Convertirse en

En castellano hay un grupo de verbos que indican cambio del sujeto, en su esencia o estado, y que se relacionan en formas diversas con lo que se es (hacerse, volverse, convertirse, devenir) o cómo se está (ponerse, quedarse). Es interesante la variedad, en tanto en otras lenguas cercanas tiende a usarse un verbo solo, sin matizaciones.

Pues bien, de ellos uno me llama particularmente la atención: convertirse, que indica cambio de identidad. En principio, podría decirse que es un verbo lúdico, infantil, pues de pequeña te conviertes en gato o en hada, en profesora o en doctora, en vampiro/ hombre lobo/ animal (sugerencias de google), etc. Pero cuando creces, en realidad ya no te conviertes en nada que no sea o bien mayor, o bien algo respecto a otrxs. Me explico: pasada la adolescencia, el sujeto del verbo convertirse ya solo se dirá que se ha convertido en adulta, en esposa de, en madre. O en profesiones, si van acompañadas de una caracterización: una periodista excelente, una ingeniera de renombre. También te conviertes al islam, o en un cabrón, o conviertes tus euros en coronas, o tus puntos del súper en un cheque-regalo.

Cuando tengo ocho años y me convierto en duende, ya no soy la niña que se aburre frente a las lentejas, ya no soy yo, como requisito de la transmutación. De ahí que me pregunte si para llegar a ser estas cosas en que nos convertimos de adulta, una haya también de dejar atrás su identidad anterior. Qué implicaría entonces el hecho de haberme convertido en madre (expresión que se repite incluso en bocas de quienes colaboran en la deconstrucción de las maternidades secularmente nocivas). ¿Acaso si soy madre ya no soy yo?

Ser yo -> /dejar de serlo –> pasar a ser otra cosa/ –> ser madre. ¿Existe tal axioma? ¿Son todos sus miembros semánticamente válidos o hay alguna trampa ahí? De entrada, qué es eso que «yo» era. Además, por qué he de convertirme, en qué términos y a través de qué operaciones. Por último, qué coño es «ser madre» que no sea esa corona de espinas del patriarcado cristofascista que nos han venido colgando («la maternidad hace libre a las mujeres auténticamente mujeres»; «el derecho por excelencia de la mujer es el de la maternidad» 2012, Gallardón, ministro de la democracia española).

Compañeras, ya basta de convertirse… a la fe del carbonero. Paramos y criemos niñxs, si es que queremos, pero de convertirnos nada, que bastante nos ha costado llegar a ser lo que ya somos; enriquezcámonos, con eso basta.

Ni soy «madre» ni «tengo» hijos

Baby-sitter Nanny Children EducatorDesde hace unos meses, vivo con una personita. Es un humano pequeño, todo cuerpo caliente y emocionalidad. Quise hacerla y que pasara a través de mi cuerpa, y fue posible (como podría haberlo sido de muchas otras formas) gracias a la química y al discurso de dos físicas, la mía y la de J, que se relacionan en positivo. Por convención de esta sociedad, a bebé le vamos a proveer de ciertos bienes y a protegerla hasta que tenga una edad determinada. Eso no es «tenerla», es ser responsable temporal y agente de su vulnerabilidad. En cuanto sepa que tiene un nombre, pueda moverse e irse diciendo, vaya si se tendrá a si mismo el angelito.

Cachorro se nutre de mi cuerpa, no solo como alimento, sino también en lo emocional (ante una experiencia nueva me mira con ojos muy grandes y si río, ríe; y si me ve preocupada, llora), el movimiento, la temperatura, los estímulos, etc. Es chiquitita, está por terminar y no le corresponde aún estar ni ser sola. El continuo entre nosotras tiene que ver con el apego material de su procedencia y su necesidad. Yo, en mi posición, podría ser sustituida por otra persona que diese calor y nutriera en lo vital para que bebé siga viva y crezca sana.

De ahí que yo sea quien la cría, pero no sea su madre. La madre es una categoría de la violencia patriarcal desde tiempos de Medea y Andrómaca (léase a Victoria Sau), que hemos sufrido ya lo suyo como hijas  y que cuesta mucho desmontar, como para ponerse a reconstruirla. No en mi cuerpo. Ni en el suyo. Mientras yo tenga algo que decir para protegerla.

Puerperio jubiloso

En un texto feminista sobre «maternidades» se enumeraban posibles sentimientos de la persona con cría. Todas eran negativas (encorsetada, sola, IMG_4315insatisfecha…) salvo una ¿positiva?: abnegada y feliz. Cópula  inoperante, a mi entender: la abnegación es vivir alejada de los deseos propios, la felicidad es habitarlos. Dentro y fuera a la vez, no me vale.

Los feminismos deconstruyen apasionadamente las «maternidades» desde diversos lugares, y así sigan muchos años. Pero no olviden, compañeras, que entre las muchas formas de no estar bien, brillan algunas de estarlo. Yo misma escribo como persona feliz de ser, aquí, con personita. Quizá sea necesaria menos chicha verbal en lo des/natural y lo des/apegado de la crianza, y un poco más de lucha a favor de crear estructuras consistentes para poder elegir de hecho un puerperio jubiloso.

