Carne de desidentidad

Soy abundante, inconveniente y absurda.

(La petulancia estoy en proceso de dejarla. Voy mal.)

Me doy vergüenza la mayoría del tiempo. Necesito hacerlo para saberme orgánica y vigente.

De donde vengo no soy. De donde vivo no soy. Los lugares son relatos que me aburren. Ser es un privilegio que deberíamos dejar de fingir que aún tenemos.

Soy hablada por lenguas varias. Me pone descuartizarlas y exprimirles los jugos genitales.

En relación, soy compañera y soy amiga. No soy hija, sobrina, nieta, maestra ni alumna. (Quisiera ser más hermana.) A mi pesar soy consumidora, ciudadana y usuaria. Pero no soy contacto de facebook ni católica.

Uso el anacoluto mujer para enlazarme con otras y luchar. No lo tengo tan claro con la de madre, la de 99% ni la de pueblo. Estoy empezando a pensar en decir que soy ibérica. O de Carpetania. O que lo sería de no ser más que triste carne sin tono ni diosa vomitada (en el lado de los que expolian) por la maquinaria vil de patriarcocapilandia.

Me gusta bailar, comer, escribherir y poseer libros (que encargo a escondidas de mí misma). Me corro con los s(t)ex(t)os orales/paginales/corporales que (se) dan cuenta de las irregularidades del terreno pantanoso.

Entre las muchas heridas desde las que apenas emerjo, me cuesta el contacto humano. A veces huyo. Abrazo fatal.

Soy un todo con las flores, con el deslumbre, con la fibrosidad de los líquidos y con los cuerpos que laten y ciclan.

Mi afuera  son la normalidad, el consumismo, las verdades inmutables, los procedimientos protocolarios, la ceguera política del homo borregus, los paraguas. Desconfío de la voluntad del individuo como resorte de cohesión social. Prefiero la empatía y las verbenas populares.  Cualquier bebé de horas y cualquier pato saben más de cómo vivir que un medalloso experto.

Interrumpo a la gente de bien, irrumpo en espacios ajenos, (me) hago daño a terceras personas.

Solo quiero (fieramente) palpitar.

Con suerte, tengo un culo bastante resistente.

El contrario de lengua es madre

La madre es un espacio originario del cuerpo autoconsciente. El último espacio donde hay continuidad, donde no hay palabras ni falta que hacen porque acercarse a otros seres a través de la comunicación, por semblanzas, es tan solo una sombra pobre de «ser lo mismo».

Cuando hay madre/continuidad todo es espesura cíclica, flexibilidad porosa. Cuando hay madre todo tiene sentido porque todo está vinculado a sí mismo de tal forma que no existe lo otro, lo que no es uno.

A la madre la han llamado dios, éxito, dinero, aceptación social… La tratan de pinchar con el alfiler de las una y mil palabras-arista del poder sin conseguir nunca alcanzarla, porque la madre es el contrario de la lengua.

Madre es sustancia, lengua es forma/potencia/estructura. A la madre no hay regulación gramatical que la pueda encerrar. Madre es subversión y no dice, pero sí acurruca y genera y comprehende. El poder acuña moneda y acuña términos (finales). La madre engendra seres que son eternos principios y posibilidades de sí. La madre entiende, la lengua confunde, pese a que sea la última oportunidad que nos queda de comprender algo (también nos la quieren rebanar, la lengua, como la rebanaron la madre a bisturazos).

El cultivo de la continuidad en la que proliferan cuerpos no deja posibilidad de falta básica, no oprime, no invisibiliza, no crea reservas de flujo latente y oscuro presto al estallido.

El desamparo original se orquesta arrancándole a las madres las criaturas del cuerpo, y dándoles a continuación a chupar el símbolo. La historia de la humanidad es la de una pugna entre el silencio orgánico de la leche y el chillido documental y hostil de la metralla.

Imagen: http://www.dovivargas.com/Obras/Oleo_Colores.htm?3.2.2

Taller de gozo de vivir – por una personita de un año

La chiquillería es a la humanidad lo que la poesía al idioma: es imprevisible, rompe reglas, poca gente la entiende y casi nadie tiene tiempo para ella.

Aquí, una vibrante y dulce criatura que ya tiene un año, nos propone unas actividades para que aprendamos a vivir un poco más como personitas (y un poco menos como ratas de laboratorio neoliberal). Solo con ser leídas, ya pueden tener el efecto de rejuvenecernos el alma y arrugar el contrato diabólico que nos obligaron a firmar.

– Siéntete obligada a bailar cada vez que oyes ritmo, y baila

– Explora a placer cada nuevo territorio en que te encuentres, sin vergüenza alguna

– Relaciónate con (casi) todo el mundo desde la creencia de que quieren lo mejor para tu integridad y equilibrio

– Mira bien fijo el dedo que señala, en lugar de lo señalado…

– Registra todos gestos y hasta los mínimos cambios de expresión de las personas más queridas

– Chilla con ganas cuando te alivia

– Ríe y llora con todo el cuerpo

– Estudia bien lo que comes antes de engullir

– Componte una canción propia especial para hacer de vientre

– Métele a la gente los dedos en el ombligo impunemente

– Exige compañía y juego a gritos. ¡Que no te procrastinen!

