Para cuidarlo, claro.
Para amarlo, contenerlo y apoyarlo en la medida de lo posible, y facilitarle las condiciones que necesita para ser y estar a su modo en el mundo.
Para aprender una misma a ver con ojos cristalinos, a relenguar y activar el poder del pensamiento, a percibir desde una piel fresca.
Pero también sirve para otra cosa.
Para hacer estudios de género.
Si interactúas socialmente llevando un bebé podrás observar:
- Cuáles son las relaciones de poder entre la gente con la que interactuáis y entre tú y ellas: quién se siente con derecho a coger el bebé y «distribuirlo», quién te pide permiso para cogerlo y cómo, etc.
- Cómo trata cada cual al bebé (qué apelativos usa, qué le dice, cómo reacciona al posible «rechazo») y si se intenta condicionarlo, ponerlo a hacer o demostrar algo (ejercer poder sobre él).
- Cuáles son las relaciones de cada cual con los mandatos de su género, en algún punto entre el estereotipo de hombres que hacen como si no hubieran visto al bichillo aunque les esté prácticamente tirando de las gafas y mujeres que se ponen a dar saltitos de alegría y anunciar su muerte inminente de amor en voz muy aguda.
- Cómo interpreta cada cual los murmullos, quejidos o llantos de la criatura: si le achacan siempre hambre, gases, cansancio o frío (solemos tener un motivo recurrente); si reaccionan devolviéndotela o tratan de hacerse cargo de la necesidad del momento, etc.
(Criar a la personita con los ojos bien abiertos es sacarse un puto doctorado cumlaude en la famosa universidad de la vida. Esto es muy divertido e interesante. Yo estoy más combativa, militante, más lectora y textadora, más consciente, brutal y honesta desde que el bebé nació. No tiene por qué ser así para todo el mundo, entiendo, pero es importante desafiar la condena de pañales sucios, llantos desesperados y aburrimiento monosilábico que se pinta habitualmente para el puerperio contemporáneo.)