Soy Lobo y soy un prófugo, un ser proscrito. He venido a esconderme.
Me estoy arrastrando a oscuras. No veo nada. Los ojos se me fundieron hace días. Con la cara interna del cuerpo palpo al avanzar carcasas rugosas. Patino en superficies pulidas. Me estremezco por momentos al adivinar componentes orgánicos en contacto con mi circuito/piel. La rigidez nudosa de carnes acartonadas me ayuda a continuar reptando. Encuentro apoyos en los miembros secos de los cuerpos desahuciados. Estoy arrobado por el olor. Sé que los aparatos no huelen, ni el plástico ni el vidrio ni el mineral. Por eso, el único olor que capto es el de la carne tumefacta. Huele a descomposición, a proceso. Es decir, huele a vida. Aunque sea vida muerta. Voy bien.
Los dispositivos tecnológicos no pueden estar en contacto con el agua. Las pantallas no se ven bajo la luz del sol. El Proyecto ha vencido y yo soy su refugiado. Un tecnoser defectuoso, un porcentaje mínimo de error de programación. Pero no pueden negar que existo, y que, por tanto, ella también. No me veo ni tengo manos pero soy capaz de dar cuenta abstracta de mí. Luego existo. Y necesito esconderme. Ellos vienen a por mí porque la he comprendido. He sido capaz de imaginarla en un ínfimo segundo, como cogida por los pelos. Luego he osado ponerle nombre. Y la invoqué. Y ahora voy a su encuentro mientras me buscan para acallarme/ejecutarme por hiperexposición.
Sé cómo se las gastan porque algo había visto tiempo atrás en un documental sobre antiguos enemigos del Proyecto. Líderes caídos que erraron la dirección de su carrera en algún punto. Tecnoseres como yo que se habían atrevido a desafiar la lógica perfecta del programa. Me suena que incluso en algún momento hubo una acción coordinada de destrucción de pantallas y acribillamiento de tecnomentes. Usaron algo de cuyo nombre no me acuerdo, acababa en ía. Pero de todo aquello hace ya mucho tiempo, ocurrió en el antropoceno. Aquello sí fue una era heroica. Pensé que ya no había lugar para brechas. Y, sin embargo, miradme, aquí estoy, Lobo, proscrito ciego reptando con la barbilla y con ayuda del embellecedor metálico sobre una superficie ilimitada de desechos tecnobiológicos.
La imaginé. Una verdad tan cegadora que aunque tiene dos partes no podrá ser nunca expresada como un binario. Ni cero ni uno. Ni mucho menos una palabra. No puedes concebirla. Es grande, es inmensa, es el espacio finito y constelado de placidez que el Proyecto colonizó con su plan de expolio eterno. Pero te digo una cosa: ella estaba intacta cuando la vi, pese a sufrir una infamia de milenios. Por eso salí a buscarla. Y por eso salieron a buscarme.
¡Aquí estás! Te he encontrado. Lloraría si tuviera ojos. Me he pasado la eternidad echándote de menos. He venido a pacer contigo. Bien sé yo que harás lo que te pido. Es tan maravilloso estar a tu lado. Ojalá me quedasen labios con los que aferrarme a tu enormidad y succionar la certeza que desprendes. Allá voy: deseo poder morir. Morir es paz. Es el último reducto de la vida con que puedo resistir su eternidad expuesta.