Hijos y gintonics. Respondiendo a Natalia Haro

Ha sucedido de nuevo. Otra vez aparecemos en entredicho, convertidas en un estereotipo, infantilizadas, reducidas a un tópico, borradas, desoídas… en un medio feminista. ¿Y por qué? Porque decidimos que del coño nos saliese una vida. Lo tenemos merecido, ¡eso nos pasa por madres!

Natalia Haro: las mujeres que parimos y criamos no podemos ser representadas como o una cosa o la otra, como tu analogía de las dos amigas pretende transmitir: o gintonics o sacrificios. Las mujeres, maternemos o no, (sobre)vivimos en una encrucijada de discursos, biopoderes y trampas patriarcales que, entre otras cosas, tratan de deslegitimar nuestra complejidad vital y reducirnos a categorías manejables desde los púlpitos de aquellos de cuyos deseos está el mundo entero puesto al servicio.

En lugar de problematizar las opresiones compartidas, en tu texto se nos adelgaza a un sangriento blanco y negro y se nos invita a seguir una senda de cines, gintonics y carreras profesionales que se parece sospechosamente a los intereses de la ideología hegemónica. Me cuesta entenderlo. Tu saleroso artículo se deja tanto, tanto en el tintero, frivoliza y simplifica tanto, que duele por venir de donde viene.

La mal llamada «crianza natural» no es un movimiento social como lo caricaturizas, Natalia Haro. No es un bloque de prácticas en hilera, no es un club, no hay unidad ni discursiva ni de acción (y no entiendo, de serlo, qué tendría que ver con decir «holi» y «hasta nunqui», esa parte no la pillo).  Es una amalgama polifónica de reflexiones, rebeliones e intereses de texturas diversas que incluye sus contradicciones y sus tensiones internas. Es una búsqueda, como todas las elaboraciones que desafían al poder vigente. Y esta multiplicidad de voces son una reacción a las violencias machistas y coloniales contra las maternidades que se normalizaron en la segunda mitad del s. XX en el mundo industrializado, no solo en los paritorios, sino también, y de forma más ominosa si cabe por fría y sostenida, en las consultas de pediatría. Por favor, Natalia Haro, no te olvides de esto, que hay gente leyéndote.

Amamantar, hacer colecho, usar pañales desechables, etc., son prácticas independientes y variadas que tienen en común solo un elemento: cuestionar la normalidad dominante en la crianza occidental. Desde el feminismo, desde la psicología evolutiva, desde la teoría del apego, desde el ecologismo, desde el anticonsumismo… —e, incluso, desde el conservadurismo extremo, sí— son muchos los puntos desde los que una persona puede decidirse a tratar de criar de una manera no avalada por la cultura actualmente mayoritaria e invisible.

Y es que la mal llamada «crianza natural» (mejor denominarla consciente, o ¿por qué no?, crítica, pues… ¿qué es lo natural sino lo que el poder en cada cultura define como tal?) no es una nueva hegemonía, no se ha convertido ni mucho menos en norma, no es lo que se hace por defecto en ninguna parte del mundo (por favor, demuestre lo contrario quien así lo crea).

Ahora sí vamos al fondo de la cuestión: en una mano tienes la fuerza de la costumbre, la cultura, la familia y sus preferencias incuestionadas (que suelen reproducir la mencionada tutela médica finisecular del no-lo-cojas-en-brazos-que-se-acostumbra), la industria, el comercio y la publicidad con sus miles de inventos para atiborrar la crianza de trastos y hacerlos parecer necesarios (ojo cuando dices: «la renuncia al chupete» como si hacer a las criaturas llevar un trozo de plástico en la boca no debiera ser cuando menos cuestionado…).

En la otra mano están Carlos Gonzales y otrås especialistas, algunas iniciativas comerciales pequeñas y unas amigas tuyas que quieren abrir el debate sobre cómo ejercer la crianza y te recomiendan cuestionar los métodos convencionales. ¿Que parte es la dominante, Natalia Haro? ¿De qué lado está El Poder? ¿Y por qué entonces sientes tanta ira contra la tendencia que es claramente minoritaria y por tanto más débil? Desde luego nadie debería decirte a ti cómo criar, pero que el diario.es publique un airada reacción contra el cuestionamiento de la ideología patriarconeoliberal en la crianza me parece, cuando menos, un desacierto.

Natalia Haro, coger toda la cultura que desde el pensamiento sobre los cuidados y sobre la escucha de las necesidades de la infancia se ha elaborado contra los mandatos del mercado, hacer un hatillo con ella y tirarla por el excusado me parece un error muy grave. Por salerosa que quedara la frase del wallapop. ¿Desafiar ese mandato que impuso a las mujeres que no amamantasen o que lo hiciesen bajo control médico, que es lo que hace Carlos González, desmontándolo desde la ciencia, lo interpretas como el «must» de la época? ¿Pero de qué lado estas? No entiendo.

Tampoco las cosas que aseguras que dice las he visto escritas por él, ¿nos pasas la referencia, porfa? ¡Y esa retórica de las malas madres que reproduces! ¿Tampoco vas a cuestionarla? ¿También es algo que tiene que ser utilizado y punto, como el chupete?

Estamos todas de acuerdo de que lo que no queremos es que nos exploten y nos releguen, pero lo que hay todavía que encontrar es qué es lo que sí queremos. Y, francamente, tener al mismo tiempo hijås y gintonics sin límite, ni siquiera los dictados por los organismos, por las necesidades del cuerpo chiquitito y del cuerpo puérpero, parece, más que una propuesta feminista, un mensaje publicitario. Mi carrera, mi gintonic y mi libido recuperada. ¿Esto es el estado español de la bárbara desigualdad económica y reacción patriarcal de 2017 o un maldito capítulo de Sexo en Nueva York? 

