#Adoptaunaautora: Lili Zografou: Cuestionar Grecia, las griegas, lo feminista y la escritura (I)

 

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En su Ascesis, el poeta griego Nikos Kazantzakis horadó la piedra de su epitafio con los famosos versos: No espero nada/ No temo nada/ Soy libre. 

Libre.

¿Qué coño significa ‘ser libre’?

Como en otros autores místicos, esa falsamoneda semántica de la ‘libertad’ podemos entenderla como la falta siddhartiana de deseo, como conformidad, aceptación, equilibrio… fluir, al fin y al cabo, lejos de las ataduras de la carne lábil y los martirios de la cotidianeidad.

¿Lejos de la lejía, el ajo y el mandil manchado, entonces?

Hay otros poetas y narradores griegos en nómina, algunos incluso con nobel, de los que hemos oído hablar en alguna ocasión y que han tratado, entre otros, grandes temas de la Historia de la Literatura como la levedad del espíritu liberado de la carne contingente. Y claro, a ver, son todos hombres: Kostis Palamas, Papadiamantis, Kavadias, Yorgos Seferis, Giannis Ritsos, Odiseas Elytis, Kavafis. ¿Es que acaso conoces a alguna escritora griega?

¿Va a ser que «libre» y «escritor» se escriben con -o final?

Y me pregunto qué es lo que hace falta para ser libre. Bueno, de entrada, ser. Ser alguien. Luego, tiempo y espacio para pensar en ello. Para ser libre y enunciarlo hace falta que a quienes son como tú no les toque frotar sistemáticamente el váter. Ser libre es estar exonerado de limpiar verdura silvestre para la empanada de la cena. La posibilidad de ser libre solo se da si en la sopa social en la que vives no te corresponde ser caldo exhausto en que algunos crutones flotan plácidos, y acuñan versos ascéticos.

 

Las mujeres griegas son seres intensamente definidos en relación: la madre, la novia, la prometida, la mujer, la hermana, la cuñada, la ahijada, la madrina…  En Grecia la postmodernidad ha pasado sin dejar especial huella en las corazas-género: los roles convencionales del patriarcado se siguen sancionando ampliamente en las generaciones que viven hoy. De hecho, ‘feminismo’ para muchas griegas es esa puta mierda de ideología que hizo que además de llevar la casa y la familia, haya también que salir a trabajar afuera. Muchas mujeres en Grecia tienen que competir en el mundo laboral como sus análogos hombres y además rellenan solas berenjenas con tanto celo como se hiciera en las cocinas-reino de Asia Menor, en aquellos tiempos.

 

Doble y pico su jornada, la de la griega. Cuidando al pachá, no se me vaya a ir, que hay mucha lagarta suelta. Mantener a raya a las vecinas. Sacarse más diplomas. B2 de alemán en tres meses en oferta. Griega: bolsas de plástico de colores, pepinos y calabacines tiernos del mercadillo de los jueves; gritos, aspavientos, lugares comunes, gestos bizantinos. Griega: café glamuroso, cigarrillo rizado, móvil nervioso, ¿los cuernos por facebook cuentan?, le pillé con otra, ay, ropa italiana, depilación de bigote a cachas, guardia en su puerta, vaya cabrón, no me fío nada, escenas, pelis de los sesenta, vocecilla rubia en falsete, ¡por fin! la boda. Griega: violencia obstétrica disparada, madre de padre ausente (en el café o a la bartola), violencia de género silenciada (sí, aún se puede acallar más el grito). Griega: la realidad se puede parecer a una fotografía mate de los sesenta con sofás de lana a cuadros en que una mancha de grasa se va expandiendo y amenaza con tragarte.

 

¿Y qué nos cuentan las griegas cuando por su clase social afortunada encuentran el tiempo y escriben? Lili Zografou, nacida en 1922 en Irakleio, Creta, como Kazantzakis —y muy crítica con su obra, de hecho—, murió en 1998 en Atenas. Ella es la autora que he elegido para participar en el proyecto #Adoptaunaautora, y lo he hecho a causa de la rebeldía que destilan sus veinticuatro libros de novela y relato, incontables artículos y ensayos literarios sobre autores encumbrados —a los que ella se desencumbra rápido— . Rebeldía no solo ante el zafio patriarcado helénic

o y todas su cáscaras, sino ante la sororidad de fogón y ajuar, el feminismo (su feminismo) y cualquier idea preconcebida que no le nazca a ella de la entraña febril, ahumada, en puro pálpito libertario.

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Zografou avanza como una apisonadora de los mandatos de género en sus novelas y textos políticos. Aunque poco a poco esto va cambiando, en Grecia ni ha sido ni está generalizado declararse feminista, y nuestra autora tampoco lo hizo. Sin embargo, como al leerla no cabe duda de que se trata de un surtidor de prácticas y opiniones plenamente feministas, vamos a hablar de «lo feminista» en su obra, lo que nos va a permitir complejizar la poliédrica relación de un país abigarrado y espirálico en sí mismo con el movimiento de emancipación de las mujeres.

