mamen macera

A SB

 

A mamen se le está desbordando

el amor

de su cuerpo en apariencia chiquitita
Amor de pueblo, de hermana, tribu,
amor de niñas

amor platónico por su ángel macerado.

 

A mamen el amor le gusta lento
bañado en aguardiente, licor, aceite,
mezcla agridulce, vino, vinagre,

saliva rebosada o mar de llanto.


Macerar:

«reblandecer tejidos

por el contacto prolongado

con un cuerpo

líquido» que abarca

es navegado

y que se enjuga asimismo

del sabor del cuerpo otro

en solidez

que ha sido valientemente sumergido.


O quizás

«mortificar, afligir carne

con penitencias»

con silencios

con ojos/globos que estallan en cristales

al mirar la lista de guasaps

en que, angelito, no se te ve

ni se te espera.

Estás con otra. Te fugas. Me la añoras.

 

Pero que no, mamen, que no,

que no digieres ni modulas

ni acotas ni recortas ni moderas

ni entrenas ni lo justo ni fronteras

ni mides ni moldes ni alejarse.

Mamen te rebelas e implosionas

de deseo volcán

en tu cuerpo mantra de rodillas abrazadas

y sigues sola.

 

De entrada,

vamos a ser juntas “para tanto” y para más

yo te acompaño

(yo somos muchas).

Y vamos a enseñarle a Platón lo que sí es amar

que ame bonito y en salmuera de caricias

y acabarán llamándole “amor nuestro”

amor de cocina, de lumbre, de azulejo

amor intenso sediento de la mamen

amor de calmar la sed, amor

amor de cerca, amor de casa y de las cosas

amor que hace temblar al sistema

de los muertos.

 

Amar mamar mamen, lo sagrado,

lo que une,

el fuego de la verdad que custodiamos

en plazas, en bragas, en artículos

y en besos de, por fin, besos.

De “a estos besos me podría acostumbrar”,

dedos indistintos marinando

en bocas desarmadas que se licuan.

 

Hazme el favor, angelito de la guarda,

bájame la ídem y las tasas

que el macerado está listo y ya ha llegado

la hora de cenarse poco a poco

Que Salinas decía tonterías

(otra dicotomía patriarcal que reventamos)

que mamen amante y amada y fue y será

y me le vas bebiendo lentamente

los lunares tan salados de la cara.

 

Imagen de Severija Inčirauskaitė

Violeta y la estrella

A 12o

Violeta afirma sentir su cuerpo y su forma de ser inadecuados para los roles que tiene que representar en su trabajo. Violeta sostiene ser de una manera y no entiende por qué, para ganarse el pan sin gluten y la quinoa, tendría ella que cambiar, y encarnizar egos encorbatados y con acento de Oxford que son de otros, que no son suyos. Pero lo que Violeta no sabe es que eso es lo más digno que le puede suceder, eso de ser inadecuada.

«Adecuado» viene de ad- al lado de, y aequus, que significa igual. Violeta no está al lado de lo igual. Y lo igual en este parque temático de Patriarcapitaland sabemos que es lo violento, lo dominador, la impostura. Violeta no ha naturalizado que ser tenga que significar engañar y competir. Ella, sostiene, está deseando poder relacionarse desde la ternura. También en el trabajo. Pues… ¿quién ha decidido que lo profesional sea lo desapegado y lo violento? Por ejemplo, ¿quién trabajó más, Jacob, engañando a su hermano, a su padre, y a su suegro para obtener poder, o Raquel, Lea y sus criadas, amando/nutriendo a sus doce hijos?

Violeta afirma sentirse también disfórica. La disforia es la no-euforia. Euforia viene del griego, de eu-, que significa bien y foro que quiere decir llevar. O sea, que estar eufórica tiene que ver originalmente con saber bregar con esto de andar en la vida y hacerlo desde la alegría, la abundancia y la fecundidad creativa. Pero Violeta no lo lleva bien, está en disforia. Y, como arriba, casi podríamos decir que hace bien en estarlo. Porque nos honra estar desconectadas de esa forma de machacarse, ignorarse y utilizarse que impera en el patriarco-lugar de trabajo.