Y… ¿qué quieres decir, Natalia Haro, cuando relatas que se le dice adiós a la carrera y hola a la casa y la comida sabrosa cuando se materna de forma «natural»? ¿Desde qué clase de privilegio nos hablas? Desgraciadamente, son muy pocas las mujeres en edad reproductiva que hoy en día en el estado español tienen una carrera en lugar de un trabajo o incluso un trabajillo, si es que cuentan siquiera con ello… Pero la pregunta importante es otra: ¿por qué es un trabajo en este mercado laboral necesariamente mejor idea que estar en casa y maternar? ¿Por qué no reflexionamos sobre la ausencia de prestaciones sociales que permitirían cuidar para quien elija hacerlo sin tener que renunciar a ser económicamente independiente?

En cuanto a la epidural, Natalia Haro, no soy una experta ni quiero extenderme, pero te diré que, por supuesto, si hay mujeres que personalmente lo desean y ya que la ciencia y el mercado se lo permiten, deben poder tener criaturas a las que recibir desde un cuadro hormonal modificado artificialmente. Pero es necesario que si se critica a quien opta por un parto no alterado con drogas se dé la información completa sobre los efectos de estas. No ridiculices a mujeres que desean parir desde los cuerpos que son tal como son, no lo hagas. Si no las entiendes, lee más, escucha más, vocifera menos. No contribuyas a normalizar la capacidad de la clínica, tan colonial, de manipular y rentabilizar la vida y las capacidades de los cuerpos vulnerables.

Y dejo de comentar tu texto porque se me ha despertado la criatura. En resumen, en el asunto de la maternidad se entrecruzan todos los discursos que afectan al género, las estrategias patriarcales pasadas, presentes y futuras, además de la imagen social y la materia emocional de muchas mujeres. Por respeto, por salud, porque nos conviene, debíamos pasar por él como por un campo de minas, hilar muy muy fino, pensar muy profundo, escuchar mucho, callar a veces otro tanto y dejar de criticarnos unas a otras tan ligeramente. Cada cual negocia con este sistema invisible de desigualdad violenta como buenamente puede. Hagamos pensamiento y critica feminista mirando hacia arriba, señalando el poder, y no hacia los lados, hacia las compañeras y lo que ellas hacen, pues podemos, aun sin querer, acabar metiéndonos goles en nuestra propia portería.

Natalia Haro: dile a tu amiga que la quieres y la echas de menos, encontraos, hilad juntas, o separaos, que quizás el momento haya llegado. Pero déjanos criar en paz como nos sale de la entraña uterina a las que no oímos tan fuerte la llamada del trabajo ni del gintonic. Te aseguro que no hay ningún experto de best-seller ni ningún cristiano en nuestro útero (quizás, precisamente, por eso sea tan importante silenciarnos).

Eldiario.es: si vamos a hacer discurso sobre maternidades, por favor que aporte conocimiento y perspectiva. Que sea liberador y no nos venda al diablo del mercado por una triste bebida de moda. Y aseguraos de que aparezcan lås niñås y sus necesidades por algún lado, pues también es de ellås y su bienestar de quien se trata.

Hincharse o no de útero. Carta a mí misma hace dos años

Buenas noches, compañera:

Buf, qué lejana te siento, ahí atisbada y vaporosa al otro lado de la frontera (del accidente mortal), tan compacta, pequeña y densa, tan carnalmente párvula y preliminar. Te escribo desde un lugar a millas de distancia, desde axilas rizadas y saladas y nuevas piernas ágiles y fuertes, tendida felinamente junto a la piel fervorosa de Atreyu y ese olor suyo a salep, desde el núcleo semántico aterciopelado y duro que antecede y corazona a cualquier revolución social.

Quieres embarazarte y parir. Leíste a Casilda Rodrigáñez y ‘por detrás de la cultura, se te puso a palpitar el útero’ rítmicamente, como un tambor prerromano de mano callosa en vejiga curada y tensa. Se te llenaron la matriz y la boca de flores y de peces pululando. Ya deseas emprender una rebeldía de carne lábil y piel henchida y fresca, sangre parida que fluye y le escupe en la cara a la muerte porque no se deja acumular. «Yo quiero tener hijitos/ muy pronto te iré a buscar/ pa poder vivir contigo…» canta dulce y sencilla Zaragoza.

Pero no seas soberbia y te niegues el peso de las imágenes de la cultura del entretenimiento industrial en tu deseo. Por más que te exfolies la frente, el final de Notting Hill con la panza acariciada en el banco del parque, la ternura calculada te interpela directamente como a tantas otras mujeres. Nuestras subjetividades se diseñan desde los despachos y estás condenada a no saber nunca cómo habrían sido las cosas de no vivir en esta socioeconomía de la carencia afectiva y mezquindad organizada.

Y bien, deseas un temblor de vida, dejarte caer en los brazos del abismo y al fin sumergirte en el lago de lo materno. No lo piensas demasiado, se trata de una intuición, un latido, y una hilera de condiciones de posibilidad. Estás en el país adecuado de las bajas «generosas», cuentas treinta y una apremiantes primaveras, y convives con un hombre con el que te lo pasas bien ¿la mayoría del tiempo?, y que cuando tiene ganas y folláis, logras disfrutar como una personajilla del Bosco.