 

Zografou, hija del dueño de un periódico local cretense, fue filóloga y periodista, nutrió la resistencia contra el fascismo, dio a luz en la cárcel durante la ocupación alemana, se atrevió a escribir contra la todopoderosa iglesia ortodoxa, se casó tres veces, vivió en París. En sus textos se incencia, se embala, arrambla con todo lo sagrado. No deja títere con cabeza ni en la literatura, donde le gusta desmontar a los mitos (con -o final) de los grandes escritores de su tiempo. ¿Alguna mujer por ahí que se anime a demostrar por qué Vargas Llosa no es un gran escritor? Algo así hacía Lili.

 

Como aperitivo, léasela en las siguientes líneas combinada con un rakí como los que nuestra adoptada se metía para el cuerpo en un kafenío del pueblo (local griego orientalizante casi siempre tomado por el público varón), desafiando la pacata moral de quienes no querían verla tan cómoda en el reino de los hombres:

«Me vais a perdonar, pero a mí la muerte es que me la pela»

«Με συμπαθάτε, αλλά το θάνατο τον έχω χεσμένο» (1)*

«¿Cuántas veces se ha encontrado el ser humano frente a la sospecha de que no son los dioses que tienen que cambiar, sino el sistema?»

«Πόσες φορές βρέθηκε ο άνθρωπος κοντά στην υποψία ότι δεν είναι οι θεοί που πρέπει ν αλλάξουν αλλά το σύστημα;» (2)

 

Frente a la libertad de Kazantzakis, la etérea y leve de quien tiene un andromundo a sus pies y quien le sirva la cena hecha, Zografou dio su propia definición en una revista local. Se trata de una libertad de campaña, una libertad activista, un revolverse dentro del asfixiante traje de mujer, de griega, que se le colocara a hachazos.

«¿Que qué es la libertad, cariño? Pues el derecho a no ser lo mismo, a la disparidad. Y de momento sigue teniendo un coste muy alto.»

«Τι θα πει ελευθερία, αγαπητή μου; Το δικαίωμα στην ανομοιότητα. Και για την ώρα έχει ακόμα μεγάλο κόστος» (3)

De momento nada más… seguiremos reseñándola. Encantada de haberla traído, señora Zografou, feliz de poder resucitarla de la tumba y darle fuego a ese incombustible cigarro suyo. Vamos a ello.

 

* Todas las traducciones son propias y discutibles
(1) http://magazen.gr/2014/10/02/16-chronia-choris-ti-lili-zografou/
(2) https://afigisizois.wordpress.com/2013/09/15/
(3) https://www.facebook.com/groups/73417051535/

Reventando fronteras mentales

Hordas de enfermeras superempoderadas, autofecundación, bares sin hombres, un comando armado de mujeres, la República Feminista Subeuropea… son algunos de los elementos temáticos de la novela por entregas Comando Je (de güenorras) de Alicia Murillo, que acabo de terminar. Para este texto y otros como Pornoburka de Vasallo, hablaría yo de literatura contemporánea de acción feminista, porque no se limitan a enfrentarnos a situaciones de opresión de género como otras ficciones concienciadas, o a contarnos historias acaecidas dentro de los límites de la exigua realidad que nos circunda, sino que abren camino mental a mundos en que los géneros se entienden de otra manera, hacen otras cosas, flotan en narrativas líquidas (y en este caso, muy salada).
Gracias al tono humorístico revientacosturas de Comando Je  he disfrutado como una enana y me he relajado de tanto relato sangriento, pero, sobre todo, he ampliado mi visión, he crecido, me he alzado de puntillas ante nuevas posibilidades. ¿Y si «la cosa» fuera verdad? ¿Y si pegáramos de vuelta? (ese por qué «nunca», que decía Gimeno en Mujeres y violencia) ¿Cómo sería una república feminista? ¿Y si pudiéramos decidir cualquier cosa en términos de género, cualquiera, qué le pediríamos a la genia de la lámpara maravillosa?
El sistema nos encaja garganta abajo cada hora de cada día toda su propaganda bélica, comercial y deshumanizadora; el aparato ideológico con sus tentáculos nos oprime las meninges y no nos deja concebir libremente otros mundos posibles. A través del consumo de sus películas, sus series, sus novelas, normalizamos lo caníbal, estrechamos las miras, perdemos lo que nos une para volvernos tristes consumidores y soldados. Basta. Inundémonos de otras ficciones como esta. Quiero más. Desde la fantasía futurista, en diálogo con la realidad y los conflictos de género circundantes, desde Comando Je viajas por espacios nuevos de los que regresas llena de energía para la lucha. Es un abrevadero de espíritu emancipador, me ha encantado.