Ella está hundida y confusa. Pero yo sé por qué le pasa todo esto. Lo que le pasa a Violeta… es que es una flor. Una flor, es decir, vegetal, terrestre. Una flor que sabe oler a belleza y tiene en las yemas el tacto sedoso de la vida.

Los robinsones del mundo seguirán perfeccionando su obra de destrucción y asfalto. Echarán más hormigón en las molleras y nos construirán benidores en los espacios entre vísceras. Le harán (más) la guerra a las pieles en contacto, ilegalizarán las lágrimas, le pondrán tasas al apoyo y a lo mutuo. Golpearán puños cargados de razón sobre pechos en disnea, silenciarán los dulces susurros del afecto y lo ocuparán todo, todo, con sus pantallas de cristal líquido. Dispositivos sobre cunas, entre amantes, bajo cazuelas.

Entre tanto, nos iremos retirando más y más a las periferias del sentido. Allí colocaremos una estera de trenza sobre la yerba pelada y haremos un picnic de croquetas de amor y bacalao. Juntas, latiremos, y con el agua de las vulnerablidades propias corriendo libre, apagaremos el fuego de la herida de la otra. Apoyaremos cabezas en panzas, nos estiraremos al sol y a la luna (que se abrazan y se tocan y se corren) y contaremos estrellas mientras nos contamos cuentos de rebeldía y angustia y tocamientos clandestinos. Y cuando allí vengan también a buscarnos, arderemos juntas en una carcajada inflamable. Y tal y como ocurre con las estrellas más retozonas, se seguirá viendo nuestra luz durante milenios. Y luego, volveremos a acuerpar y seguiremos bailando. Y que nos lo quiten lo bailao, que nuestros zapateaos eufóricos seguirán retumbando hasta que la Vía Láctea reviente como una palomita de maíz en su microondas.

Así que ahora en primavera, cuando veas a Violeta, y también a Rosa, a Jacinta, a Margarita, a Azahara, Cintia, Begoña o Azucena, acuérdate de que se sienten inadecuadas, disfóricas, y que se debe a que ellas están del lado de lo vivo, y que no pueden llevar sobre sus estambres el peso de un sistema de muerte e inanición. Siéntate con ellas (si quieren) y pregúntales si quieren tomar algo, un abrazo, un masaje o una torta con hummus. Tal vez les apetezca un cuento, un paseo, un chiste, que les froten los pétalos… o bailar a carcajadas, medio cayéndose, en el lomo galopante de una estrella.

Vapor de regaliz

Espero que estas letras te encuentren agustito, cerca de ti, lejos del ruido. Yo así te escribo, mientras me abro al calor de los vapores de una infusión de regaliz y milenrama. Fuera llueven plagas milenarias, la peste del miedo, máscaras de cuero viejo con forma de pico de rapaz.

 

Nos echo de menos.

 

Echo de menos nuestro calor, nuestra presencia salvaje, nuestra batalla pertinaz de generosidad y belleza. Echo de menos la espiral del bosque, los versos que escriben con su crecer las flores, las telarañas. Echo de menos el agua del arroyo, el aire del mar, los besos drásticos y sin paliativos. ¿Dónde estamos? ¿Acaso nos hemos perdido?

 

Sonrío y te recupero. Siento que nos llevo en la toquilla morada, en ese libro de fuego, en la figurilla de madera que me pende en el pecho de un cordón misionero. Estamos en aquella postal que viste mi pared, en el humo del palosanto que nos lava el aire, en las legumbres remojando/retozando en el plato de latón lacado.