Traigo cosas que contarte. Hiciste bien en no pensar mucho porque con tus pensamientos no habrías llegado ni a acercarte a tu yo del futuro. No me podías imaginar, era imposible. En el estrecho margen que te deja la salvaje cultura neoliberal en la que andamos todas sin red ni resuello, no hay pantalla suficientemente ancha que pueda acoger el panorama que se ve desde este lado.

Si Coral Herrera hubiese escrito esto antes, quizás hubieras comprendido un poco, pero no fue así. Y en lugar de una cultura en que lo mujer, lo materno, lo embarazado y lo criante se vivan de forma natural y honrosa, de forma constructiva y comunitaria, estás a punto de darte cuenta de que eres puta carne de cañón para un patriarcado de consentimiento atroz que te chupa la mano desde debajo de la cama y que, en cualquier momento, te apuñala en lo simbólico cien mil alevosas veces.

No te imaginas lo que va a suponer traer al mundo a un hijo. No tienes ni idea de todo lo que se va a remover. Aunque tú no lo sepas, tienes una idea consumista de la historia, ni te imaginas que esto va mucho más allá de «convertirse en madre» o de «tener» criaturas, que los cimientos de todo lo que crees ser, tener y desear van a tambalearse y a tirarte las convicciones por tierra. Estás a punto de convertirte en una fiera feminista transida de conocimiento carnal, en cierto modo divino, pero también te volverás niña chica llorando en una esquinita porque nadie, nadie, ha venido a recogerla después del colegio, y hace frío y no hay merienda ni hay caricia.

Ni se te pasa por la cabeza que aunque tú estés viviendo de prestao la vida del BBVA (blanco burgués varón asalariado), vas a hacerte un curso intensivo y acelerado de vulnerabilidad y vas a estar cerca de perder las fuerzas por el camino, aunque finalmente saldrás hecha una animal más fiera y potente de tu viaje al corazón de la interdependencia. Hasta ahora, por las posibilidades económicas y de acceso a la cultura y el consumo dadas por tu clase, has vivido de espaldas al intríngulis de lo humano, creyendo que éramos unidades atómicas independientes que se asocian para perseguir fines comunes. Te equivocas, compañera. Estas impregnadita de relato neoliberal, por crítica que te imagines. Cuando empieces a engordar, a quedarte sin resuello, a no caber en los baños de los locales, a hacerte pis por todas partes, a sentirte incapaz de subir esa escalera, a vivir pesadillas desgarradoras… te darás cuenta de que eres una pupa abierta. De que necesitas contención, acogida, cuidado sumo. Te vuelves obesa, anciana, enferma, criatura. Te vuelves la cara oculta que esta sociedad inhumana reprime y oculta con artimañas culturales que hacen que nos identifiquemos artificialmente con la imagen de ese varón-rey-de-la-selva que surge y ya, plop, como un champiñón, listo para la producción y el consumo, sin cuidados, sin redes, sin heridas.

Todo es mentira. No vale nada de lo que has visto hasta ahora. Vas a tener que coserte rápido un vestido nuevo a base de harapos si no quieres quedarte desnuda y sola a la intemperie de tu angustiosa necesidad de calor y vínculo esencial.

Te ayudarán los libros. Te volverás aún más viciosa de la letra escrita, comprenderás que solo por ese canal de materia impresa te llegarán las voces de las compañeras, las otras que ya han abierto los ojos y los regazos, las que van a ser tu tribu, te van a tender una cultura-ficción más tierna en que poder engendrar, parir y criar sin intemperies permanentes. Una ilusión de cobijo, dosis de conocimiento oculto palpitante, conexión mistérica pero refulgente de tan obvia con las otras silenciadas y mutiladas por esta farsa de patrix desgarrador.

También estarán ellas, las mujeres que encontrarás en la red, ese artefacto creado por el ejército americano que, sin embargo, te enchufará a la vida durante todo este proceso, te mantendrá literalmente no muerta. Si no existiesen el internet y ellas, las grandes mujeres verdaderas que te han acompañado en este trance, la depresión te habría aniquilado, escúchame bien. Las personas de tu alrededor físico no te dan el abrazo, el tiempo ni la palabra que te habrán de sustentar.

Con tu compañero verás que no, que no funciona. Y no por él ni por ti ni porque no sea el hombre adecuado: son los géneros y sus trajes con que nos han herrado la carne delicada: no hay trato igualitario posible entre cuerpos aherrojados ya por los mandatos del gran sistema de la desigualdad. Basicamente has fertilizado tu vientre con su energía seminal, y te ha atado las botas muchas veces, pero el resto…tu pareja, tu interlocutor, tu compañero en todo esto han sido las otras mujeres que, desde sus rincones del mundo, te han sujetado el pelo, te ha celebrado y pintado la panza de colores, han visto palpitar sus matrices al unísono con tu útero estremecido en rebeldía.

