ser y estar a su modo en el mundo.

Para aprender una misma a ver con ojos cristalinos, a relenguar y activar el poder del pensamiento, a percibir desde una piel fresca.

Pero también sirve para otra cosa.

Para hacer estudios de género.

Si interactúas socialmente llevando un bebé podrás observar:

  • Cuáles son las relaciones de poder entre la gente con la que interactuáis y entre tú y ellas: quién se siente con derecho a coger el bebé y «distribuirlo», quién te pide permiso para cogerlo y cómo, etc.

 

  • Cómo trata cada cual al bebé (qué apelativos usa, qué le dice, cómo reacciona al posible «rechazo») y si se intenta condicionarlo, ponerlo a hacer o demostrar algo (ejercer poder sobre él).

 

  • Cuáles son las relaciones de cada cual con los mandatos de su género, en algún punto entre el estereotipo de hombres que hacen como si no hubieran visto al bichillo aunque les esté prácticamente tirando de las gafas y mujeres que se ponen a dar saltitos de alegría y anunciar su muerte inminente de amor en voz muy aguda.

 

  • Cómo interpreta cada cual los murmullos, quejidos o llantos de la criatura: si le achacan siempre hambre, gases, cansancio o frío (solemos tener un motivo recurrente); si reaccionan devolviéndotela o tratan de hacerse cargo de la necesidad del momento, etc.

 

(Criar a la personita con los ojos bien abiertos es sacarse un puto doctorado cumlaude en la famosa universidad de la vida. Esto es muy divertido e interesante. Yo estoy más combativa, militante, más lectora y textadora, más consciente, brutal y honesta desde que el bebé nació. No tiene por qué ser así para todo el mundo, entiendo, pero es importante desafiar la condena de pañales sucios, llantos desesperados y aburrimiento monosilábico que se pinta habitualmente para el puerperio contemporáneo.)