 

Quiero que estés bien en estos tiempos tan raros. Te deseo semillas, aguas, raíces, tierra. Te deseo imágenes benevolentes y que te encuentren esas ficciones tiernas que te sacarán, seguro, de esta y de más. Espero que no digas palabras sino que digas lenguas. Que no abrigues las pieles sino los huesos. Y sobre todo, que no te saquen de tu casa, que no te saquen del cuerpo. Que desde allí puedas viajar a donde se te espera. Aquí conmigo, tal vez. Alli contigo.

 

(Ad)mirarnos

Al patri-educarnos, nos amputaron la posibilidad de vernos. A nosotras mismas y a las otras criaturas que sobreviven desde cuerpos vulnerables, siempre en la línea de fuego, subjetividades mermadas, dobladitas como para meterlas en el cajón de la cómoda con bolitas de olor. Lo que nos hicieron fue un raspado de pupilas desde dentro para que, si miramos, solo podamos verlo a Él. Al varón blanco constructo. Al gran falo del obelisco. El Dios-sol y su triángulo. Plural mayestático. Cojón pendulante hipnotizador.

Sucede, sin embargo, que a veces nos reseteamos, nos deprogramamos y decidimos que nos queremos ver. Y no nos quedamos ahí, sino que, curiosas, nos atrevemos también a mirar. Y sucede que, cuando por fin prende la rebeldía y nos vemos y nos miramos, también, como por ensalmo, aparecen las otras ante nuestros ojos nuevos. Las vemos a nuestro lado. Y sucede, además, que en ocasiones, lo que hay nos gusta, y entonces, admiramos.

Admirar: «mirar hacia». Admirar a mujeres: mirar hacia ellas y que no se cubran ni se reduzcan ni metan tripa ni se operen ni se borren ni se vayan ni te pidan perdón por ser quien son. Admirarnos es una bomba nuclear de vida, una pomada para nuestro interior inflamado por el eccema Patrix.

Nos han socializado para odiarnos, para lanzarnos cuchillos y recortarnos mutuamente con nuestras performativas lenguas puestas a charlar. Por eso, cuando admiramos a otras, es como si frenáramos la puñalada con el canto de la mano y estuviéramos construyendo otro mundo posible al que se llega por carriles inscritos en nuestra propia piel.

Me pregunto qué hará en las mujeres a las que admiro la mirada que les proyecto. Dula, que estooo, che, qué sé yo, por ahí me salva la vida de vez en cuando. Activistx, que de mayor quiero parecerme a ella. O cuando le puse cuerpo a Voz y casi me da un paro cardiaco. ¿Qué abismos nos separan, aunque los llamemos puentes? En algún lugar entre el sueño, el pálpito, el alivio y el artificio yace lo que sí tiene que ser, esperando a ser sido.

(Algunos halagos sobre mi almacén salino no he sido capaz ni de responderlos, e intento olvidarlos como si fueran la peor de las afrentas.)

¿Qué efecto surte admirarnos? ¿Aprenderemos a gestionar la admiración mutua? ¿En qué rincón de la herida quedamos, y a qué hora? ¿Nos reconoceremos, una vez allí? ¿Nos miraremos a la cara? ¿Y qué hacemos con el mandato de agradar con el que nos cincelaron? ¿Cómo dejar atrás las expectativas-cencerro que nos colgamos por mano interpuesta? ¿Y cómo desactivar el miedo cerval a no cumplirlas, o ese síndrome de la impostora, que agarra como un musgo viejo también en las distancias cortas?

 

Hincharse o no de útero. Carta a mí misma hace dos años

Buenas noches, compañera:

Buf, qué lejana te siento, ahí atisbada y vaporosa al otro lado de la frontera (del accidente mortal), tan compacta, pequeña y densa, tan carnalmente párvula y preliminar. Te escribo desde un lugar a millas de distancia, desde axilas rizadas y saladas y nuevas piernas ágiles y fuertes, tendida felinamente junto a la piel fervorosa de Atreyu y ese olor suyo a salep, desde el núcleo semántico aterciopelado y duro que antecede y corazona a cualquier revolución social.

