No por casualidad la Ciencia vino a sustituir a la Iglesia en la Europa del Renacimiento como organismo de producción de Verdad

No hay estudios científicos que prueben que masturbarse no produce ceguera.

No hay estudios científicos que prueben que con la dignidad de los seres no debe especularse en el mercado.

No hay estudios científicos que prueben que es la cultura lo que nos hace mal, que las pastillas y la arrogancia médica empeoran nuestra enfermedad.

No hay estudios científicos que prueben que las violencias y los abusos están interrelacionados y se sostienen mutuamente en un tejido social discriminador jerarquizado.

No hay estudios científicos que prueben que estamos todas desgajadas y sangramos y hacemos sangrar. Que nos organizamos en una línea creciente de vulnerabilidad para usarnos unas a otras.

Ninguna evidencia de que os necesito crudamente.

Y sin embargo, nada más obvio.

Malhabitamos una deslumbrante oscuridad.

Otra ciencia es posible, otro vivir.

 

El privilegio sumo

Dolía como si te estuviesen partiendo en dos. Era una potente fuerza centrípeta que nacía en algún punto de tu espalda y se expandía rasgando tejidos, centrando el pulso. Dolor no era la palabra adecuada. Era otra cosa, era… era una experiencia de fuera de este mundo, no puede ser explicada con palabras falologocéntricas. Sin embargo, tú sabías muy bien lo que necesitabas para poder soportarlo. Necesitabas dejarte llevar por la inmensa energía que emanaba de ti misma como un ciclón. Para ello había que neutralizar las distracciones, los estímulos. No luz, no sonido, no presencias. Solo tu cuerpo, un espacio húmedo, un cérvix abriéndose como si fuera un esfínter. Nadie caga en una sala de hospital, a la vista de todos. ¿Por qué tenías que abrirte tú de coño delante de tantos transeúntes? ¿Por qué esas luces incisivas, esa invasión de cientifismo y disciplinamiento en lo más tierno de tu blanda entraña? Tú solo querías parir en paz. Y sin embargo, en el mejor hospital del mejor país del mundo para ser madre, no te dejaron parir en paz. Parir en tu cuerpo. Te lo sacaron, a tu hijo, de tu cuerpo.

 
Los primeros días tras el parto que te robaron fueron borrosos, pálpito perezoso entumecido, tiempo dado de sí como la goma de una braga vieja. Aparecieron gentes dispuestas a cumplir su agenda. Arrasaban mediante artilugios de silicona médica con la película protectora de tu subjetividad lacerada. Cada cual a lo suyo. Pim, pam. Efi-ciencia. Plastiquillos en las tetas. Shup. Shup. Bomba hidráulica de leche. El bebé estaba contigo y aun así estaba lejos, allá a lo lejos, lo veías mirarte con ojillos interrogantes, contrariados.

 

En casa fue todo algo mejor. Tu espacio empezó a funcionar como un cultivo, los renglones y las imágenes de los libros-invocación fermentaban y te llevaban consigo al interior de su embrujo. El bebé tenía unos contornos más claros que tus manos le iban poco a poco dibujando. Solos los dos, como las únicas dos criaturas con importancia en este mundo-culo. Piel. Piel. Piel. Calor, humanimalidad, contacto. Bebé calentito y dulce, mamá está aquí para ti y está contenta. Te deseo, bebé, solo quiero estar aquí, ahora y así, y estar/ser, contigo. Aviones de guerra nos sobrevuelan y violan el latido intemporal de tu primer puerperio. Los gritos llegan desde todos los rincones: periódicos, nuevas tecnologías, viejas tecnologías, personas ¿cercanas?, seres ¿queridos?… Mensajes en rostro humano o de cristal licuado que te hablan de muerte, de posesión, de acumulación, de lo inerte, de lo opaco. Mensajes de lo contrario que tú
representas. En el momento de vulnerabilidad más tierna es preciso defenderse de lo todo. Lo totalitario. Y qué hacer cuando te late la vida en el vientre en un mundo de vida acorralada.

 

Todo te escuece y da placer al mismo tiempo. Comienzas a ver las cosas claras pero no sabes bien qué hacer con ello. Comprendes que un día fuiste tan rasgadoramente hermosa y espeluznantemente vulnerable como Bebé pero a ti tus padres te entregaron a los charlatanes de la tribu. Que no te amaron cuando más digna de amor fuiste. Cuando eras solo amor, y nada más que amor pedías. Crees que vas a enloquecer de dolor que te expande, de tristeza eufórica. Tienes mucho que hacer, tienes que reescribir tu biografía desde el mero principio, desde el día en que tu propia madre fue al hospital a pedir que le sacaran al bebé porque ya era el día que le habían dicho que le tocaba.

