piel

Pan y Deniz se envían mensajes. Hablan de cualquier cosa, se reconocen en la respuesta ajena, vibran, humedecen, y finalmente se prometen un viaje a la canela: Deniz llama al timbre.

Pan se cerciora de que Deniz tiene hambre, le anuncia que comerán. En su lámpara de vidriera, una vela untada de salvia ha pintado las paredes de granate suntuoso. Entonces, llegan los cítricos y el bizcocho, y Pan y Deniz, en el suelo, comienzan a lamer.

Pan, melena de castañas dulces, le cuenta a Deniz secretos en la lengua de las mandarinas. Deniz, textura en la piel como de leche, escucha con los poros abiertos de par en par y se le excitan las pestañas. Cuerpos gloriosos comparecen, con todos los nervios escurriendo de placer. Lejos de cualquier cosa que tenga formas, a años luz de los espejos, Pan y Deniz bailan y se corren y celebran y saben a moras y a salsas picantes. Y reverberan.

Textos laboratorio de escritura anual: Casa Índigo (Parte 1)

Elegía rebelde de enero

Las fiestas que faltan son tajos en la carne de los tiempos. Nuestra carne en salazón, ahumada por generaciones, siempre ritualizada, repartida, es ahora conglomerado cárnico bajo cero. A la espera, en el mejor caso, de un consumo nervioso y soez al pie mismo de la heladera.

Los abrazos y caricias que no están son siegas tempranas, ¡ay!, de la cosecha comunal de estío. Ese verano que antes siempre retornaba porque era esperado, ansiado, preñado en madrugadas lúbricas de deseo colectivo. Pero ahora, la piel hecha hambre despide chispas informáticas como yéndose a apagar dentro de un rato.

¿Y será pues que debamos poner cornamenta vencida en tierra para dejarnos extinguir, devenir fósil, quejido? Pues yo digo que no, que descansemos y que después, honremos más que nunca el torrente de revolución que nos recorre el cuerpo por dentro. Batir la sangre como se pueda hasta que escampe. Arrimar la sangre al fuego, y templadita, ponerla en común, que nos la beban, que la bebamos rica en la verbena mental que da el amarnos.

El elixir de la vitalidad está en nuestro poder aún. Es eso lo que nos pelean. No llevamos solo líquido inerte y azúcar en las venas. Todavía podemos decidir los términos del sacrificio. Ante qué dioses vamos a declamar los glóbulos en verso. Frente a qué altares vamos a tejer nuestras canciones de plasma y hierro. Que languidezcan ellos, que lo que es a mí, me hierve la sangre y la voy a seguir meneando, como un culo, como una verdad eterna en acto solar de rebeldía.

(La imagen es de aquí, creo: https://wall.alphacoders.com/big.php?i=290275&lang=Spanish)

El museo de los cuidados I

Sean bienvenidas y bienvenidos al museo de los cuidados. Ya se habrán dado cuenta de que en nuestro museo, las paredes no son blancas ni de colores pastel. De hecho es que el blanco nuclear aparece solo en la exposición temporal que pueden visitar en nuestro sótano, llamada «artefactos industriales de ¿cuidado?». Allí se han expuesto antigüedades como pañales/dodotis, pañuelos desechables/clínex, compresas, tampones/tampax, toallitas húmedas, chupetes, papel higiénico, crema de cuerpo/body butter y otras reliquias de la era postindustrial que, gracias a las elaboradas condiciones ambientales del museo, todavía conservan intacta su carga de colorantes y olores químicos para poder ser percibidos por nuestras/os visitantes. Al ser la exposición de tipo multimedia y multisensorial, como todas las salas del museo, allí podrán sentir en un simulador cómo la lejía del tampón es absorbida por las membranas de su vagina inflamada y menstruante, o la sensación de llevar sus genitales envueltos en plástico y orines durante años, los más tiernos de su vida. Al final de la exposición temporal, se exhibe una colección de fotografías de la artista María José Garrocha, en la que los detritus del cuidado corporal posindustrial irrumpen en paisajes del urbano decadente. Una compresa de plástico sangrada entre jeringuillas a punto de ser atropellada por un tren de cercanías en la periferia es una de mis imágenes favoritas.