Quieres embarazarte y parir. Leíste a Casilda Rodrigáñez y ‘por detrás de la cultura, se te puso a palpitar el útero’ rítmicamente, como un tambor prerromano de mano callosa en vejiga curada y tensa. Se te llenaron la matriz y la boca de flores y de peces pululando. Ya deseas emprender una rebeldía de carne lábil y piel henchida y fresca, sangre parida que fluye y le escupe en la cara a la muerte porque no se deja acumular. «Yo quiero tener hijitos/ muy pronto te iré a buscar/ pa poder vivir contigo…» canta dulce y sencilla Zaragoza.

Pero no seas soberbia y te niegues el peso de las imágenes de la cultura del entretenimiento industrial en tu deseo. Por más que te exfolies la frente, el final de Notting Hill con la panza acariciada en el banco del parque, la ternura calculada te interpela directamente como a tantas otras mujeres. Nuestras subjetividades se diseñan desde los despachos y estás condenada a no saber nunca cómo habrían sido las cosas de no vivir en esta socioeconomía de la carencia afectiva y mezquindad organizada.

Y bien, deseas un temblor de vida, dejarte caer en los brazos del abismo y al fin sumergirte en el lago de lo materno. No lo piensas demasiado, se trata de una intuición, un latido, y una hilera de condiciones de posibilidad. Estás en el país adecuado de las bajas «generosas», cuentas treinta y una apremiantes primaveras, y convives con un hombre con el que te lo pasas bien ¿la mayoría del tiempo?, y que cuando tiene ganas y folláis, logras disfrutar como una personajilla del Bosco.

Traigo cosas que contarte. Hiciste bien en no pensar mucho porque con tus pensamientos no habrías llegado ni a acercarte a tu yo del futuro. No me podías imaginar, era imposible. En el estrecho margen que te deja la salvaje cultura neoliberal en la que andamos todas sin red ni resuello, no hay pantalla suficientemente ancha que pueda acoger el panorama que se ve desde este lado.

Si Coral Herrera hubiese escrito esto antes, quizás hubieras comprendido un poco, pero no fue así. Y en lugar de una cultura en que lo mujer, lo materno, lo embarazado y lo criante se vivan de forma natural y honrosa, de forma constructiva y comunitaria, estás a punto de darte cuenta de que eres puta carne de cañón para un patriarcado de consentimiento atroz que te chupa la mano desde debajo de la cama y que, en cualquier momento, te apuñala en lo simbólico cien mil alevosas veces.

No te imaginas lo que va a suponer traer al mundo a un hijo. No tienes ni idea de todo lo que se va a remover. Aunque tú no lo sepas, tienes una idea consumista de la historia, ni te imaginas que esto va mucho más allá de «convertirse en madre» o de «tener» criaturas, que los cimientos de todo lo que crees ser, tener y desear van a tambalearse y a tirarte las convicciones por tierra. Estás a punto de convertirte en una fiera feminista transida de conocimiento carnal, en cierto modo divino, pero también te volverás niña chica llorando en una esquinita porque nadie, nadie, ha venido a recogerla después del colegio, y hace frío y no hay merienda ni hay caricia.

Ni se te pasa por la cabeza que aunque tú estés viviendo de prestao la vida del BBVA (blanco burgués varón asalariado), vas a hacerte un curso intensivo y acelerado de vulnerabilidad y vas a estar cerca de perder las fuerzas por el camino, aunque finalmente saldrás hecha una animal más fiera y potente de tu viaje al corazón de la interdependencia. Hasta ahora, por las posibilidades económicas y de acceso a la cultura y el consumo dadas por tu clase, has vivido de espaldas al intríngulis de lo humano, creyendo que éramos unidades atómicas independientes que se asocian para perseguir fines comunes. Te equivocas, compañera. Estas impregnadita de relato neoliberal, por crítica que te imagines. Cuando empieces a engordar, a quedarte sin resuello, a no caber en los baños de los locales, a hacerte pis por todas partes, a sentirte incapaz de subir esa escalera, a vivir pesadillas desgarradoras… te darás cuenta de que eres una pupa abierta. De que necesitas contención, acogida, cuidado sumo. Te vuelves obesa, anciana, enferma, criatura. Te vuelves la cara oculta que esta sociedad inhumana reprime y oculta con artimañas culturales que hacen que nos identifiquemos artificialmente con la imagen de ese varón-rey-de-la-selva que surge y ya, plop, como un champiñón, listo para la producción y el consumo, sin cuidados, sin redes, sin heridas.