Vas a buscar a Madre y no la vas a encontrar. Vas a entender que la mujer que te engendró a ti es básicamente idiota, que no sirve para guarecer ni ama ni es tribu ni cultura que te valga. Dejarás de tirarle del brazo para que sea algo más que una consumidora alienada y corta de vista, porque no da, se niega a desemburrecerse y te expone al frío desgarrador de la evidencia del capital y sus lógicas. Vas a desembarazarte de la peripecia de la mujer que te tuvo (y después te perdió) para entender que Madre es narrativa social hospitalaria, nutricia y afín a la reproducción respetada de la vida. Vas a olvidarte de otras actividades y ambiciones viejas para querer dedicarte a maternal culturalmente a otras mujeres. Pasarás una época primera de confusión, a la zaga de un chorro de energía desbocada, pero llegarás a entender, por fin, tu llamado particular en esta jungla, tu aportación posible a la revolución en ciernes que elaboramos desde las carnes orgullosamente temblorosas, vulnerables, fértiles e inapropiables. Se te va a quedar el cerebro chafado y concéntrico, con forma ni más ni menos que de placenta. Tus ideas liberadoras irrigarán los vasos sanguíneos de cuerpos y territorios hostigados.

Recalarás en la playa de la Medusa, te tenderás al sol, y vendrán las amigas riendo a merecer y honrar la vida contigo, con personita.

Parir y criar en feminista y anticapitalista

El discurso antimaternal en el feminismo es un viejo conocido. Y a veces se diría que es la única alternativa a la mentalidad patriarcal en torno a la reproducción femenina. Sostengo, sin embargo, que denostar «lo materno», «las madres» o «lo bebé» es quedarse a medio camino en la subversión feminista de la vieja maternidad. Si nos quejamos del hecho en sí, en lo biológico y en lo social, y de las personas implicadas (persona y personita), estaremos tomando víctimas por victimarios en una confusión de la que, de nuevo, los verdaderos culpables salen intactos. Abandonar esa posibilidad nuestra de dar vida en una célula rosiazul fagocitada por el aterrador patriarcomercado es un acto de irresponsabilidad en que desde algunos feminismos se tropieza con alevosía.

 

Se trata de una muy buena noticia que se publiquen tantos textos sobre mujeres que paren y crían vistas en relación con su medio socioeconómico. (Por ejemplo: esteeste o este). No obstante, a veces la deconstrucción que se hace del fiasco antropológico en que han convertido la experiencia marental parece ser ciega a las estructuras y entidades que llevan interés en mantenerla en ese estado. Se critican opciones de crianza, se revuelca una en (el conservador subterfugio de) sentirse malamadre, se estereotipa a otras mujeres, se queja una de las muchas demandas del bebé… de modo que acabamos dándole la espalda al problema real que tenemos: que en este sistema, cuando nos embarazamos, parimos y criamos nos están obligando a hacerlo en precario, solas y empobrecidas, sin los recursos económicos, sociales ni emocionales necesarios para afrontarlo. Y que, en realidad, traer personas al mundo es una potencialidad de algunos cuerpos, de nuestra sexualidad, que aunque se nos haya arrebatado por el patriarcado neoliberal (o mucho antes, en realidad), no es patriarcal en sí misma. Si desde el feminismo no vislumbramos otra forma de proyectar la maternidad en la pantalla del pensamiento colectivo y nos limitamos a repudiarla y afearle sus malas costumbres, el robo de la experiencia será doble, y el segundo ataque mucho más doloroso, como un gol en propia puerta.

 

Pongamos como ejemplo esta interesante columna de The Guardian, de Cerys Howell, publicada ayer. Coincido con la autora en que la infantilización de las mujeres que paren y/o crían es horrenda, un insulto a nuestra inteligencia. Yo personalmente tengo como consigna evitar todo aquello que, escrito en español peninsular, incluya la palabra «mamá» (término usado por las niñas y los niños, mientras que en Hispanoamérica es la genérica y por tanto no es una señal de alarma). Todo ese blablá forma parte de —una vez más— un nicho de mercado que reporta a las empresas exuberantes beneficios. Y señala a esa porción de mujeres que se esconden tras una determinada performance de abnegación para desaparecer tras sus hijas e hijos.   Pero… ¿si porque nos parece opresor las feministas nos alejamos de «lo maternal» en lugar de emancipar nuestras maternidades, no estaremos contribuyendo a apuntalar la narrativa oficial, patriarco-liberal, de una única maternidad abnegada, unidimensional, rosiazul, de babyshower y resabios cincuenteros?

 

Le encuentro los siguientes problemas a la crítica a la maternidad contemporánea de Cerys Howell:

  • Nadie tiene que irnos dando consejos/juicios de crianza no solicitados. ¡Basta! Es culpa del mismo paternalismo con que nos tratan desde las baby apps y sus ositos de peluche; sin embargo, lo que debemos hacer para protegernos es unirnos y organizar campañas para que vaya calando el mensaje y las suegras, vecinos y viandantes se lo piensen dos veces antes de importunarnos con sus críticas. Es decir: el problema es la irrupción y la condescencia, no la crianza con apego de Bowlby, ni quienes por muchos motivos (muy alejados de lo neoliberal) creen en ella. (Léase, por ejemplo, a Casilda Rodrigáñez.)

 

  • ¿Por qué la alternativa a estar sola en casa con el bebé tiene que ser incorporarse a un puesto de trabajo en el mercado laboral capitalista? ¿No debería ser estar en casa (y en la calle) (y en locales públicos)  acompañada, en lugar de sola? Se deben organizar actividades para mujeres de baja por maternidad que refuercen la socialización, la construcción de redes de apoyo, los aprendizajes en grupo, etc. 