Y bien, lo primero que les llamará la atención del museo, como decía, es que las paredes de las salas de la exposición permanente lucen colores atípicos y fluctuantes como rosados, rojos, varios castaños, el lila, incluso, anaranjados, tonalidades de piel, de tierra, de pulpas de la fruta. Hay incluso amarillos en varios grados, desde el suave amarillo ictericia al amarillo intenso pis del amanecer. Y un abanico de grises: gris resaca, el gris plata de la cana y el opaco gris deberes, entre otros muchos. Les recomendamos que durante su visita mantengan sus sentidos a resguardo y, para no perderse, se sumerjan solamente en las experiencias que consideren asequibles para su condición física actual. Este museo no es apto para escrupulosos, cobardes ni posthumanos.

Comenzamos nuestra visita en el primer piso. Aquí se reflejan todos los cuidados que tienen que ver con la infancia y el hogar. Su piel reconocerá enseguida el aumento de la temperatura ambiente. No se priven y prueben de las distintas tetas dispuestas en el corredor de la derecha y que les transportarán al mundo de la fusión total con lo madre mientras van incorporando nuevos sabores a su paladar. Envuélvanse en las muselinas y déjense fajar por un rato. Si están preparados para una experiencia radical, sean porteados en fular y arrastrados en los carros gigantes del fondo de la sala. La cola comienza aquí. Esta otra cola es para el simulador de caricias. Con distintos artefactos de terciopelo y peluche en fibras naturales hemos conseguido reproducir las sensaciones corporales que siguen a una caricia humana auténtica. Al final de la sala, si se ponen los auriculares, escucharán diferentes sonidos como una genuina cena de nochebuena (quédense hasta el final si gustan de sensaciones límite), las insistencias de una madre que no quiere que su retoño pase frío, etc. En diferentes puntos pueden degustar platos diversos, meriendas y desayunos. También se les hará poner calcetinitos, bufandas y lavarse los dientes y las orejas, quedan avisadas/os.

La visita continúa en el segundo piso. Permítanme una pausa para beber un poco de agua.

Rasheed

Pálpito inmediato. Su forma de andar, como feliz, como bailando. Juguemos a fingir que podemos esperar, a ver si nos sale algo. Madre, ese perfil, esos ojos tan negros, de un lado a otro, esa risa tan niña. Yo trato de escucharlo pero me estremezco, siento de antemano el rodillo de jade de su piel en la mía. No llevo cuenta de la cerveza que nos contamos, de los cuentos que nos bebemos, de nada. Estoy entera para este flujo de deseo apenas velado por la conducta aparente. Darse la mano como con pulpos. Besarse en el metro, empaparse, volar. 

Debo obtener el beneplácito familiar y lo logro hablando de versos sufíes y espiritualidad mística. Por fin se marcha su primo a dormir y, con un rugido, Rasheed se abalanza sobre mi escote. Muerde y chupa como con hambre eterna, él no se esconde. Es una criatura tierna, un niño de uno noventa, animalillo lechal. Tengo puntos de sangre en las tetas, moratones, pero en aquel momento, con Rasheed absorbido por ellas, solo sentí placer, un placer inmenso, doloroso, pero porque era como querer agolpar en un cajón un mar entero. 

Casi como sorprendido, vergonzoso, me deja quitarle la ropa, acariciar su piel en flor de nuez moscada. Rasheed es suave y canela, dulce y tierra, y parece cerrar los ojos negrísimos para contenerse cabal, para no reventar de gusto. Hicimos el amor como bailando, como felices. Sin ideas ni transiciones, solo buceamos. Dentro de mí su cuerpo, el pálpito crece, se hace tambor, ya no oigo nada, y me corro como sin querer, sin registrarlo, toda yo solo soy vulva y zumo.

Me he dormido y me despierto con sus manos de avanzadilla que abren, revuelven, dilapidan el placer como en un bucle. Sin darme cuenta está dentro otra vez, pene de flor de macis, dice que se corre, se corre y lo recibo en un rezo místico, un sacramento, un matrimonio carnal profundo. Y así tres, cuatro veces, no importa cuántas, todo es tan puro. No caben números ni voces ni contornos ni nada que no sea piel, ternura, flujo.