Todo es mentira. No vale nada de lo que has visto hasta ahora. Vas a tener que coserte rápido un vestido nuevo a base de harapos si no quieres quedarte desnuda y sola a la intemperie de tu angustiosa necesidad de calor y vínculo esencial.

Te ayudarán los libros. Te volverás aún más viciosa de la letra escrita, comprenderás que solo por ese canal de materia impresa te llegarán las voces de las compañeras, las otras que ya han abierto los ojos y los regazos, las que van a ser tu tribu, te van a tender una cultura-ficción más tierna en que poder engendrar, parir y criar sin intemperies permanentes. Una ilusión de cobijo, dosis de conocimiento oculto palpitante, conexión mistérica pero refulgente de tan obvia con las otras silenciadas y mutiladas por esta farsa de patrix desgarrador.

También estarán ellas, las mujeres que encontrarás en la red, ese artefacto creado por el ejército americano que, sin embargo, te enchufará a la vida durante todo este proceso, te mantendrá literalmente no muerta. Si no existiesen el internet y ellas, las grandes mujeres verdaderas que te han acompañado en este trance, la depresión te habría aniquilado, escúchame bien. Las personas de tu alrededor físico no te dan el abrazo, el tiempo ni la palabra que te habrán de sustentar.

Con tu compañero verás que no, que no funciona. Y no por él ni por ti ni porque no sea el hombre adecuado: son los géneros y sus trajes con que nos han herrado la carne delicada: no hay trato igualitario posible entre cuerpos aherrojados ya por los mandatos del gran sistema de la desigualdad. Basicamente has fertilizado tu vientre con su energía seminal, y te ha atado las botas muchas veces, pero el resto…tu pareja, tu interlocutor, tu compañero en todo esto han sido las otras mujeres que, desde sus rincones del mundo, te han sujetado el pelo, te ha celebrado y pintado la panza de colores, han visto palpitar sus matrices al unísono con tu útero estremecido en rebeldía.

Vas a buscar a Madre y no la vas a encontrar. Vas a entender que la mujer que te engendró a ti es básicamente idiota, que no sirve para guarecer ni ama ni es tribu ni cultura que te valga. Dejarás de tirarle del brazo para que sea algo más que una consumidora alienada y corta de vista, porque no da, se niega a desemburrecerse y te expone al frío desgarrador de la evidencia del capital y sus lógicas. Vas a desembarazarte de la peripecia de la mujer que te tuvo (y después te perdió) para entender que Madre es narrativa social hospitalaria, nutricia y afín a la reproducción respetada de la vida. Vas a olvidarte de otras actividades y ambiciones viejas para querer dedicarte a maternal culturalmente a otras mujeres. Pasarás una época primera de confusión, a la zaga de un chorro de energía desbocada, pero llegarás a entender, por fin, tu llamado particular en esta jungla, tu aportación posible a la revolución en ciernes que elaboramos desde las carnes orgullosamente temblorosas, vulnerables, fértiles e inapropiables. Se te va a quedar el cerebro chafado y concéntrico, con forma ni más ni menos que de placenta. Tus ideas liberadoras irrigarán los vasos sanguíneos de cuerpos y territorios hostigados.

