Fragmento de Isla Ternura

Desmontando al Homo Economicus. Postales desde Isla Ternura

Belén Martín & Enara I. Domínguez

ISBN: 978-84-12-14435-2

A la venta por 17 euros en librerías del estado español (si no lo tienen, puedes pedir que lo pidan, así difundimos 🙂 También hacemos venta directa (con 6 euros de incremento por el envío, total 23 euros). Si te apetece, contáctanos en desmontando_he@riseup.net

Una ilustración de @lulumka para el libro

«Érase una vez una mañana de invierno en Isla Ternura. El mar está en calma, su inmensa superficie ondulada como de tierra azul es barrida por el aire frío hacia un lado, hacia el otro lado, hacia un lado, hacia el otro lado. Se oyen apenas rumores de los cantos profundos de los peces. Las colinas nevadas tornasolan sobre capas de cielos difusos, añiles, anaranjados.


En la playa larga, dos pequeñas viajeras abrigadas en monos espaciales se preparan para abordar la nave. Con ritmo y diligencia van preparando sus aparejos, los víveres y la pequeña biblioteca de campaña que va dejando caer letras a la arena poco a poco. La situación es grave. Por eso, las viajeras del espacio van a cumplir una misión que su poblado les ha encomendado. Se trata de un encargo crucial: salvar el nombre de las habitantes de su isla, que ha caído en las garras de una terrible maldición.

Hace ya algún tiempo, las criaturas de Isla Ternura se levantaron una mañana cualquiera, pero no encontraron la luz espumosa que las solía acompañar al amanecer. Había algo de opaco, inerte, arenoso en el cielo de aquel día infausto. ¿Qué es esto? ¿Cómo ha podido ocurrir? ¿Hemos sido encantadas? —se preguntaban unas a otras reunidas de urgencia en la plaza. Enseguida echaron a rodar habladurías sobre los legendarios filósofos, unos malvados seres de los que se decía que mataban con sus lenguas venenosas bajo elegantes ropajes blanquinegros.


Pasaban largas las horas de su pena honda, y las criaturas de Isla Ternura iban comprendiendo la magnitud de la tragedia: se habían quedado colgadas en un cielo gris-informática, indiferente, mortuorio: ya no había
astros ahí arriba, ya no había sol, ni luna, ni estrellas ni planetas ni constelaciones. Solo una luz difusa de origen desconocido se expandía perezosa sin baile ni descanso. Y es que sin astros, en Isla Ternura ya no había días ni noches, y por tanto, ya no había canciones que cantar ni historias que contar, porque no se sabía cuándo hacerlo. Tampoco había ya estaciones, la sequedad lúbrica del verano, ni la concentración fértil del invierno. No había ya castañas, fresones ni turrón. También se habían quedado sin poesía porque no podían ver la luna, y no hacían nunca nada nuevo porque no había un sol que encontrar en la mañana al levantarse.

La situación se estaba volviendo insostenible. Nada tenía sentido bajo un cielo monótono e idéntico, siempre igual, siempre detenido y en suspenso. Las plantas se marchitaron y dejaron de dar fruto, las personas chiquitas no jugaban ya, muchas mayores se sintieron deprimidas y se acurrucaban entre las piedras a morigerar un poco. Y así, al final, se dieron cuenta: cuando la maldición llevaba ya mucho tiempo instalada en Isla Ternura, sus habitantas comprendieron que ya nadie se moría, porque tampoco vivían. Entonces, naturalmente, dejaron de darse nombre unas a otras, y pasaron a comunicarse con murmullos indiferentes. ¿Para qué nombrarse, cuando se es siempre igual, cuando se es lo mismo bajo un cielo mudo y estático, cuando no hay nada que decirse?»

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