A quienes utilizáis la lengua en contra de sus hablantes, manipuláis y robáis sentidos, llamándole «seriedad» a la «rapiña», «fuerzas del orden público» a «hombres armados que defienden a los ricos», «ley» a la «desigualdad»…
A quienes deliberadamente hacéis una foto sesgada del momento final en el que se produce una elección trucada, y le llamáis «libertad» a lo que en el mejor de los casos solo es supervivencia…
A quienes ignoráis el sufrimiento, la humillación y la desposesión de otras personas para enrocaros en vuestro vil privilegio colonizador…
…no voy a insultaros.
El insulto lo manejáis bien ya. No cambiaría nada calificaros de escoria, canallas, desgraciados, vergüenza de la raza humana.
Voy a llamaros algo peor.
Sois…
Sois dioses.
Sois dioses de barro enaltecidos —solo si no se es de carne no hay empatía en el sufrimiento, no hay preocupación por el cuidado, no hay conexión genuina con otra carne—. Sois la abstracción personificada de los valores morales de un grupo de humanos con la potencia de dictar textos para todas, como cualquier otro dios. Sois una narrativa de cohesión social en que mujeres, niñas, niños y trabajadores viven y mueren para glorificar vuestro inmundo capital.
Sois dioses en vuestra potencia de mal, en vuestro ánimo castigador y capacidad de secuestrar la palabra y la justicia. Tenéis el poder casi ilimitado de no dejarnos vivir en paz y comunidad. Tenéis los medios de producción de mercancía y sentido. Podéis hacer daño y lo hacéis.
Pero dejadme que os diga una cosa… las ficciones, por divinas que sean, siempre terminan. Cae el telón, acaba el cuento. Efe, i, ene. Y de ese patético vengador machuno que despreciaba la vida y la acosaba, de ese personaje, pasado un tiempo… no se acordará nadie.