Recalarás en la playa de la Medusa, te tenderás al sol, y vendrán las amigas riendo a merecer y honrar la vida contigo, con personita.

Tristeza

Ser un estereotipo no ayuda, no sirve.

Como tantas otras mujeres puérperas, estoy sola y triste. No padezco depresión postparto. Tengo soledad y tengo tristeza.

Las mujeres de alrededor no acompañan. Ni siquiera otras puérperas. Hablan de comprar, de vender, de ambiciones profesionales, de volver enseguida al trabajo. No acompañan. Son seres sin cuerpo, sin abrazo, discursos sin subjetividad. Quizás estén tan solas como yo pero no me lo dicen, me lo disfrazan. Pinchan. Las mujeres de cerca me pinchan con su pretendida desmujerización.

El padre del bebé no me soporta. No me quiere, no le gusto, no me soporta. Hoy me ha gritado y después retirado la palabra porque se destiñó una camiseta en la lavadora que puse yo ayer. Se le junta con que anteayer una vela que yo encendí dejó un cerco de cera en la mesa nueva del salón. Y con que hace tres semanas el bebé tiró un café en la alfombra nueva por mi culpa. Hace más de un año que no me toca, que no me besa con lengua, que no admira mi cuerpo. No quiero estar desnuda delante de él. Me doy vergüenza ante sus ojos.

La imagen de mí misma que me devuelve me asquea: un ser caótico, sucio, desmelenado, perdiendo su tiempo en utopías estúpidas, cometiendo un error detrás de otro, dilapidando recursos comunes, llorando para conseguir compasión inmerecida. Qué hago con este cabestro y por qué he tenido un hijo con él.  Nos engañamos para sobrevivir y en momentos de lucidez por desesperación la verdad asoma y aterroriza, y nos raja afilada la conciencia.

A mí tampoco me gusta él ya. Desde que tenemos un hijo se ha vuelto una copia viva de su madre, reproduce sus discursos y actitudes. Yo no elegí una vieja gritona e intransigente por compañero. Da órdenes, quiere controlar todo lo relativo a la casa, vuelve del trabajo y… ¡bum! Bronca que te crío porque abandoné la botella de agua fuera de la nevera.

Qué puerperio, qué hormonas de la felicidad, qué baby-brain, qué estado de placidez en la díada mamá-bebé. Para él todo eso no importa. Es todo severidad para conmigo y ¡ay! dulzura con el bebé. Se diría que quiere ocupar mi puesto. Se entristece por no poder amamantar, porque la cría llore más con él, porque la cuidadora principal sea  yo en este momento. Le he explicado por activa y por pasiva cuál es su papel en la historia este primer año, pero no entiende, no escucha. Él quiere ser la novia en la boda, el niño en el bautizo y la madre en el puerperio.

No tengo quien me acoja. No pertenezco a nada. No hay amor para mí (que sin embargo debo -y deseo- amar a la personita incondicionalmente). (Qué habría sido de mí sin las tremendas mujeres que hay en lo virtual.) Mi hambre de conexión, mi necesidad de ser en comunidad, de que me cuiden… se apaciguan cuando escribo, cuando leo feminismos, cuando bebo vino, cuando me mandáis mensajes.

Y lo peor… es que soy un estereotipo, carne de ensayo sociológico, de artículo académico sobre la maternidad posmoderna. Y es terrible porque aunque lo mal que lo estamos haciendo está ahí, nombrado, diseccionado, con las vísceras a la vista… no podemos cambiarlo.

Lloraba el domingo porque estuvimos en una fiesta y mi bebé se iba con todo el mundo, grandes y peques, abrazaba, jugaba, reía. Muchos no la entendieron, se retraían. Grandes y peques. Qué deliciosa y aterradora continuación de mi mismidad: ganas de irme con gente, de enrollarme, de entregarme… que se dan de bruces con agria condescendencia, en el mejor de los casos, o la pura ausencia de un cuerpo al otro lado.

