Lemming se dejó caer a plomo en el asiento del avión. El cansancio de los tres días de congreso se unía a que el traslado al aeropuerto había salido muy temprano y no pudo ir al baño en condiciones esa mañana. Su estómago bombardeado durante tres días con volovanes, fritangas, productos procesados, rogaba clemencia y un poco de normalidad. La tela tiraba al respirar hondo, cierta opresión en las ingles, rozaduras. Pero qué monada el del hotel, ¿no? Ojos salaces, sonrisa cáustica, pulseras de cuero gastado en un brazo fuerte, cálido, abrazador; reventando las costuras de su uniforme de cáterin al invitarle a un cigarrillo furtivo en la salida de emergencia. Un montón de tiempo sin un flirteo en condiciones no le había hecho mermar sus encantos ni destrezas, pensó, menos mal, y sonrió.
Señores y señoras, a causa del atentado terrorista en París, nuestro vuelo con destino a Bruselas ha sido indefinidamente postergado por las autoridades pertinentes. Les informaremos en las próximas horas del nuevo horario de salida. Por favor, desabróchense los cinturones, no se olviden nada a bordo, y menos a sí mismos, y me vayan desembarcando en orden por la puerta delantera.
Lemming se cagó en los dioses con la mirada fija en la ventanilla durante unos minutos antes de sacar el teléfono: Amour, j´arriverai en retard. Je t´appellerai plus tard. Un beso. Y después, otro mensaje, ¿y por qué no? Un poquito de Madrid.
—Vuelo cancelado hasta la eternidad. ¿Ayer ibas en serio?
—¿Cuando te dije que si se te ocurría llamarme alguna vez te ibas a arrepentir siempre?
—No sonaste muy convincente
—Quiero comerte la boca a puñados
—Enséñame tu madrid. Tengo unas horas
—Puedo empezar por el palacio real o por mi cueva republicana
—¿Sale en las guías?
—Línea 8, rosa: Barajas-Nuevos Ministerios; línea 6, circular, gris, Nuevos-Moncloa; línea 3, amarilla: Moncloa-Lavapiés
—¿En los tornos de la salida de la plaza?
—¿Pero tú no eras guiri?
—Soy más madrileña que la Mariblanca, la osa de la madroña y la Carmena juntas. Me sabe la sangre a mahou
—Ven que te muerda, chulapa