Elegía rebelde de enero

Las fiestas que faltan son tajos en la carne de los tiempos. Nuestra carne en salazón, ahumada por generaciones, siempre ritualizada, repartida, es ahora conglomerado cárnico bajo cero. A la espera, en el mejor caso, de un consumo nervioso y soez al pie mismo de la heladera.

Los abrazos y caricias que no están son siegas tempranas, ¡ay!, de la cosecha comunal de estío. Ese verano que antes siempre retornaba porque era esperado, ansiado, preñado en madrugadas lúbricas de deseo colectivo. Pero ahora, la piel hecha hambre despide chispas informáticas como yéndose a apagar dentro de un rato.

¿Y será pues que debamos poner cornamenta vencida en tierra para dejarnos extinguir, devenir fósil, quejido? Pues yo digo que no, que descansemos y que después, honremos más que nunca el torrente de revolución que nos recorre el cuerpo por dentro. Batir la sangre como se pueda hasta que escampe. Arrimar la sangre al fuego, y templadita, ponerla en común, que nos la beban, que la bebamos rica en la verbena mental que da el amarnos.

El elixir de la vitalidad está en nuestro poder aún. Es eso lo que nos pelean. No llevamos solo líquido inerte y azúcar en las venas. Todavía podemos decidir los términos del sacrificio. Ante qué dioses vamos a declamar los glóbulos en verso. Frente a qué altares vamos a tejer nuestras canciones de plasma y hierro. Que languidezcan ellos, que lo que es a mí, me hierve la sangre y la voy a seguir meneando, como un culo, como una verdad eterna en acto solar de rebeldía.

(La imagen es de aquí, creo: https://wall.alphacoders.com/big.php?i=290275&lang=Spanish)