Tras nacer en letras de molde y en minúsculas
me redactaron diacrítica perdida,
(ni dios ni raya en las costillas me aguantaban)
así que más me valió aprender inglés
y alzarme en una buena I inicial y pátrica
colgada de la esdrújula, tensa, silábica, con jota.
Cómo no, dos puntos después me haría correctora
y encontraría mil faltas
porque los meses son comunes, y los días,
le puse la tilde a los «a mís»
sin la conciencia de que pa eso
se la tuve que quitar a los «a tis».
Para escribirme de mano propia
años más tarde
me solacé con caligrafías y con signos
que traen historias y a personas en su urdimbre.
Así, coma, aprendí la lengua de las griegas,
en que hay cinco formas distintas de escribir
el humilde faro en la isla de la i.
omicron iota, ipsilon, ita, epsilon iota, iota
Con el nuevo poder de las alfas y las thetas
haría que las amantas, criaturas y otros cuerpos
reventasen al fin soberanas los paréntesis
para rodar sobre asteriscos lubricados
y erguirse en cláusulas centrales del discurso.
Ya nunca más me fié de los puntos suspensivos,
que en ellos se plantan las banderas y cicutas
que envenenan nuestros cuentos infantiles
prefiero las comillas cuadraditas
que me dan hogar, pecho y legumbre,
que guardan la libación secreta de pan y letra
de la que nutro un cuerpo baile de coma y punto.
Hasta hoy, coma, exclamación, ¡y que me como!
Que brillo y reverbero en un cuartillo
Que me agradezco mi vitalidad
y me atesoro
y que me saco el punto
pa dejar la frase en bragas
que se derrame toda
en un interrogante que se abre
que me lo cierres a besos
o no
que fluyan mares