Amamantar a Rasheed, ser adorada por él, que no se crea su suerte, Verle Desnudo en sentimiento y piel, cuidarle. Momentos atemporales, de breve eternidad, trascendencia absoluta, de redención, de arraigo.

Flotante cuerpo deriva

Ir a tumbarse (a hacerse tumba) como si se pesase un quintal, y sin embargo, posarse en la cama ya leve como un pétalo niño de flor, como una pluma, en tránsito de verso, como una ceja que escampa. Y al contacto con la caricia fresca del textil ensimismado, el cuerpo palpitante desabrocha pretiles, fluye en aguas.

Nuestro presente, relato impreso a duras penas en papel de aluminio con un punzón, se desvanece en copos de plata de asunción ingrávida hacia el sol. Descanso, sí, u oración, rezo apasionado que se eleva feligrés en esa espiral de polvo de las hadas. La cuerpa se envulva peregrina hacia la meca del centro místico del ser suyo revelado.

La gravilla sedimenta poco a poco. Se van fundiendo visiones, los palacios, ábsides de pan de oro, naufragan estatuas, mortalejas. Los ganchos se derriten al amor de la húmeda y gemerosa fragua, el rey se queda en mundana ropa interior, con dobladillo y zurraspa, luego se marcha.

Las ligaduras, así, se van soltando; las pinzas y las perchas se entregan extasiadas, y un pálpito templado cabalga las olas rojas de un profundo amor de bomba hidráulica. Lo tenso, explaya; lo contraido, derrama; diástole la sístole; llega por fin la calma plena.

Flotante cuerpo deriva, hecho uno con sus corrientes ocultas, manantiales, profecía, ceguera abisal, sopor nacarado, placidez de huevas. Silencio preñado, fértil. Promesa, verdad y arena.

Así como te amo te descanso. Te acunaré, taparé, portearé, cantaré, narraré, y te acompañaré (te haré), por fin, en un olvido satinado de algas, en un lugar donde la piedra y el agua son hermanas o lo mismo, pues manan generosas de la misma fuente colosal de la galaxia madre, teta viva que rige el tiempo y la materia, que nutre el misterio besable de tus párpados lila que descansan, en mí, que los descanso.

Eucaristía del cuerpo consagrado

 

Ya desde el pórtico te seducen los sahumerios. A los lados, en incensarios de filigrana de plata arden trenzas de romero, salvia y menta untadas en resina de pino de mar, que van abriendo dulce y lentamente sus fragancias al paciente amor de la pavesa. Los aromas van penetrando tu conciencia rendida como una llave de vahos en espiral.

Caminas lentamente, y el mármol del templo se va inclinando a tu paso para ayudarte a llegar. Según avanzas van cayendo tus ropajes, tus joyas, los poderes mundanos, las neblinas del pensar, las palabras que sobran, el alquitrán. En plena y digna desnudez lunar llegas ante ellas. Te presentas. Ellas llevan túnicas y velos de vapor y sueño. Y solo hablan el lenguaje de la piel. Te reciben.

Empezáis el trabajo por los pies. Benditos sean los cimientos alados que te han traído hasta aquí, hasta el corazón lúbrico del templo. Alabáis lo rugoso de la piel de la planta, que a la vez es ternura y clama: caricia, espasmo, pasión, lamido. Dejáis poemas entre los dedos y ellas te imprimen bendiciones en las uñas, escuchan amorosamente a tus tobillos, hormiguean en tus tensas corvas y las hacen, por fin, descansar en la yerba al sol. En las rodillas alzáis plegarias a la dualidad original del turgente hueso y de blanda la corva que te permiten hacer y ser, y caminar vegetal y flexible, y no quebrarte.

