Perdona, una pregunta

¿Por qué aparcar el coche si coges el volante con la misma delicadeza con la que coges pechos?

¿En qué sentido decirte «hasta luego» si cuando te ríes parece que capitulas y que todo lo serio de antes era namás una broma?

¿Para qué separarme de ti si en tu lengua hay una palabra que significa «acariciarle el pelo con amor a tu amante»?

¿Con que finalidad ponerme de pie si todo lo que hacemos y es vital lo hacemos tumbados?

¿Por qué salir de mi casa si las personas que encontraré fuera no fruncen el ceño con tu frente ni (se ad)miran con tus enormes ojos?

¿Y tú sabes por qué debo ser una ciudadana de bien, si las caricias en el pecho te hacen llorar y sudar, y por lo demás tienes un sabor a mar que ni las ostras de la lonja ni los erizos ni nadie?

¿Cómo ponerme a limpiar si nosotros estábamos tan sucios?

¿Para qué planear el menú semanal si mi cuerpo solo pide chocolate y vino y todo lo que salga de tus manos-cocina generosa?

Mira, ¿y a santo de qué debo ir a la compra si tú hablas de Epicuro y de cuevas y afinas guitarras y te echas un poquiño de canela en el café?

¿Pa qué trabajar y poner notas si en tus gestos de placer se resume la cruda vulnerabilidad de la especie, que es el opuesto a la evaluación, al número y a la medida?

¿Qué objetivos cumplir esta semana si en los orgasmos contigo caben civilizaciones, bibliotecas, mitologías enteras, más el olvido eterno de todas ellas?

¿Por qué forzarlo y tratar de pensar y priorizar si tengo toda la sangre irrigándome los labios y al cerebro no me llega ni una gota?

(Si el lunes hiciera justicia a su nombre, me dejarían ser una lunática cachonda en paz. Joder, qué timo más gigantesco de cultura.)