 

  • Tejer una culpa plañidera malamadrista y echártela después sobre los hombros es hacerle el juego al sistema que considera que la responsabilidad de la crianza es únicamente de las mujeres. Ya se sabe: socialización de las pérdidas, privatización de las ganancias. Allá te apañes tú con la criatura hasta que tenga edad para alistarse en el adoctrinamiento escolar y el mercado de explotación. Esto es un orden infame y debe ser subvertido. No lo confirmes culpándote, derríbalo culpándolo.

 

  • La generalización acrítica de la depresión postparto me parece peligrosa. Se está tratando médica, individualmente, un problema que es social. Que no nos empastillen para paliar los efectos de la soledad, la ignorancia, el miedo y demás desastres derivados de no criar en colectiva.

 

  • Como no queremos que critiquen nuestra crianza, no debemos hacerlo con la ajena. Burlarse de las criaturas que han pasado un año en casa asegurando que no podrán despegarse de las faldas de sus madres para los restos es, de nuevo, contribuir a la estereotipación de la maternidad y, de paso, tirar piedras sobre nuestro propio tejado aplaudiendo a empresas y legisladores por mantener las irrisorias bajas con que nos castigan en el sur de Europa.

 

  • El apoyo gubernamental a la lactancia es un hito feminista y anticapitalista. Cansan y confunden esas insinuaciones de un supuesto talibanismo tetil, porque aunque ninguna mujer debe ser bajo ningún concepto criticada si por lo que sea no desea amamantar, lo cierto es que hasta hace pocos años las empresas de alimentación tenían vía libre para difamar la leche materna, mintiendo sobre ella y extorsionando. Lo hicieron y lo hacen donde pueden engañando a mujeres (por la vía de sobornar a pediatras) sobre la calidad de su leche y sus posibilidades de mantener a las criaturas con vida. Repito: empresas-engañan-mujeres-sobre-vida-criaturas-para-ganancias-descomunales. Así que… no, lo siento, apoyar la lactancia no es el crimen, es la compensación. Luchemos por garantizar la libertad de decidir, pero que sea informada (de verdad, no por entidades económicas que tienen algo que ganar en el asunto). No más burlas a las tetas. (Yo no he hecho nada más revolucionario ni anticapitalista en la vida.)

 

  • Desde luego que no cambiamos ni nos volvemos otra persona cuando damos a luz, no nos enamoramos necesariamente de la criatura al instante, y… en fin, fetichizar cualquier parte del proceso es lacrar el estereotipo social del género mujer con más paletadas de ignominia. La lucha, entonces, ha de estar en que no se proyecten ideales inalcanzables y no genuinos, como se hace con la imagen mediática de nuestros cuerpos. No obstante, quizás antes que ridiculizar a mujeres que expresan este tipo de vivencias, aunque sean discurso reproducido, habría que señalar como factores del desencanto la muy extendida violencia obstétrica y la medicalización de los partos corrientes, que deshumanizan la experiencia y recaen una y otra vez en la degradación y el maltrato a las mujeres que los padecen.

 

  • Personalmente, me parece escalofriante la idea de dejar a un bebé en la guardería a los cero meses. No soy experta en psicología infantil, pero entiendo que los seres humanos necesitan apego con pocas personas durante un tiempo para poder irse adaptando a las circunstancias del mundo de fuera del útero. Y que ese apego, si es posible, no sea mercenario desde el primer día. Si de no estar nunca con el bebé se trata, entonces apaga y vámonos. No es que sea feminista, sino más bien contradictorio.

 

Pese a que este en gran medida en desacuerdo con la autora del artículo, creo que es necesario que todos los distintos testimonios de maternaje, crudos y críticos, estén ahí, a la luz: hay que dejar de vivir de acuerdo a ciertos mitos televisivos que envenenan y hay que darle publicidad urgente a todos los casos de violencia de género en torno al embarazo. Hay que hacer campañas, necesitamos un movimiento social para luchar por nuestros derechos, entre ellos el de crear nosotras nuestra propia imagen y que dejen de distorsionarnos, maltratarnos y aprovecharse de nuestra experiencia de reproducción para su beneficio. Para empezar, internet tendría que llenarse de historias de hormonas, hemorroides, bragas de rejilla y rebeldías gordas y húmedas como las henchidas compresas del postparto. Y de protestas por cómo nos tratan el personal médico, las parejas, las familias, los espontáneos, etc., a lo largo de todo el proceso.

 

El feminismo es la única esperanza para la maternidad y la maternidad para el feminismo, sostengo. Si no nos ocupamos de las maternidades, las estaremos dejando al albur de los intereses del patriarco-capitalismo, que cometerán con ellas peores fechorías de las que ya han venido perpetrando durante su larga historia, como ya estamos viendo. Y  por otro lado, si las mujeres que paren y/o crían no se sienten identificadas en la lucha feminista porque las ignora o subestima su capacidad subversiva, estaremos sacrificando un enorme potencial de fuerza revolucionaria para la causa emancipadora.

Cosas que he aprendido en los primeros meses de la personita

 

  • Para criar hacen falta un trapo o fular elástico, alguna ropilla usada, un aceite orgánico que tengas, tijeras de uñas de bebé y un montón de pañales. (Y biberones y leche si es el caso.) Nada más. Aparte de tiempo (¡una baja de mapaternidad en condiciones!), cuerpo y más gente ayudando alrededor.