Ya no ves tu cuerpo sino que lo eres tan plena y gozosamente que no puedes estar tan fuera de él como para mirarlo ni como para que te duela. Ahora, ellas también están desnudas. Cuando llegáis a los muslos, se echan a temblar los peces ciegos del inframar. Muslos de agua salada y mareas de miel que fluyen. En el coxis, suenan todas las músicas que has escrito con las ancas al caminar. Se oyen percusiones místicas, golpes de palma en la piel tensa del tamboril.

De repente, comienza el canto de unos labios acallados al abrirse, un desperezarse de granada henchida en sangre y en pepitas. Se está entreabriendo una voz que entona melodías como de alga rizada y zarzamora. Ellas lo saben y escuchan con los ojos cerrados y la boca abierta para poderse beber la canción toda.

Ellas siguen la labor y se acaracolan ahora en tu caldero vientre, cogidas de las manos en un corro. Hacen con su alquímica presencia que el veneno se torne latido de vida salvaje y plena. Te limpian con el humo ardiente de su aliento, queman con lenguas de fuego pétalos de palosanto y rosa en el espacio sagrado de tu útera al palpitar. Hecho esto, puestas en fila, contienen ahora tus pulmones como arena de playa entre manos inocentes. Tienen todo el tiempo del mundo para danzar la tonada de tu respiración. Se mueven felinas, gustosas, éxtasis. Saben que el alimento aire es el más preciado don que anima el agua de tu sangre y primavera. Respira. Respira. Respira para nosotras poder bailar.

La flauta se torna de nuevo tañido de tambor y, en el corazón, ellas te cuentan los cuentos-medicina que nunca antes habías escuchado, te desbrozan y limpian de rastrojos el prado del amar, y te dejan, como recuerdo, una medusa lila allí viviendo para que siempre sepas volver con los ojos de la víscera a tu visita al templo, para que no te vuelvas a alejar del territorio de tu carnalidad relatada.

En los brazos, poco a poco, con cosquilleos y susurros se van marchando. Con dedos templados inscriben letras antiguas en la piel suavísima de entre el corazón y la fosa del codo. Recitan nombres ya muertos y enterrados pero que aun dicen, les susurran a tus dedos nuevos platos que sabrás cocinar; presiones, roces y surcos que sabrás ejercer sobre otros cuerpos presentes para el amor; profecías y otras semillas para el campo fecundo del futuro.

Antes de irse, te lavan el pelo con vapor de azahar y manzanilla. Al hacerlo, te susurran silencios inmensos, bisbisean frutas. flores y secretos de humus en oídos abiertos como vulvas en ofrenda. Con todos sus dedos desfilando como blancas novias por tu cara, se visten, se van, se mueren de risa, se quedan.

 

 

Poema ortobiográfico

Tras nacer en letras de molde y en minúsculas 

me redactaron diacrítica perdida,

(ni dios ni raya en las costillas me aguantaban)

así que más me valió aprender inglés

y alzarme en una buena I inicial y pátrica

colgada de la esdrújula, tensa, silábica, con jota.

 

Cómo no, dos puntos después me haría correctora

y encontraría mil faltas 

porque los meses son comunes, y los días,

le puse la tilde a los «a mís»

sin la conciencia de que pa eso

se la tuve que quitar a los «a tis».

 

Para escribirme de mano propia 

años más tarde

me solacé con caligrafías y con signos 

que traen historias y a personas en su urdimbre.

Así, coma, aprendí la lengua de las griegas, 

en que hay cinco formas distintas de escribir

el humilde faro en la isla de la i. 

omicron iota, ipsilon, ita, epsilon iota, iota

 

Con el nuevo poder de las alfas y las thetas 

haría que las amantas, criaturas y otros cuerpos 

reventasen al fin soberanas los paréntesis

para rodar sobre asteriscos lubricados

y erguirse en cláusulas centrales del discurso. 

 

Ya nunca más me fié de los puntos suspensivos,

que en ellos se plantan las banderas y cicutas

que envenenan nuestros cuentos infantiles

prefiero las comillas cuadraditas

que me dan hogar, pecho y legumbre,

que guardan la libación secreta de pan y letra 

de la que nutro un cuerpo baile de coma y punto.

 

Hasta hoy, coma, exclamación, ¡y que me como!