Desde el estómago de la bestia

Cientos de lomos de todos los colores, suaves, rugosos, locales e importados, con grandes o pequeñas letras, romances, helénicos, escandinavos o anglosajones… el batallón de libros que orgullosamente arrastro por los aeropuertos tiene históricamente en su mayoría una cosa en común: han sido escritos por hombres. Por personas leídas socialmente como hombres y que viven y escriben desde esa ventajosa posición. Solo cuando los estudios de género entraron en mi vida comprendí, y me puse a completar mi biblioteca con voces que llegan de la cara oculta de este mundo que, mal que nos pese, está estragado por la estructura funesta de lo binario.

Es un agravio a la inteligencia que consumamos tantos textos tejidos desde ahí, los consideremos glorias nacionales y se los empujemos gaznate abajo a las y los jóvenes durante la escolarización. Esos hombres que escriben tanto, y que también son blancos, presumiblemente heteros y de occidente, dictaminan desde la atalaya del guardián, no tienen más que mirar hacia abajo para ver y contar historias desde su espacio de comodidad social. Pero, aunque nos usen en sus relatos, no nos están contando. Es una observación y reconstrucción irresponsable, la de quien no se mancha, la postura de Jep Gambardella (La gran belleza, Sorrentino, 2013) caminando garboso por Roma con las manos tras la espalda y mirada jocosa como quien no se juega ni pierde nada en la podredumbre de alrededor que se va cayendo a pedazos.

¿Es así que acaso solo los colectivos bajo la arquitectura de la opresión tengan algo que decir? No de forma rotunda, pero desde luego, si buscamos aproximarnos a condiciones de verdad en los mensajes que consumimos, más pistas nos dará quien en la realidad lucha a brazo partido para expresarse que quien se aprovecha de sus privilegios al tiempo que los invisibiliza con diferentes trucos expresivos. La verdad estará en quien no gana nada en ocultarla.

La lengua y la cultura son el  mejunje resultante de cientos de años de costumbres repetidas, las personas estamos tan inmersas en ambas que no es fácil verlas actuar.  A modo de paisaje opresor, sus mecanismos de reproducción son invisibles, como cuando en el cine alguien apaga la luz y solo podemos fijarnos en la pantalla, siendo cautivadas por la narrativa que en ella se despliega y olvidando quiénes son quienes se sientan a nuestro lado, y qué les pasa.

En Sant Jordi, en la Feria del libro, en las lecturas de verano… el resto del año, por qué no, elijamos textos que busquen verdades, libros sacados adelante por mujeres, personas que den cuenta de su posición según se escriben y no nos engañen con fanfarrias dirigidas a cegarnos y conservar intacto el orden social. Porque quién quiere seguir escuchando al domador cuando podemos leer relatos que llegan directamente desde el estómago de la bestia.

Dos novelas

…que han escrito dos mujeres mediterráneas y que esta mujer de aquí ha leído últimamente en sus horas de fatiga corporal intensa. Dos novelas que condenan a sus muchas mujeres bien a la vida rugiente, bien a la muerte silenciosa y vil entre letras malheridas y orgullosas.

«La amiga estupenda» es un título ortopédico, malo como pocos. Hacen falta muchas reseñas y recomendaciones para superarlo y decidir hacerse con el libro. No es el adjetivo adecuado, que además iría más bien antepuesto; me rechinaba.

Pero fue en alto que proferí «¡hooostias!» cuando lo acabé, rendida a la trama, embebida en el clímax con el que se deja la historia en suspenso, y sobre todo… a las mujeres que aparecen en ella. Lenuccia, Lila, pero también Galiani, Oliviero, Melina, Marisa, etc., son mujeres arrancadas a la vida. Tanto los personajes como el ambiente que los constriñe y abraza están magistralmente construidos, pero al fondo de la narrativa, lo crucial es que esas mujeres arrastran consigo la verdadera contradicción palpitante que radica en cada una de nosotras al retorcerse dentro del uniforme de fémina que nos ponen al llegar al planeta. Hay vida y muerte, hay sueño y tempestad, hay valentía y miedo, fe de amiga y dolor de amiga. Fluyen el licor de la humanidad en prácticas y de lo femenino que revienta las costuras de su género constrictor.

«Madre e hija» de Jenn Díaz ha sido también muy publicitado en estos tiempos. Y desde luego la virtud narrativa es indudable. Pero me rugen las tripas con indignación al terminarlo. Las mujeres de Díaz están muertas. No hay tiempo ni lugar que las reduzca y de hecho se habla de «las múltiples versiones de los femenino», de «modelos de mujer», y yo me extraño y me digo… ¿cuántas probabilidades hay de que de entre casi diez mujeres ninguna se rebele ante su extraño sino de penumbra y hostilidad de fregona? Hombres y hombres, y más hombres, esperas, cementerios, chismorreos, no saber amar a la otra, odio cainita entre hermanas, re-sig-na-ción, cruces, soledad, tinieblas. Las mujeres de de Díaz son mi abuela diez veces.¿Por qué pensará así de nosotras? ¿Dónde estamos las otras, las que no apechugamos? ¿Qué te hemos hecho, Jenn, que no nos ves?