(Cunas, cucos, nidos, moiseses, mochilas, carritos, parques, gimnasios, chupetes, portachupetes, trapitos, toquillas, sillitas, sonajeros, mordedores, toallitas bordadas, peluches, sabanitas, cremas, aceites de bebé, walki-talkies, ropa y sujetadores de lactancia… todo márquetin. Nada es necesario a priori ni cargarse de estas cosas ayuda, solo agobia. No debíamos tener listas de ajuares ni comprar nada antes de la llegada del bebé, solo hacernos con cosas cuando por lo que sea se ve que alguna hace falta.)

  • Que después de parir  o criando un bebé chiquitito te vengan a ver y te traigan bodis pijos y juguetes caros sobra. Regalos que sí harían ilusión: masajes, vales por una limpieza de la casa, bolsas de la compra llenas…

 

  • Los bebés quieren (me atrevo a decir que necesitan) estar EN personas. No en cosas, no en cajas, en personas. (Y no necesariamente en la madre/cuidadora 1, eso solo cuando están muy cansados o nerviosos.)

 

  • Los bebés quieren/necesitan hacer lo que hacen las personas grandes y eso incluye querer coger lo que tenemos en las manos. Es lógico, tienen que imitarnos para crecer en sociedad. Sigue siendo molesto, a veces, pero mucho menos si no te lo tomas como algo personal y lo comprendes

 

  • La personita hace las cosas que hace (revolcarse, balbucear, agarrar…) porque puede. Y cuanto más puede, más hace. No hay intención, repito, hace cosas porque puede hacerlas. Mmm, ¿a qué me recuerda esto?

 

  • Juegan con cucharas de palo, camisetas usadas y envoltorios de plástico. No con esos juguetes tan caros y brillantes que te han traído las visitas

 

  • Los bebés no son criaturas gritonas, hediondas e incomprensibles envueltas en telas y metidas en cajas. Son cuerpecitos dulces y calientes que se acurrucan contra el tuyo

 

  • Huelen muy rico. No a la colonia de bebés.

 

  • Eso sí, desde el día 0 también roncan, les huelen los pies, eructan como si llevaran dos cervezas de lata seguidas, pero…

 

  • …hasta que no empiezan a comer normal, ¡las heces no huelen nada!

 

  • Mucha gente (y quiero decir mucha, incluyendo espontáneos callejeros, prepúberes y fuerzas de seguridad del estado) considera que tu trabajo como criante, por el que te paga un gobierno escandinavo durante doce meses, ha de ser sometido al escrutinio público. Por eso oyes comentarios de todo signo sobre crianza emitidos por cualquiera, desde quien ha criado hace décadas a quien no ha criado nunca ni lo va a hacer. Es cuestión de días ya que me ponga yo a hacerles comentarios sobre cómo deben desenvolverse en su empleo… ¿o es que acaso lo que se espera de mí es asumir que como mujer puedo ser cuestionada y punto?

 

Mentes S.A.

Día de la madre. Día para celebrar un constructo ideológico que es utilizado para separar a las mujeres entre las que llevan la etiqueta y las que no, y tanto desde dentro como desde fuera de la categoría, presionarlas y orientar sus voluntades en sentidos que interesan al poder patriarcal. Día para no celebrar, pues, digo yo.

A menudo hablamos de «la sociedad», así, en abstracto. Lo que la sociedad dicta, lo que la sociedad hace, lo que la sociedad quiere. Pero ¿nos preguntamos a cada paso qué es esa mentalidad social y quién la patrocina? No hace falta imaginarse malvados y puntiagudos personajes de tebeo moviendo hilos de nailon sobre nuestras inocentes cabecillas, basta con seguir el sendero de baba de caracol; ¿cómo he aprendido qué significa «madre»?

Hemos configurado lo que es una «madre», con unas expectativas anejas, a partir de dos fuentes principales: lo que hemos vivido como hijas y lo que hemos visto en «la sociedad». Como hijas, hemos tenido madres que han sido educadas en el franquismo, y que por tanto (quien más quien menos), han performado su papel desde la impronta de la feminidad hipersumisa y las directrices del ensamblaje cristofascista. (Algunas también hemos sido hijas de ¿feministas? que, como consecuencia de la opresión anterior, huyeron del hogar como ángeles de posadera en llamas para insertarse en la empresa y prefirieron que nos maternaran migrantes baratas en su lugar.)

Es bastante alta la probabilidad, pues, que creamos que «lo madre» es siempre femenino, es un deber, es abnegado (o ausente), es tutelado por las madres mayores o el poder científico y, sobre todo, es sola, es una mujer sola con su carga maternal y los mandatos estereotípicos que esta acarrea. Las campañas publicitarias que se han hecho hoy sobre lo que las madres significan para la gente y, en general, todos esos mitos sobre lo doméstico como su reino, el filete nervado y la supuesta abnegación gozosa, me resultan odiosas y muy tóxicas. Tanto que humeo.

Más allá de nuestro entorno familiar, las imágenes que hemos visto (y que son la base desde la que nos creamos a nosotras mismas como tales) tampoco suelen ir más allá de las «madres» que nos han enseñado en los medios audiovisuales. Toda aquella persona que no haya sido criada por una madre transgresora o se haya zambullido en los discursos feministas sobre el tema, lo más probable es que limite su perspectiva sobre la maternidad, a grandes rasgos, a su casa-la Virgen franquista y su tele-los tentáculos del monstruo neoliberal.