Que brillo y reverbero en un cuartillo

Que me agradezco mi vitalidad

y me atesoro

y que me saco el punto 

pa dejar la frase en bragas

que se derrame toda 

en un interrogante que se abre 

que me lo cierres a besos

o no

que fluyan mares

Y ya mi piel es un libro tan abierto

Por las noches, para dormirse, Maureen se contaba el relato de les amantes que había habido. Día tras día, en el momento de encontrar la postura preferida para yacer y cerrar los ojos, se ponían en marcha como un automatismo esos momentos otros en que Maureen había rendido la mirada ante un avance grosero, dulcísimo, de placer soberano. Entonces, Maureen recordaba. A partir de un sudor, de un temblor, de una postura o de un verbo: la piel, voz de la víscera, contaba. Cada día un capítulo distinto, o a veces el mismo durante semanas. Podía narrarle un amor entero, desde el trabarse gozoso hasta el absurdo neumático del fin; o tan solo una tarde de pipas, una espalda borrosa, la filigrana en piedra de una boca insolente y roja. Cualquier detalle era susceptible de ser recuperado por el cuerpo parlante de Maureen. En realidad, todo había comenzado una tarde cuando comprendió, gracias al primer lápiz de crucigramas al que encontró desamparado en la ensaladera, que la memoria era carne, que su cerebro era cuerpo, y que la mente se le estaba empezando a desvanecer junto al grosor de su pelo, su vigor muscular, su estatura, su porte y su poder adquisitivo. A partir de ahí, decidió emprender un viaje heroico hacia la caricia postrera, aquella electricidad de piel cuya sombra la llevaba sobrevolando demasiado tiempo: ¿acaso habría una más? ¿Sería tocada? ¿Sería vista, oída, olfateada, contenida, habitada, desparramada, bebida? O no sería, se dijo Maureen, pero ya no importaba. La victoria está hecha de tiempo y de palabra. Y ya mi piel es un libro tan abierto.

Tres fotos de tinder y muchos audios de guasap

…como no he estado nunca en tu olor
tu voz me huele caliente
a pan y a sopa
a barniz oscuro, a raíz profunda
me hueles a madriguera de gnomos,
de conejos.
…sé de ti que hablas el idioma verde estricto
de la lluvia en bosque
y que tu arte
son las esporas marciales del helecho.
Mira,
si te me dejas llover,
te vuelvo barro suculento
ese que modela las figuras
que dan carne
a los cuentos que nos calman en la noche
(via guasap).
Hoy
tengo una cita con el sol para decirle
que no te dore más la piel
que me la deje
que te quiero abrazar la cara toda
con ojos, dedos
y que te quiero abrir de labio poco a poco
y que me cuentes
cómo se declina la pandemia
en el núcleo de una oración desconocida
de (d)olor a limo, a hogaza, a setas.

Madera metal piel voz

Os cuento que persigo el momento breve eterno

paredes de barro amasadas derretidas agua

en que desplegaremos, por fin

nuestra soberana humanidad liberta en gozo.

Gloria fastuosa de un frágil, raro

equilibrio de carne en dilatación y verbo en labio.

Vente ya pa cá, platero.

Exuberancia animal en el olfato

deshilvanar cuerdas, petar las jaulas

escribirte en código libidinal abierto.

Trabajar la materia con manos en imán

de amor humano que reza y suda

reunir las piezas que se pueden ensamblar

así (manos en bollo).

Funde, licúa, forma, continúa.

Ven con herramientas que tallan y no cortan

la voz es creación efímera de la saliva cincel.

Como te escucho y huelo, tu savia ya está en mi cuerpo.

Y me calma saber que mi voz-baba se te adentra.

Ábreme, por dios, ese impúdico labio inferior tuyo.

Encía en flor arropas con el alma de un tabaco.

Sabes a todo.

Ahora es cosa de subir la intensidad de la conciencia,

dilatar en abundancia el taller de los sentidos

para percibir el metal y la piel que hacen tu boca.

Hazme un amor de madera, carpintero,

esculpe para mí un lápiz

con esas manos

si es que dejo algo más que gotas en las comisuras

cuando te las pille por banda

y me las coma.