Desde la economía feminista sabemos que el neoliberalismo desvaloriza los cuidados y se erige sobre la trampa de precarizarlos. De ahí que haya que exigir unas condiciones económicas justas para quien elige vivir su vida con personitas. (Y dedicarse menos a hablar de compartir las migajas, cuando lo que hace falta es conseguir una baja mapaternal seria.) Pero hay otros cuidados que el sistema más bien no quiere que llevemos a cabo, desde el punto de vista de cómo nos relacionamos. Criar no es emprender una carrera para poner espacios y cosas entre persona y personita cuanto antes, no debería serlo. Como relacionarse no debería ser juzgarse, usarse ni ponerse enfrente de «la otra», sino cuidarse en recíproco.

Cuidarse entendido como mirarse, escucharse, tocarse, atenderse, darse mimos. Ser cariñosa y abrazante con quien lo necesita, darle espacio a las pieles, las risas y lo retozón y lo rico. Todo eso que habíamos olvidado, a mí me lo está enseñando personita. De ese cuerpo pequeño cuido como del mío propio (o mejor dicho, aprendo a hacer esto último) y con él construyo con piel y tiempo el paraíso afectivo con el que alguna vez soñé/soñamos -y desde cuya ausencia emergió mi/nuestro patrón relacional de escasez-.

Lo llamaréis sacrificio. Para mí sacrificarme y abnegarme es darle mi cuerpo, mi tiempo y mi deseo al capital para que se reproduzca y nos mate. No estoy más cansada, más alienada ni más opacada en la «maternidad» que empleada, lo aseguro. De entre un día de frío de oficina a pasarlo junto a un cuerpo calentito que se ríe, me quedo con lo segundo. Soy más feliz que nunca porque me levanto sin prisa por la mañana y me dedico mínimo a pasar el tiempo con una personita que me gusta. (Y también escribo y leo y socializo más que antes.)

No es tan sencillo, diréis. Hacen falta igualmente poder de consumo, tiempo propio y seguir siendo sujeta económica independiente. Bien, dame unas condiciones óptimas de parto, dame una baja de un año al cien por cien del sueldo (en vez de esos cuatro meses que son un insulto y un desafío a la reproducción), dame un sistema serio de educación preescolar, y entonces seré libre para construir mi libertad y mi gozo también a través de esta etapa de mi vida.

Abriéndome de coño con alegría

Así es como quiero que sea mi parto. Para ello estoy construyendo una cabaña de luz en mi cabeza que palpita al mismo ritmo al que lo hace mi útero preñado y feliz. Voy llenando mi cabaña de palabras, imágenes, indicios de la certeza de que otro parto es posible. Me tejo con ovillos rojos de vida mi telón de fondo para parir, hilvano músicas, las bailo, corto fotos y las pego, sueño con la bendición de Madres que me acaricien, contengan y apoyen. En las que reposar de tanto trabajo como es volverme orilla de tierra firme para el oleaje del mar de Atreyu.

Las mujeres de mi entorno no me están ayudando casi nada. Ponte la epidural. Ponte, ponte, ponte la epidural. O parirás con dolor. El parto duele. El parto te parte. Ginecólogo. Tocólogo. Médico. O. O. O. Cuánto pesas. Cuánto queda. Cuánto tienes por comprar todavía. El parto no importa, lo que realmente te cambia es lo de después. Hospital. No aguanto. Es horrible. No sabes lo que puede pasar. Las complicaciones que tuvo mi prima. ¿En serio quieres parir con dolor? No eres más madre, más feminista ni más nada por no drogarte. Drógate. Quítate de enmedio. Piensas demasiado. Lo bueno es que se pasa y punto.

Menos mal que están esas otras, las que aunque no sean de cuerpo han tenido la generosidad de ser palabra: Casilda, Victoria, María, Debra, Ibone, Cira, Mónica, Ina May, Anna, otras. Gracias, mujeres formando en el batallón de la fuerza, la creencia, la devoción en lo uno pero diverso, lo propio, lo que gesta con alegría y puede, es, debe tener lugar. Gracias por creer en mí.

A la amiga que sufre. Se busca tribu

No es tu culpa. No te enredes en telarañas ajenas, se han tendido con intereses concretos por los que conscientemente nunca votarías. No remes como galeota en la embarcación que nos llevaría si pudiera a los abismos de lo feo y lo ilimitado. Salte de ahí, quítate la ropa, límpiate de miserias de otros, empápate de empatías de otras, mírate. Repasa tu lengua, púlela. Fuera imperativos, perífrasis de obligación. Balancéate en una lengua que te arrulle, que te sea favorable, que te dé calorcito y piel cercana que conforta. Siento, necesito, agradezco, doy, recibo, descanso, descansan. Compañía, comunidad, comadre, cómoda, comida, comfortar.

No es cierto que ya no seas interesante. Cuida lo que lees. Que no haya rabia, que no sea el dios-mercado hablando por letras de mujer.

No es cierto que tengas que forzar el fin de la lactancia para poder volver a ser tú. No hay nada que tendría que estar pasando mientras Pequeña mama porque todo lo grande y lo indispensable que hay en el mundo ya está ocurriendo ahí, entre pezón y boca.

No es cierto que no te comuniques bien con Mayor. Ella te ama y te añora, solo necesita algo de tiempo para expandir el amor más allá de sus contornos.

No es cierto que tengas que ser otra, ni mejor, ni diferente. Solo que como no bailamos a tu alrededor en círculo para recordártelo, se te ha olvidado cómo de grande y bella eres.

Lo único cierto es que faltamos. No es nuestra culpa, pero debemos estar ahí. A ti y a las niñas debemos rodearos, cantaros, escucharos, miraros, mimaros, acariciaros. Vamos de camino, espéranos.