La coraza y el corsé

A veces me hincho y se diría que me voy a desbordar, bien por el tetamen, bien por la vejiga, así que necesito hacer uso de los baños de los optimistamente llamados «centros comerciales» (aunque yo no sería tan amable en su denominación). Cuando me toca acudir a uno de estos templos modernos del sacrificio personal, —que no sé muy bien con qué fenómeno de modelos civilizatorios anteriores podrían formar analogía, la verdad—, me siento a observar, e imágenes clarividentes sobre el género acuden a borbotones a mí.

El género es una mentalidad que concretamos y multiplicamos a través de las actitudes, las relaciones y el consumo. La realidad es que no creemos en él (si nos ponen delante el desglose contractual de lo que implica ser mujer u hombre en esta sociedad no lo firmamos ni de broma), sino que lo reproducimos y perpetuamos por dos razones inconscientes:

  • Porque creemos que la gente de alrededor (de quienes esperamos y necesitamos amor y reconocimiento) así lo espera
  • Porque tememos que si no asumimos los mandatos de nuestro género se nos castigue de la misma forma que nosotrås mismås sancionamos a quienes osan no rendirle tributo al suyo (esas críticas, esos cotilleos, esas mofas, esos motes).

 

Pero qué es el género

No me siento satisfecha con la expresión roles de género o estereotipos de género. Me parecen demasiado suaves. El rol parece que puede una tomarlo y dejarlo, que sea un papel, una actuación limitada, acotada en el espacio y el tiempo. Por su parte, el estereotipo se entiende como una tontería, algo que una cree sin haberlo investigado previamente y que por tanto es erróneo, pero como si no fuese especialmente importante, como una minucia inocente, como una tortilla de patata, una boina francesa o un chiste de Lepe, ¿me explico?

Pero no. El género es una violencia estructural horrenda de dimensiones ingentes que inflige una devastación incalculable sobre las personas. En nuestros cuerpecitos tiernos se imponen a hierro los modelos de socialización separados por sexo, y no podemos escapar de ellos si no es con un gran sacrificio y asumiendo un salto mortal a lo desconocido.

Nuestras psiques no son misterios insondables (gran mentira patriarcal): son, si queréis, equipos informáticos en los que se instalan sistemas operativos específicos de los que no se puede luego escapar, porque incluso para desinstalarlos, tienes que vértelas con ellos. Son La Forma en que el equipo funciona, el código en que se expresa. Si te ponen el Windows 98, todo lo haces a través del Windows 98, piensas, ves, comprendes lo que sientes a través del Windows 98, y no podrás soñar con llegar a funcionar con el XP y dejar de ser lastrada por un sistema operativo tan antiguo porque la cultura en la que vives silencia, acalla otras formas de operar como si no existieran o no fueran siquiera posibles. (Joder, se nota que no he vuelto a hablar ni a pensar en sistemas operativos desde que tuve clases de informática en la escuela. ¿Qué venía después del XP?)

La división en géneros fue una construcción antropológica que ha perdido su razón de ser en la vida moderna; es, por tanto, un esfuerzo residual que no genera bienestar, no es práctico y no hace sino contradecir las necesidades que, como especie, tenemos en este momento de la historia.  Pero hay personas que se benefician de la seguridad que les presta lo previsible del sistema, y se aferran a él temerosas de cuestionarlo. Mientras gente que (crea que) salga beneficiada con el patriarcado siga teniendo poder, habrá que seguir dando batalla para ponerlo en solfa.

Hay algunas instituciones culturales especialmente esforzadas en la construcción de los géneros-que-son-violencia-y-son-fascismo-casposo. Suelen pasar por normales pero a estas alturas deberíamos tenerlas ya bien caladas y boicotearlas sin descanso. Por ejemplo, las revistas «del corazón», ¿tienen alguna otra función, aparte de crear con agresividad modelos unívocos para hombres y mujeres, castigar «impertinencias» y rendirle tributo al poder —puro mandato conservador de género en papel glossy—?  Otros serían los colegios católicos, segregados o no; el fútbol comercial y toda la exageración performativa que despliega; las bodas; las iglesias; las jugueterías rosiazules; las peluquerías; la publicidad y las tiendas de ropa; las películas de Hollywood, etc. Por lo demás, hacemos género a cada paso, en cada acción, actitud, relación y acto de consumo, lo que tiene su reverso esperanzador: podemos en efecto des-hacer género a cada paso también.