Para qué llamo a una amiga para contarle mis asco de relación si ella come aún más mierda y violencia patriarcal. ¿Nos damos cuenta de la cantidad de mujeres que hay por ahí sufriendo por «amor»? En los conflictos de la pareja heterosexual se ve la clave de las corazas de género, la clave de la violencia que se ejerce contra las personas, con la que contribuimos.

Yo quiero retirarme a la naturaleza y los libros para sanar, o para vadear la vida. A las caricias y a que no me juzgue nadie. Quiero ser. Solo pido ser. Que me (nos) dejen ser. Liberar fluidos, rizos, palabras, carne en jugo… sin-que-nadie-ejerza-poder-maligno-sobre-mí, sobre-nosotros.

Ay, hija, qué te he hecho. Qué mundo es este. E imagínate, que nosotras somos de los privilegiados… que por ahí hay niñxs muertxs, mujeres muertas, niñxs violadxs, mujeres violadas. Que comemos y tenemos casa y entorno salubre y dinero para vivir bien.

Algo ha de cambiar. Como ellos no creo, cambiaré yo. Hay que quitarse de encima tanta ingenuidad romanticona. Yo aquí hablándole a otras mujeres de tribus, de cuidarnos, haciendo grupos, prestándoles lecturas que me han fertilizado. Se ríen de mí a mis espaldas. Me he vuelto una caricatura. Yo, mi puerperio, mi feminismo, mi bebé. Soy una bola de amor humano con una criatura atada al cuerpo nadando sin resuello y sin orilla en la que reposar. Se ríen de mí. Qué será de ti, bebé, con esta madre inadaptada y moqueando. Como de niña, con siete años, enamorada profundamente de la amistad incondicional, drama tras drama, amigas del alma, disgustos, decepción, sálvame, te quiero, te necesito, tengo frío, deja que me vierta un poco en ti.

Esto era el príncipe azul, esto era tener madre, esto era lo que nos negaron: una casa caldeada con un contacto de piel, compañía que te calma. Como cuando lloras y te abrazo, bebé, y entonces llega la paz. Eso es lo que nos negaron. Eso es lo que necesitamos. Tristemente, lo contrario de lo que vamos a conseguir. Tristeza.

A la amiga que sufre. Se busca tribu

No es tu culpa. No te enredes en telarañas ajenas, se han tendido con intereses concretos por los que conscientemente nunca votarías. No remes como galeota en la embarcación que nos llevaría si pudiera a los abismos de lo feo y lo ilimitado. Salte de ahí, quítate la ropa, límpiate de miserias de otros, empápate de empatías de otras, mírate. Repasa tu lengua, púlela. Fuera imperativos, perífrasis de obligación. Balancéate en una lengua que te arrulle, que te sea favorable, que te dé calorcito y piel cercana que conforta. Siento, necesito, agradezco, doy, recibo, descanso, descansan. Compañía, comunidad, comadre, cómoda, comida, comfortar.

No es cierto que ya no seas interesante. Cuida lo que lees. Que no haya rabia, que no sea el dios-mercado hablando por letras de mujer.

No es cierto que tengas que forzar el fin de la lactancia para poder volver a ser tú. No hay nada que tendría que estar pasando mientras Pequeña mama porque todo lo grande y lo indispensable que hay en el mundo ya está ocurriendo ahí, entre pezón y boca.

No es cierto que no te comuniques bien con Mayor. Ella te ama y te añora, solo necesita algo de tiempo para expandir el amor más allá de sus contornos.

No es cierto que tengas que ser otra, ni mejor, ni diferente. Solo que como no bailamos a tu alrededor en círculo para recordártelo, se te ha olvidado cómo de grande y bella eres.

Lo único cierto es que faltamos. No es nuestra culpa, pero debemos estar ahí. A ti y a las niñas debemos rodearos, cantaros, escucharos, miraros, mimaros, acariciaros. Vamos de camino, espéranos.