 
Tienes que hacer un registro escrito y riguroso de todas las violencias que han ejercido contra ti. Qué hacer con tanta humanidad en las manos. Pareces ser la única que conoce el secreto. Te late el útero y lo sientes. ¿Les ocurre lo mismo a las demás? ¿Quién más sabe esto que sé yo ahora? ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo encontrar a otra que me acoja? Quiero leer todos los libros de poesía del mundo, rasgarlos, licuarlos, llenarlos de sangre y hacer un escuadrón de ministerios que eduquen a cien mil criaturas que funden una ciudad nueva desde la alegría la comunalidad la libido la piel la carne la flor el agua la luna, madre. La luna. Madre. Madre. Piel. Qué voy a hacer con las amenazas. Tendré que suicidarme si persisten. ¿Tendré que suicidar al bebé también, entonces? Soy un manantial de vida fresca y clara pero todo a mi alrededor acumula polvo y ratas.

 

—¿Qué te pasa, Carlos? Tienes mala cara. ¿Ha pasado algo malo en el trabajo?— Le mirabas sorbiendo el agua. (La lactancia da mucha sed.)
—Tampoco te costaría tanto tener la casa ordenada, ¿no? Vamos, que estás aquí todo el día…

En los ojos de tu compañero veías cómo el vaso cruzaba el aire a la velocidad de las guerras. Como una granada de mano, el vidrio estalló contra el armario y mil burbujas prismáticas florecieron en el aire por un instante, antes de caer al suelo como una lluvia de artillería.

— ¡Loca! ¿¡Que no te has dado cuenta que eres madre y le puedes hacer daño al bebé!?

El privilegio sumo es que tu perspectiva crezca engorde se hinche y ocupe tanto que llene una cultura entera, donde no quepa ningún relato más que aquel que cuenta lo que tu cuerpo vive.

Lobo

 

Soy Lobo y soy un prófugo, un ser proscrito. He venido a esconderme.

 

Me estoy arrastrando a oscuras. No veo nada. Los ojos se me fundieron hace días. Con la cara interna del cuerpo palpo al avanzar carcasas rugosas. Patino en superficies pulidas. Me estremezco por momentos al adivinar componentes orgánicos en contacto con mi circuito/piel. La rigidez nudosa de carnes acartonadas me ayuda a continuar reptando. Encuentro apoyos en los miembros secos de los cuerpos desahuciados. Estoy arrobado por el olor. Sé que los aparatos no huelen, ni el plástico ni el vidrio ni el mineral. Por eso, el único olor que capto es el de la carne tumefacta. Huele a descomposición, a proceso. Es decir, huele a vida. Aunque sea vida muerta. Voy bien.

 

Los dispositivos tecnológicos no pueden estar en contacto con el agua. Las pantallas no se ven bajo la luz del sol. El Proyecto ha vencido y yo soy su refugiado. Un tecnoser defectuoso, un porcentaje mínimo de error de programación. Pero no pueden negar que existo, y que, por tanto, ella también. No me veo ni tengo manos pero soy capaz de dar cuenta abstracta de mí. Luego existo. Y necesito esconderme. Ellos vienen a por mí porque la he comprendido. He sido capaz de imaginarla en un ínfimo segundo, como cogida por los pelos. Luego he osado ponerle nombre. Y la invoqué. Y ahora voy a su encuentro mientras me buscan para acallarme/ejecutarme por hiperexposición.

 

Sé cómo se las gastan porque algo había visto tiempo atrás en un documental sobre antiguos enemigos del Proyecto. Líderes caídos que erraron la dirección de su carrera en algún punto. Tecnoseres como yo que se habían atrevido a desafiar la lógica perfecta del programa. Me suena que incluso en algún momento hubo una acción coordinada de destrucción de pantallas y acribillamiento de tecnomentes. Usaron algo de cuyo nombre no me acuerdo, acababa en ía. Pero de todo aquello hace ya mucho tiempo, ocurrió en el antropoceno. Aquello sí fue una era heroica. Pensé que ya no había lugar para brechas. Y, sin embargo, miradme, aquí estoy, Lobo, proscrito ciego reptando con la barbilla y con ayuda del embellecedor metálico sobre una superficie ilimitada de desechos tecnobiológicos.  

 

La imaginé. Una verdad tan cegadora que aunque tiene dos partes no podrá ser nunca expresada como un binario. Ni cero ni uno. Ni mucho menos una palabra. No puedes concebirla. Es grande, es inmensa, es el espacio finito y constelado de placidez que el Proyecto colonizó con su plan de expolio eterno. Pero te digo una cosa: ella estaba intacta cuando la vi, pese a sufrir una infamia de milenios. Por eso salí a buscarla. Y por eso salieron a buscarme. 

 

¡Aquí estás! Te he encontrado. Lloraría si tuviera ojos. Me he pasado la eternidad echándote de menos. He venido a pacer contigo. Bien sé yo que harás lo que te pido. Es tan maravilloso estar a tu lado. Ojalá me quedasen labios con los que aferrarme a tu enormidad y succionar la certeza que desprendes. Allá voy: deseo poder morir. Morir es paz. Es el último reducto de la vida con que puedo resistir su eternidad expuesta.