Allí sentada en un puff enorme bajo la escalera mecánica del centro comercial, visualizo esos roles, modelos, trajes de género como si fueran herrajes impuestos a fuego en la fragua humeante de la máquina patriarconeoliberal. Para los hombres: coraza, espada y plataforma. Para las mujeres: corsé, jaula-espejo y escoba. Piénsese además que ya la división hombre/mujer en sí misma es un acero lingüístico que no está permitiendo imaginar variaciones, indefinición, la libertad de expresarse como unå quiera que sea.

 

La coraza y el corsé

La violenta cultura patriarcal hiere la carne blandita de los niños con los siguientes mandatos:

1. La coraza: Represión de las emociones y de la empatía con otros seres y entornos. El latido queda cubierto, sustituido por hierro valdío. Se esculpe así el dios, el héroe, el falo dirigente que no muestra debilidad ni preocupación por el cuidado de la vida, pese a que este lo sostenga. Se eliminan el cuerpo y sus trabajos, las tripas, la conexión libidinal, el espítitu: solo queda una supuesta racionalidad desde la que debe juzgarse todo y un interés que debe mover el mundo y todas las acciones. Control, fuerza, límite, frontera, separación, son sus insignias.

2. La espada: ¿Y qué emprende en su tiempo libre ese ser descorazonado? Acciones encaminadas a mostrar violencia y vigor, a rondar una muerte-muerte en potencia. Una muerte que no es el reverso de la vida, no es cíclica, no es natural. Es una muerte que sirve a un poder, es un sacrificio al falo. Por eso la sangre que brota de las heridas de muerte puede y debe ser mostrada en todas las pantallas pero la sangre-vida de la mentruación debe ocultarse. La espada es asisimo apropiación, extracción, expolio, beneficio.

3.La plataforma: Todo lo anterior ofrece al hombre El Poder de disponer de los cuerpos subordinados (criaturas, mujeres, gente racializada, etc.) y la naturaleza. Aquí estarían los actos directivos, la imposibilidad de cuestionarse a través del diálogo sincero y genuino con otrås y la costumbre de dar órdenes, de explicarle al resto cómo son las cosas, de mandar, de ser obedecido. Lo que se ha dado en llamar caballerosidad y protección no son sino la prerrogativa mafiosa de decidir quién mantendrá su integridad y cómo. De El Poder viene El Privilegio, el de no tener que encargarse, por ejemplo, y de ahí la inacción, la vaguería de muchos.

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Esta cultura de la violencia y la desigualdad se ensaña particularmente con la vida de las niñas, género que se construye como subordinado al anterior, a través de:

1. El corsé, como imagen personal totalmente intervenida y alejada de lo natural y lo cómodo. No podemos ser vistas sino ofrecemos la imagen que se nos impone: el pelo manipulado en su forma y su color; las caras pintadas para ocultar y homogeneizar; la moda de parecerse a una muñeca porno, los afeitados y depilaciones, etc. Luego, para performar la debilidad y la sumisión, el bolso que ocupa las manos, los tacones y otros artilugios que no permiten moverse… y, para más inri, las fortunas que se dilapidan en artefactos y procesos (depilación, «tratamientos de belleza y bienestar», etc.) como una forma de control económico.

2. La jaula-espejo. ¿No os ha pasado que hacéis algo mínimamente arriesgado e inmediatamente os ponéis mentalmente en el lugar de quien os mira, os veis haciéndolo? Es la mirada del patriarca bíblico sentado en un trono de piedra, el androcentrismo cultural, el ojo entrenado en ver desde la subjetividad masculina hegemónica y la vigilancia de los mandatos de género a través de toneladas de horas y espacios cubiertos de productos culturales patriarcales a que somos expuestas.  Vivimos rodeadas de un espejo circular que nos encierra. Es una casa, es el cuidado del espacio privado para nosotrås y lås otrås, pero en soledad y siempre observadas por las brigadas voluntarias de la policía del género (el mito de la suegra, el de la amiga envidiosa), tuteladas por ls experts,

3. La escoba es el elemento que simboliza la limpieza que estamos abocadas a realizar, no solo literalmente, en las legiones de madresposas que limpian gratis la jaula o las migrantes que lo hacen por un salario irrisorio, sino que también nos encargamos de recoger y pagar los platos rotos. La masculinidad-hulk deja a su paso muchas heridas que hay que coser. La forma violenta en que el patriarcado nos trata a todås nos deja rotås, sin un hálito de vida latente y colectiva en el que acurrucarnos. Por decirlo claramente: se espera de nosotras que estemos disponibles para curarle al guerrero las heridas que se ha hecho mientras trataba de medirse con otros vikingos kamikaze (pues su reconocimiento personal le viene de que le acepten los otros hombres en su club de masculinidad) en el empeño de mostrarse separado, distinto, de aquello que nosotras representamos,  de «lo mujer». Es decir: es tarea de mujeres limpiar el culo que se acaba de literamente cagar en las mujeres.