Como no creamos comunidad casi, ni nos comunicamos más allá de lo automático ni fuera de lo laboral o lo festivo pautado, la práctica totalidad de discursos públicos a los que estamos expuestas son comerciales. Nos-dicen-cosas-porque-nos-quieren-vender-cosas. Y nosotras creemos que son representaciones de una realidad limpia lo que en realidad son recursos de la publicidad, la política, la programación televisiva, los influencers online, etc., para conseguir algo de nosotras. Esto es grave. Que casi todo lo que oímos y vemos nos interpele a hacer algo que satisfaga ilegítimamente a otros.

Igualmente, las madres mediáticas se construyen sirviendo a propósitos publicitarios, que son herramientas de control social. En consecuencia, imaginamos como personas que maternan lo que realmente son reflejos animados de la opresión que de personas nos ha vuelto mercancía en manos de propietarios.

Fuera. Gasolina y fósforos. Yo me monto mi crianza propia con mis cartulinas y mis lápices de colores. A ver qué otra cosa más chula sale.

Pues este es más o menos todo el romanticismo visceral que me genera el día de la «madre». Buenas noches.

 

Acariciar/limitar/humanar

IMG_0643En ensayos sobre crianza se asegura que aprendemos a conocer los limites del cuerpo que somos a través de las caricias que se le hacen a nuestro yo-bebé. Quien nos materna entonces nos vuelve cuerpo, en la medida en que le da límites a nuestra materia, la hace diferenciarse del resto del mundo, que se expande indiferenciado, interminable, peligroso por nuestros cuatro costados.

Las criaturas de días y meses tienen miedo a la indefinición, a perderse en ella. Hacen a menudo como si cayeran, con los brazos en alto y la mirada de susto, cuando en algún momento no se sienten suficientemente acogidas, contenidas, limitadas en el espacio. Para poder vivir y crecer seguras necesitan piel, manos, caricias constantes que les den forma y con la forma entidad (ser) e identidad (ser que se repite en el tiempo, ser sostenido).

Acoger, sostener, acariciar, contener, limitar, piel

En este mundo que tenemos tan feamente montado, no son modos de relación que practiquemos, fuera de lo puramente sexual, donde posiblemente tampoco. Lo sexual deviene a menudo coliseo de luchas de poder genérico e identitario, pocas veces dejará paso a lo tierno, lo blando, la celebración extática de lo vulnerable, el canto coral de las dermis primitivas, la piel cruda.

Cuando somos grandes ya hemos (en principio) aprendido los límites de nuestro cuerpo, pero seguimos necesitando las caricias, el contacto, para ser en el tiempo, para seguir siendo. Duele profundo pensar que por Sistema hacemos como si no fuera así. Sin pielconpiel, sin piel, ergo, sin límites, somos pegotes de masa indiferenciada, interminable, peligrosa. Por eso no nos cuidamos el cuerpo y nos forzamos a vestir roles dentados que filetean nuestra carne. Por eso trabajamos sin parar para alimentar la máquina. Por eso votamos mal. Por eso estamos atrapadas en el ciclón energético de producción-consumo. Por eso no luchamos por lo nuestro. Porque hemos perdido la piel-límite.

Aunque, por otro lado, si pensamos en ello a la luz de las crianzas de moda de las últimas décadas con las que nos han martirizado (no lo cojas que se va a acostumbrar/ ese ingente vacío entre cuerpo criado y cuerpo criador rellenado con mercancías/ la tutela pediátrica de quienes crían, que está a su vez tutelada por lo comercial) no sé si acaso nunca en realidad nos acariciaron lo suficiente para que nos creciera el límite. Y trágicamente llegamos a lo adulto sin piel, como si hubiéramos llegado con piernecillas blandas para no poder caminar porque nadie se ocupó de ayudarnos a aprender cómo.

Es un gesto tan revolucionario, acariciar. Hoy voy a intentarlo, me come la vergüenza, pero ahora sé que ahí es de donde arranca mi aporte para un mundo futuro en que lo que sí es humano se convierta en lo normal.

Por qué he creado a la personita

 

Convoqué a una hija para que haya vida, para que no haya muerte

Por la potencia expansiva de mi cuerpa
Para aprender vulnerabilidad y ternura en la práctica
Para jugar
Porque creo que voy a criarla de forma satisfactoria (para sí misma y su ecosistema)
Para leerle todos los cuentos del mundo
Como un brindis de alegría y plenitud (sé que no vale, sé que hay reverso)
Porque podía
Por lo mismo que no me abstengo de votar, para hacer contrapeso, porque los batallones de odio y muerte seguirán votándose y reproduciéndose
Para apapachar
Contra el silencio que se cierne sobre todo esto
Para cuidar
Como venganza por no haber sido cuidada casi
Por la belleza y contra el mal
Porque me la encontré al final del ovillo de la materia mental con que tejo
Para responder a mil preguntas
Porque había tantos motivos por los que sí y por los que no, que me cansé de pensar y dije vale
Porque suelo decir que vale casi siempre
Para asestarle a la violencia un olvido de calor y carne
Para alejarme-acercarme a morir
Como excelso gesto de creatividad máxima
Porque me palpitó por dentro.

Ya, tampoco a mí.
Sigo buscando.