Ayer, al otro lado de una pared muy fina en un bloque de apartamentos, se le transmitían a un niño expectativas normales de rendimiento académico y de género.
Se le decía que no tenía cojones para hacer bien sus ejercicios de matemáticas.
El niño respondía: es que no haces más que gritarme y pegarme.
Gritos.
Lloros.
Golpes.
Se me fríen las entrañas en aceite hirviendo como pedazos de carne de cerdo arrojados a la sarten.
Todo lo bello, lo frágil y verdadero, muere despedazado.
Asistir al entrenamiento del hijo sano de un sistema asesino, donde los que maltratan, violan, matan y quienes votan muerte son lo normal.
No se puede denunciar al responsable, estaban en un piso de alquiler turístico precario e ilegal y anoche se marcharon de allí con viento fresco.
Todo normal.