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En estas brechas de cuidado ecológico que generamos las mujeres florecen los vínculos, el arraigo, que también forman parte de nuestra misión de género. Cuidarse, atenderse, recordarse, hacerse regalos, organizar todas las precondiciones y la gestión mental necesaria para que la reproducción de la vida se produzca en condiciones mínimamente sanitaria.

Pero no hablaré de la maternidad nutricia, ese antiguo modelo, la parte nutricional de la dicotomía virgen/puta porque tengo la sospecha de que quienes tienen el poder ya han decidido que al igual que la producción de las fábricas occidentales se ha ido a Asia, la función de la nutrición, el alimento, debe serle retirado a las mujeres para que quede privatizado por las compañías alimentarias… (Ahora llamadas «corporaciones»: el cuerpo y su lógica del bienestar se vacía de sentido, deja de existir, y le cede su cáscara semántica al artefacto humano que realmente está en el centro hoy día: las empresas y su lógica del beneficio.)

 

Vivimos en sociedades muy conservadoras

Basta observar la ropa que le gente lleva en esta sociedad contemporánea de conservadurismo exacerbado para aprender el valor básico del género: ellos se visten igual para reconocerse como miembros del club del poder, y van cómodos porque lo tienen; nosotras, sin embargo, nos vestimos parecido, pero siempre diferentes, para poder así competir y desencontrarnos en las doscientas florituras con que conseguir ser vistas a la vez que sumergirnos en la indefinición con las otras. Luego, la infancia. Ellos de azul, ellas de rosa. Ah, y ellas también pueden ir a veces de azul, como la princesa de Frozen, pero ellos nunca, nunca, pueden poseer ni usar artículos de color rosa, porque el género masculino es un grado que no debe ponerse en peligro de reducción a lo inferior. Es decir, no hablamos de un mundo dual, dicotómico: hablamos de un mundo binario de subordinación, sumisión y negación de las potencias y experiencias de las mujeres.

Es también interesante cómo hoy día está resultando más aceptable la transición entre géneros que performar los que hay de forma distinta. Incluso a veces a los hombres en determinados momentos y situaciones les es permitido experimentar bajando la escalera, a ver qué hay ahí, pero no a nosotras, o nos castigarán.  Así de vigentes y violentas son las construcciones de lo masculino y lo femenino. Avanzamos en la aceptación de las personas trans, vamos tolerando las lágrimas de los hombres, pero no los sobacos peludos de mujer. También hay espacio para esas pocas mujeres-hombre privilegiadas del poder político y empresarial, y para el mito neoliberal  de la mujer-diosa-hindú-de-los-mil-brazos, cuyo «empoderamiento» en términos de poder adquisitivo no redunda nunca en el poder de decir o de representar el mundo desde una perspectiva distinta.

 

Lo que hay de aprovechable en cada género

Para hacer una revolución real y permanente, para salvar lo poco que pueda ser rescatado, debemos hacer trabajo con las mentalidades. No se gana nada llamándole machista a la gente, hay que ir muuucho más allá: hay que poner a las personas frente a sus creencias implantadas para que las cuestione y se reapropie de su vitalidad y, sobre todo, hay que poner en marcha proyectos y acciones que muestren la realidad y la efectividad de las alternativas que pueden existir. Y eso se hace en las mil oportunidades de revocar el género obtuso y reemplazarlo por la creatividad que cada día nos depara. Hay que liberar las pulsiones, la emoción, las conexiones interdependientes, hacernos leves y volar lejos de los herrajes del género asesino.

Para ello propongo asumir lo que hay de aprovechable  en cada constructo de género para que lo adquiramos todås:

  • Mujeres: Tejer el arraigo. Hacer de la indefinición, colectivo; del servicio, autocuidado y apoyo mutuo.
  • Hombres: Hacer del orgullo dignidad; de la honra, pundonor. Enunciar desde la asertividad liberadora.

Continuará…

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